VIII

La primera vez que salí de la Argentina fue con este viaje. Así que cuando llegamos a Estados Unidos, sentí que entraba en un mundo totalmente distinto, con códigos que desconocía. Al principio, apenas podíamos tartamudear en inglés, y mi tío nos había hecho tantas recomendaciones que una vez en Springfield creía que si no cruzaba por las líneas peatonales me iban a llevar preso. Esa sensación de un mundo desconocido se terminó la primera vez que salimos solos y caminando por la Gran Avenida dimos con un local de McDonald’s. Fue como encontrarnos de pronto en el living de nuestras casas, un lugar que conocíamos con sus dos pisos, sus baños para discapacitados, sus asientos que podíamos ocupar por horas, sus desayunos hasta las 11, sus cajitas felices y sus Big Mac. Dentro de un McDonald’s, siempre me voy a sentir como en casa.

Nos sentamos en una mesa con vista a la calle y analizamos la situación. No había que ser Sherlock Holmes para concluir que Lou sabía muchísimo más de lo que nos había dado a entender. Teníamos que hablar con ella.

Pablo la llamó por teléfono. No estaba en la casa, pero le había dejado dicho a su madre que si llamábamos podíamos pasar a buscar la bicicleta. Nos tomamos el trolebús y fuimos a la casa de Lou, que quedaba bastante lejos del centro. Nos atendió la mamá. Era una mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años y tenía el mismo tipo de belleza que su hija. Usaba jeans ajustados y una camisa floja.

Nos preguntó si queríamos un vaso de leche y le dijimos que sí. Un televisor prendido mostraba un programa de preguntas y repuestas en el que participaban Paris Hilton y su hermana.

La mamá de Lou se llamaba Albertine Peltier. Nos trajo unas galletas de avena, miel y sésamo que comimos hasta no dejar ninguna en el plato. Nos hizo preguntas sobre la Argentina y sobre nosotros. Para mi sorpresa, no dijo «quién es Pablo» sino:

—¿Quién de ustedes es Ariel? Me dijo Louise que sos muy buen fotógrafo. ¿Sabías que el papá de Lou es fotógrafo? Nos separamos cuando Lou era chiquita y él se fue a vivir a Chicago. Trabaja en una agencia de publicidad. Ve muy poco a Lou, demasiado poco. Ella tampoco va a visitarlo ni a pasar con él las vacaciones. Prefiere ir a lo de sus abuelos paternos en la reserva navaja de Window Rock.

A la mamá de Lou le gustaba hablar. Así que nos quedamos escuchando anécdotas de su hija cuando era una indiecita que pasaba parte del año en las reservas de los navajos en el oeste o en la de los chippewas al norte.

—Ahora sólo va a la reserva navaja. La reserva chippewa le recuerda demasiado el dolor que toda mi familia sufre.

Hizo silencio. Fue hasta la cocina y apareció con más galletitas y una sonrisa triste. Nos acompañó hasta la puerta. Le pregunté si le podía tomar una foto y me dijo que sí, que le encantaba que le sacaran fotos. Le saqué una bajo el marco de la puerta de entrada. Como Lou, ella también tenía esa mirada de mujer dura, dispuesta a soportar todas las hostilidades de este mundo.

Pero ¿dónde estaba Lou? ¿Por qué no se había contactado con nosotros? ¿Nos estaba evitando? ¿Por qué ella sabía lo que estaba ocurriendo con los profesores de la escuela? Tomamos la bicicleta y nos fuimos sin saber en dónde buscar las respuestas.