Yo me había quedado mudo y bastante impresionado. Lo suficiente como para no darme cuenta de que la gente ya estaba saliendo del estadio y venía hacia el lado del estacionamiento. Algo había sucedido, porque los que salían tenían el rostro desencajado y hacían comentarios como «no puede ser», «es increíble», «es terrible». Frases que me sonaban a exageración si se referían a un posible triunfo de los Monkeys.
Pablo, Lou y Vincenzo venían hacia nosotros. Tenían la misma cara azorada que los demás. Antes de que preguntara algo, Pablo nos contó:
—Se suspendió el partido cuando empatábamos 76 a 16 y quedaban tres minutos. Vinieron de la escuela para cancelar todas las actividades. Parece que encontraron a un profesor de ciencias ahorcado en el laboratorio.
—¿Se suicidó? —pregunté.
—Si no entendí mal lo que decían unos carabinieri —aportó Vincenzo—, al profesor lo mataron en su lugar de trabajo. Ma… lo estrafalario es que le pegaron una etiqueta de Coca-Cola en la boca.
Los laboratorios: el tercer cuerpo del edificio. Miré a Edwidge, que se encogió de hombros, abrió más los ojos y frunció la boca. Gestos que podían significar tanto «no sé qué querés decir» como «jamás entenderías si te explico los detalles».