Apoyados en sus autos estaban el viejo y el latino. El inspector Briscoe y el inspector Erik Malo. Me hicieron un gesto para que me acercara. Ezequiel y Pablo se quedaron atrás. Como la vez anterior, primero habló Briscoe:
—Un asesinato y un intento: un buen promedio. En las dos oportunidades, los presuntos responsables se esfuman y en los dos crímenes vos y distintos amigos tuyos están en el lugar de los hechos.
—La segunda vez fue un intento porque justamente llegamos con mis amigos.
—En todo caso, uno de los asesinos te admira lo suficiente como para usar la misma ropa que vos.
—Me imagino que ésa es la manera más fácil de incriminar a alguien, ¿no?
—¿Por qué desapareció tu amiga?
—¿Taslima?
—Louise, la aborigen. Estaba con ustedes y ahora nadie sabe dónde está.
—Habría que preguntarle a ella.
—Seguro que vos no sabés dónde está.
—No.
—Oye, pequeño, sabemos que tú estás implicado. ¿No sería más fácil que nos lo digas antes de que te tengamos que detener y te condenen a la silla eléctrica?
—Yo no tengo nada que ver —le respondí en inglés.
—Como quieras, en la cárcel te va a resultar más difícil hacer un acuerdo con el fiscal de distrito. No creo que quiera quitar el pedido de pena de muerte.
Se subieron al auto y se fueron.
—Balas que pican cerca —dijo Ezequiel citando a Víctor Hugo Morales.
—Mi destino es terminar en Zing Zing —dije, y nos fuimos al McDonald’s de la Gran Avenida.