Gannon va por la derecha

Gannon estaba solo en la cárcel cuando Blaisedell apareció en el umbral, tapando por un momento la última luz del sol.

—Buenas tardes, ayudante —lo saludó.

—Comisario —repuso él, poniéndose en pie.

En esa última semana apenas había tenido ocasión de hablar con Blaisedell. Le había agradecido su ayuda, y el comisario había respondido de esa forma poco comunicativa y no del todo arrogante que utilizaba. Desde entonces, sólo lo había visto de lejos, normalmente bajo los soportales del Billiard Parlor; y una noche en el Lucky Dollar, con motivo de una trifulca entre dos huelguistas de la Medusa, que Blaisedell ya había resuelto cuando él llegó.

—¿Le molesta que me siente?

Gannon le indicó la silla que siempre había junto a la puerta del calabozo, volviéndose en la suya para quedar frente a él. Blaisedell tomó asiento, inclinó el respaldo contra la pared y se agarró a uno de los barrotes para mantener el equilibrio.

—Todo tranquilo, últimamente —observó.

—Ha habido algunos robos de ganado. Blaikie ha perdido unas cuantas cabezas.

—En la ciudad, quiero decir.

—Ah; sí.

—Quería preguntarle sobre el hermano de Haggin —dijo Blaisedell, frunciendo el ceño.

—¿Chet? Bueno, pues vino el otro día a decirme que no me guarda rencor…, ni a mí ni a nadie —contestó Gannon, preguntándose si era eso a lo que se refería el comisario.

—Pero Cade piensa tomarse la revancha personalmente, ¿no?

—Eso dijo —repuso Gannon, pasándose la lengua por los labios.

—Un sujeto peligroso —observó Blaisedell, y Gannon sintió la intensidad de sus ojos azules—. Dispara a traición. ¿Está preocupado por él?

—Supongo que nadie puede preocuparse por todos los que estén en contra suya.

—Algunos sí. —Los labios del comisario se estiraron en una rígida sonrisa, casi tímida—. Puede que usted no sea de los que se preocupan.

—Bueno, yo me preocupo como el que más, comisario.

A continuación rió forzadamente y Blaisedell, a su vez, soltó una risita entre dientes. De pronto se le ocurrió que en cierta forma intentaba establecer contacto con él, e inmediatamente lo que esperaba que iba a ser una conversación agradable cobró un matiz tenso.

—¿Se va a casa a vomitar, después?

No lo decía en broma; era una pregunta de suma importancia.

—Hasta la noche, no.

Blaisedell asintió con la cabeza, como si se hubiera quedado satisfecho.

—En cuanto a Cade —dijo—. Si quiere tomarse la revancha contra usted, supongo que el Comité de Ciudadanos pensaría en desterrarlo. Si…

Se interrumpió al ver que Gannon sacudía la cabeza.

—Me parece que no, comisario.

—¿No? —repuso Blaisedell, ahora con cierto tono incisivo—. ¿Pretende valerse por sí mismo ahora, ayudante?

—No es eso exactamente —repuso con dificultad, bajando la vista y posándola sobre la mano vendada—. Lo que quiero es poner freno a las expulsiones. Pareció dar resultado durante un tiempo, y aquí sólo disponíamos de ese instrumento. Pero ocurrió algo…, no sé lo que fue. Supongo que no acierto a explicarme muy bien, comisario.

—Dígalo, simplemente —sugirió Blaisedell.

Volvió a sentir la tensión, hizo una mueca y se miró la mano.

—No digo que matar sea malo en sí mismo —prosiguió—. Es decir, que si la gente lleva armas, tiene que utilizarlas. Pero resulta que en cierto momento el hecho de matar hace que la gente se vuelva en contra de los beneficios que eso iba a reportarle en un principio. Es duro, y también injusto, pero es así. Creo que me refiero a usted, comisario. Usted ha defendido el orden público, de modo que si la gente se vuelve contra usted, ellos…

—Todo eso lo sé —dijo Blaisedell.

Parecía una reprimenda, y a Gannon le molestó que esa idea, tan difícil de expresar con palabras, pudiera desecharse así. Alzó la vista y percibió una amargura en el rostro del comisario que le causó impresión; pero desapareció al instante, de manera que no podía estar seguro de haberla visto en realidad.

—Siga, ayudante —lo animó Blaisedell—. Supongo que hay más.

—Sería una lástima que esta ciudad se volviera contra usted. Porque Warlock es un lugar mucho más seguro desde que cuenta con su presencia. Y además, la gente ha adquirido cierta entereza para enfrentarse a las cosas. Como Carl. ¡Como el otro día, sin ir más lejos! Había otros además de usted que me permitieron cumplir con mi cometido y salir con vida. Pero esos otros no habrían estado allí si usted no hubiera hecho tantas cosas en esta ciudad.

»Pero hay un límite, comisario —prosiguió, logrando sostener la impasible mirada azul—. Es como un crío a quien su hermano mayor anda siempre defendiendo de los chicos malos. El mayor tendrá que dejar alguna vez que el pequeño pelee por sí mismo. Es decir, aunque le den una paliza…

—Está usted hablando de sí mismo —lo interrumpió Blaisedell.

—No, hablo del ayudante del sheriff. Que da la casualidad de que soy yo.

—¿Cree que está preparado para pelear solo?

Estuvo a punto de emitir un gemido, porque ésa era precisamente la cuestión. Sacudió la cabeza con aire cansino y contestó:

—No lo sé.

—Me parece que aún no lo está —declaró Blaisedell—. Pero tampoco lo creía antes de que vinieran los Reguladores.

Vio que Blaisedell sonreía levemente, y supuso que era un cumplido.

—Creo que me quedaré un tiempo —anunció Blaisedell—. Todavía no es hora.

Lo dijo con cierta inflexión, y Gannon pensó que podría referirse a sí mismo.

Recordó que Blaisedell le había dicho al juez que sabría cuándo le había llegado el momento de marcharse, pero ahora se preguntó a qué momento se refería el comisario, al de Warlock o al suyo.

—Desde luego —se apresuró a decir—. Yo tampoco creo que haya llegado la hora. Pero alguna vez tendré que estar preparado. De no haber contado con usted, nunca lo habría estado.

Blaisedell parpadeó. Al cabo de una larga pausa, observó:

—Veo que sale usted con Kate Dollar.

Gannon notó que se sonrojaba, y Blaisedell, mirando los nombres grabados en la pared, continuó:

—Es una espléndida mujer. La conocí hace tiempo.

—Me lo ha dicho.

—Me odia —dijo Blaisedell—. Maté a un amigo suyo en Fort James.

«Me lo ha dicho»; esta vez no lo expresó en voz alta.

—Era cuestión de matar o morir. O eso pensé. Tenía los nervios a flor de piel por ciertas cosas.

Guardó silencio durante unos momentos, y Gannon recordó lo que Kate le había contado sobre el asunto. Había pensado que ella debía decir la verdad porque hablaba con mucha seguridad; pero ahora le asaltaron dudas, precisamente porque Blaisedell no se mostraba tan seguro.

—Recuerdo cuando maté a un hombre de la misma forma que usted el otro día. El asunto estaba claro y había que hacerlo, pero después me fui a casa y vomité hasta los hígados. Igual que usted. —Al hablar, parecía remoto y pensativo, y al cabo de otra pausa prosiguió—: Pero algo aprendí. Y es que nunca se tiene bastante cuidado. Por mucha prudencia que se tenga, nunca será suficiente. Porque siempre habrá alguien que quiera enfrentarse contigo; que no debería hacerlo, pero que lo hará de todos modos…

Se interrumpió y sacudió brevemente la cabeza, y Gannon pensó que debía de estar refiriéndose a Curley Burne.

—Una vez conocí a un hombre —prosiguió Blaisedell— que decía que todo eso no son más que monsergas; que si uno quiere matar a un hombre, pues bueno, que lo mate. Que le dispare por la espalda en la oscuridad si quiere matarlo. Pero que no lo convierta en un encuentro deportivo con reglas y todo.

Esta vez se trataba de Morgan; Gannon lo vio de pronto como si le hubieran puesto una fotografía pegada a los ojos retirándola luego para que pudiera enfocarla y estudiarla: Morgan enmascarado, acechando en el umbral a oscuras, y Abe McQuown vuelto de espaldas.

—Pero él no lo entiende. No es eso en absoluto, porque en realidad nunca se quiere matar a un hombre. Sólo las reglas importan. Lo que cuenta es atenerse estrictamente a las normas.

Blaisedell dejó caer la silla de pronto, y las patas resonaron en el suelo; se inclinó hacia delante con aire tenso y abstraído. Gannon sintió plenamente la intensidad de su mirada.

—Hay que atenerse a ellas como si se estuviera pisando huevos. Y así se sabe si uno ha jugado limpio, dando lo mejor de sí mismo. De la forma más justa y acertada posible. Como usted hizo con Haggin. Fue algo admirable, ayudante, porque hizo precisamente lo que debía, y lo hizo bien. —Entonces se le endurecieron los músculos a lo largo de la mandíbula y, de nuevo con un deje de amargura en la voz, prosiguió—: De manera que todo estaba claro para usted. Pero hay cosas que hay que vigilar. Vigilarse a sí mismo, quiero decir. No ser demasiado rápido. En dos ocasiones, y de diferente manera, he sido demasiado rápido, y por eso le he preguntado por Cade. Porque después de la primera vez, hay gente que te la tiene jurada, y eres consciente de eso y debes preocuparte, a menos que no seas de los que se preocupan. Y entonces, piensas: si no desenfundan antes que tú pero son ellos los que mueren…, ¿entiende lo que quiero decir?

Gannon asintió. Sabía que lo estaba instruyendo, y eso era algo muy valioso viniendo de Blaisedell. Le daba apuro, como la vez en que su padre trató de darle consejos sobre las mujeres. Y vio que Blaisedell también estaba nervioso, como lo había estado su padre.

—Bueno, he venido a intentar explicarle un par de cosas, ayudante —dijo ahora, con diferente tono de voz—. Que cuesta mucho tiempo descubrir. Un pequeño detalle que he observado en su forma de desenfundar, para empezar.

—¿De qué se trata, comisario?

—Pues, que pierde usted un poco de tiempo y puntería, también, desviando la mano al sacar el revólver. Yo practicaría un poco alzándolo en vertical al desenfundar. Bajar la mano directamente al arma, subirla en línea recta con el revólver. Vi que desplazaba un poco la mano, como queriendo darle limpiamente en el centro, y perdió tiempo. Él perdió puntería. Separó tanto la mano que no alcanzó a poner el cañón en línea, y ésa fue la razón de que fallara.

—Lo recordaré. No había pensado en eso, comisario.

Aguardó con nerviosismo. Blaisedell arrugó el ceño.

—La otra cosa —dijo— es algo de lo que hay que estar convencido, aunque yo no lo esté del todo… Bueno, es simplemente algo que hay que repetirse siempre. Una especie de orgullo que debe tenerse, y ha de ser auténtico. Que hay que tener. Se ve cuándo un hombre no lo tiene. Quiero decir, que cuando alguien piensa que eres más rápido y mejor que él, está perdido. Eso se ve, y entonces no hay por qué apresurarse a disparar, porque es más que probable que falle. Como le pasó a Curley —añadió con voz apagada—. Yo sabía que iba a fallar.

»Pero hay algo más —prosiguió frunciendo aún más el entrecejo—. Yo no… Yo…

—Algo más aparte de ser más rápido —apuntó Gannon.

—Eso es. —Blaisedell pareció aliviado—. Se trata de ser mejor. Un hombre ha de tener orgullo, pero ese orgullo debe sustentarse en una razón. Ha de ser auténtico, como he dicho. —Blaisedell sonrió fugazmente—. Supongo que me entiende. Los dos estáis igualados, en la calle. Es como si dos partes lucharan en el interior de un todo; antes incluso de que nadie saque el Colt. Dentro de uno. Y tienes que saber que eres la parte que va a ganar. Es decir, tienes que estar convencido.

—Sí —dijo Gannon, porque lo entendía.

—No puedes engañarte a ti mismo —concluyó Blaisedell. Se puso rápidamente en pie, se estiró, se puso el sombrero y se lo colocó bien—. Bueno, sólo es algo que pensé que podía transmitirle, ayudante.

—Gracias, comisario —dijo Gannon, levantándose a su vez.

—¿Tiene usted idea de quién mató a McQuown?

—Hay un montón de gente que podría haberlo hecho.

Blaisedell asintió gravemente con la cabeza. Luego, dijo:

—¿Le apetece tomar un whisky conmigo?

—Sí, claro, comisario… con mucho gusto. —Cogió el sombrero y se puso a darle vueltas entre las manos. Tenía la sensación de que Blaisedell sabía exactamente lo que él iba a decir—. Me he estado preguntando qué va a hacer Morgan, con el Glass Slipper reducido a cenizas.

—Creo que está pensando en marcharse —contestó Blaisedell—. No hay nada que lo retenga aquí. Es de los que les gusta cambiar de aires.

—Bueno, quizá sea lo mejor.

La mirada de Blaisedell parecía de hielo.

—Sí, quizá sea lo mejor —dijo con voz glacial, saliendo a la calle.

Gannon respiró hondo y siguió al comisario, que lo esperaba en la acera. Echaron a andar hacia el Lucky Dollar, en silencio. Casi habían llegado a la esquina cuando Gannon se dio cuenta de que iba a la derecha de su acompañante, mientras que el comisario siempre caminaba de ese lado con objeto de tener libre la mano del revólver; y entonces comprendió que Blaisedell había querido que fuese así.