III

Llegamos al establo sin cruzarnos con ningún fenómeno paranormal. Lou encendió un sol de noche y nos dijo que lo mejor era poner las bolsas de dormir encima de los cubos de alfalfa. Mientras acomodábamos las bolsas, Lou me preguntó si había visto las fotos de su padre.

—¿Querés que te las muestre?

—Dale.

Me moría de sueño, aunque la idea de estar unos minutos más con Lou vencía cualquier cansancio.

—Edwidge, si querés venir a visitarme en mitad de la noche, no hay problema —dijo Ezequiel.

—No quiero asustarte. Son tan asustadizos…

Los abuelos ya se habían ido a dormir. Edwidge se metió en su pieza y Lou y yo fuimos a la otra habitación. Parecía el cuarto de un monje franciscano: sólo una cama, una mesa de luz, una lámpara, un banquito y un armario. El interior de ese mueble era otra cosa: rebosaba de carpetas y cajas. Lou sacó unos álbumes y los acomodó sobre la cama.

Siguió buscando en el interior del armario, moviendo el desorden de cosas. Yo me había sentado en el banquito y la miraba. Se estiraba o se ponía en cuclillas como si fuera una gata. Podría haber pasado el resto de mis días mirándola.

—Lou, ¿te puedo preguntar algo?

No me contestó.

—¿Por qué salías con Harry?

Se dio vuelta y me miró seria.

—Porque me gustaba.

—Pero ese tipo no tiene nada que ver con vos.

—¿Y vos qué sabés de mí? ¿Qué sabés de él?

—De él, que es un turro. De vos, que sos un ser sensible, preocupada por los tuyos.

—Eso es lo que yo te muestro de mí. Yo no soy eso solo. No quieras encerrarme en la imagen que te hacés de mí. Yo siempre voy a ser más de lo que muestro o de lo que el otro se imagina.

—Pero él es un turro.

—Es cierto, es un mal tipo. Por algo ya no salgo más con él. Pero no me idealices, porque si me idealizás, tarde o temprano me vas a juzgar y eso me dolería mucho. Vení, sentate acá que te muestro.

Me senté en la cama al lado de ella. Nuestros cuerpos estaban separados por menos de diez centímetros. Hubiera bastado el más leve movimiento sísmico para que mi cuerpo se tocase con el de ella.

Lou abrió un álbum con fotos en blanco y negro. Había retratos de indios: una chica apoyada contra un árbol, un chiquito jugando con un barco de papel en un charco, un matrimonio mayor sentado en un banco con unas gallinas de fondo, un grupo de hombres cargando madera en una camioneta.

—¿Sabés qué me parece? Que mi papá pudo atrapar la memoria de mi pueblo con sus fotos. Mirá esta carpeta.

En la portada aparecía escrito: «Filtro de amor». En el interior había fotos de la mamá de Lou como única modelo. Muchas fotos de su rostro, de su cuerpo, de ella en medio de un campo, de ella sentada debajo de un árbol, de ella en el interior de una casa, su piel cobriza brillando en las tonalidades del blanco y negro.

—Ésta es mi foto favorita.

Era una foto rara. Sólo se veía en primer plano la nuca de la mamá de Lou, el pelo levantado, parte del hombro derecho y de la espalda.

—Una vez le pregunté a mi mamá por qué mi papá había puesto «Filtro de amor» a esta serie de imágenes y ella me explicó que en realidad así se llamaba esta foto. Se la sacó mi papá cuando estaban de novios. Él decía que ese ángulo que formaba la nuca desnuda y el hombro de mi mamá habían actuado como una pócima que lo había enamorado. Me gusta la idea de que la piel de uno puede ser un filtro de amor para el otro.

—Lou, yo estoy perdidamente enamorado de vos.

Me miró como miraría una mujer adulta si un compañero del jardín de su hijo le dijera que se había enamorado de ella. Me sentí chiquito.

—Perdidamente… —repitió.

Me pasó la mano por la cara. Se acercó a mí y me besó. Su boca me resultaba tan familiar como esos sueños que de tanto repetirse parecen dejar un recuerdo verdadero. En esas últimas semanas, había soñado tantas veces con besarla que, ahora que mi boca y la de ella se unían, era como el encuentro de dos viejos conocidos, de dos seres que se encontraban después de mucho andar.

La abracé y su cuerpo se aflojó con las caricias y nos caímos hacia atrás. Nos golpeamos la cabeza contra la pared, pero no me importó. Yo sólo pensaba en abrazarla. En nada más.