Así que ese domingo nos levantamos y fuimos hacia la cocina, donde Jo preparaba la mesa con huevos, panceta, jugo de naranja, cereales, pan tostado, mantequilla de maní y café. Si algo iba a extrañar cuando volviera a Buenos Aires, eran esos desayunos. Nada que ver con el austero café con leche con galletitas de mi casa.
—Veo que mis hombrecitos ya están listos —dijo Jo.
A la iglesia íbamos en dos autos. Trevor nos llevaba a nosotros y Jo a sus dos mellizos. El pastor, el reverendo Robert, ya nos conocía y nos daba la mano al final de la misa.
Ese domingo no era igual a los anteriores. Había una especial tensión en el ambiente, tanto en la casa como después en el templo, aunque nadie hizo referencia al episodio del día anterior (salvo que el pastor lo hubiera hecho de manera sutil en el sermón al hablar del Apocalipsis según San Juan). Ni en Springfield ni en ningún lado era común que mataran a un profesor de secundaria en la escuela misma, pero todos parecían dispuestos a hacer como si nada pasara.
—Señor, bendice nuestra comida y danos fuerzas para soportar el daño y la maldad, la duda y el miedo, la mentira y la calumnia —dijo Jo antes de almorzar; creo que ella sí estaba pensando en el crimen del profesor.
Yo no les había contado a los chicos mi extraño encuentro con Edwidge de la noche anterior. No había querido hacerlo cuando volvíamos en el auto de Flanders ni cuando llegamos a la casa por temor a que los White (cualquiera de ellos) nos estuvieran escuchando. Y ahora, a la distancia, todo resultaba más inverosímil.
Después de comer, salimos sin las bicicletas y nos fuimos a Jaycee Park. Pablo —que había conseguido que Trevor Jr. le prestara su skate— quería ir a practicar a Skank Skates, pero lo convencimos para ir al parque. En Jaycee Park había de todo: juegos para chicos, una cancha de básquet y espacio verde suficiente como para armar un picadito, algo que por desgracia nadie hacía. Mejor ir al Jaycee Park donde todos podíamos divertirnos.
Pablo iba arriba de su skate y, en el fondo, se creía uno de los Rocket Powers. Yo llevaba mi cámara de fotos. Dejamos la avenida Madison y tomamos por la avenida Clear Lake.
—Hay algo que no les conté —dije, Pablo se bajó del skate y nos esperó. Me miraron con algo de desconfianza. Como dando por hecho que había metido la pata en las últimas horas.
—Ayer —continué—, mientras los Jaguars se empezaban a lesionar yo salí de la cancha y me fui.
—Me acuerdo. Fuiste a buscar a Edwidge.
—Sí, salí y caminé hacia la escuela. Cuando estaba llegando al edificio, me pareció ver una sombra que se movía. Era Edwidge.
—Por suerte había luna. Si no, para verla…
—Se largó a correr y yo detrás. La alcancé en el estacionamiento.
—Ésa te tiene ganas —fue el aporte de Ezequiel, un poco desilusionado porque era él quien le tenía ganas a ella.
—Ojalá. Le pregunté qué estaba haciendo y me dijo…
—¡Vudú! —gritaron los dos a dúo. Yo me quedé tan mudo como cuando Edwidge dijo esa misma palabra.
—¿Ya lo sabían?
—Edwidge es haitiana. ¿Qué va a estar haciendo? ¿Danzas árabes?
—La danza de los siete velos. Ésa en la que se van sacando de a un velo hasta quedar desvelada —agregó Ezequiel.
Son mis amigos, pero debo reconocer que son unos idiotas.
—¿Son boludos o qué? ¿Qué tiene que ver que sea haitiana con que lesione a todo un equipo de básquet?
—Ariel, nadie lesionó a nadie. Salvo el bestia de Alexandros que le metió un codazo a Dylan que casi lo opera. Sugestión pura. Edwidge en el comedor amenazó con hacerles vudú a los Jaguars. Lo hizo en voz alta a todos para asustarlos. Si fue cuando el idiota de Bob dijo que era una desgracia que se hubiera abolido la esclavitud.
—Eso fue porque Ji-Sung le había tirado la Coca encima.
Pablo y Ezequiel insistieron en que todos, incluido yo, habíamos sido testigos de la amenaza de Edwidge. Yo no sé en qué debí estar pensando en ese momento, porque no recordaba ni una palabra de ella al respecto.
—Supongamos que es como ustedes dicen. Lo cierto es que la vi salir del edificio en el que apareció muerto el profe de química.
—O sea que, además de practicar el vudú, Edwidge anda asesinando profesores con los que ni siquiera cursamos. Eso sí que es mala onda. Y el detalle de pegarle una etiqueta de Coca-Cola es típico del vudú. Es el Vudú-Cola.
Me callé la boca y me puse a observar la avenida y las calles limpias que me recordaban el centro de Mendoza o de Bahía Blanca. Me detuve unos segundos, saqué una foto de la esquina de la avenida Clear Lake y South Wheeler. Después seguí caminando.