I

¿Qué podíamos hacer? ¿Decirle que se detuviera y bajarnos? Al fin y al cabo, era un contrabandista acostumbrado a hacer su trabajo. Si estaba en libertad era porque no lo habían agarrado. O al menos no lo habían agarrado en los últimos tiempos. El apriete del mono en mi hombro había pasado a ser una caricia ante el panorama de nuevos peligros que se abría.

El camión de B. J. devoraba kilómetros y kilómetros y nos acercaba a nuestro destino. Probablemente la ruta 66 estaba mucho menos vigilada que la interestatal 40 y por eso B. J. elegía ir por ahí.

Cada vez que iba a pasar a otro vehículo, B. J. tocaba su bocina que sonaba como el llamado de un barco de vapor. Desde arriba del camión era divertido, aunque supongo que para los automovilistas debía resultar amenazador.

El chimpancé iba en la parte de atrás, pero asomaba su cabeza entre la de Ezequiel y la mía. Su mano derecha la llevaba apoyada sobre mi hombro. No es que fuéramos tranquilos, pero tampoco estábamos aterrados.

Fue Bear el primero que los vio. Me soltó el hombro y comenzó a chillar y a golpear sus largos brazos. B. J. se sonrió con los pocos dientes que le quedaban.

—Allá están de nuevo. Muy bien, Bear, hay que estar atentos.

Miramos hacia delante y vimos sólo una mancha al final de la ruta. A medida que nos acercamos, fuimos distinguiendo a un grupo de vehículos que cerraban el tráfico de la ruta. Cuando estuvimos todavía un poco más cerca, el corazón se nos detuvo: la policía.

—¿Estamos todavía en Oklahoma o llegamos a Texas? —me preguntó Pablo. Chequeé el mapa.

—Creo que todavía en Oklahoma.

—Qué bueno. Porque Texas es la capital mundial de la pena de muerte y esta vez no zafamos.

B. J. tarareaba una vieja canción y, cuando estuvimos a quinientos metros de los patrulleros que cerraban el tráfico y que parecían esperarnos, aceleró. Pablo se agarró a mí y yo a Ezequiel. No sé si el Equi se agarró de B. J. o del mono. Si íbamos a morir chocando con el camión o baleados por la policía, lo mejor era estar bien juntitos.

B. J. tocó su bocina infernal. Los policías sacaron sus armas e hicieron gestos para que nos detuviéramos. Yo confiaba en que vieran nuestra cara de horror y nos perdonaran la vida. Que no nos dispararan mucho. A menos de treinta metros, cuando el choque parecía inevitable, B. J. dio un muñecazo y con una gambeta que reíte del Kun Agüero dejó pagando a la policía. Mientras pasábamos por el costado de los patrulleros, vi una imagen rarísima: un policía en silla de ruedas nos tiró la silla encima, ni que él fuera en otro camión con acoplado. Por el espejo retrovisor vi al policía que nos insultaba y nos mostraba su puño en alto. B. J. se reía como si todo no fuera más que una gran broma.

—¿Lo vieron al Sheriff Lobo? El viejo no se pierde nunca mi cruce.

El viaje siguió plácidamente, aunque en ningún momento se nos fue la sensación de que la policía iba a aparecer de un momento a otro. Y, muy probablemente, acompañados del cabo Polonio.

Ya se había hecho de noche. Una noche clara iluminada por una gran luna, a pesar de unos nubarrones que se veían hacia el sur. En la radio sonaba Jewel cantando «Love me just leave me alone», una canción que me gustaba y que iba muy bien con esa ruta desolada.

Desolada no. Delante de nosotros había dos personas haciendo dedo. Dos mujeres. B. J. paró justito al lado de ellas.

—¿Adónde van, preciosuras?

—Hasta Texas, vaquero —dijo una. Para que quede claro rápidamente: entre las dos sumaban más de cien años. Iban pintadas igual que Crosty, el payaso. Se podría decir que llevaban ropas provocativas, pero hay provocaciones y provocaciones.

—Muchachos —dijo B. J.—, hasta acá llegamos. Lo siento. No puedo dejar a estas dos chicas en medio de la ruta y de la noche. Han sido excelentes compañeros de viaje y espero que nos volvamos a encontrar en algún punto entre California y Chicago. Ahora… ya saben… —nos guiñó un ojo.

Dicho lo cual, nos bajamos, y el Equi —todo un caballero— ayudó a las damas a subir por la escalerita plateada. B. J. saludó con su bocina y me pareció que Bear nos despedía con su mano peluda. Yo saqué mi cámara de fotos e hice una toma lateral del camión. Se veían las mujeres, Bear y, levemente fuera de foco, B. J. El camión arrancó dejándonos solos, rodeados por el inmenso campo sembrado de Oklahoma.