(Viernes 13 de julio, a las 2:30 de la tarde)
Markham encendió, sin prisa, un nuevo cigarro, y luego se dejó caer pesadamente en una de las sillas plegables que había junto al cofre ataraceado y frente a Vance.
—Por momentos se agrava… y se complica la situación —declaró con un suspiro de cansancio.
Vance replicó:
—En efecto. Sólo que aún es más seria y muchísimo más complicada de lo que supones. Te aseguro, John, que este asesinato implica una intriga criminal de las más asombrosas y sutiles que se han conocido. Su objeto es simple y directo, a primera vista, que es lo que se desea que parezca, y el asesino contaba con que tu interpretación primera del hecho sería exactamente la que ha sido.
Markham le sonrió con la mirada.
—¿Conoces tú esa intriga?
—Tengo de ella una idea… indeterminada; aún no veo claro, como dices tú. Pero sospeché en seguida su existencia, y cuanto hemos descubierto hasta ahora viene a confirmar mis sospechas. Respecto al fin perseguido con ella, no sé aún qué pensar; mi mente está ofuscada. Conozco que las pruebas halladas deliberadamente nos apartan del camino recto, y por consiguiente, confío en hallar la ocasión de saber la verdad.
—¡Me ocultas algo! —dijo, arrebatadamente, Markham.
—Hombre, ¡tú me lisonjeas! —replicó Vance con suave sonrisa—. Precisamente tengo la mente nublada, cubierta de vaho, calina, vapores, niebla y llovizna; sobre ella se ciernen cúmulos, nimbos, estratos y cirros variados… Como dijo el otro, «el cielo encapotado contempla, ceñudo, a la tierra en tinieblas». Te digo que en el pensamiento llevo todo un tratado de nubes.
—¡Déjate de meteorología! —observó, exasperado, Markham—. Recuerda que soy un ignorante y aconséjame lo que debo hacer, pues, aparte de someter a interrogatorio a los habitantes de la casa, no se me ocurre otra cosa como medio de esclarecer el nuevo problema. Si Bliss no es culpable, el crimen se cometió, sin duda, por alguien que conoce a fondo a su familia y tiene acceso a la casa.
Vance sugirió:
—Antes de emplear tal procedimiento, convendría saber las relaciones de parentesco y situación actual del ménage.
Markham le miró un instante con atención, y después afirmó lentamente con la cabeza.
—Tú piensas algo, Philo —observó—, que no guarda relación con los nimbos ni los cúmulos, estratos o cirros. En fin, si te parece acertado, interroga a Scarlett.
Heath regresó en aquel momento anunciando:
—El doctor está en su habitación, y allí aguarda nuevas órdenes; los demás se hallan en la sala vigilados por Hennessey y Emery. He despedido el coche y puesto a Snitkin de guardia junto a la entrada de la casa.
Yo le había visto pocas veces tan desanimado.
—¿Qué hizo el doctor cuando ordenó usted que le soltaran? —le preguntó Vance.
—No pareció sentir gran alegría —repuso el sargento con acento disgustado—. Ni siquiera dijo una palabra. Como atontado, inclinó la cabeza y subió a su habitación en silencio. ¡Qué bicho más raro!
—Los egiptólogos son raros, ciertamente.
Markham volvió a dar muestras de impaciencia. En tono seco dijo a Heath:
—Antes de proseguir la investigación, mister Vance y yo hemos decidido averiguar lo que mister Scarlett puede decirnos. ¿Quiere usted rogarle que venga?
El sargento abrió ambos brazos con un amplio ademán de resignación, y en seguida los dejó caer. Salió del Museo, y un instante después regresó con Scarlett a remolque.
Sin preámbulos, Vance informó al recién llegado de la alterada situación del doctor.
—Markham ha decidido dejar para otra ocasión el arresto del doctor. Actualmente, las pruebas halladas provocan un conflicto, pues hemos descubierto varios detalles que, desde un punto de vista legal, originan serias dudas respecto a su culpabilidad. Por esto, Markham y yo nos hemos puesto de acuerdo para llevar adelante la investigación antes de decidir un acto tan definitivo.
Scarlett se sintió muy aliviado al parecer.
—¡Me alegro, Vance! ¡Me alegro muchísimo! —exclamó con absoluta convicción—. No cabe pensar en la culpabilidad de Bliss, porque Kyle era su bienhechor; ¿qué motivo podía tener para asesinarle?
—¿Tienes alguna idea respecto al asunto?
Scarlett movió con énfasis la cabeza.
—Ni siquiera una sombra —respondió—. El crimen me ha atontado; no puedo imaginar cómo ha podido suceder.
—Sí; es muy misterioso —murmuró Vance—; y tendremos que llegar a la cuestión tratando de averiguar el motivo. Con tal objeto te he mandado llamar. Tú, que conoces a fondo el ménage Bliss, que eres, sin embargo, extraño a él, puedes guiarnos por el camino de la verdad. Por ejemplo: antes declaraste que unía a Kyle un estrecho lazo de amistad con el padre de mistress Bliss. ¿Quieres referirnos esa historia?
—Es algo romántica, pero poco complicada.
Scarlett hizo una pausa y sacó su pipa de madera. Encendida esta, continuó diciendo:
—Ya conoces la historia de Abercrombie, el padre de Meryt-Amen. Llegó a Egipto en mil ochocientos ochenta y cinco, y al año siguiente, cuando Gastón Maspero regresó a Francia para entrar en posesión de su antiguo cargo de la Academia de Ciencias, estaba convertido en el ayudante de Grébant. Maspero volvió a Egipto en mil ochocientos noventa y nueve y recuperó su puesto como director del Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo, hasta su renuncia en mil novecientos catorce, en cuya época fue elegido secretario perpetuo de la Academie des Inscriptions et Belles Lettres de París. Entonces le sucedió Abercrombie en el cargo. Antes, en mil ochocientos noventa y ocho, se había enamorado de una dama copta, con la que contrajo matrimonio, y en mil novecientos, o sea dos años después, nació Meryt-Amen.
Aquí se le apagó la pipa, y gastó dos fósforos antes de verla encendida otra vez.
—Kyle entró a formar parte del cuadro —dijo al fin, reanudando su narración— cuatro años antes, en mil ochocientos noventa y nueve, y como representante de un grupo de banqueros neoyorquinos interesados en el nuevo sistema de riego de tierras por el Nilo [16]. Conoció entonces a Abercrombie, y no tardó en unir a los dos una íntima amistad. Mientras duró la construcción de la presa, o sea hasta mil novecientos dos, Kyle visitó anualmente Egipto. Naturalmente, mistress Abercrombie le fue presentada durante una de esas visitas, y tengo motivos para creer que se enamoró locamente de ella. Pero se abstuvo de manifestárselo, no sólo porque era amigo del marido, sino, además, un caballero. Cuando la dama murió al dar a luz a Meryt-Amen, su afecto pasó de la madre a la hija, de quien fue padrino y por quien generosamente veló, como si de su propia hija se tratase. Kyle era un buen hombre.
—¿Y Bliss?
—Pisó por primera vez Egipto en el invierno de mil novecientos trece, época en que conoció y trató a Abercrombie. También vio a Meryt, que tenía entonces tres años solamente. Siete años después, en mil novecientos veinte, el joven Salveter le presentó a su tío, y la primera expedición científica verificóse entre los años mil novecientos veintiuno-veintidós. En este último año murió Abercrombie, y Meryt fue adoptada, como quien dice, por Hani, antiguo dependiente de la familia. La segunda expedición Bliss fue en mil novecientos veintidós-veintitrés, y otra vez vio Bliss a Meryt. Tenía esta entonces veintitrés años, y en la primavera se casó con ella el doctor… Tú la conociste, Philo, durante la tercera expedición, o sea en mil novecientos veinticuatro… Después de la segunda, se la trajo Bliss a América, y el año pasado agregó a Hani a su personal. Por entonces, este había sido nombrado por el Gobierno egipcio inspector de los terrenos excavados, y… esto es todo cuanto sé acerca de las relaciones existentes entre Bliss y Kyle, Abercrombie y Meryt. ¿Es lo que deseabas saber?
—Precisamente —Vance examinó reflexivamente la punta de su cigarro—. Resumiendo: Kyle se interesaba por mistress Bliss a causa del amor que le profesó a su madre y la amistad que le unió a su padre, y como Bliss se casó con la hija de su amada muerta, se interesó doblemente y sufragó las expediciones del doctor.
—Sí; es muy posible que así fuera.
—En tal caso, Kyle no habrá olvidado a mistress Bliss en su testamento. ¿Sabes, por casualidad, Scarlett, si se ha ocupado de asegurar su porvenir?
—Creo, en efecto, que deja a Meryt una suma considerable. Lo sé por Hani; este me dijo una vez que Kyle le dejaba mucho dinero en su testamento, y que él, Hani, estaba contento, lo que creo, pues siente por Meryt la afección de un perro fiel.
—¿Y Salveter?…
—Presumo que también se ha cuidado generosamente de él. Kyle no estaba casado; no sé hasta qué punto sería responsable de tal estado su lealtad para con la madre de Meryt, y Salveter era su único sobrino. Además, le quería muchísimo. Me inclino a creer que, cuando se lea el testamento, se hallará que Kyle reparte su fortuna entre los dos.
Vance se volvió a Markham.
—¿Podríamos saber por uno de tus diversos y diplomáticos ayudantes —preguntó— qué hay de verdad en todo esto?
—Sí —repuso el fiscal—; aparte de que los procuradores de Kyle se presentarán en cuanto sepan por los periódicos la nueva de su muerte. De todos modos, les meteré prisa.
Vance tornó a interpelar a Scarlett:
—Si mal no recuerdo, dijiste que recientemente Kyle había puesto límite a los gastos de excavaciones ocasionados por las sucesivas expediciones de Bliss. La creencia de un resultado inmediato sería el motivo de esto, ¿o crees que pudiera haber otras razones?
—No —Scarlett reflexionó un momento—. Tal y conforme las planea el doctor, esas expediciones son excesivamente costosas y, naturalmente, de un resultado muy problemático. Por otra parte, por afortunadas que sean, transcurre largo tiempo antes que den pruebas tangibles de su valor. Kyle se impacientaba; no era sabio, y así conocía poco la materia; quizá creyó que el doctor era un extravagante, cuyas excentricidades tenía él que pagar. El caso es que este año declaró que no le daría más dinero si antes no se obtenían positivos resultados de las excavaciones. Y por esto el doctor deseaba presentarle una nota de gastos y ponerle frente al tesoro llegado ayer.
—La actitud tomada por Kyle, ¿era personal?
—Por el contrario, sus relaciones con Bliss fueron siempre afectuosas. Como persona, era de su agrado y le respetaba como sabio. En cuanto a Bliss, no tenía más que alabanzas para él. Su gratitud era profunda. De modo que por aquí errarás el camino.
—El posible resultado de su entrevista con Kyle, ¿conmovía al doctor? ¿Estaba inquieto, nervioso?
Scarlett frunció el ceño y dio una chupada a su pipa.
—Ni una cosa ni otra —repuso al fin—. Creo que se tomaba el caso con filosofía. Es muy cómodo; toma las cosas como vienen, y tiene también mucha fuerza de voluntad. En él hallarás siempre al escolar, ¿entiendes?
—Sí —Vance abandonó el cigarro y cruzó ambas manos por encima de la cabeza—. Si Kyle se hubiera negado a sufragar por más tiempo los gastos de la expedición, ¿cómo se lo hubiera tomado el doctor?
—Es imposible adivinarlo. A mí me parece que se hubiera procurado dinero por otra parte cualquiera, pues con todo y no haber entrado aún en la tumba de Intef, ha avanzado mucho en su labor.
—Frente al paro probable de las obras de excavación, ¿cuál ha sido la actitud adoptada por Salveter?
—Este estaba todavía más trastornado que el doctor. Su entusiasmo no tiene límites, y varias veces suplicó a su tío que continuara apoyando los trabajos. Si este se hubiera negado a continuar sufragándolos, creo que le habría destrozado el corazón. Tengo entendido que propuso a su tío su renuncia a la herencia que este le tiene destinada para que la empleara en la obra.
—No cabe dudar de la sinceridad de Salveter —concedió Vance, después de lo cual estuvo callado largo tiempo. Sacó del bolsillo la pitillera, pero no la abrió; se quedó con ella en la mano y tabaleaba en la tapa—. Otra cosa quería preguntarte aún, Donald: ¿qué opina mistress Bliss de la labor de su esposo?
La pregunta era vaga, intencionadamente vaga, según me pareció, y Scarlett se quedó algo perplejo. Pero replicó después de un instante:
—Meryt es una esposa fiel. Durante el primer año de su matrimonio se interesó por cuanto hacía el doctor, acompañándole, como sabes, en su expedición del año mil novecientos veinticuatro. En aquella época durmió en la tienda de campaña y parecía ser muy dichosa. Pero, con franqueza, Philo, últimamente ha ido desvaneciéndose su interés. Supongo que esto se debe a una reacción de la raza, a la sangre egipcia que corre por sus venas. Su madre era muy orgullosa y casi fanática cuando se trataba de su patria; le dolía la profanación de las tumbas de sus antepasados por los bárbaros occidentales, como ella les llamaba. Pero Meryt jamás ha manifestado su opinión respecto al caso. Presumo que algo del antagonismo materno despertó en ella últimamente, pero no es un sentimiento profundo, ¿sabes? Meryt es absolutamente fiel a Bliss y a su obra.
—Quizá Hani tenga que ver con su actual estado de ánimo —sugirió Vance.
Scarlett le dirigió una mirada interrogante.
—No lo creo —replicó, como a la fuerza, y guardó silencio.
Vance insistió:
—Pues yo te digo que es probable. Es más: sospecho que el doctor se da cuenta de la influencia ejercida por Hani sobre su esposa, y está resentido y enojado. Recuerda la tirada que le soltó en el Museo esta mañana. Abiertamente, ha acusado a Hani de envenenar el alma de su mujer.
Scarlett agitóse en la silla y mordió el extremo de su pipa.
—El doctor y Hani no se quieren —observó—. Bliss le trajo a América únicamente porque Meryt insistió en ello, pero él cree que Hani le espía por cuenta del Gobierno egipcio.
—¿Sería imposible?
—Vance, no sé qué decirte —Scarlett se inclinó hacia él con las facciones súbitamente rígidas—. Únicamente repito: Meryt es incapaz de cualquier fundamental deslealtad con su esposo. Y aun cuando piense, quizá, que se equivocó al casarse con el doctor, mucho mayor que ella y por completo dedicado a su trabajo, cumplirá con su deber como buena cristiana.
—Comprendo —Vance hizo un leve movimiento de cabeza y tomó de la pitillera uno de sus Regies—. Y esto me fuerza a hacerte otra pregunta muy… delicada. ¿Crees que mistress Bliss tenga… cómo diría yo?… intereses ajenos al inspirado por su esposo, es decir, prescindiendo del respeto inspirado por la obra científica del doctor; ¿crees tú que sus sentimientos más íntimos pueden correr en otra dirección?
—¡Vance, por Dios! ¡No hay derecho! —balbució Scarlett, levantándose—. No está bien hablar de estas cosas; no está bien. Me colocas en embarazosa situación.
El apuro de Donald despertó mi simpatía.
—Tampoco está bien cometer un asesinato —replicó Vance—, y se ha cometido en una esfera distinguida. La situación es poco corriente; además, el pobre Kyle fue cruelmente trasladado de este mundo al otro; pero, en fin, no quiero lastimar tu delicadeza —agregó, sonriendo, persuasivo—. Vamos, Scarlett —continuó en otro tono—, confiesa que no eres insensible a los encantos de la dama, ¿eh?
Scarlett se volvió hecho una fiera y lanzó una feroz mirada a Vance. Mas antes que pudiera, Philo saltó en pie y le miró fijamente a los ojos.
—Se ha asesinado a un hombre —dijo quedo— y se trama una intriga infernal. Otra vida humana está amenazada. Yo estoy aquí para descubrir el autor del odioso plan y salvar a un inocente de la silla eléctrica; conque así, jamás consentiré que se me intercepte el camino con tabúes convencionales —su voz se dulcificó un tanto al añadir—: Respeto tu comportamiento que, en otras circunstancias, sería admirable, pero que ahora es tonto, créelo.
Scarlett bajó la vista, y a poco tornó a sentarse.
—Tienes razón, amigo —convino en voz baja—; prosigue.
Vance fumó un rato antes de replicar:
—No; me has contado casi todo lo que deseaba saber; pero quizá vaya a verte más tarde. Es la hora de comer; puedes retirarte.
Scarlett exhaló un suspiro de alivio y se puso en pie.
—Un millón de gracias —dijo, y partió.
Heath le había seguido, y le oímos ordenar a Snitkin que dejase pasar a Scarlett.
—Bueno —observó Markham en cuanto volvió el sargento a nuestro lado—; ¿qué sacaste en limpio de los informes de Scarlett? Porque yo no veo que hayan arrojado una luz deslumbradora sobre nuestro problema.
—¡Hombre! —Vance movió la cabeza, expresando una incredulidad compasiva—. Scarlett ha revelado cosas interesantísimas, y ahora, cuando sometamos a interrogatorio a los habitantes de la casa, pisaremos un terreno seguro.
—Me alegro de verte tan confiado —Markham se alzó del asiento y miró gravemente a su amigo—. Oye, ¿no creerás…?
Se interrumpió, como si no se atreviera a expresar su pensamiento.
—Sí; creo que el crimen ha sido el medio para un fin determinado —replicó Vance—. Su verdadero objeto es envolver en él a una persona inocente, y así despejar el campo de elementos perturbadores.
Markham permaneció inmóvil como una roca.
—Comprendo —dijo luego—. Y, naturalmente, es posible que así sea.
Paseó arriba y abajo con la cabeza envuelta por una nube de humo.
—Oye —se paró y miró a Vance—: quiero hacerte una pregunta. Recuerdo que pediste a Salveter un lápiz; ¿de qué marca era el trocho aquel que encontraste encima de la estantería? Acaso un Mogol, ¿verdad?
—No. Un Koh-i-noor, un H. B., mucho más duro que el Mogol. Ambos son muy parecidos, de todos modos: hexagonales y amarillos.
—¿Qué marca usa el doctor? ¿Cuál era la del lápiz que hallaste sobre la mesa? —preguntó Markham.
Vance suspiró.
—Veía venir la pregunta —observó—, y la verdad es que temo contestarla. ¡Eres tan impulsivo!
Exasperado, partió Markham en dirección del estudio.
—¡Eh! —le gritó el otro—. No te molestes en subir la escalera. Era un Koh-i-noor.
—¡Ah!
—Sí; pero no te dejes influir por el hecho.
Pausa.
—No —dijo, al cabo, Markham—. Después de todo, el lápiz no es una prueba convincente, ya que todo el mundo tiene acceso al estudio.
Vance hizo una mueca digna de Puck[17].
—Me sorprende espíritu tan amplio en un fiscal de distrito —observó.