VI

A la mañana siguiente, cuando nos levantamos, los White ya estaban al tanto de parte de lo que había ocurrido en la casa de los anfitriones de Taslima:

—Intentaron matar al profesor Brown —dijo Trevor padre.

Según lo averiguado por Trevor después de varios llamados entre vecinos de Springfield, el matrimonio Brown fue atacado por dos jóvenes vestidos de payasos que se escaparon cuando oyeron llegar a «la chica árabe» y sus amigos. Por suerte, ignoraba quiénes eran sus amigos.

—Esa chica árabe no me cae nada bien. Me imagino con la clase de gente con la que se junta.

—No es árabe, es bengalí —le aclaré.

—Pero es musulmana —dijo Trevor en el mismo tono con que Flanders podría haber dicho «es una terroristilla».

Tanto sus vecinos como él creían que la chica árabe y sus amigos estaban involucrados en el incidente y que habían disimulado cuando se prendió la alarma. Ni el testimonio de los Brown en contrario a esta teoría servía para disminuir las habladurías. No nos pareció el momento más adecuado para decirle que éramos nosotros los que habíamos estado la noche anterior en esa casa. Aunque creo que, en el fondo, Trevor y Jo sospechaban que esos chicos quinceañeros que tenían en la casa bien podrían ser asesinos o terroristas. Debían contar los días que faltaban para que nos fuéramos.

En el templo bautista, el reverendo hizo un sermón sobre la violencia. Habló de lobos y corderos e instó a cuidarnos de aquellos que se disfrazan de estos últimos. Animalitos de Dios.

Cuando salimos del templo y el pastor nos dio la mano, vi en sus ojos la misma inquietud y desconfianza de los White. Volvimos a la casa y aprovechamos para mandar mails a nuestras casas:

«Querida mami:

Cada vez hablo mejor el inglés. Ya casi pienso en inglés. El tío tenía razón: este curso está buenísimo. Por acá, todo bien. Los chicos y yo comemos bárbaro. Jo, la señora White, cocina riquísimo, aunque no tanto como vos. Debo haber engordado cinco kilos. La gente es macanuda, nos tratan muy bien y nos divertimos. Fuimos a conocer la casa de Lincoln, fuimos a un museo de autos antiguos y hasta nos llevaron a unos pueblos cercanos que se llaman Pekín y Eureka. Con la plata que tengo me arreglo bien y hasta me compré un jean Levi’s de cinco bolsillos. Te mando una foto en la que estamos con Ezequiel y Pablo en un parque que se llama Jaycee. La remera que tengo puesta me la regaló un amigo griego y es de un club de fútbol de su país. Le prometí que le iba a mandar la de Boca cuando volviera. Decile a papá que no se olvide de grabarme los partidos de la Libertadores. Le compré una corbata que le va a encantar. A vos también te compré algo pero no te digo qué. Sorpresa. Dale un beso al viejo y muchos besos para vos.

Ariel».

A mi mamá le había comprado un perfume y unos anteojos de sol impresionantes.

Comimos con los White y después salimos a caminar. Por suerte, no nos preguntaron dónde habíamos dejado la bicicleta que faltaba. A cien metros de ahí alguien nos esperaba. No era ninguna chica. Era la policía.