1 febrero de 1881
Los últimos salteadores detenidos han sido absueltos por un jurado de Bright’s City. Los ánimos andan muy excitados por aquí, y quienes viajaron a esa ciudad para prestar declaración o como simples espectadores muestran una indignación sumamente violenta hacia el juez, el jurado, los abogados y Bright’s City en general y a Abraham McQuown en particular. Como Benner fue el único bandolero identificado positivamente por sus víctimas, la defensa se basó en la escandalosa presunción de que los otros dos eran en consecuencia inocentes, y, como ambos juraban que Benner había estado con ellos todo el día y ellos no habían cometido delito alguno, Benner también era inocente. Se engañó a los testigos para que admitieran que la identificación de Benner se basaba principalmente en la baja estatura del acusado, y el testimonio de la acusación fue ridiculizado ante todos los presentes. Fueron los miembros de la propia partida, según se afirmó, los culpables de la muerte de Phlater, puesto que se pusieron a disparar como locos en cuanto tuvieron a tiro a unos «inocentes vaqueros», y evidentemente no podía acusarse a los muchachos por defenderse de tan inicuo ataque. Incluso se dio a entender que todo el asunto fue orquestado por «determinados grupos», que con toda premeditación dejaron la caja fuerte en un lugar que incriminara a aquellos pobres vaqueros de la manera más ignominiosa.
Aseguran que el Ministerio Fiscal no obró con irreprochable diligencia. Dícese asimismo que el juez y el jurado estaban comprados y que la sala del tribunal rebosaba de hombres de McQuown que blandían revólveres y mascullaban amenazas. Al recorrer toda esa retahíla de perfidias, mi credulidad empieza a flaquear, pero el caso es que esos tres hombres han quedado en libertad. Ayer pasaron a caballo por aquí, de vuelta a San Pablo. Se encontraron con una Warlock más resentida y hostil, e hicieron gala de sentido común al no quedarse aquí para celebrar su triunfo.
Me da la impresión de que la próxima vez será muy difícil impedir que una turba de linchadores lleve a cabo su objetivo.
Sin embargo, algo bueno ha salido de todo este asunto. La opinión pública, como cuando asesinaron al pobre barbero y obligaron a huir al ayudante Canning, se ha vuelto a endurecer, de manera que el Comité de Ciudadanos no se encuentra en una posición tan expuesta y arbitraria en su intento de administrar una especie de justicia en Warlock.
Aún no se ha reunido el Comité de Ciudadanos. No tenemos ninguna prisa por afrontar la situación, y pensamos que lo mejor es dejar pasar el tiempo. La principal cuestión que le ronda por la cabeza a todo el mundo es, por supuesto, si se debe instar o no a Blaisedell a que prohíba la entrada en la ciudad a los «inocentes vaqueros», y, por lo que yo puedo apreciar, la mayor parte del Comité de Ciudadanos, y la ciudad misma, se inclina por ello. Mucho se habla de formar un ejército de vigilantes que vaya a San Pablo y haga «una limpieza de malhechores». También hay quien sugiere desterrar a McQuown y a todos sus hombres, y apoyar a Blaisedell en cualquier acción que pudiera emprenderse con una tropa de vigilantes, que sólo operaría dentro de los límites de Warlock y con ese exclusivo propósito.
En cuanto al destierro colectivo, se escuchan argumentos a toda hora, pero con criterios tan dispares como sus defensores. Me parece que algunos están obsesionados con el placer y la osadía de decretar la Vida y la Muerte.
También los hay que parecen albergar serias dudas sobre el sistema del destierro en general. He observado que Will Hart empieza a parecerse mucho al juez en sus argumentaciones. Cierto es que, según ellos, la medida de expulsión dio resultado en el caso de Earnshaw, de quien definitivamente se ha confirmado su salida del territorio, pero ¿no conllevará consecuencias funestas? ¿Acaso no hará que alguien considere una cuestión de honor venir a desafiar a nuestro comisario? Y en caso de que acudiera un grupo de pistoleros a enfrentarse todos contra él y lo mataran, ¿no estaríamos entonces aún más a merced de los forajidos? Y si esto se lleva demasiado lejos, ¿qué impedirá a nuestros enemigos ocuparse de que él mismo sea desterrado?
Debo enfrentarme al hecho de que la Opinión Pública no es tan unánime como me gustaría pensar. Hay cuestiones en juego, pero como ocurre con bastante frecuencia, nos inclinamos a mirar a los hombres como símbolos en vez de considerar las cosas propiamente dichas. Aquí hay dos bandos; uno es Blaisedell, y el otro McQuown. De ese modo, lamentablemente, ha decidido verlo la población. Por el momento, Blaisedell es el favorito, con mucho; el profanum vulgus se inclina mayoritariamente a su favor, y, tal como puso de manifiesto el intento de linchamiento (de cuyo fracaso, curiosamente, Blaisedell fue en gran medida responsable), en contra de McQuown y los «inocentes». El Comité de Ciudadanos, desde luego, también apoya a Blaisedell, pero, como es habitual cuando surge algún partidismo exagerado, nos hemos distanciado un poco y hemos restringido nuestro entusiasmo.
Sin embargo, McQuown aún conserva algunos de sus adeptos. Grain, el carnicero, quien, estoy seguro, compra reses robadas a McQuown, le sigue siendo leal. Ciertos rancheros, como Blaikie, Quaintance y Burbage, consideran a ese bandido como un mal necesario, afirmando que sus problemas se incrementarían grandemente en ausencia de alguien que impusiera cierto control, y en cualquier caso los terratenientes tienden a ver a Blaisedell, posiblemente porque es un hombre de ciudad y además agente de los propios ciudadanos, con bastante recelo.
No creo que el Comité de Ciudadanos tenga intención de desterrar más que a los tres salteadores de caminos (o más probablemente a cuatro, incluyendo a Friendly), aunque eso está por ver. Algunos sugieren expulsar al mismo tiempo a un minero descontento y alborotador empedernido, pero a mi juicio eso no haría sino arrojar confusión sobre el presente asunto. Supongo que se convocará una reunión a finales de semana, como muy tarde.
2 febrero de 1881
Lo lamento por Gannon, el ayudante del sheriff. Debe saber que el jurado en que se ha convertido esta ciudad está decidiendo, a su alrededor, la suerte de su hermano, y se le ve demacrado y angustiado, como si llevara días sin dormir. Schroeder, el comisario y él no han tenido mucho trabajo últimamente. Warlock experimenta un acceso de honradez, y los hombres se muestran sumamente cuidadosos con lo que hacen. La presencia de la Muerte no nos hace sentir piedad por los muertos ni los condenados, sino sólo una profunda conciencia de nuestro inexorable fin y la firme determinación de eludirlo el mayor tiempo posible.
3 de febrero de 1881
Circula el infame rumor de que los vaqueros son de verdad inocentes, y de que los auténticos bandidos son Morgan y uno o varios de sus empleados del Glass Slipper; de que se vio a Morgan volviendo furtivamente a la ciudad no mucho después de la llegada de la diligencia, etcétera. Se trata, evidentemente, de una táctica de los partidarios de McQuown para atacar frontalmente a Blaisedell, así como de los enemigos de Morgan, que no son pocos. No se ha explicado el motivo que impulsaría a Morgan a convertirse en bandolero, cuando posee un negocio de lo más lucrativo con su salón de juego.
Morgan es un hombre profundamente odiado por aquí, con razón y sin ella. Incluso me aventuraría a afirmar que lo más cerca que está Warlock de una opinión unánime se refiere al desagrado que ese jugador inspira. Personalmente, creo que me quedaría con él antes que con su competidor, Taliaferro, quien a todas luces saca el dinero a sus clientes con no menor rapidez ni falta de escrúpulos que Morgan. Sin embargo, Morgan lo hace con un desdén no disimulado hacia sus víctimas y su forma de jugar. El desprecio que siente hacia sus semejantes es palpable, y su actitud habitual es la de quien lo ha visto todo y no ha encontrado algo que valga la pena en el mundo, y menos aún entre sus habitantes. Y en ocasiones ha actuado con brutalidad. Hubo el caso de un vaquero que trabajaba para Quaintance, un joven muy popular y bien parecido llamado Newman, que, lamentablamente, tenía tendencia al latrocinio. Robó a su patrón trescientos dólares, que sin demora perdió en la mesa de faraón de Morgan. Quaintance tuvo noticia de ello y exigió a Morgan que le devolviera el dinero. Morgan se lo devolvió, posiblemente presionado por Blaisedell, pero envió a uno de sus mercenarios, un individuo llamado Murch, en busca de Newman. Murch lo encontró en Bright’s City y, siguiendo las instrucciones de su jefe, dejó medio muerto al joven de una paliza.
Como cualquier otro ciudadano relevante, Morgan ha sido objeto de muchos chismes repugnantes y, de seguro, falsos. A diferencia de otros, parece encantado y halagado por esa atención (supongo que eso le facilita mayores pruebas en apoyo de sus opiniones sobre el prójimo), e incluso a veces ha dado a entender que las más increíbles acusaciones lanzadas contra él podrían ser ciertas.
Debido a todo eso, sin embargo, Blaisedell, por su estrecha amistad con Morgan, se ha vuelto muy vulnerable. Espero que Morgan no se convierta en el talón de Aquiles del comisario.