II

Window Rock era como una ciudad del lejano Oeste mezclada con una aldea mexicana, más un pueblito de la Puna argentina con construcciones escapadas de algún lugar de la Patagonia. Los autos viejos anteriores a los ‘80 convivían con camionetas cuatro por cuatro y modernos descapotables. Caminando por los límites de la capital navaja, vimos por qué se llamaba así: una montaña no muy alta con una espectacular abertura en el medio, como si fuera la entrada a un túnel al más allá.

—Igual que Sierra de la Ventana —dijo Ezequiel quitándole toda magia.

¿Qué hacíamos recorriendo Window Rock como turistas o, más bien, como viajeros perdidos? Buscábamos algo sin saber qué, una especie de señal divina que nos permitiera avanzar. Habíamos llegado después de casi dos días de viaje y ahora no teníamos ni idea de cómo seguir.

—¿Y si nos dejamos de joder, entramos en un negocio y directamente preguntamos por el abuelo de Lou? Alguien debe conocer al señor Kashpaw.

Pablo tenía razón. En el peor de los casos, nadie lo conocía y debíamos pasar la noche bajo las estrellas y muertos de hambre.

Entramos en un negocio que vendía artesanías hechas en piedra y en metal. Lo atendía una mujer india de unos cincuenta años. Hablé yo.

—Buenas noches, mire, estamos buscando a un señor mayor, al abuelo de una amiga. Se llama Kashpaw de apellido, pero no sabemos…

—¿Nector Kashpaw?

—Bueno… creo que sí… tiene una nieta que se llama Louise.

La señora salió detrás del mostrador, fue hasta la puerta y llamó a alguien que acomodaba cajas en una camioneta.

—Gerry, vení para acá.

Gerry era un indio grandote, de dos metros de alto y cara de pocos amigos.

—Estos chicos buscan al padre de Fred. Llevalos con la camioneta y volvé después a terminar lo que estabas haciendo.

La señora nos hizo un gesto como despidiéndonos. Le dimos las gracias tartamudeando y sin poder creer el golpe de suerte. Subimos a la camioneta, Ezequiel adelante, Pablo y yo atrás mirando al cielo. Algo me decía que esa noche iba a terminar todo maravillosamente bien.