III

El primer domingo salimos de la habitación dispuestos a desayunar y a recorrer todo lo que nos faltaba conocer de Springfield y sus alrededores. Los White estaban vestidos especialmente formales. Nos miraron con cierta desazón.

—¿Van a ir así vestidos? —nos preguntó Jo.

¿Qué tenían de malo nuestras bermudas, nuestras remeras de básquet, nuestras zapatillas de skaters y nuestras gorras de Boca, Independiente y River?

—¿Qué tenemos de malo?

—No es la ropa más adecuada para ir a la iglesia —nos dijo Trevor.

—Ni a la escuela dominical —dijo Trevor Jr.

Había, indudablemente, una gran confusión. Nosotros no íbamos a ir a misa, al sermón o como lo llamaran. Mucho menos a una escuela dominical. Con la George Maharis de lunes a viernes teníamos suficiente. Y además queríamos ir a recorrer, con las bicicletas que la propia familia White nos había facilitado, todos los rincones de Springfield.

Pocas veces vi caras tan desilusionadas como esas cuatro. Me hubiera sentido mejor pegándole a una viejita. Al fin y al cabo, nos habían dado su casa, la habitación de sus hijos, su computadora, sus bicicletas, Jo cocinaba todos los días riquísimos huevos fritos con panceta en el desayuno, pollos magníficos al horno al mediodía y siempre había algún bizcochuelo o galletas recién horneadas al regresar a la tarde. Trevor padre nos acercaba con el auto a donde quisiéramos ir como si fuera nuestro padre. Mejor que cada uno de nuestros tres padres. Y nosotros éramos tan ingratos, tan malas personas que no íbamos a ir a la iglesia con ellos. Pablo, al oído, me dijo:

—Creí escuchar que Sylvia iba los domingos a la iglesia bautista —ésa era la semana que me gustaba Sylvia. Era el detalle que me faltaba para decidirme. No necesité convencer a mis amigos, ni siquiera consultarlos, cuando dije:

—Nos cambiamos y vamos con ustedes a la iglesia.

Por suerte, no insistieron con que fuéramos a la escuela dominical bautista. Los únicos que volvían sobre el tema eran los mellizos. Me acerqué a Jim y le dije en un susurro:

—Si vos y tu hermano siguen hinchando con la escuela dominical los vamos a colgar del árbol más alto de Springfield.

La amenaza funcionó porque no insistieron más.

Así que a partir de ese domingo fuimos siempre a misa vestidos con lo más formal que teníamos, que no era mucho. Pero Jo nos regaló unas lindas camisas azules que recordaban el uniforme de algunas escuelas de Buenos Aires.

Ah, y en la iglesia nunca vimos a Sylvia. Después nos enteramos de que no era bautista sino adventista del Séptimo Día.