(Sábado 14 de julio, a las 10:40 de la noche)
Al entrar en la sala Brush se irguió. Estaba pálido y visiblemente asustado.
—¿Qué le sucede? —inquirió Vance.
—¡Es que… temo, señor, que tenga yo la culpa! —exclamó—. Fui yo quien dejó la puerta abierta, ayer por la mañana…, después de haber tomado un poco el fresco. Luego vino usted diciendo lo que había ocurrido a mister Kyle y desde entonces estoy pensando en que nunca debí abrirla.
Entonces me di cuenta de por qué el mayordomo había estado siempre asustado.
—Anímese —le dijo Vance—. Sabemos quién mató a mister Kyle, y le aseguro, Brush, que no entró por la puerta principal.
—Gracias, señor.
La frase equivalía a un suspiro de alivio.
—Y ahora diga a Hani que venga y después puede retirarse a su habitación.
Apenas nos había dejado Brush, cuando oímos girar una llave en la cerradura de la puerta de entrada y, a poco, entró el doctor Bliss en la sala.
—Buenas noches, doctor —dijo Vance, saludándole—. Perdone la molestia, pero desearíamos dirigir unas preguntas a Hani en ausencia de mister Salveter.
—Entiendo —replicó Bliss con un triste movimiento de cabeza—. Así, ¿están ustedes enterados de la excursión de Salveter a Boston? Me telefoneó para preguntar si podía ir.
Bliss miró a Vance con ojos lánguidos e inquisitivos.
—Me ha parecido extraordinario su deseo de ir al Norte —observó—, pero no he hecho objeción alguna. Aquí la atmósfera es deprimente y comprendo su deseo de salir de ella.
—¿A qué hora salió de casa?
—Sobre las nueve. Yo mismo me ofrecí a llevarle en el coche a la estación.
—A las nueve, ¿eh? ¿Y dónde estuvo entre ocho y nueve?
Bliss se sintió molesto al parecer.
—Conmigo, en el estudio, discutiendo unos detalles referentes a las reproducciones del mobiliario de la tumba de Hetep-heres.
—¿Estaba con usted cuando llegó Scarlett?
—Sí —Bliss frunció el ceño—. ¡Singular visita la de Scarlett! Evidentemente deseaba hablar a solas con Salveter y obró misteriosamente, tratándole con cierta resentida frialdad. Pero yo continué discutiendo el motivo del viaje de Salveter…
—Y Scarlett, entre tanto, aguardaba, ¿verdad?
—Sí. Vigilaba al otro, como el halcón a su presa; al salir él, le acompañó.
—¡Ah! Y usted, doctor, ¿qué hizo? —aparentemente, Vance estaba absorto, escogiendo un cigarrillo entre los que llevaba en la pitillera.
—Me quedé en el estudio.
—¿Y ya no volvió a ver a Scarlett ni a Salveter?
—No. A las nueve y media salí a dar un paseo, pero antes entré en el Museo creyendo posible que estuviera allí Scarlett, en cuyo caso quizá querría acompañarme; sin embargo, la sala estaba apagada. Entonces eché a andar avenida abajo, hasta Washington Square.
—Gracias, doctor —Vance había encendido el cigarrillo y fumaba, abstraído—. Por esta noche no le molestaremos más.
Hani había entrado mientras en el salón.
—¿Desea verme?
Su aspecto era desenvuelto, pero me pareció que denotaba también cierto aburrimiento.
—Sí.
Vance le indicó una silla frente a la mesa. Después se volvió rápidamente a Bliss, que estaba a punto de salir del vestíbulo.
—Lo he pensado mejor —dijo—, y quizá tenga que volver a interrogarle con respecto a mister Salveter. ¿Tendrá la bondad de aguardar en el estudio?
—¿Por qué no?
Bliss le dirigió una mirada comprensiva y salió. Un momento después le oímos cerrar la puerta del estudio.
Vance dirigió a Hani una mirada extraña, que no entendí.
—Tengo algo que contar a mister Markham —le explicó—. ¿Será tan amable que vaya al vestíbulo y permanezca allí, cuidando de que nadie nos interrumpa?
Hani se puso en pie.
—Con muchísimo gusto, effendi.
Y fue a ocupar su puesto.
Cerró Vance las puertas del salón y, volviendo junto a la mesa, se instaló cómodamente en un sillón.
—John…, y usted, sargento…, los dos tenían razón cuando supusieron, ayer por la mañana, que el doctor Bliss era culpable del asesinato de Kyle…
—¡Oiga! —Heath se puso en pie de un salto—. Vean con lo que sale ahora.
—Sí, sargento; pero siéntese y domine sus nervios.
—Bien decía yo que él le había matado. Usted, en cambio…
—¡Por Dios santo! ¿Quiere estarse tranquilo? Lo trastorna usted todo —Vance hizo un gesto de exasperación—. Recuerdo, en efecto, su observación, poco correcta, de que el doctor había «despachado» a mister Kyle. Y confío que no habrá olvidado lo que dije anoche respecto a que ambos llegábamos a un tiempo a un mismo punto…, aunque procedentes de distintas direcciones.
—¿Esto quería decir? Entonces, ¿por qué no me permitió que le detuviera?
—Porque esto era precisamente lo que él deseaba.
—Pierdo la cabeza —gimió Heath—. El mundo se desquicia…
—Un momento, sargento —exclamó, perentoriamente, Markham—. Comienzo a entender el asunto y le aseguro que no es disparatado. Prosigue, Philo.
Heath se disponía a discutirlo, mas cambió súbitamente de idea, hizo un gesto de resignación y se dedicó a mascar su cigarro.
Vance le dedicó una mirada de simpatía.
—A los cinco minutos de entrar en el Museo sabía yo…, o si no lo sabía lo sospechaba, que el culpable era Bliss. La primera sospecha me la inspiró Scarlett con su cuento de la junta o reunión. La llamada telefónica de Bliss, delante de todos, y su observación respecto al nuevo envío de objetos artísticos egipcios me pareció en seguida que podía ser fruto de un plan preconcebido. Después, al hallar pruebas tan diversas de su culpabilidad, sentí positivamente que habían sido proporcionadas por Bliss. Es más; no solamente se trataba de hacer recaer la culpa del crimen sobre su persona, sino que, meditándolo más despacio, esta iba a recaer también sobre una segunda persona. Por fortuna, se excedió en el terreno de lo verosímil; pues de haber cometido el crimen otro que no fuera él, hubieran sido menos obvias, menos numerosas, las pruebas preparadas. Por consiguiente, llegué inmediatamente a la conclusión de que Bliss había matado a Kyle, procurando al propio tiempo hacerse pasar por la víctima de una intriga…
—Pero, mister Vance —interrumpió el sargento—, usted dijo…
—Ni una palabra que pudiera producir la impresión de que disculpaba a Bliss. Es más: ni una vez siquiera dije que fuera inocente. Piénselo bien y recordará que constantemente hice notar que las cosas no eran lo que parecían. Sabía que las pruebas eran trampas dispuestas por Bliss para engañarnos. Y si guiados por ellas le hubiéramos detenido, nos hubiera sido imposible demostrar su culpabilidad. ¿Eh, Markham?
Este asintió gravemente.
—Sí, sargento —afirmó—. Mister Vance dice la verdad, y no puedo recordar una sola observación hecha por él que no estuviera de acuerdo con su creencia en la culpabilidad del doctor.
—Aunque le creía culpable —continuó diciendo Pililo—, faltábame averiguar el fin que perseguía y a quién trataba de envolver en el crimen. Parecióme que se trataba de Salveter… Pero lo mismo hubiera podido decirse de Scarlett, Hani o mistress Bliss. Por esto vi, en el acto, la necesidad de determinar entre todos a la verdadera víctima del complot. Ello fue lo que me movió a fingir que coincidía con la situación planteada. No podía dejar comprender a Bliss que sospechaba de él; así mi única esperanza se cifraba en fingir que creía culpable a otro. Pero evité los lazos que nos tendía. Deseaba que preparase otros nuevos para su víctima y quizá entonces llegaríamos a obtener la prueba decisiva. Este es el motivo por el que les supliqué que aguardaran conmigo el desarrollo de los acontecimientos.
—Pero ¿qué idea llevaba Bliss pretendiendo que le detuvieran? —inquirió Markham—. ¿No era peligroso para él?
—Muy poco. Probablemente albergaba la seguridad de convencerte, o de que te convenciera su abogado, antes del proceso, de su inocencia y de la culpabilidad de Salveter; o en el caso contrario, y basándose en el halagüeño principio del autrefois acquit, contaría con salir absuelto. No; no se arriesgaba gran cosa. Y en cambio, jugaba muy fuerte. Una vez arrestado, se hubiera creído con derecho para acusar abiertamente a Salveter de asesino e intrigante. Y de aquí mi lucha para que no se le encarcelara, ya que «era precisamente lo que estaba buscando». Mientras se creyera a cubierto de toda sospecha, no tenía por qué defenderse a expensas de Salveter, y en cambio, con objeto de enredarle, se veía forzado a trazar nuevos planes y presentar nuevas pruebas. Y con todo ello contaba yo para desenmascararle.
—No puedo más: ¡me hundo!
La ceniza del cigarro de Heath se amontonó y cayó sobre su chaleco, pero él no se dio cuenta.
—Ahora sabe usted el motivo de mis advertencias, sargento. Bueno, estoy convencido de que Bliss comprendió que ya no podía esperar ayuda de Kyle…, era capaz de todo con tal de poder continuar su tarea científica. Además sabía que mistress Bliss amaba a Salveter y estaba extraordinariamente celoso del impulsivo joven.
—Entonces, ¿no hubiera sido más sencillo matar a Salveter? —observó Markham.
—No, porque, siendo el dinero un factor importante de la cuestión, deseaba que Meryt-Amen heredara la fortuna de Kyle. Arrancar a Salveter del corazón de mistress Bliss era un fin secundario; por consiguiente, no había por qué matarlo. En cambio, trató sutilmente de rebajarlo, haciendo de modo que pareciese que, no solamente había matado a su tío, sino que, además, trataba de enviar a otro, en su lugar, a la silla eléctrica.
Pausadamente, encendió Vance otro cigarrillo.
—Así mataba Bliss tres pájaros de un tiro. Se hacía pasar por un mártir a los ojos de Meryt-Amen; eliminaba a Salveter y aseguraba a su esposa una fortuna con la que poder continuar las excavaciones. Pocos criminales han podido alegar tan poderosa y triple razón. Y lo más trágico del caso es que mistress Bliss se inclinaba a creer en la culpabilidad de Salveter. Ha sufrido espantosamente: recuerden la actitud que asumió para pedir el castigo del culpable.
—Sin embargo —dijo Heath——, Bliss no parecía querer envolverle en el crimen.
—Pero no deseaba otra cosa, sargento, aunque fingiese lo contrario. Claro está que necesitaba disimularlo, porque otra cosa hubiera sido descubrirse. Recuerde cómo vaciló, cual si tratara de escudar a alguien, cuando le pregunté quién se encargaba del botiquín… Es muy astuto.
—Si sabía usted eso… —comenzó a decir el sargento.
—Es que no lo sabía todo. En principio, comprendí solamente que el culpable era Bliss, mas como no estaba seguro de que fuera Salveter la víctima de su intriga, tuve que averiguarlo antes de saber la verdad.
—De todos modos, tuve yo razón al declarar, desde el primer momento, que el culpable era el doctor —insistió, testarudo, el sargento Heath.
—Sí, la tenía, sargento —replicó Vance amablemente—, y no sabe cuantísimo he lamentado tener que llevarle la contraria —se levantó y le tendió la mano—. ¿Me perdona?
—¡Hum! Ya veremos —la expresión de sus ojos desmentía el acento áspero empleado por Heath al estrechar la mano de Vance—. Pero ¡yo tenía razón!
Sonrió Vance y volvió a ocupar su asiento.
—Esa intriga era simple —prosiguió, tras de un instante de silencio—. Bliss telefoneó a Kyle en presencia de su familia y amigos y le dio una cita para las once de la mañana siguiente, mencionando, de paso, la llegada de una nueva expedición y sugiriéndole así que viniera temprano. De ello se deduce, como comprenderán, que estaba decidido a matarlo, y a llevar adelante su plan, cuando le propuso el fatal rendez vous. Deliberadamente dejó el alfiler de corbata, el escarabajo sagrado, sobre la mesa del estudio, y tras de matar a Kyle, colocó junto a su cuerpo el escarabajo y la nota de gastos. Y ten en cuenta, John, que Salveter conocía ambos objetos. Además, Bliss sabía que el joven solía ir al Museo a almorzar, y calculó las cosas de modo que se encontrara con su tío a la hora de la cita, enviándole, en cambio, al Metropolitan, con objeto de tener libre el campo mientras mataba al viejo. Fue él quien colocó la estatua de Sakhmet de modo que pareciera un lazo. Antes de nuestra llegada pudo volver el presunto asesino al Museo, cometer el crimen y dejar las pruebas comprometedoras…, siempre que, naturalmente, se hallara Bliss sometido a los efectos del opio.
Heath se irguió en su silla y miró de hito en hito a Vance.
—¿Es decir, que el lazo sólo era aparente? —preguntó, indignado.
—Precisamente, sargento: apariencia pura. Fue tendido después de haberse cometido el homicidio para contrarrestar el efecto de una posible coartada de Salveter. Además, la posibilidad de que Kyle hubiera sido asesinado por un extraño, era un punto más en favor de Bliss.
—Pero ¿y el lápiz usado en la trampa? —dijo, interrumpiéndole, Markham—. No era de la clase usada por Salveter.
—¡Querido John! Bliss empleó uno de sus lápices con objeto de crear otra prueba contra sí mismo. El hombre que prepara un lazo así no emplea su propio lápiz, sino el de la persona a quien trata de perjudicar. Por consiguiente, y con objeto de crear sospechas, el doctor usó su propio lápiz, pero no me engañó. Era un lazo demasiado fortuito, y un asesino no se hubiera aprovechado así de la ocasión, porque la estatua podía no caer, exactamente, en la cabeza de Kyle. Por otra parte, el hombre que recibe un golpe semejante no queda en la posición en que encontramos a Kyle, o sea con la cabeza precisamente debajo del lugar ocupado por la estatua y los miembros extendidos. Al hacer el experimento comprendí cuán improbable era que le hubiera matado la estatua, sólo que no dije nada —Vance hizo un guiño expresivo—, porque deseaba que cayeran también en el lazo.
—¡Bravo, mister Vance! —exclamó Heath, dándose una cómica palmada en la frente—. Acabaré por perdonarle. ¡Mira que no caer en ello!
—A decir verdad, sargento, hice lo que pude para que no repararan ustedes en la inconsistencia de esta prueba[33]. En realidad, mataron a Kyle por detrás y mientras examinaba los objetos recién llegados, mediante un golpe asestado, quizá, con una pesada maza de pórfido o pedernal de las que encierra el Museo. Su cuerpo fue colocado en la posición requerida y luego se hizo caer la estatua de Sakhmet sobre su cráneo con objeto de que borrase los vestigios del primer golpe.
—Pero ¿y si no hubieras visto la anilla suelta de la cortinilla?
—Bliss me hubiera llamado la atención. De todas formas, estaba dispuesta de modo que teníamos forzosamente que descubrirla.
—Pero ¿y las huellas dactilares? —preguntó Heath, a su vez.
—Se dejaron con toda intención en la estatua, porque era una prueba más contra Bliss. No vayan a creer; él tenía una coartada en reserva. Dijo que había movido a Sakhmet porque estaba ladeada, explicación simple y especiosa como ven; pero la explicación de por qué no había huellas digitales en ella debía darse más tarde, después de su detención, y esta era, a saber: que nadie había blandido la estatua; era una trampa mortal preparada para Salveter.
Vance abarcó con un amplio ademán el espacio que le rodeaba.
—Bliss tapó las pruebas que le acusaban con otras más duras contra Salveter; por ejemplo: consideremos las huellas sangrientas. Aparentemente acusaban al doctor, pero este podía presentar la correspondiente coartada, consistente en llevar puestas, ayer por la mañana, unas zapatillas, y que sólo se encontrara un zapato de tenis en el estudio. El otro estaba en su habitación, exactamente en el lugar donde lo había dejado la noche antes. Lo que hizo fue bajar simplemente un zapato, marcar con él las huellas de sangre y colocarlo después en la papelera. Deseaba que descubriéramos nosotros ambas cosas y las descubrimos; es decir, lo hizo el sargento. Su respuesta hubiera sido, después del arresto, que como todo el mundo era dueño de entrar en su cuarto, alguien debió de tomar el zapato y trazar las huellas con objeto de envolverle en el crimen.
Markham asintió.
—Sí —dijo—, y por esto me sentía inclinado a creer en su inocencia, especialmente después de haber descubierto el opio en su taza de café.
—¡Ah, el opio! ¡La coartada perfecta! ¿Qué jurado se hubiera atrevido a condenarle después de esto? Le hubieran creído víctima de una intriga criminal y el fiscal hubiera estado expuesto a muchas censuras. ¡Y qué simple fue el episodio del opio! Bliss tomó la cajita del gabinete, sacó de ella la cantidad necesaria para su plan y la depositó en el fondo de la taza.
—¡Ah!, ¿no la tomó?
—No. Un narcótico contrae las pupilas; y las de Bliss estaban dilatadas por la excitación. De esto deduje que representaba una comedia y, por consiguiente, que se hallaría una droga en el café.
—Pero ¿y la caja? —Heath fue el que hizo esta pregunta—. No acabo de entender este asunto. Usted mandó a Hani…
—¡Sí, sargento! —Vance se expresó bondadosamente—. Yo no sabía dónde estaba, y solamente deseaba asegurarme de lo que sabía Hani.
—Veo adonde quiere ir a parar el sargento —intervino Markham—. Esta es la hora en que todavía no sabemos si estaba en la habitación de Salveter.
—¡Ah!, ¿no? —Vance exclamó—: ¡Hani!
El egipcio abrió la puerta.
—Oiga, admiro sus supercherías, pero estoy dispuesto a afrontar ciertos hechos con tal que varíe de proceder. ¿Dónde encontró la cajita del opio?
—Effendi, ya no hay motivo para ocultarlo. Es usted un hombre profundamente sabio y confío en usted. Esa cajita estaba oculta en el cuarto de mister Salveter.
—¡Un millón de gracias! —Vance manifestó cierta brusquedad—. Y ahora vuelva al vestíbulo.
Hani salió, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
—Y no bajando para el desayuno, ayer por la mañana —continuó diciendo Vance—, sabía Bliss que su esposa y Salveter estarían solos en el comedor y, por consiguiente, que el muchacho hubiera tenido ocasión de echar el opio en su café.
—Pero —inquirió Markham— si tú comprendías que había sido el propio Bliss el autor del hecho, ¿por qué te interesabas tanto por la cafetera?
—Porque deseaba asegurarme de quién era la víctima de la intriga planeada por Bliss. El trataba de hacerse pasar por dicha víctima, pero como su objeto era en realidad envolver a una segunda persona, comprendía yo que esta tuvo que haber entrado en el comedor.
Heath movió reflexivamente la cabeza.
—Es fácil de comprender. El viejo fingía que le habían dado a ingerir unos polvos, pero su complot se hubiera ido al diablo si la víctima no hubiera tenido ocasión de servírselos. ¡Ah!, pero escuche, mister Vance —dijo, como recordando súbitamente un detalle—: ¿qué idea llevaba el doctor al querer fugarse?
—Su huida era un resultado perfectamente lógico de cuanto había sucedido antes —explicó Vance—. Viendo que nos negábamos a detenerle dio en cavilar. Con todas sus fuerzas deseaba ser arrestado y le decepcionamos extraordinariamente. Entonces fraguó un nuevo plan. ¿Qué hacer para impulsarnos a ordenar de nuevo su detención, dándole así una oportunidad de poner en relieve todas las pruebas del odioso plan fraguado por Salveter en contra suya? Decidió tratar de escaparse. Esta acción avivaría las sospechas inspiradas por él en un principio, o, por lo menos, así lo imaginaba. Entonces salió de la casa, sacó ostensiblemente su fortuna del Banco; en la estación voceó su demanda de un billete para Montreal, y estuvo aguardando el tren a la puerta para llamar la atención de Guilfoyle. Sabía que era seguido por el agente; mas si en realidad hubiera querido escapar, pueden estar seguros de que jamás le hubiera encontrado el detective. Usted, sargento, juzgó el acto de Bliss por su valor aparente y temí que su tonta tentativa obtuviera el resultado deseado, o sea su arresto. Por esto lo discutí con tanto apasionamiento.
Vance apoyó la espalda en el respaldo de su sillón sin abandonar la rigidez de su actitud expectante.
—Y porque no le puso usted las esposas, sargento, es por lo que se vio forzado a dar un paso más. Tenía que demostrar, de un modo u otro, la culpabilidad de Salveter, e improvisó el drama de la daga. Con toda intención envió a Salveter al estudio, por la Agenda guardada en la misma mesa que la daga.
—¿Y la funda?
—Era la prueba en contra del muchacho. Una vez escondida en su cuarto, Bliss nos sugirió que podíamos dar con el paradero del asesino si encontrábamos la vaina de la daga. Sabía yo de sobra cuál sería este, y por esto di a Hani ocasión de que mintiera una vez más.
—Así, ¿no encontró la funda en el vestíbulo, como decía?
—Claro está que no.
Vance tornó a llamar a Hani.
—¿Dónde encontró la vaina de la daga real? —le preguntó.
Y Hani respondió sin vacilar:
—En la habitación de mister Salveter, effendi…, como usted sabe muy bien.
—Y, a propósito, Hani, ¿se ha aproximado alguien a la puerta de la casa?
—No, effendi. El doctor continúa en su estudio.
Vance le despidió con un gesto y prosiguió:
—Bliss puso la vaina en la habitación de Salveter, ¿sabes, John?, y después arrojó la daga. Entonces me llamó por teléfono y a nuestra llegada nos relató un cuento algo complicado, pero verosímil.
—Es un actor de primera —comentó Heath.
—Sí, en lo que cabe. Con todo, pasó por alto un detalle psicológico. Si en realidad hubiera sido víctima de un atentado criminal, jamás hubiera bajado a oscuras a telefonearme. Primero hubiera puesto en movimiento a toda la casa[34].
—Tienes razón —Markham se impacientaba ya—, pero tú dijiste no sé qué a propósito del cuadro incompleto…
—¡Ah, sí! —Vance se incorporó para arrojar lejos de sí la colilla de su cigarro—. Me refería a la carta, factor que echaba de menos. No podía comprender cómo no aparecía anoche, cuando no podía desearse una mejor ocasión, y esto me tenía confundido y perplejo. Sin embargo, cuando hallé trabajando a Scarlett en el Museo, lo comprendí todo. Estoy convencido de que el doctor intentaba colocar la carta falsificada (escondida temporalmente en un cajón de la mesita que hay en el Museo) bien en la habitación de Meryt-Amen, bien en otro sitio cualquiera de fácil acceso. Pero al mirar por la rendija de la puerta del estudio y ver trabajando a Scarlett en el Museo, debió de cambiar de idea, dejando su plan para más adelante…, en caso de que no arrestáramos a Salveter después del episodio de la daga. Y cuando deliberadamente evité tropezar con las pruebas que tenía preparadas contra el muchacho, presumí que aparecería la carta de un momento a otro. Temí que Scarlett constituyera un obstáculo para el logro de su plan, y por ello le advertí de que no volviera al Museo. ¿Qué más podía hacer?
—Nada —Markham empleó un acento consolador—. Debió seguir tu consejo.
—Pero no lo siguió.
Vance suspiró con pesar.
—¿Crees tú que Scarlett sospechaba la verdad?
—Desde un principio; sólo que, no pudiendo confirmar sus sospechas y temiendo cometer una injusticia, optó por callar. Es todo un caballero. Lo difícil de su situación debió de atormentarle tanto, que acabó por dirigirse a Bliss…
—¿Y qué sería lo que le decidió a dar este paso?
—Esa daga, John. Bliss cometió con ella un grave error. Scarlett y Bliss eran las dos únicas personas que conocían su existencia; así, al mostrársela yo a Donald e informarle de que había sido empleada contra Bliss, él comprendió inmediatamente que el doctor había inventado una fábula.
—Y entonces, ¿vino a verle?
—Precisamente. Se dio cuenta de que intentaba envolver a Salveter en el crimen y quiso advertirle que estaba enterado de su monstruoso complot. Sí, John, vino con intención de proteger a un inocente, a pesar de ser Salveter su rival en el afecto de Meryt-Amen; pero esto es muy propio de Scarlett —añadió con tristeza—. Al enviar a Boston a Salveter, creía yo eliminar toda posibilidad peligrosa. ¿Cómo iba a figurarme que Scarlett intentara asumir la entera responsabilidad de la situación? Su acción ha sido muy hermosa, ciertamente, pero muy imprudente también, aparte de brindar con ella a Bliss la ocasión que aguardaba. El hecho de no poder sacar anoche del Museo la carta falsificada y su fracaso al negarnos nosotros a buscar la vaina de la daga, le obligaban, naturalmente, a jugarse su última carta.
—Sí, sí, comprendo. Pero no veo la utilidad de Scarlett…
—Cuando vino a ver a Bliss debió este de atender diplomáticamente su acusación, y después le llevó con algún pretexto al Museo. Cogiéndole desprevenido le asestó allí un golpe…, con una de las mazas que hay en el último estante, y después lo metió en el sarcófago. Nada más sencillo que su idea de utilizar para ello el gato de su automóvil, que aguardaba fuera…; recuerda que acababa de acompañar a Salveter a la estación.
—Pero ¿y la carta?
—¿No ves qué bien engranan unas cosas con otras? El ataque a Scarlett tuvo lugar entre ocho y ocho y treinta de la noche, hora en que Salveter estaría probablemente despidiéndose de mistress Bliss. Y aunque así no fuera, estaba en la casa y, por consiguiente, podía ser el asesino de Donald. Con objeto de que lo pareciera, hizo Bliss una bola con la carta, y la metió en un bolsillo de la chaqueta de su víctima. Deseaba que todos creyéramos que había venido a desafiar a Salveter, que al hacerlo había mencionado la carta hallada por él, en la mesita del Museo, y que entonces Salveter le había matado.
—Mas ¿por qué no pudo haberla cogido Salveter?
—Porque ignoraba que Scarlett la llevara en el bolsillo.
—Desearía saber cómo encontró el doctor la carta original de Salveter —dijo entonces Heath, terciando en la conversación.
—Es muy fácil de explicar, sargento —Vance sacó su pitillera—. Indudablemente, Salveter volvió al Museo, como ha manifestado, ayer por la mañana, y allí la guardó en el cajón de la mesita y partió a desempeñar su comisión. Bliss, que debía de estar observándole por una rendija de la puerta del estudio, le vio guardar el papel, y más tarde lo leyó para ver de qué se trataba. Como era una carta indiscreta dirigida a Meryt-Amen, le dio a Bliss una idea. Entonces se la llevó al estudio y tornó a escribirla, haciéndola más directamente acusadora; después rompió el original. Al enterarme de su desaparición, sospeché en el acto que la había cogido Bliss, y el hecho me disgustó. Más tarde, al encontrarla rota y en la papelera, albergué la convicción de que hallaríamos otra. Mas como el original se encontraba en mi poder, creí que la falsa carta nos proporcionaría una prueba más en contra de Bliss.
—¡Ah! ¿Y por eso le interesaban tanto aquellas tres palabras?
—Sí, sargento. No me pareció verosímil que volviera Bliss a emplear el tema, uas y anket al escribir de nuevo la carta, porque forzosamente tenía que ignorar que Salveter nos había hablado de ellos. Y efectivamente, ninguno de estos signos aparecen en su falsificación.
—Pero un perito en caligrafía…
—No sea naif, sargento. Aun tratándose de la escritura inglesa, y familiar, por tanto, para él, un perito en caligrafía será siempre un científico novelero, y todas sus reglas, basadas en una idiosincrasia quirográfica. Ningún perito podría decir exactamente quién fue el pintor de un cuadro…, y puede decirse que cuadros son, en su mayoría, los jeroglíficos egipcios. Si se fija, verá que constantemente se están vendiendo pinturas apócrifas de Miguel Angel. Los entendidos en el arte calculan la identidad de una pintura por su estética…, y los jeroglíficos carecen de ella. Además, aquí emplean todos el Worterbüch de Erman-Grapow; y sus caracteres hubieran sido los mismos.
Heath torció el gesto.
—Bien, si no puede admitirse como prueba, ¿cuál sería la intención del doctor al falsificar esa carta? —inquirió.
—¿No ve usted, sargento, que aun no pudiéndola identificar absolutamente como de Salveter, era suficiente para hacer creer a todo el mundo en la culpabilidad del muchacho? Seguramente Meryt-Amen creería que fue él quien escribió la carta, y esto era lo que deseaba Bliss.
Vance se volvió a Markham, observando:
—Este es un detalle de poca importancia, ya que no hubiera podido utilizarse como prueba legal contra el muchacho; mas no por esto hubiera dejado de tener éxito el plan del doctor. Una vez muerto Kyle, hubiera tenido derecho a recibir la mitad de la fortuna del viejo…, y Meryt-Amen hubiera renunciado a Salveter. Y aun legalmente hubiera sido este condenado, de no haber sido por Hani, que quitó de su habitación las dos pruebas directas de su culpa. A saber: la cajita de opio y la vaina de la daga. Esto, sin contar con la carta que Scarlett llevaba en el bolsillo.
—Pero, Philo, ¿cómo hubiera podido hallarse esa carta? —preguntó Markham—. Si tú no hubieras sospechado el complot y buscado el cuerpo de Scarlett, este hubiera permanecido indefinidamente en el sarcófago.
—No —Vance sacudió la cabeza—. Scarlett debía permanecer en él un par de días. Al descubrirse mañana su desaparición, Bliss le hubiera probablemente descubierto, junto con la carta.
Miró inquisitivamente a Markham.
—¿Cómo íbamos a relacionar a Bliss con el crimen estando Salveter en la casa cuando hirió a Scarlett? —dijo.
—Si este se curara…
—Eso; si se curara. Pero suponiendo lo contrario, ya que de ello hay muchas probabilidades, ¿qué? Además, Scarlett sólo puede atestiguar que Bliss fracasó en su intento de quitarle la vida, y aunque ello sirva para declararlo culpable de un intento de homicidio, no por eso esclarece el misterio de la muerte de Kyle. Y si Bliss dice que le atacó primero Scarlett y que le asestó un golpe en defensa propia, habría trabajo para demostrar su culpabilidad, ni aun con respecto al ataque.
Markham se alzó del asiento y comenzó a pasear por el salón. Y entonces fue Heath quien preguntó:
—¿Y cuál es el papel asignado a Alí-Babá en la función, mister Vance?
—Hani comprendió desde el primer momento lo que había sucedido y manifestó gran perspicacia al darse cuenta del complot tramado por Bliss contra Salveter. Le quiere de veras, así como a Meryt-Amen, y desea que sean felices. Mas ¿qué podía hacer sino emplear todas sus energías en protegerlos? Y ciertamente, lo ha hecho, sargento. Esos egipcios no son como los occidentales: le costaba gran violencia llegarse a nosotros para referirnos lo que sospechaba. Así, representó su comedia, única cosa que podía hacer, en su opinión. Jamás creyó en la venganza de Sakhmet, pero le convenía fingirlo para ocultar la verdad. Luchó con sus palabras en favor de Salveter.
Markham se detuvo frente a Vance.
—¡Es increíble! ¡En mi vida he conocido un criminal de la talla de Bliss! —observó.
—¡Oh!, no le des tanta gloria —Vance encendió el cigarrillo que tenía entre los dedos hacía unos minutos—. Se ha excedido en las pruebas y las ha presentado en extremo deslumbrantes. En ello está precisamente su flanco débil.
—Sin embargo, de no haberte encargado del caso, yo le hubiera acusado del crimen —observó Markham—, denunciándole en toda regla. ¡Es como un palimpsesto! —comentó Markham tras una pausa.
Vance exhaló una bocanada de humo.
—Precisamente —concedió—. Un palimpsesto en el que originalmente estuvo escrita con todo detalle la historia del crimen. Pero fue borrada, y sobre ella se hizo una segunda versión, en la que Salveter hacía el papel de villano. Borrada a su vez para dejar paso a una nueva versión del crimen, llena de inconsistencias y de claros, se nos dio a leer con la esperanza de que leyéramos entre líneas la culpabilidad de Robert Salveter. Sin embargo, dimos señales de escepticismo y mi tarea fue poner en limpio la primera versión, la verdad escrita dos veces.
—¡Y lo consiguió usted, mister Vance! —Heath se había enderezado y se dirigía a la puerta—. El doctor está en el estudio, jefe. Yo mismo le llevaré a la Comisaría.