Morgan estaba sentado en su butaca de la habitación del hotel, leyendo una revista a la última luz del sol que entraba por la ventana. De vez en cuando se reía entre dientes, y con frecuencia volvía a la cubierta en donde, en el grisáceo papel barato, aparecía un crudo grabado de un rostro que pretendía ser el suyo. Debajo, había la siguiente leyenda: «El Crótalo Negro de Warlock».
Era un semblante afilado y sombrío, de ojos achinados, bigote caído y lacio cabello negro peinado como un camarero. En la mejilla derecha, junto a la nariz, tenía una verruga. Quizá sólo fuera una mancha de tinta, pensó, acercándose el grabado más a los ojos; pero era una verruga. Alzó la mano para tocarse el bigote, el pelo, el punto de la mejilla donde le ponían la verruga.
—¡Vaya, estás hecho un demonio! —dijo con turbada hilaridad—. ¡El Crótalo Negro de Warlock!
Lanzó un aullido y se dio una palmada en el muslo. Volvió a hojear rápidamente el relato del duelo en el Corral Acme, sonriendo, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, eso les enseñará a no dar la espalda al Crótalo Negro —dijo.
Llamaron a la puerta, se levantó y guardó la revista bajo la almohada.
—¿Quién es?
—Soy Kate, Tom.
Se desperezó y bostezó, y fue a abrir la puerta. Kate entró en la habitación, y cerró la puerta al pasar y Morgan asintió con aprobación.
—Peligroso —dijo, asintiendo con aprobación—. Te arriesgas a que alguien se entere de que has venido subrepticiamente a ver a Tom Morgan. Llevas una toca preciosa, Kate.
—¿Te marchas? —preguntó ella de pronto.
Sus ojos eran muy negros entre sus blancas facciones; parecía tener la mandíbula torcida.
—Un día de éstos, quizá. Cuando acabe de sangrar a Taliaferro. No tardaré mucho en sacarle todo lo que me ha costado el Glass Slipper.
—¿Adónde vas a ir?
—Al norte, o al este. Aunque podría ir al oeste, o al sur. Hacia arriba, o hacia abajo.
Kate se sentó en el borde de la cama y dijo:
—Sé que mataste a McQuown.
—Ah, ¿sí? Pues no se te escapan muchas cosas, ¿eh, Kate?
—Lo hiciste para que echaran la culpa al ayudante del sheriff.
—¡Un momento! Me importa un rábano el… Yo no he dicho…
—¡Sé que fuiste tú! —exclamó. Se mordió el labio, respirando hondo—. Pero te salió mal. La gente sabe que lo hiciste tú, y dicen que te envió Blaisedell. Es maravilloso que alguna de tus trastadas te salga mal.
Morgan volvió a sentarse, poniendo los pies sobre la cama, junto a ella.
—Ya sé que encarno todo lo malo que ha habido nunca en esta ciudad. Precisamente he estado leyendo algo sobre eso. Mira debajo de la almohada.
Ella tanteó bajo la almohada como si hubiera una serpiente de cascabel; y la había, en realidad. Miró sin interés la ilustración de la cubierta. Al cabo de un momento dejó caer la revista al suelo.
—¡Soy famoso, Kate! —prosiguió—. Probablemente sea el hombre más perverso del Oeste. —Se sorprendió tocándose la mejilla, justo donde le habían puesto la verruga en el grabado—. Las mujeres utilizarán mi nombre para asustar a sus hijos.
—Sé que mataste a McQuown —insistió Kate—. Lo hiciste por Clay, también, ¿no es así?
—He olvidado por qué, Kate. A veces pierdo la pista de por qué hago las cosas.
Cogió un cigarro puro y encendió un fósforo. Empezó a fumar y la miró a través del humo que se elevaba entre los dos mientras ella inclinaba la cabeza para no encontrarse con sus ojos, contemplándose las manos cruzadas sobre el regazo.
—Tom —le dijo—. Por una vez, voy a pedirte que hagas algo por mí.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Que te deje el Glass Slipper a ti, a Buck y Taliaferro para convertirlo en un salón de baile? Se encuentra en bastante mal estado.
—No, no tiene nada que ver con un salón de baile. Me gustaría que hicieras algo por mí. Te estoy pidiendo un favor, Tom.
—No tienes más que pedirlo.
Ella habló ahora rápidamente, y su voz sonó tenue y frágil.
—Te habrás enterado esta tarde. No sé lo que ha pasado exactamente, pero… pero de pronto todo el mundo parece saber que va a haber problemas entre Clay y el ayudante del sheriff.
Él se recostó en el asiento y soltó otra bocanada de humo entre los dos.
—No es sólo eso —prosiguió Kate—. Se habla de que tú mataste a McQuown. Lo hicieras o no, se comenta.
—Ya estás otra vez con lo mismo.
—Porque me parece… creo que piensa que fuiste tú. Él…
—¿Quién?
—¡El ayudante! Tengo la impresión de que sospecha de ti. Me parece que va a ir por ti. Tom, ¿es que no ves que eso lo pone otra vez en contra de Clay? —Él vio cómo se le enrojecían los ojos y la nariz. Se quitó el cigarro de la boca y lo examinó. Kate, con una voz que sonó como si estuviera acatarrada, concluyó—: ¡No voy a permitir que Clay Blaisedell lo mate!
—Otro Bob Cletus —dijo Morgan—. Mira, Kate, esta vez no tengo nada que ver.
—Puedes impedir que Clay lo haga.
Los ojos le brillaban de lágrimas, que al resbalarle por las mejillas le abrían pequeños surcos en el maquillaje.
—Vaya, Kate, de modo que te has enamorado del feo y soso ayudante. De un patán, otra vez. ¿Qué es lo que piensas hacer, casarte y criar una prole?
Ella no respondió.
—No eres más que una lamentable puta vieja —dijo, y sus palabras se retorcieron en sus entrañas como una enorme llave inglesa tratando de desenroscar un tornillo oxidado.
—¡Lo tuyo no tiene nombre! —susurró ella.
—¿El Crótalo Negro? —sugirió él—. ¿El hombre más malvado del Oeste?
Se detuvo; no se explicaba por qué se sentía de pronto tan furioso con ella.
—Tom —suplicó Kate—. Podrías pedírselo a Clay, igual que te lo pido yo a ti. ¿En qué te perjudicaría hacer algo por mí? Haz que Clay se marche contigo.
—Pero ahí tenemos a la señorita Jessie Marlow, que lo retendrá. Y ella no se irá; es el ángel de la guarda de Warlock.
—¡Algo podrás hacer!
—Podría hacer un trato contigo.
—¿Cuál?
—Como tu ayudante del sheriff es el único que cuenta, si tú te vienes conmigo a lo mejor puedo hacer algo.
La vio cerrar los ojos.
—Sé que te gustaría casarte con un famoso asesino, ahora que tu ayudante ya lo es. Como la señorita Ángel Marlow con Clay. Pero yo también tengo que sacar tajada del asunto, de manera que el trato es tú y yo. Fíjate, serías la amante del hombre más malvado del Oeste, y famosa por derecho propio. Iríamos por ahí, dando exhibiciones en puestos de feria, cobrando entrada por ver los peores horrores que existen, y ganaríamos una fortuna. Haríamos buena pareja.
Kate no despegó los labios, y él continuó:
—Si se me ocurre algo para que Clay no piense en matar a tu ayudante, es eso. Además podría plantearte ciertas condiciones a las que tendrías que conformarte. Por ejemplo, es posible que las cosas se pusieran feas alguna vez y que nos viéramos faltos de capital. En ese caso, tendrías que volver a tu antiguo oficio y conseguirlo. De cuando en cuando.
—Sí —musitó Kate.
Su propia voz le hizo daño en la garganta; al sonreír, le dolió la cara.
—Y además, serías cómplice de mis perversos planes. Mataríamos gente, tú y yo juntos. Asaltaríamos diligencias. Corromperíamos a inocentes con nuestros siniestros manejos; esa clase de cosas.
Kate no le contestó, pero había levantado la cabeza y estaba mirándolo. Él se puso en pie, frente a ella, y le puso la mano en el hombro.
—¿Cómo es eso, Kate? —dijo con voz trémula—. Actúas como si no dieras crédito a mis palabras.
Ella sacudió levemente la cabeza.
—Te has prendado de mala manera de ese ayudante del sheriff, ¿verdad? Es una persona decente, ¿eh, Kate?
—No quiero hablar de él.
Retiró la mano de su hombro. Se sentía como si le hubieran envenenado.
—¿Conmigo no? —le dijo en tono mordaz—. Se porta bien en la cama, ¿eh? Ese tipo flacucho, con pinta de estar pasando hambre.
Despacio, silenciosamente, Kate fue inclinando la cabeza hasta que él sólo vio la parte de arriba de su toca.
—Dime lo que quieres, Tom.
—Cerramos el trato ahora mismo, entonces. Estás sentada en el sitio justo.
Una agria carcajada se le enroscó dolorosamente en las entrañas al ver que Kate se llevaba una mano a la garganta. Intentó desabrocharse torpemente el primer botón metálico del vestido. Cuando lo logró, la mano descendió al segundo. Le temblaban los hombros.
—¡Ah, déjalo! —dijo Morgan—. No te deseo.
Se agachó y recogió la revista del lugar adonde ella la había tirado. La enrolló y se golpeó fuertemente con ella en la pierna mientras volvía a sentarse en la butaca. Kate no se había movido. Volvió a manipular el primer botón; luego, cruzó las manos sobre el regazo.
—Has conmovido mi negro corazón —le aseguró él.
Abrió la mano en que tenía la revista, que se desplegó de golpe, pero no quería ver de nuevo el grabado, de modo que la dejó caer al suelo. Se tocó aquel sitio de la mejilla. Se le ocurrió que se estaba convirtiendo en un tic nervioso, y le pareció extraño que se pareciera al de Kate, que tan bien conocía él.
—De manera que tengo que darte a Johnny Gannon a cambio de Bob Cletus.
Kate alzó súbitamente la cabeza, moviendo hacia él los húmedos ojos.
—Clay no irá por él a menos… —dijo ásperamente, sin concluir la frase.
—Me temo que Johnny lo incite —afirmó Kate—, que ellos lo obliguen.
—¿Ellos?
Kate se encogió de hombros, pero él asintió.
—Ella —puntualizó Morgan, asintiendo con toda naturalidad—. Será lo más probable. La señorita Ángel.
Quizá fuera así, aunque era un aspecto del asunto que Kate no conocía bien para que la preocupase de momento.
—Bueno, entonces Gannon por Cletus y estamos en paz —dijo, riendo brevemente—. De acuerdo, Kate.
—Gracias, Tom.
—Ahora, sal de aquí. La gente pensará que no eres una señora.
Obedientemente, Kate se levantó y se dirigió a la puerta. Era muy alta; con el sombrero puesto medía más que él. Se volvió a mirarlo cuando cerraba la puerta, y él le aseguró:
—No tienes por qué preocuparte, Kate. Tengo la impresión de que Clay preferiría pegarse un tiro antes que disparar a tu ayudante.
Al cerrarse la puerta la borró de su mirada. Se dejó caer en la butaca y se quedó sentado, mascando el cigarro y escuchando sus pasos, que se alejaban por el corredor. Estaba cansado de todo aquello, dijo para sí. No sentía ningún interés por Kate, mucho menos por su ayudante; ¿qué le importaba lo que le sucediera a Clay? No quería ver cómo acababa todo. En cualquier caso, nada terminaba nunca. Siguió allí, sin moverse, cavilando con la mirada puesta en la ventana, inundada de luz, llevándose a veces el índice a la mejilla, como explorando. Era el hombre más malvado del Oeste, dijo para sus adentros, intentando reírse. Esta vez no le salió.
Al cabo de un rato se levantó de mala gana. Era hora de salir a probar suerte otra vez contra Taliaferro. Anoche le había dejado ganar. Pero nadie era capaz de ganarle si él no quería, también estaba harto de eso.