(Viernes 13 de julio, a las 2:15 de la tarde)
Vance se dirigió en línea recta al armario del extremo, o sea aquel delante del cual había sido hallado el cuerpo de Kyle, y tiró los dos cojines al suelo. Después miró atentamente la cúspide de la estantería.
—Bueno —murmuró—; ahora temo comenzar. Si me equivocara…
Markham le atajó con impaciencia.
—Los soliloquios pasaron de moda, Philo —dijo—. Si no tienes nada que enseñarme, ¡vámonos!
—Tienes razón.
Entonces se acercó Vance al cenicero y apagó en él su cigarro, aplastando el extremo encendido en el metal. Volviendo junto a la estantería, llamó con una seña a Heath y a Markham.
—A modo de proludium —dijo—, voy a llamarles la atención sobre esta cortinilla. Vean cómo cuelga en el vacío, por haberse salido de la varilla esta anilla del extremo. Reparen también —continuó Vance— en que está semidescorrida, como si alguien hubiese comenzado y algo le hubiese interrumpido en el acto de descorrerla. El hecho me chocó en cuanto la vi esta mañana, porque lo natural es que estuviera corrida o descorrida del todo. Supongamos que estaba corrida cuando llegó Kyle, y sí lo estaba, ya que por Hani sabemos que él mismo la corrió para ocultar el desorden de los objetos encerrados en la estantería; y por el doctor Bliss, quien manifestó por teléfono que los nuevos tesoros estaban en el último armario, el de la cortinilla corrida. Ahora bien: para correr esta, basta con un movimiento del brazo…, es decir, que se la coge por un lado, el izquierdo, y se tira de ella hacia la derecha; las anillas se deslizan suavemente por la varilla de metal. Mas ¿con qué nos encontramos en el caso presente? ¡Conque ha sido descorrida en parte! Es indudable que Kyle no la hubiera descorrido a medias para examinar las antigüedades; por consiguiente, concluyo que algo debió de ocurrir antes de haberla descorrido por completo… Oye, Markham: ¿estás en lo que digo?
—Sí; continúa.
Markham sentía despierto interés, y Heath escuchaba también atentamente.
—Entonces reflexiona bien en esto: Kyle fue hallado, ya cadáver, junto a esta estantería, y murió de un golpe asestado en la cabeza por la pesada estatua de diorita de Sakhmet. Recordaréis que esta había sido colocada por Hani en lo alto del escaparate. Bueno; pues cuando vi la cortinilla semidescorrida, y en seguida observé que la primera anilla, la del extremo izquierdo, no estaba en su varilla, me di a reflexionar. Familiarizado como estoy con las metódicas costumbres del doctor, creo que, de haberse desprendido anoche, cuando él entró en el Museo, la hubiese visto; estén seguros.
—Entonces, Philo —preguntó Markham—, ¿opinas que ha sido desprendida a sabiendas y para ulteriores fines?
—¡Sí! Creo que a una hora determinada y en el tiempo que media entre la nocturna llamada telefónica del doctor y la visita matinal de Kyle al Museo, alguien quitó la anilla de la varilla para ulteriores fines, como dices muy bien.
—Creo adivinar tu pensamiento, Vance —dijo Markham con un grave movimiento de cabeza—. ¿Fue esto lo que te movió a inspeccionar la cúspide de la estantería y a conseguir que te mostrara Hani el lugar exacto donde había colocado la estatua?
—Precisamente. Y no sólo hallé lo que andaba buscando, sino que Hani confirmó mis sospechas cuando señaló el lugar elegido. Unas pulgadas la separaban del borde del armario, mas dicho borde tenía un profundo arañazo; y en la ligera capa de polvo que cubría la cima de la estantería, una segunda huella dejada por la base circular de Sakhmet demostraba que la estatua había sido adelantada después de colocada por Hani.
—Sin embargo, el doctor Bliss ha confesado que él mismo la varió de lugar anoche —observó Markham.
—No de lugar, de posición —replicó Vance—. Y las dos señales dejadas en el polvo son paralelas, de modo que el enderezamiento mencionado por Bliss no adelantó seis pulgadas la estatua.
—Comprendo lo que quieres decir. En tu opinión, alguien adelantó la estatua hasta el mismo borde del escaparate, después de ser enderezada por Bliss. No me parece descabellada la idea.
Fastidiado y entornando los párpados, Heath había escuchado lo expuesto; mas de repente encaramóse a una silla, frente a la estantería, y examinó su cúspide y la moldura.
—Quiero ver esto —murmuró. Descendió de allí a poco, afirmando con lento movimiento de cabeza—: Es como dice mister Vance —convino—. Pero ¿qué tiene que ver el crimen con ese juego de manos?
—Es precisamente lo que estamos tratando de averiguar —replicó, sonriendo, Philo—. Quizá nada. Por el contrario, si…
Se interrumpió para inclinarse y levantar con esfuerzo considerable la estatua de Sakhmet. (Como ya he dicho, medía esta dos pies de altura, estaba sólidamente esculpida y tenía una pesada y gruesa base. Más tarde, la levanté yo mismo para saber su peso, que calculé en treinta libras, por lo menos.) Se subió después a una silla y con gran precisión la depositó sobre la estantería, al mismo filo del borde. Habiéndose asegurado de que su base coincidía exactamente con el círculo dejado antes por ella en el polvo, corrió la cortinilla. Entonces, con la mano izquierda tomó la anilla desprendida de ella y tiró de ambos hacia la derecha, hasta que estuvieron al lado izquierdo de Sakhmet. La levantó, inclinándola del otro lado, y colocó la anilla bajo el borde de su base. Registróse después el bolsillo y extrajo de él el objeto misterioso encontrado poco antes. Levantándolo en el aire para que lo viéramos, explicó:
—Esto es lo que descubrí, Markham: la sección de un lápiz cuidadosamente cortada y pulida. Vean para qué sirve.
Inclinó a Sakhmet hacia adelante, y en la parte posterior de su base colocó el trozo de lápiz. Al separar de ella las manos se balanceó peligrosamente, pareciendo de momento que iba a caer al suelo; pero el lápiz tenía aparentemente la longitud necesaria para que no perdiera del todo el equilibrio.
—Hasta ahora veo confirmada mi teoría —Vance bajó de la silla—. Hagamos la prueba.
Apartó la silla, y dispuso los almohadones de modo que ocuparan el sitio donde descansó la cabeza de Kyle, al pie de Anubis. Al enderezarse, se encaró con el fiscal.
—Markham —dijo sombríamente—, repara en la posición de esta cortina; considera la de la anilla al borde de la estatua; observa la falsa posición de Nuestra Señora de la Venganza y represéntate luego la llegada de Kyle. Se le ha enterado de que los recién llegados tesoros están en el último armario, el de la cortina corrida, y él mismo aconseja a Brush que no moleste al doctor, porque va a entrar en el Museo para ver los objetos recientemente importados. No quiero decir —continuó— que Kyle encontrara su fin como resultado de una trampa mortal ni si, reconstruyendo esta, obtendré la prueba que busco. Pero declaro por adelantado mi teoría como una posibilidad, pues si el abogado defensor pudiera demostrar que Kyle fue asesinado por otra persona que el doctor Bliss, es decir, por una persona ausente del lugar del Museo, tu acusación recibiría, Markham, un golpe decisivo.
Así diciendo, se acercó Vance a la estatua de Anubis y dio la espalda a la pared occidental del Museo. Entonces levantó el extremo izquierdo inferior de la cortina.
—Supongamos que, una vez ocupado su lugar frente a la estantería, Kyle extendió el brazo y descorrió esta cortina. Suponiendo que la trampa estuviese preparada, ¿qué sucedió entonces?
Y uniendo la acción a la palabra, dio a la cortina un brusco tirón hacia la derecha. La tela corrió en la varilla hasta quedar cogida y detenida a mitad del camino por la anilla de latón insertada bajo la base de Sakhmet. La sacudida hizo perder el equilibrio a la estatua, que se inclinó hacia adelante y cayó, con ruido apagado, sobre los cojines y en el lugar exacto donde descansara la cabeza de Kyle.
Por espacio de varios minutos, un silencio de muerte reinó en el Museo. Markham continuaba fumando, clavada la mirada en la derribada estatua. Tenía el ceño fruncido y parecía reflexionar. Heath estaba atónito. Por lo visto, no se le había ocurrido pensar en la posibilidad de una añagaza, y la demostración de Vance había echado por tierra sus bien cimentadas teorías. También contemplaba la estatua con una expresión entre asombrada y perpleja, mientras apretaba el cigarro entre los dientes.
Vance fue el primero en hablar:
—Bueno; la prueba ha salido bien, como veis. Creo haber demostrado la posibilidad de que Kyle fuera asesinado mientras estaba solo. Su estatura era exigua, y por consiguiente, había suficiente distancia entre su cabeza y la cima del armario para que la estatua ocasionara su muerte. Además, el fondo del armario es de unos dos pies: así era inevitable que la estatua le diera en la cabeza, siempre y cuando estuviera junto al armario. Y, evidentemente, tal era su posición cuando descorrió la cortinilla. No sólo el peso de Sakhmet fue suficiente para producirle la terrible fractura del cráneo, sino que su misma posición diagonal sobre este corrobora que fue víctima de una trampa cuidadosamente preparada.
Vance hizo un ligero ademán enfático.
—Confiesa, Markham, que la demostración que acabo de verificar hace probable la culpabilidad de una segunda persona y, por consiguiente, suprime uno de tus cargos más serios contra el doctor Bliss, a saber: proximidad y ocasión. Y si relacionamos el hecho con el opio vertido en su café, veremos que le proporciona una coartada convincente, ya que no absoluta.
—¡Sí! Las pruebas negativas que has descubierto tienden a contrarrestar las positivas del escarabajo, la nota de gastos y las huellas sangrientas. No cabe duda: el doctor puede oponer poderosa defensa.
—Y no olvides, John, que si sólo se hubiera propuesto romper a Kyle la crisma, no hallaríamos ahora pruebas de la trampa mortal. Si su objeto fue matar únicamente al viejo, ¿por qué poner en la cima de la estantería ese trocito de lápiz?
—Tienes muchísima razón —aprobó Markham—. Un buen abogado puede convertir mi querella contra el doctor en agua de borrajas.
—Y considera por un momento el verdadero significado de tus pruebas —Vance tomó asiento—. El alfiler hallado junto al difunto pudo ser sustraído por cualquiera de los asistentes a la conferencia de anoche, y luego colocado, con toda intención, en el lugar preciso, ya que, habiendo dormido al doctor mediante el opio derramado en su desayuno, era facilísimo para dicha persona cogerlo esta mañana de la mesa de estudio, cuya puerta no se cierra jamás con llave, como sabes. Y de paso, ¿qué cosa más natural que apoderarse también de la nota de gastos para deslizaría más tarde en la mano inerte de Kyle? Las huellas pudieron ser asimismo trazadas por un habitante cualquiera de la casa que, tomando el zapato del dormitorio de Bliss, efectuase la operación y lo tirase luego a la papelera, mientras dormía el doctor bajo la influencia del narcótico. En cuanto a la ventana, ¿no indican sus persianas, herméticamente cerradas, que no se quería que vieran los vecinos lo que pasaba en el interior del estudio?
Markham paseaba con las manos cruzadas a la espalda.
—La presencia aquí de la trampa y la del opio en la taza de café —concedió al fin— arrojan nueva luz sobre el caso. Le amplían y complican, haciendo posible e incluso probable la culpabilidad de una segunda persona —de pronto se paró en seco y dirigió una penetrante mirada a Heath—. ¿Cuál es su opinión, sargento?
Evidentemente, este estaba en duda.
—Me vuelvo loco —confesó, tras una pausa—. Creía que estaba ya resuelto el problema; pero ahora mister Vance expone un sinfín de ideas sutiles y salva con ellas al doctor —y dirigió a Philo una mirada fulminante—. ¡Qué excelente abogado hubiera sido! —exclamó con marcado desdén.
Markham sonrió involuntariamente; pero Philo movió con tristeza la cabeza y miró con aire ofendido al sargento.
—No me insulte, sargento —protestó con ironía—, cuando trato de evitar que cometan ustedes un error. ¡Buen pago me da! ¡Llamarme abogado! ¡Qué horror!
—De todos modos —prosiguió Heath—, aún quedan bastantes pruebas contra Bliss.
—Sí —Vance volvía a estar pensativo—; pero mucho me temo que no resistan un examen a fondo.
—Así, ¿opinas —dijo Markham— que las pruebas fueron planeadas con intención… y que el verdadero criminal las colocó de manera que acusaran a Bliss?
—¿Acaso es poco usual el procedimiento? —interrogó Vance.
—Con todo, yo no puedo ignorar las que condenan al doctor, dada la situación en que estoy colocado. Antes de declarar su inocencia, tengo que probar que se ha fraguado un complot en contra suya.
—¿Y su arresto?
—Es imposible, claro está —concedió—, ordenar el arresto del doctor en vista de los convincentes factores que se nos han presentado. Pero no quiero olvidar que también hay indicios de su culpa.
—¿Y qué hay que hacer en tan complicadas circunstancias?
Markham fumó un rato en silencio.
—Voy a sujetar a Bliss a una estrecha vigilancia —declaró finalmente—. Sargento —ordenó en seguida a Heath—, que sus hombres pongan en libertad al doctor, pero disponga que se le vigile noche y día.
Heath marchó hacia la escalera.
—Ahora, sargento, diga al propio Bliss que no salga de la casa hasta que yo le haya visto —gritó aún el fiscal.
Heath partió para desempeñar su comisión.