3. SCARABAEUSSACER

(Viernes 13 de julio, al mediodía)

Vance examinó la estatua negra, con el ceño fruncido.

—Quizá no signifique nada (sobrenatural, se entiende), pero el hecho de haber sido escogida para cometer el crimen, encierra, a mi modo de ver, algo diabólico, siniestro y supersticioso.

—¡Vamos, vamos, Vance! —dijo Markham, que se esforzaba por hablar coa naturalidad—. Estamos en Nueva York, una ciudad moderna; no en el Egipto legendario.

—Sí, mas la superstición es un factor que rige aún la naturaleza humana como hemos dado en llamarla. Este salón encierra muchas armas, tan mortíferas todas ellas como esta y muchísimo más fáciles de manejar. ¿Por qué razón se ha escogido entonces esta engorrosa y pesada efigie de Sakhmet, cuando evidentemente se requiere para manejarla un vigor poco común?

Buscó con la mirada a Scarlett, cuyos ojos, fijos en el cadáver, parecían fascinados, y le preguntó:

—¿Dónde se guarda usualmente esta escultura?

Scarlett parpadeó.

—Un momento…, déjeme que recuerde —evidentemente luchaba por coordinar sus ideas—. ¡Ah, sí! Encima de aquellos armarios —dijo, señalando con mano temblorosa la hilera de anchos armarios que se hallaban situados frente al cuerpo de Kyle—. Es uno de los objetos que llegaron ayer, y una vez desembalado fue puesta ahí por Han i, porque, en tanto que no se ordenan y catalogan como es debido, todos los objetos se colocan temporalmente en estos armarios del fondo.

Dividida en diez secciones de dos pies de ancho por siete de largo, ocupaba la hilera de armarios o escaparates toda la parte posterior del Museo, y estos escaparates (estantes abiertos, en realidad) estaban llenos de toda clase de curiosidades, como ejemplares de cerámica por docenas, jarros de madera, frascos de perfumes, lámparas de alabastro, pectorales, arcos y flechas, azuelas, espadas, dagas, sistros, espejos de mano, de bronce o cobre, tableros de marfil, cajas de fragancias, mangos de látigo, sándalos, hojas de palmera, peines de madera, paletas, sustentáculos para apoyar la cabeza, cestos de caña, cucharas cinceladas, herramientas de modelar, cuchillos de pedernal para los sacrificios, máscaras de terracotta, estatuillas grotescas, cintillos y otras cosas por el estilo.

Cada escaparate tenía su cortina divisoria hecha de un material que me pareció reps de seda, y suspendida mediante anillas de metal de su correspondiente varilla. Todas estaban descorridas en aquella ocasión, con excepción de la que tapaba la estantería del extremo, ante la cual precisamente yacía el cuerpo de Kyle. Esta estaba descorrida en parte.

Vance se había vuelto en redondo.

—¿Y qué me dices de Anubis, Scarlett? ¿Es también una reciente adquisición?

—Sí; también llegó ayer. Fue colocada en este ángulo para no separarla del resto de la expedición.

Aprobó Vance lo expuesto con un movimiento de cabeza y se aproximó al semicerrado escaparate. Una vez allí, fue metiendo la nariz en todos los estantes, operación que le llevó un buen rato y durante la cual murmuraba como quien habla consigo:

—¡Interesantísimo, interesantísimo!… Veo que tenéis aquí una esfinge posthyksa, barbada y muy poco común. ¡Qué precioso bajel de vidrio azul!…, aunque no tanto como esa cabeza de pantera. ¡Ah!, aquí veo objetos que demuestran el carácter belicoso del viejo Intef…, como esa hacha de guerra, por ejemplo; ¡diantre!, aquí hay cimitarras y dagas positivamente asiáticas —y mirando atentamente al último estante, exclamó—: ¡Hasta tenéis una deslumbradora colección de mazas de ceremonia!

—Son antigüedades recogidas por el doctor Bliss en la última expedición a Egipto —le explicó Scarlett—. Esas mazas de pórfido y pedernal proceden de la antecámara de la tumba de Intef.

En aquel mismo instante rechinó sobre sus goznes la gran puerta de metal del salón, y el sargento Heath, con sus detectives, apareció en lo alto de la escalera. Dejando a sus hombres en el descansillo, el sargento bajó sin demora al salón y, una vez en él, abordó a Markham con el apretón de manos de ritual.

—¿Qué tal, mister Markham? —dijo con voz atronadora—. He venido tan pronto como me ha sido posible y traigo conmigo a tres muchachos del Bureau[7]. El capitán Dubois y el doctor Doremus[8] vendrán en seguida. Ya les he mandado recado.

—Por las trazas, nos hallamos metidos en un nuevo y desagradable escándalo, sargento —el tono de Markham era pesimista—. Ahí tiene a Benjamín Kyle.

Heath miró agresivamente al difunto y gruñó:

—¡Vaya una faena fea! —comentó entre dientes—. ¿Qué es lo que le ha matado?

Vance, que de espaldas a nosotros había seguido requisando los estantes, se volvió en redondo y repuso con sonrisa afable:

—La efigie de Sakhmet, diosa de los antiguos egipcios, sargento, en combinación con este caballero —y señaló a Anubis.

—¡Ah mister Vance! —exclamó Heath, sonriendo gentilmente y tendiéndole la mano—. Debí suponer que le encontraría aquí, porque cada vez que se comete un asesinato en circunstancias excepcionales es seguro que mister Vance se halla en el lugar del crimen. Bien; me alegro mucho. Y ahora, creo que habrá usted comenzado a desarrollar el proceso psicológico y que aclarará pronto, prontito, este misterio, ¿eh?

—Temo que para aclararlo vamos a necesitar algo que no es precisamente psicología. Un poquito de conocimiento acerca de la ciencia egiptológica nos será, quizá, de mayor utilidad.

—Dejo tan embarazoso estudio a su cuidado. Lo que yo deseo es ver las huellas dactilares de esta… condenada escultura, la más fea que me he echado a la cara. ¿Quién habrá sido el mocito que la esculpió? Veamos…, cabeza de león, una gran bola en… el piso superior…

—Esa cabeza de león de Sakhmet tiene un origen totémico, sargento —le explicó, complaciente, Vance—, y esa bola es representación del disco solar. En cuanto a la serpiente de la frente, es una cobra (o ureas), emblema de realeza.

—Será así, puesto que usted lo dice —el sargento se impacientaba—, pero ahora me interesa sobre todo obtener las huellas dactilares del asesino.

Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la fachada de la casa.

—¡Eli, Snitkin! —gritó con acento belicoso—. Releva al agente de guardia y envíale de ronda. Y tan pronto como llegue Dubois acompáñale aquí.

Entonces se volvió a Markham:

—¿Quién tiene la bondad de explicarme lo ocurrido? —preguntó.

Markham le presentó a Scarlett.

—Este caballero. El descubrió el asesinato y le explicará en qué circunstancias —replicó.

Los dos hombres estuvieron hablando por espacio de cinco minutos aproximadamente, y durante toda la conversación el sargento se mantuvo en actitud de evidente sospecha. Hasta que la inocencia hubo sido demostrada completa e irrefutablemente. Heath tenía por principio creer en la culpabilidad de todo el mundo. Entre tanto, Vance se había inclinado sobre el cuerpo de Kyle, examinándole con una atención que me extrañó. A poco contrajo ligeramente los párpados, y dobló una rodilla para husmear, con la nariz casi pegada al suelo. Luego sacó del bolsillo su monóculo, lo limpió cuidadosamente y se lo puso. Markham y yo le observábamos en silencio. Así que hubo transcurrido un instante, tornó a recobrar su primera posición, inquiriendo:

—Scarlett, ¿por casualidad tendrías a mano una lupa manejable?

El aludido, que entonces acababa su conversación con el sargento, llegóse en el acto a la vitrina de los escarabajos y abrió uno de sus cajones.

—¡Valiente museo sería este sin una lupa! —observó, tratando de bromear. Luego volvió con una Coddington en la mano.

La cogió Vance y se volvió al sargento.

—¿Quiere prestarme su lámpara de bolsillo, Heath?

—¡Ya lo creo!

Vance se arrodilló otra vez, y con la lámpara en una mano y la lupa en la otra inspeccionó un objeto oblongo, diminuto, que estaba en el suelo y a un pie de distancia de Kyle.

El sargento se había metido las manos en los bolsillos y dejó oír su característico resoplido de desprecio.

—Nisut Biti… Intef-o… Si Re… Nub-Kheperu-Re…

—¿Qué idioma es ese, mister Vance?

—Es la traducción literaria de unos jeroglíficos egipcios que estoy leyendo en un escarabajo.

El sargento manifestó súbito interés.

—¿Cómo? ¿Un escarabajo?

Adelantó un paso y se inclinó sobre el objeto examinado por Vance.

—Sí, sargento, un escarabajo o un scarabee, scarabaeid o scarabaeus o como prefiera llamarlo. Este óvalo de lapislázuli era el símbolo sagrado de los egipcios, y por cierto, de la decimoséptima dinastía, que vivió en el mil seiscientos cincuenta antes de Jesucristo, o sea hace unos tres mil quinientos años. Lleva el título y nombre de Intef-o (o Intef), cuyo nombre como dios era el de Neferkeheru, si mal no recuerdo. Reinó en Tebas durante la dominación de los hyksos en el delta[9]. La tumba de este caballero ha sido excavada por espacio de unos años bajo la dirección del doctor Bliss… Y, naturalmente, habrá usted observado, sargento, que el escarabajo está montado en un alfiler de corbata…

Heath emitió un gruñido de satisfacción. Por lo menos ello era una prueba real y tangible.

—Es un escarabajo y un alfiler de corbata, ¿eh? Perfectamente, mister Vance. Daría cualquier cosa por poder echar el guante al pájaro que llevaba esta monería azul en la corbata.

—Si lo desea, yo puedo revelar su identidad, sargento —Vance se puso en pie y miró hacia la puertecilla de acero que había junto a la parte superior de la escalera de caracol—. Este alfiler pertenece al doctor Bliss.