III

Ezequiel se había tomado en serio su trabajo de director técnico y aprovechó el día sin clases para entrenar a las Monkeys. Pablo se fue a la biblioteca a buscar no sé qué libro de unos poetas franceses (algo absurdo estando en Estados Unidos) y yo me quedé dando vueltas por la escuela para ver si me cruzaba con Lou, pero no apareció. Seguro que iría directamente a la biblioteca, como Pablo.

Fui con Ji-Sung y Vincenzo al comedor. Compramos unas gaseosas. Cerca de nosotros estaban Sylvia y Lorrie, vestidas como para una fiesta. Uno no podía dejar de sentirse vulgar y sucio al lado de ellas, siempre con sus ropas impecables y sus perfumes tan caros como apestosos. Era lógico que Lou se sintiera más cómoda con Edwidge o Cornelia.

Con Vincenzo y Ji-Sung pasamos parte de esa mañana hablando pavadas. Ji-Sung nos explicó las reglas del lacrosse que había aprendido a jugar en Dakota del Norte donde su padre había sido agregado cultural en una oficina de la embajada de Corea. Vincenzo contó que era de Pozzuoli, una ciudad cercana a Nápoles. Otro fanático de Maradona. Les conté cómo con Ezequiel y Pablo habíamos rescatado la primera pelota con la que había jugado el Diego. Escucharon todo el relato muy interesados y, cuando terminé, me dijeron que era muy bueno para contar historias. Me pareció que no me creyeron.