IV

Eran las nueve y media de la noche. Nos metimos en la pizzería Mazzio’s y pedimos una Lucky 7 que tenía de todo: salamín, ajíes verdes, cebolla, hongos frescos, tomate, aceitunas y cuatro quesos. La devoramos. Ezequiel se comió también los hongos que Pablo y yo habíamos separado.

En menos de una hora estábamos de nuevo en la calle. Pasamos una serie de edificios torre y nos cruzamos con la interestatal 40. Nos quedamos agazapados un rato, esperando ver aparecer al cabo Polonio por algún costado. Cuando vimos que no había moros en la costa, cruzamos y fuimos hasta nuestra ruta, la 66.

—Nos falta cruzarnos con un asesino serial y la hacemos completa —dijo Ezequiel.

—O con una asesina. ¿No vieron Monster?

—Mike Wazowsky y Sullivan, dos capos.

—No, tarado, ésa es Monsters Inc. Yo digo Monster. Es de una mina que mata a los tipos que se levanta en la carretera.

—Prefiero una asesina serial y no al cabo Polonio.

Ya estábamos en plena ruta, cuando un auto descapotable se detuvo ante nosotros. Lo conducía un flaco al que acompañaba una chica rubia. Ella nos apuntaba. No con un revólver, sino con una cámara de video.

—¿Adónde van, muchachos?

—Para el Oeste. Tenemos que llegar a Window Rock.

La chica, sin dejar de mirarnos por el visor de la cámara, nos dijo que subiéramos en el asiento de atrás. En ningún momento dejaba de filmar.

—Mi nombre es Christine y él es mi amigo Bruno.

Bruno sonrió más para la cámara que para nosotros. Era un muchacho fornido, de pelo muy corto y con aspecto de surfista. Ella estaba muy fuerte y su cara me resultaba familiar. Incluso su voz: pronunciaba el inglés como si fuera extranjera, no tanto como nosotros, pero con una tonada extraña.

—Vamos hasta Shamrock. ¿De dónde son ustedes?

Le contamos nuestros orígenes sureños y nuestro viaje de estudios. Christine alabó nuestro inglés y dijo que éramos muy lindos. Que cuántos años teníamos. Mentimos y dijimos diecisiete. Por lo visto, la respuesta era incorrecta, porque sorpresivamente apagó la cámara.

—Son menores —dijo mirando a Bruno.

—Te lo dije.

—El rubio parece más grande —y dirigiéndose a Ezequiel—: ¿Te falta mucho para cumplir dieciocho?

—Y… un poco… primero tengo que cumplir diecisiete.

Ezequiel se rió, pero ella siguió seria. Se dio vuelta y ya no se dirigió a nosotros.

—Es un problema.

—Acordate del «integrante afortunado» que dijo que tenía dieciocho.

Cuando escuché «lucky member», mi mente hizo «click». Yo sabía quién era ella.

—Christine Young —casi grité.

Ella se dio vuelta y me dedicó una sonrisa devastadora.