Cerca del mediodía, les propuse ir a ver el entrenamiento de las Monkeys. Cualquier invitación que implicara ir a ver a las chicas siempre era bienvenida.
Ezequiel, parado en el medio de las jugadoras, les indicaba ejercicios de recuperación de pelota, de pases cortos. Corregía, aconsejaba, alentaba, ordenaba. Un auténtico entrenador.
El día anterior Edwidge no había estado entre las chicas, algo no tan raro si se tenía en cuenta que era domingo. En cambio, que no estuviera ese lunes comenzaba a resultar inquietante. Era evidente que no había venido a la escuela.
Al rato llegaron Pablo y Lou, que fue silbada por las chicas de nuestro equipo porque ella formaba parte de las Jaguars. Lou les mostró su dedo del medio y Almudena y Taslima le respondieron de la misma manera. Se querían.
Vi una mirada de inquietud en Lou. Seguí sus ojos y observé a dos tipos de saco y corbata que se habían acercado a un grupo de chicos que estaban en el campo de béisbol. Los chicos señalaron hacia nuestro lado. Los ojos de Lou parecían los de una gata. Atenta y temerosa a la vez. Los tipos se acercaron a nosotros. Uno era viejo, muy flaco y arrugado. El otro era morocho y usaba lentes oscuros. Los dos caminaban lento, como disfrutando del día. «Policías», dijo por lo bajo Lou. Se acercaron y preguntaron por mí. Me mostraron su credencial, de la que sólo vi el brillo y me pidieron que los acompañara unos metros porque me querían hacer unas preguntas.
Ante la mirada de todos, nos alejamos hasta unos árboles. El viejo se presentó como el detective Joe Briscoe. El otro no dijo nada. Briscoe me preguntó si comprendía perfectamente el inglés.
—Perfectamente, no. Pero lo suficiente para mantener una charla.
—Bien. Estuviste ayer viendo el partido de básquet en el estadio.
No entendí si era una pregunta o una afirmación, así que moví afirmativamente la cabeza.
—Pero en un momento dado saliste. ¿Qué fuiste a hacer?
—Como me aburría, fui a caminar.
—¿Por dónde anduviste?
—Por el campo de deportes.
—¿Nada más?
—Creo que caminé hacia el estacionamiento.
—¿Fuiste hacia las aulas?
—Anduve por el campo hacia ese lado, pero no llegué hasta ahí.
—¿Siempre estuviste solo?
¿Qué contestar? ¿Poner a Edwidge en la escena o no? Lo lógico es que si sabían que yo había estado fuera del estadio, también debían saber que Edwidge andaba por ahí.
—Me encontré con una amiga, Edwidge.
El policía viejo, que era el que hacía las preguntas mientras el otro me miraba con una sonrisa condescendiente, se fijó en unas anotaciones que tenía, como si el nombre de Edwidge le sonara de algún lado.
—¿Dónde se encontraron?
—En el estacionamiento.
—Qué lugar raro para encontrarse.
—No crea. Es un buen lugar para ir a besarse.
—Así que ustedes se encontraron para, digámoslo de esta manera, intimar.
—Sí.
—¿Y ella de dónde venía?
—Creo que me dijo que venía del baño.
—¿Te lo dijo o la viste venir?
—Yo estaba mirando las estrellas.
El policía viejo miró al otro, que me dio unas palmaditas amistosas y me habló en español.
—Vamos, bróder, te conviene decir todo. Tú sabes que en este país no colaborar con la justicia, obstruirla, es un delito.
Le contesté en inglés:
—Estoy colaborando con lo que sé.
El morocho ya no sonreía, pero seguía hablándome en español:
—Si defiendes a tu amiguita puedes terminar en prisión como ella. Y un asesinato aquí se paga duro. Mira, bróder, colabora conmigo y vuelves con tus amigos. Tú y yo nos entendemos, somos latinos.
Bueh, tal vez me salió en un tono altisonante, casi patético, pero me salió así y en español.
—Yo no soy latino, soy latinoamericano.
Me pidieron que no me fuera del estado de Illinois sin avisar. El morocho me dejó su tarjeta por si recordaba algo o por si quería charlar con él. Se llamaba inspector Erik Malo. Con ese apellido, también. Se fueron como vinieron, con el mismo paso tranquilo de quien disfruta de la mañana.
Los chicos y las chicas se acercaron hacia mí. Mejor, porque yo no podía moverme de tan débiles que sentía las piernas. Les conté que querían saber qué había estado haciendo con Edwidge en la noche del sábado. Que me habían dado a entender que Edwidge estaba presa. Lou me corrigió.
—Presa no está. Hoy llamé a la mañana a su casa para venir juntas a la escuela y la señora con la que está viviendo me dijo que ella se fue ayer. Que se despidió diciendo que volvería en unos días.