El chisme es un lenguaje universal. Funciona tan bien en las veredas de Lanús como en las esquinas iluminadísimas de Springfield. Así que al día siguiente, los chismes estaban a la orden del día en la escuela:
Que Edwidge se había enamorado del profesor y por eso lo había matado.
Que era una vieja venganza rastafari (confusión de Haití con Jamaica).
Que todos los extranjeros éramos cómplices y que seguramente los crímenes iban a seguir.
Si hasta ese momento nos miraban raro, a partir de entonces todo se hizo más difícil. Faltaba que nos hicieran pasar por un detector de metales (en esta escuela no había) o que directamente nos expulsaran, propuesta de Cuautie que fue rechazada incluso con silbidos.
—No te ilusiones, chaval —me dijo Almudena en español—, nos quieren cerca para quemarnos en la hoguera.
Exageraba. La verdad es que, salvo dos o tres tarados, los demás nos trataban con indiferencia. Era mejor eso a que nos mirasen como monitos de zoológico como ocurriría en mi escuela en caso de que se llenara de gente proveniente de todo el mundo.
Igualmente, poco a poco, la escuela volvió a su ritmo habitual. El miércoles, la noticia del profesor asesinado no era más importante que el partido del sábado entre las Jaguars y las Monkeys.
Mi preocupación por el destino de Edwidge se vio eclipsada por un problema mayor: las salidas diarias de Lou y Pablo. Cuando no iban a ver una película de cine independiente (con títulos tan poco atractivos como Más extraños que el paraíso), era una muestra en la galería Parkinson de un tipo que pintaba graffiti. El miércoles Pablo llegó a casa de los White después de la cena, es decir a las ocho, ya que cenábamos a las seis y media. Flanders se enojó con él y lo retó. Lo increíble es que yo estaba de acuerdo con las diatribas de Flanders. Pablo puso cara de circunstancia y se metió en la habitación. Se tiró sobre la cama y, mirando el techo, nos dijo a Ezequiel y a mí:
—La maté a besos.
Era mi amigo, uno de mis dos mejores amigos, pero en ese momento, por un segundo o dos, era a él a quien yo habría matado con mis propias manos.