—¿Qué les parece si vamos a la escuela? —propuso Viggo.
—¿Un domingo a la tarde? —Ezequiel no estaba dispuesto a renunciar a su fobia escolar.
—Están entrenando las chicas —Viggo solía manejar ese tipo de información sobre nuestras compañeras—. Fútbol.
—Nunca pensé que iba a terminar envidiando a las mujeres.
Según nos contaron Viggo y Vincenzo, las chicas usaban el domingo porque no había prácticas de fútbol americano y tenían la cancha grande a su disposición. Se estaban preparando para el partido del sábado siguiente contra las locales. Era el equivalente al partido de básquet que se había jugado el día anterior, pero en femenino.
Llegamos justo cuando estaban haciendo una práctica de fútbol: las titulares contra unas suplentes, más otras chicas que habían venido a darles una mano. Un picado, bah. Nos acomodamos los siete varones en una pequeña tribuna de madera. Alexandros definió el juego de las chicas al toque:
—Corren mucho pero juegan poco.
—¿Qué hacen? —preguntó indignado Ezequiel—. Miren las laterales, avanzan con la pelota hasta el medio y se la pasan a las volantes. Las laterales retroceden. Las volantes avanzan diez metros y se la pasan a las delanteras. Las volantes retroceden. Y fíjense: las delanteras se quedan arriba esperando que les pasen la pelota.
Ezequiel no soportó más. Se bajó de la tribuna, se acercó a la cancha y empezó a gritarles a las chicas.
—Cornelia, seguí, seguí con la pelota. Taslima, cuando Cornelia avance vos cerrá su lateral. Hacé el relevo, querida. A ver la nueve. Nueve —le gritaba a Almudena—, si ves que la pelota no te llega, bajá a buscarla, nena.
Parecía el Bambino Veira. Le faltaba que se pusiera a gritar «belleza, quiero belleza».
Las chicas pararon la práctica. Y se fueron hacia el centro de la cancha. Yo pensaba: «qué ganas el Equi de ganarse el enojo de las chicas». Lo que ocurría era que el pobre no soportaba ver un partido de fútbol sin querer participar. Las chicas estaban discutiendo algo entre ellas. En bloque fueron hacia el Equi. Lo único que faltaba es que también ellas nos fueran a pegar.
—Ezequiel —dijo Cornelia—, queremos pedirte algo. Queremos que seas nuestro director técnico, que nos digas cómo tenemos que jugar al fútbol.
—¡Ídolo! —le grité en español y todos entendieron. Los varones nos pusimos a aplaudir. El Equi nos miró con la misma sonrisa que pondría si Britney Spears lo invitara a cenar. Se volvió hacia las chicas y puso su voz más varonil.
—Está bien, acepto. Todo sea por el bien de las Monkeys. Mi primera indicación es la siguiente…
—¡Intercambio de camisetas! —gritó Viggo. El Equi se dio vuelta pero esta vez nos miraba con odio.
—Mi primera indicación es la siguiente: no vamos a jugar al fútbol, vamos a jugar a la pelota.