Llamamos a mi tío. Me insultó en armenio, en arameo y en varias lenguas más. «El turco está como loco», dijo Ezequiel cuando corté.
Llamamos a Flanders para excusarnos por nuestra ausencia durante todo el día con alguna mentira. Sin embargo, los turros de Briscoe y Malo ya se habían puesto en contacto y le habían contado todo. El colmo del cana botón. Flanders estaba destruido, furioso, místico. Todo a la vez.
—Esto no es lo acordado, ni lo que esperamos las familias que acogemos a los jóvenes provenientes de todo el mundo. Desobedecer las leyes es desobedecer la ley de Dios. Ustedes se comportaron de la peor manera. Ahora mismo voy a hablar con la oficina de intercambio cultural.
Tomamos por la avenida Campbell y comenzamos a caminar lentamente.
Fue Pablo el que planteó el único y verdadero problema que teníamos:
—¿Qué va a pasar con Lou?
—La tendrán presa hasta que el papá venga de Chicago a buscarla.
—Pero ella tenía que ir a buscar las pruebas contra los asesinatos. ¿Y si mientras está presa matan a alguien más?
Era cierto. La tercera víctima no estaba a salvo, y menos con Lou detenida. Además, la tercera podía ser la vencida. Y ahora no estaba Lou para escondernos.
—Tenemos que ir a buscar ese video chat del que habló Lou.
—Alexandros me dijo que él puede hacer todas las modificaciones para mandar sólo las partes comprometedoras.
—¿Y cómo hacemos para conseguir ese CPU?
—¿Dónde está Window Rock?
—A mil seiscientos kilómetros de acá, millas más, millas menos, hacia el Oeste, por la Ruta Madre —dijo Pablo.
Se hizo un silencio. No sólo había que trasladarse mil seiscientos kilómetros más. Había también que encontrar el pueblo de la reserva navaja, encontrar a la familia de Lou, convencerlos de que nos dejaran revisar el CPU y después ubicar el bendito archivo. Demasiados pasos problemáticos como para que todo saliera bien. Pero si volvíamos a Springfield con las manos vacías, era probable que alguien más muriera. Estaba en nosotros tratar de impedir que un nuevo asesinato se llevara a cabo.
Pablo se paró, nos miró, miró la calle y dijo:
—Muchachos, llegó la hora. La hora de lanzarnos al camino. La ruta 66 nos espera.