La historia es sencilla: Lou era novia de Harry el Sucio. Antes había salido con Dylan, que le había contado que su padre, un profesor de química de la escuela, junto con otros dos profesores con quienes se conocía desde la secundaria, habían descubierto la fórmula de la Coca-Cola. Dylan se lo contó a Lou y hasta le hizo probar la bebida preparada por el padre. No había diferencias con la Coca comprada en el quiosco y era superior a la Coca de McDonald’s. Lou no tuvo mejor idea que contárselo a Harry, que comenzó a pergeñar la idea de quedarse con la fórmula. Lo ocurrido en Springfield en los últimos días hacía suponer que Harry no la había obtenido por las buenas y había decidido actuar por las malas, y que el papá de Dylan y quizás el propio Dylan podían ser las próximas víctimas.
Había dos posibilidades: o Harry el Sucio estaba actuando con sus socios habituales (Bob Patiño, Cuautie, ¿los australianos?), o él le había contado la historia a alguien que había decidido llevar a la práctica las ideas del ex novio de Lou. ¿Era capaz Harry el Sucio de matar a alguien? Por momentos, pensaba que no, pero me bastaba recordar las mil y una que nos había hecho y, sobre todo, su cara de baboso en el video chat para considerarlo el criminal número uno.
—Yo corté al poco tiempo de ese chat. Nunca más volví a hablar con Harry del tema ni le conté nada a Dylan hasta que intentaron matar al segundo profesor y le ofrecí venir acá. No quiso.
—¿Cómo saliste de la cárcel? —preguntó Ezequiel.
—A la tarde nos soltaron a todos. Justo cuando llegaba mi papá. Fui a la terminal de ómnibus y saqué un pasaje para Santa Fe que salía a las siete de la tarde. Viajé toda la noche y la mañana. Cuando llegué a Santa Fe, los llamé por teléfono. Hablé con el señor White y me dijo que no habían vuelto. Después tomé otro micro hasta Window Rock. Me imaginé que ustedes iban a venir para acá.
Lou contaba todo tirada en el sillón. Estaba agotada, del viaje y de esta historia en la que había quedado enredada. Nosotros cuatro permanecimos callados, sin hacer ningún tipo de comentario. Edwidge buscó un CD entre los papeles del escritorio, me sacó del lugar frente a la compu y se puso a copiar el archivo. Después puso el CD en su cajita y lo guardó en una mochila.
La abuela Kashpaw nos llamó para cenar. Había preparado unos panqueques hechos con una harina colorada y rellenos de pollo, muy parecidos a los tacos mexicanos. La cena era para Lou, Ezequiel, Pablo y yo. Los demás ya habían comido hacía un par de horas. Igualmente, Edwidge se sentó a la mesa. Sólo se escuchaba el sonido de la tele que miraba el abuelo.