Cuando nos dimos cuenta de la hora, un micro plateado con el cartelito de Oklahoma detrás del parabrisas hizo su entrada en la plataforma.
Bajó sólo una persona y subimos nosotros, con la cámara de fotos colgada en mi cuello como único equipaje. Se notaba que el micro venía de muy lejos, porque había en el aire un clima de cansancio y fastidio a pesar del ambiente climatizado que aliviaba el calor agobiante de Missouri. Algunos llevaban las ventanillas cubiertas para que el sol no los molestara. Nadie hablaba, sólo se sentía la respiración pesada de algún dormido o los bufidos de molestia de algún pasajero cansado.
Pablo y Ezequiel una vez más se sentaron juntos. Me dejaron solo con una persona desconocida en el segundo asiento, mientras ellos se fueron para las últimas filas del micro, bien cerca de la máquina del café y del agua.
Según mi pasaje, a mí me tocaba ventanilla. Sin embargo, el asiento estaba ocupado por una mujer de edad indefinida entre los treinta y cinco y los sesenta años, bastante gorda y con unos rulos graciosos que caían sobre su frente. Dormía y emitía un leve ronquido con la boca abierta. Me pareció que no era el momento de protestar por mi asiento.
El ómnibus arrancó en punto. No habíamos tomado todavía la autopista interestatal 45 cuando mi compañera de viaje se despertó como asustada. Yo la miraba de reojo. Ella observaba por la ventanilla y con un tono casi dramático me preguntó:
—¿Dónde estamos?
—Acabamos de dejar la terminal de Springfield.
—¿Springfield qué? —tenía un tono agresivo de profesora mala o de persona que sufría de los nervios.
—Springfield, Missouri.
Miró por la ventanilla tratando de reconocer el paisaje, pero no debía de ser muy distinto al de cualquier autopista del Medio Oeste norteamericano. Igualmente, parecía más distendida.
—Creo que me dormí en Chicago —dijo y se rió como si hubiera dicho algo muy gracioso. Aproveché su buen humor y le reclamé:
—Mi pasaje dice que me corresponde el asiento de la ventanilla.
Me miró como si le hubiera hablado en español.
—¿Qué edad tenés?
—Quince.
—¿Y tus padres dónde están?
—Viajo con unos amigos.
Movió la cabeza negativamente y se repantigó en su asiento. En mi asiento. No dijo nada y yo no volví a insistir sobre el asunto.