Diario de Henry Holmes Goodpasture

3 de junio de 1881

En los últimos ocho o diez días ha hecho un calor tan sofocante, que parecía que el sol se iba acercando cada vez más a la tierra. Pero esta tarde ha llovido, un breve y denso chaparrón que ha convertido las calles en un lodazal. Mañana ya no habrá barro, sino el polvo seco y fino de siempre. Pero tendremos primavera: después de llover se produce por aquí una pequeña floración, y brotan hojas y capullos. Lo que debería animarnos, porque ha habido mucha tensión, y también indiferencia.

Han pasado seis semanas desde que Whiteside nos hizo su promesa. Buck afirma que deberíamos haber cumplido nuestras amenazas inmediatamente, así que he escrito una firme carta a Whiteside para comunicarle que dentro de una semana las llevaremos a la práctica. Estoy seguro de que esta nueva advertencia será inútil, pero me permite aplazar el cumplimiento de nuestras exhortaciones. Hart, más honrado que yo, admite claramente que no le apetece otro viaje a Bright’s City.

La Sister Fan ha tenido que implantar un turno de noche. Las inundaciones en los niveles inferiores se han convertido en un problema de dimensiones crecientes. Tienen una cuba de doscientos litros para desalojar el exceso de agua, y han de trabajar día y noche para contener el flujo. Godbold, el capataz, dice que hace falta un costoso mecanismo de bombeo. Los huelguistas de la Medusa, según el médico, están desesperados por eso (como anteriormente lo estaban por el rumor de que iban a contratar mexicanos para explotar la ociosa Medusa), ante el temor de que la Compañía Minera Porphyrion y Western no trate de solucionar la huelga hasta comprobar la gravedad del problema del agua en la Sister Fan.

Todo está tranquilo en el valle. Los vaqueros, al parecer dirigidos ahora por Cade y Whitby, han bajado a México, según nuestros informes, en una expedición de saqueo y pillaje. Lo que parece una insensantez en la situación actual, pues se supone que las fronteras se encuentran bajo férrea vigilancia.

Dicen que sobre la tumba de McQuown apareció brevemente una cruz de madera con la inscripción: «Asesinado por Morgan». En cierto modo, creo yo, la gente ha llegado a temer a Morgan como antes a McQuown. Es algo poco razonable, y sospecho que se parece bastante a las pasiones que se desatan en todo linchamiento. Sea como sea, se le considera culpable del asesinato de McQuown, y de otras muertes también, debido a una miope emotividad que no parece sustentarse en los hechos.

Hay rumores de resentimiento entre Gannon y Blaisedell, surgido, a todas luces, del encuentro que tuvieron cuando el minero que disparó a MacDonald se refugió, herido a su vez, en el General Peach. Nadie sabe qué sucedió realmente entre ellos, pero la larga experiencia me dice que a pesar del humo que envuelve el asunto puede no haber fuego. El animal humano se diferencia de las demás bestias por su infinita capacidad de crear ficciones.

Debo confesar que personalmente he tenido la necesidad de cambiar en cierto modo mis opiniones sobre el ayudante del sheriff. Creo que es un hombre honorable, aunque lento de reflejos: no es una lumbrera, pero pone empeño. Ha adquirido cierta talla moral entre nosotros; prueba de ello es el cúmulo de conjeturas y discusiones que suscita. Ha llegado a ser lo que ningún otro ayudante jamás ha sido —excepto, quizás, aunque brevemente, Canning—, un hombre con quien se puede contar.

MacDonald está en Bright’s City. Supongo que volverá pronto, y temo que esté maquinando alguna represalia. En realidad, es lo bastante impulsivo como para emplear medios ilícitos con que castigar a los huelguistas, de quienes con seguridad piensa que se confabularon para quitarle la vida contratando a un asesino a sueldo. No obstante, si es tan estúpido como para intentar reunir de nuevo a sus antiguos Reguladores con objeto de tomarse la revancha, se encontrará con una ciudad furiosa y estrechamente unida contra él. MacDonald no tiene amigos en Warlock.

Así va la vida en Warlock, con miedos que son sombras proyectadas en la pared, más que otra cosa. El ambiente sigue cargado, aunque me pregunto si no continuará así sin desembocar nunca en violencia; si no formará parte, en realidad, de la atmósfera de Warlock, saturada de polvo y calor…

Me he precipitado. Otra sequía ha tocado a su fin. Un disparo; creo que ha sido en el Lucky Dollar.

4 de junio de 1881

No está claro quién provocó anoche el tiroteo en el Lucky Dollar. Will Hart, que estaba presente, dice que Morgan acusó de pronto a Taliaferro de hacer trampas, y, en un instante, se volvió y mató a un pistolero mestizo llamado Haskins de un balazo en la cabeza, girándose de nuevo con la evidente intención de disparar a Taliaferro, que, en lugar de sacar el revólver, decidió darse a la fuga, y, a gatas, se arrastró entre las piernas de los espectadores para ponerse a salvo. Morgan, en vez de perseguirlo, se volvió a toda prisa hacia el vigilante, que lo apuntaba con la escopeta. Todo esto, según Hart, se produjo en un instante, y Morgan se puso a insultar frenéticamente a Taliaferro por haber huido y gritó al vigilante que soltara el arma, orden que el empleado tuvo el valor de pasar por alto o, más probablemente, dice Hart, estaba demasiado paralizado para cumplir. La situación permaneció en ese punto muerto, con Taliaferro desaparecido, hasta que Blaisedell, que había estado antes allí pero salió a dar un paseo por Main Street, volvió de pronto.

Blaisedell ordenó inmediatamente a Morgan que soltara el revólver, aunque, según Hart, él no desenfundó el suyo. Morgan se negó, dirigiendo a Blaisedell despreciables insultos. El comisario saltó entonces sobre su antiguo amigo y le arrancó el revólver, después de lo cual, Morgan, evidentemente sorprendido por la rápida reacción de Blaisedell y aún más enfurecido por ella, se enzarzó con el comisario en una violenta pelea. Está claro que Morgan intentó inmovilizar a Blaisedell más de una docena de veces mediante algún golpe o estratagema infame, pero el comisario acabó dejándolo tendido en el suelo sin conocimiento, y luego se lo llevó a la cárcel para que pasara allí la noche como cualquier borracho alborotador.

Anoche la ciudad estaba en parte aterrada y en parte exageradamente alborozada, e inmediatamente corrió el rumor de que Blaisedell había expulsado de la ciudad a Morgan. La gente siempre tiende a olvidar que quien destierra a los indeseables es el Comité de Ciudadanos y no Blaisedell. Sin embargo, el juez fue convocado enseguida para que tomara declaración a Morgan sobre la muerte de Haskins. Morgan aseguró que había sorprendido a Taliaferro utilizando una baraja marcada. Se trata de un argumento extraño. Verídico, no cabe duda, pero en esas partidas entre jugadores maestros, como la que se celebraba desde tiempo atrás entre Taliaferro y Morgan, se utilizan barajas marcadas con el conocimiento de todos, y el juego se basa en la astucia de Taliaferro para hacer que Morgan, desplegando su propio ingenio, no descubra el sistema empleado. Se ha dicho que Morgan había sido increíblemente listo para adivinar las maquinaciones de Taliaferro antes del incidente, pero que durante los dos últimos días estaba sufriendo grandes pérdidas. Alegó asimismo Morgan que Haskins, el pistolero de Taliaferro, intentó dispararle por la espalda. Will dice que Morgan no podría haberlo visto a menos de tener ojos en la nuca, pero la declaración de Morgan sobre este punto la respaldaron Fred Wheeler y Ed Secord, quienes juraron que Haskins había desenfundado efectivamente el Colt en cuanto Morgan acusó a Taliaferro de hacer trampas, apuntándole de manera inequívoca. El juez no pudo hacer otra cosa que absolverlo de la muerte de Haskins, y aunque Morgan pretendió claramente acabar enseguida con la vida de su rival, sus intenciones se vieron frustradas, y según nuestro ordenamiento jurídico no era culpable de nada salvo de crear disturbios, lo que le valió pasar la noche en el calabozo.

Según parece, Gannon apareció en el Lucky Dollar mientras Morgan y Blaisedell estaban tratando de machacarse mutuamente, pero como es lógico se abstuvo de participar. Creo que sabe ponerse en su sitio.

Concluida la vista, varios miembros del Comité de Ciudadanos nos reunimos en secreto para valorar la situación y recordarnos que con motivo del primer encuentro de Blaisedell con McQuown y Curley Burne, el comisario había advertido a los malhechores en términos tajantes que no debían entablarse tiroteos en sitios concurridos, en donde existiera peligro para espectadores inocentes; el paralelismo estaba claro. Aún con toda reserva, cobardemente, se convocó una reunión general en el Establo de Kennon. La discreción era necesaria por el hecho de que no estábamos seguros de la actitud que Blaisedell adoptaría ahora con su amigo, pero todos queríamos aprovechar la ocasión en caliente y desterrar a Morgan de Warlock, si era posible. Asistimos todos a la reunión, excepto Taliaferro, que no fue convocado, el médico y la señorita Jessie, que, a nuestro entender, sería un obstáculo para nuestra maquinación.

Rápidamente y por unanimidad se decidió expulsar a Morgan. Su comportamiento, dijimos, constituía precisamente la clase de peligro y amenaza a la seguridad pública que el decreto de destierro pretendía evitar. El problema consistía tan sólo en comunicar a Blaisedell nuestra decisión. Podría convenirle perfectamente, según algunos, pero quizá no le gustara, según otros. Sin embargo, hay miembros del Comité de Ciudadanos, cuyos nombres no mencionaré aquí, que, en las últimas semanas e incluso meses, se muestran descontentos por el elevado salario de Blaisedell o desean que se vaya por otros motivos. Empiezan ahora a proclamarlo, dándose valor unos a otros, o eso parece; no diré más sobre el asunto aparte de que hubo que contener por la fuerza a Pike Skinner para que no golpeara a uno de los más críticos. En general, su postura ha sido la de que si Blaisedell se negaba a cumplir nuestras instrucciones de expulsar a Morgan de la ciudad, como hizo en el caso del minero Brunk, tendría que dimitir de su cargo. Al final prevaleció su opinión, y lamento decir que yo, con todo conocimiento de causa, estuve completamente de acuerdo con ellos. Blaisedell es nuestro instrumento. Si no acata nuestra autoridad, tampoco debe aceptar nuestro dinero.

La reunión se aplazó hasta esta mañana, tras ser requerida la presencia de Blaisedell. Asistió, con el rostro bastante magullado, pero no se le dijo que debía expulsar a Morgan de Warlock. Fue él quien habló. Dijo que presentaba la dimisión de su cargo. Con gesto grave, nos agradeció la confianza que habíamos depositado anteriormente en él, dijo que esperaba que el desempeño de sus funciones hubiera sido satisfactorio, y se marchó.

Warlock, desde esta mañana, ha permanecido tan silenciosa como el Comité de Ciudadanos cuando oyó esa declaración. Creo que estoy, vergonzosamente, tan decepcionado como los demás, pero seguro que ahora tengo mejor opinión de Blaisedell que antes. Estaba claro que sabía con exactitud cuáles eran nuestras intenciones al convocar la reunión, y, como no quería cumplir la orden, comprendió que debía dimitir. En su comportamiento no había recriminación alguna. Somos nosotros, en cambio, quienes nos hacemos ese reproche, por lo que dijimos de él anoche. Y yo lo respeto por no querer expulsar a su amigo de Warlock; pienso que se ha comportado con honor y dignidad, y ahora tengo motivos para preguntarme si esta ciudad, y el Comité de Ciudadanos, han estado alguna vez a la altura del antiguo comisario de Warlock.