La abuela Kashpaw hizo un llamado telefónico y después le dijo a Lou:
—Hablé con Raoul. Pueden pasar a buscar las bolsas de dormir.
Edwidge iba a seguir durmiendo en la habitación que estaban, Lou iba a hacerlo en el cuarto que había sido de su papá y nosotros en el establo. Según el abuelo Kashpaw, era el mejor lugar de la casa.
Raoul, el vecino, nos iba a prestar tres bolsas de dormir. Vecino no era el término más apropiado. Vivía a poco más de un kilómetro. Para cortar camino, debíamos cruzar el campo que estaba detrás de la casa e ir por medio de un bosque.
—Así empiezan todas las películas de terror —dijo Ezequiel sin faltar a la verdad.
—Y muchas películas de amor —dijo Edwidge—. El amor es terror.
—Vamos, filósofos, caminen —Lou los apuró y salimos los cinco por el fondo de la casa. Pasamos por delante del establo y del granero, rodeamos la huerta y comenzamos a atravesar el campo. A lo lejos se oyó un aullido.
—Típico —dijo Ezequiel—, lobos. Nos van a devorar de a uno.
—Son coyotes —aclaró Lou—, y no nos van a atacar.
Era una noche de luna llena. El cielo se veía tan estrellado como en el campo de Córdoba al que fui una vez de vacaciones. En la ciudad se ven estrellas, pero en el campo se ven como enjambres de estrellas, miríadas de luces casi superpuestas en una inmensa tela negra.
—En la Argentina hay otras estrellas. Acá no tienen ni las Tres Marías ni la Cruz del Sur —me vanaglorié nombrando a las dos únicas constelaciones que podía reconocer. La astronomía nunca fue mi fuerte.
—Es cierto. Nosotras dos y Taslima o Cornelia en distintas partes del planeta compartimos el mismo cielo —dijo Edwidge.
—La luna es la misma —Pablo lo dijo con un tono amargo. Desde que habíamos visto el video chat, no había podido salir de ese estado apesadumbrado. Estaba molesto porque Lou había salido con Harry el Sucio. O porque no se lo había contado.
—La luna es la misma —repitió Lou mirándolo a Pablo. Después nos señaló el cielo—: Miren. Ésos son los Muchachos del Pedernal. Después de que la Tierra fue separada del cielo, el Dios Negro tenía un grupo de siete estrellas en su tobillo. Cada vez que el Dios Negro movía su pie, los Muchachos del Pedernal saltaban por su cuerpo hasta llegar a la frente. El Dios Negro está a cargo del cielo. En invierno, los siete Muchachos se ven mejor que ahora.
Llegamos al bosque. No era tan frondoso como para no dejar que se filtrara la luz de la luna. Se oía el sonido de las ramas y el «cric crac» de los grillos. Nada para atemorizarse, aunque, igualmente, íbamos con cierto resquemor.
—Ratas no hay, ¿no? —preguntó Ezequiel, que le tenía un temor patológico a cualquier roedor.
—Hay hurones. Son lindos.
—¿Lindos cómo?
—Como ratas gigantes.
La luz no era suficiente para ver nuestros pies, así que debíamos confiar en no estar pisando ningún bicho extraño como una víbora o todo un hormiguero.
—Cómo me gusta la luna llena —dijo Edwidge.
—Al hombre lobo también.
—Mira si alguno de nosotros tres es un hombre lobo —dijo Ezequiel.
—Lo veo difícil. No por lo de lobo… —aclaró la haitiana.
—La luna es demasiado cambiante para que me guste —Pablo caminaba detrás de todos. Adelante iban Lou y Edwidge, y un poco más atrás Ezequiel y yo.
—Estsanatlehi —la voz de Lou resonó como un conjuro indio.
—¿Qué cosa?
—«Estsanatlehi» significa en navajo «mujer cambiante». Es el nombre de mi diosa favorita. Estsanatlehi creó al primer hombre y a la primera mujer con los pedazos de su propia piel. Es la esposa del dios del Sol, Tsohanoai. Su casa está por acá, en el Oeste. Estsanatlehi se encuentra con el dios Sol cada noche después de que él cae rendido en el atardecer. Estsanatlehi se pone vieja cada invierno y vuelve a renacer cada primavera.
—No está mal. Lou, ¿me parece a mí o hay murciélagos a lo loco?
—Murciélagos sí, vampiros no. No se preocupen.
—Ya quisiera saber yo si a estos murciélagos no les da por la sangre humana.
—¿Qué harían tipos como Harry por la fórmula del polvo zombi?
—¿Polvo qué?
—Polvo zombi. Es un preparado que se usa en mi país para crear muertos vivos.
—En Haití sí que se divierten lindo.
—¿Quieren saber cómo se hace un zombi?
—No sé por qué, Edwidge, pero no es el tipo de información que me gusta recibir en medio de un bosque a medianoche.
—Ay, Ezequiel, me estás desilusionando.
—Y eso que ustedes no saben que este bosque era antiguamente un cementerio indio.
—¿Les cuento o no les cuento?
—Dale, contá.
—¿Saben quiénes son los bokor? Son unos brujos que dicen tener al mismísimo diablo como siervo. El bokor te hace tomar una bebida en la que previamente echó el polvo zombi. Cuando lo tomás, perdés todos tus signos vitales. No estás muerto, aunque para el resto de la gente sí. En Haití no hay muchos médicos y hace un calor infernal, así que a cualquiera que se le detiene el corazón lo entierran en menos de veinticuatro horas. Así que si tomás el polvo zombi, te entierran vivo.
—¡Qué jodidos los bokor!
—El efecto de la pócima dura unas cuarenta y ocho horas. Lo peor de todo es que en ningún momento perdés la conciencia de lo que sucede alrededor y ves cómo te sepultan. A las cuarenta y ocho horas de infierno, el bokor te desentierra y te da de comer una pasta alucinógena que te destroza las neuronas.
—Y quedás retarado.
—Claro, tu cuerpo vuelve a la vida pero tu cerebro se convierte en una esponja mojada. Tu cara carece de toda expresión, andás con la mirada fija, los párpados se te vuelven blancos. Perdés completamente la capacidad de decidir y te limitás a seguir las órdenes del bokor. El brujo te convierte en esclavo y terminás trabajando en una plantación de azúcar o asesinando gente, si así te lo ordena tu amo.
—¿Y vos sabés preparar el polvo zombi?
—¿Querés probarlo?
El bosque había quedado atrás y delante de nosotros había un alambrado que cruzamos. A pocos metros se levantaba una casa muy similar a la de los abuelos de Lou. Desde la casa nos vieron venir, porque se encendió una luz exterior. De adentro salió un tipo de unos treinta años que le dio un beso a Lou y nos saludó con un gesto a los demás. El tipo preguntó por los papás de Lou y después trajo las bolsas de dormir. Los varones cargamos una cada uno, saludamos al vecino y comenzamos a desandar el camino.
—Che, Lou, ¿es verdad que esto era un cementerio indio?
—Ajá, y de noche los muertos se levantan para jugar a las escondidas con los hombres lobo, los zombis y los vampiros.
—Y los coyotes en celo.
—Ésos sí que son peligrosos.