Los cursos anuales en la Escuela Preparatoria George Maharis iban de septiembre a junio. Cuando nosotros nos incorporamos a los cursos de «integración», los locales ya iban por la segunda parte del año. Lo mismo ocurría con Alexandros, Ji-Sung, Almudena y Taslima. No había sido un año de gran integración. A nuestra llegada, ese objetivo se había ido por la borda.
Al poco tiempo de comenzar el año, los extranjeros se sentaban todos juntos en una mesa del comedor y muy pocos les hablaban. Nadie los invitaba a sus fiestas, no practicaban juntos ningún deporte y una primera tanda de estudiantes extranjeros bimestrales y trimestrales se había ido sin pena ni gloria. De integración, ni hablar.
La situación se había complicado con Taslima y un iraní que se llamaba Arash. Les decían los «chiítas» o los «iraquíes».
—Justamente a Arash —decía Alexandros—, sus padres se fueron de Irán en la época de Khomeini. Vivió desde chiquito en Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes, que tiene más centros comerciales que Estados Unidos.
El caso de Taslima era más extremo: había nacido en Bangladesh, pero los fundamentalistas musulmanes habían puesto precio a la cabeza de su madre, una escritora, creo, y se fueron a vivir a Estocolmo.
—Lo cierto —dijo Almudena mientras comíamos tacos mexicanos en el Taco Bell de Stevenson Drive— es que por culpa de estos dos, nos comimos… ¿cómo se dice en inglés?, bah, menudo mogollón.
—Hasta que llegaron ustedes y se pudrió todo —dijo Ji-Sung acusándonos a Viggo, a Vincenzo y a nosotros—. ¿Qué es eso de desafiarlos, de hacer partidos, de meterse con sus chicas?
Fue Viggo el primero en salir con una de las chicas, Djuna. Eso hizo que Viggo se ganara la admiración de todos. Por el contrario, salir con Viggo significó para Djuna pasar del segundo puesto de las chicas más populares de la escuela al octavo. Al tiempo cortaron, y Djuna se puso de novia con uno de los australianos y subió al cuarto lugar de popularidad. Yo no llegaba a entender demasiado bien cómo funcionaba ese tema. No se regían por ser la más linda, sino por un conjunto de virtudes que bordeaban el misterio e incluían ropa, novio actual, novios pasados, amistades (con otros chicos populares, todo un círculo vicioso), fama de buena porrista (la capitana no bajaba nunca del tercer puesto de popularidad) y una particular virtud de ignorar a todos aquellos con los que se cruzaban. Nosotros éramos invisibles para chicas como Sylvia o Lorrie. De ahí que lo de Viggo causara admiración.
Y fue el taño Vincenzo el que propuso armar equipos deportivos para jugar contra los locales. En realidad, quería armar un equipo de fútbol, pero los norteamericanos no aceptaron el desafío. Por eso armamos el de básquet. Las chicas tuvieron más suerte: ellas sí podían jugar a la pelota.
Viggo y Vincenzo comenzaron todo, pero nosotros tres los seguíamos de cerca.
—Hasta ahora, nos habían ignorado o maltratado de palabra. Por ustedes —Almudena nos señaló uno por uno—, nos van a colgar de un árbol.