Diario de Henry Holmes Goodpasture

14 de mayo de 1881

La muerte de McQuown, que hace unos meses habríamos celebrado con entusiasmo, nos ha llenado de una inquietud mitigada sólo en parte por el orgullo que hemos sentido al ver el surgimiento de un héroe forjado en nuestro propio seno. Las circunstancias de su muerte, por una parte —un cobarde asesinato—, y, por otra, su falta de sentido. Debía haber habido alguna advertencia, un mensaje, cierta sensación de triunfo. No hubo nada.

Además, en las últimas semanas hemos ido comprendiendo que sus partidarios quizá tuvieran razón en parte, y que era McQuown, quien, pese a ser un ladrón de ganado, ponía orden entre los bandidos del valle y encauzaba sus expolios por determinados canales. No sin motivo se le denominaba el Zorro Rojo. Se necesitaba un control, cosa que se logra mediante organización; y de ahí, McQuown.

Se ha producido una racha de pequeños robos de ganado, y tanto la diligencia de Redgold como la de Welltown han sido objeto de diversos asaltos. Blaikie ha perdido más de cien cabezas de ganado, y ha resultado herido en la mano, aunque no reviste gravedad, en un encuentro con una banda de ladrones. Burbage está indignado; McQuown era al menos un hombre de honor, dice, lleno de rabia. Yo me niego, sin embargo, a sumarme al proceso general de santificación del forajido. Parece que la frontera está ahora estrechamente vigilada, tanto por efectivos del Ejército Mexicano como por los propios vaqueros de Don Ignacio, quien, según dicen, ha declarado la guerra a los cuatreros que tanto tiempo llevan hostigándolo, amenazando con castigar sin piedad a todo aquel que caiga en sus manos. Puede que, en vista de la situación en la frontera, McQuown haya muerto en el momento justo, o de lo contrario, como los que le han sobrevivido, se habría visto obligado a robar a sus vecinos.

Gannon, dormido en los laureles, no ha hecho nada desde que despachó a Wash Haggin. A Kennon no le agrada; dice que es un cobarde y un ventajista, y que sólo tuvo valor para enfrentarse con Haggin porque sabía que Blaisedell lo protegería. Buck Slavin lo defiende, pero está perdiendo la paciencia. El juez, sin embargo, advierte que Gannon carece de recursos para frenar una serie de pequeñas y dispersas incursiones en un territorio hostil, pues tendría que estar en continuo movimiento con una partida que cada vez resulta más difícil reunir. El juez añade que la situación se aliviará únicamente cuando se reciba ayuda del sheriff Keller, lo que se producirá cuando el escándalo o la mala fama obliguen a ese ilustre personaje, o al general, a entrar en acción. Quizá Whiteside esté moviendo ahora ciertos engranajes en nuestro favor; aunque en el fondo lo dudo mucho.

Pike Skinner, por su parte, parece haber cambiado de opinión con respecto al ayudante del sheriff, y ahora lo defiende sin reservas. Señala que Gannon, si se adentra en territorio enemigo, correrá grave peligro de que lo asesinen, puesto que a todas luces los vaqueros están convencidos de que fue él quien mató a su jefe a traición; y también que los incondicionales que con tanto entusiasmo se habrían incorporado a los vigilantes para proteger a Warlock de los Reguladores, no muestran el mismo interés cuando se trata de cabalgar por el valle para enfrentarse a los vaqueros, cuyo semblante patibulario y sus armas siempre dispuestas tanto se pusieron en evidencia en su última aparición en la ciudad.

Gannon suscita la desconfianza de buen número de miembros del Comité de Ciudadanos; o tal vez se trate de resentimiento. Sigue siendo, no obstante, un héroe para el populacho. En todas partes hay gran interés por sus futuras acciones, y de momento constituye el centro de atención en lugar de Blaisedell.

La mirada de hoy valora el objeto actual.

No te maravilles entonces, gran hombre cabal,

de que todos los griegos empiecen a venerar a Áyax,

pues más atrae al ojo lo que se mueve

que lo que está inerte[19].

Pero muerto Héctor, ¿qué le queda a Aquiles por hacer?

16 de mayo de 1881

Ahora se piensa por aquí que McQuown fue asesinado por mexicanos al servicio de Don Ignacio, como venganza, pero también para impedir nuevos robos de su ganado en Hacienda Puerto.

Estoy seguro de que algunos habrían acusado a Blaisedell del crimen, si no se le hubiera visto aquella noche en la ciudad. He oído decir, sin embargo, que alguien (pero ¿quién?) vio claramente a Morgan a la mañana siguiente, entrando en Warlock con un caballo agotado, igual que también fue visto (¿por quién?) cuando volvía del lugar donde asaltaron la diligencia de Bright’s City. No hay duda de que Morgan es capaz de cometer tal asesinato, como también un acto de bandolerismo, pero no me entra en la cabeza que sea capaz de perpetrar tan laboriosa atrocidad sólo por gusto.

Percibo una maquinación cada vez más clara para desacreditar a Blaisedell mediante bulos y rumores, ya que es imposible hacerlo con el revólver. Lo atacan a través de Morgan, contra cuyo nombre apilan un creciente montón de delitos y faltas, con la esperanza de echarle encima al comisario. Es muy probable que Morgan no tenga más código moral que un rinoceronte, y desde luego no hace nada para que se le tenga simpatía. Se pasa el tiempo observando nuestras actividades y burlándose de ellas desde el porche del Western Star, y, por la tarde, hasta bien entrada la noche, va a jugar al faraón al Lucky Dollar, donde está teniendo una racha fenomenal, con gran turbación por parte de Lew Taliaferro. La otra noche lo atacaron allí dos mineros, pero, a pesar de no ser hombre de gran estatura, es fuerte y enérgico, con lo que salió bastante airoso. Cuando se cansó de la pelea, sacó el revólver y puso en fuga a sus atacantes, después de lo cual volvió a su partida, según cuenta Will Hart, tan tranquilamente como si nada hubiera pasado.

En cuanto a la ciudad, está en calma y sigue su curso. Crece nuestra población. Entre otros, han llegado un tal Train y su esposa, una mujer ya marchita pero inquebrantable, con el propósito de construir una casa de comidas, que según afirman será de gran calidad. Han encontrado grandes dificultades para conseguir madera, pero la señora Train asegura rotundamente que no la hará de adobe, material sucio y repelente para la gente blanca. Se ha celebrado otra boda. Slator ha tomado por esposa a una meretriz del French Palace. El juez ofició la ceremonia, cuya validez, por tanto, podría resultar sospechosa, y Taliaferro, como era de esperar, hizo de padrino. La feliz pareja ha alquilado una cabaña a uno de los huelguistas de la Medusa, quien, sin duda, estaba muy necesitado de dinero. Slator, que antes no era más que un borracho irresponsable con algún que otro trabajo esporádico, ha conseguido empleo fijo en el establo de Kennon, y todo parece indicar que es una persona reformada, cosa que hay que atribuir a sus nuevas responsabilidades. Cabría pensar en lo difícil que sería tener una mujer a quien casi todos los hombres de la ciudad han conocido íntimamente, pero sin duda el Amor Verdadero puede con todo.

De manera que la paz y la civilización van ganando terreno en Warlock. Aunque no es, sin embargo, una paz satisfactoria. Existe la preocupación de que los huelguistas no acepten su derrota, y den pie a otro estallido de violencia. La señorita Jessie ha organizado un reparto de comida en el General Peach. Los mineros hacen cola en la calle a la hora de comer, esperando turno para recibir su generoso sustento, y guardan un silencio taciturno. MacDonald debe de estar echando chispas por el hecho de que se les preste ayuda, aunque estoy seguro de que acabará ganando la partida y todos volverán, silenciosos y sombríos, a trabajar en la Medusa.

Es sábado por la noche, y todo está muy tranquilo al otro lado de mi ventana. Recuerdo cuando esta velada era motivo de terror en Warlock… Pienso en el desenfreno, los gritos, las carcajadas, las peleas, los tiroteos que se producían con demasiada frecuencia, llevando la noche a su sangrienta culminación. ¿No es esto lo que queríamos? McQuown está muerto; tengo que recordármelo. ¿No es eso también lo que deseábamos? Y sin embargo, en todas partes percibo el descontento. Se ha acabado, pero no del todo. Algo va mal, pero no me siento capaz de expresar mis impresiones. Reina una incómoda paz en Warlock.

22 de mayo de 1881

He observado que últimamente vemos más a Blaisedell. Se pasa la mayor parte del tiempo en Main Street, parado bajo alguno de los soportales. Su leonina cabeza está en continuo aunque casi imperceptible movimiento, mientras atisba la calle primero hacia un lado y luego hacia el otro. Da la impresión de vigilar atentamente, de estar esperando algo. Se ha convertido en parte del mobiliario de Main Street, un eminente personaje vestido de negro: un coloso plantado allí, ¿o alzado sobre la ciudad misma?

¿Qué es lo que observa, a qué espera? Esta pregunta me deprime grandemente, ¿porque acaso no ha desaparecido su utilidad? Es como una máquina preparada y dispuesta para entrar inmediatamente en actividad con una función que ya no sirve. ¿No era su propósito final combatir, y matar, a Abe McQuown? ¿Está su utilidad enterrada con McQuown? Sé que en el Comité de Ciudadanos existe la creciente opinión de que se le debe despedir. Hasta el momento no se ha expresado en voz alta, pero sé que es así. Me pregunto quién se lo dirá a Blaisedell cuando se adopte la medida, si es que llega a aprobarse.

Deberá entonces dirigirse a otro Warlock, contra otro McQuown. Aquí ya no hay más McQuown ni Curley Burne, y él es como un campeón de pesos pesados esperando a un contrincante en un sitio donde sólo hay pesos ligeros. Me da lástima de que todo le haya ido tan mal. ¿Pues acaso no será todo, de ahora en adelante, un anticlímax?

Lo he visto un par de veces conversando con Gannon, más a menudo sentado con Morgan en el porche del Western Star. Pasan el rato uno al lado del otro, ofreciendo una incómoda similitud con sus negros trajes de paño, sus sombreros negros. Es curioso, pero tengo la impresión de que no hablan. Después, Blaisedell hace la ronda por la ciudad, y Morgan va a proseguir su racha en el local de Taliaferro.

Transcurre la noche tranquila, y al día siguiente, poco después de mediodía, Blaisedell reaparece en uno de sus tres o cuatro puestos de vigilancia. No se le ve ir ni venir, sólo está allí, o no está. Alguna que otra vez se advierte su presencia. Un par de mineros salen dando tumbos del Billiard Parlor, riñendo y blasfemando. Con toda calma, los separa. Nada más verlo, los mineros se serenan, se les quita las ganas de pelea, y se escabullen rápidamente. O Ash Bredon llega cabalgando desde el valle y se le ocurre hacer unos cuantos disparos al aire para animar la atmósfera de Warlock. Blaisedell le dice algo desde el otro lado de la calle, y Bredon cambia de actitud.

Monta guardia y espera, y los días pasan, y no sé lo que llegará a ser de él. Lo que vigila y espera no existe; no puedo evitar la idea de que él lo sabe. En un breve espacio de tiempo se ha convertido, casi, en un monumento.