16 noviembre de 1880
Venit, Vidit, Vicit. Los recientes y portentosos acontecimientos del Glass Slipper han sido sumamente satisfactorios para todos, salvo, sin duda, para McQuown y sus hombres, y Clay Blaisedell ha tenido éxito, casi más allá de lo que nunca hubiéramos podido soñar, en la tarea de someter a los vaqueros. Nos hemos quedado maravillosamente impresionados por su actuación hasta el momento.
Un hombre en su posición se encuentra, naturalmente, con las manos atadas, pero es también evidente que posee una gran experiencia para improvisar medidas eficaces. Una cárcel exigua, de un solo calabozo, la ausencia de tribunal y de juez propiamente dicho si no es en Bright’s City —con la salvedad de ese Juez de Paz que se ha nombrado a sí mismo y actúa únicamente gracias a la pública tolerancia— no han arredrado en absoluto a nuestro comisario. Así, las únicas armas de que dispone son su reputación y sus revólveres, con los cuales puede amenazar, intimidar, mutilar o matar. Confiamos en que la primera, la intrínseca amenaza que conlleva su nombre, sea la que sirva a nuestros propósitos.
Blaisedell nos hizo varias sugerencias. La primera, que debíamos establecer una fecha límite; además de la prohibición de llevar armas de fuego en determinada parte de la ciudad. Eso nos preocupaba y Blaisedell no tuvo inconveniente en admitir que el edicto podría ocasionar más molestias de las que se pretendía evitar. Otra de sus indicaciones fue acogida con más entusiasmo: la conocida como «orden de destierro». Si se considera que la paz o la seguridad de los habitantes de esta ciudad se ve amenazada por alguien, o si se traslada a un delincuente a Bright’s City para que se le juzgue por un delito grave, y los miembros del jurado de Bright’s City no dictan sentencia en firme (como sucede a menudo), entonces deberá emitirse una «orden de destierro». Que no es otra cosa que una decisión del Comité de Ciudadanos, por la cual el comisario tiene la potestad de prohibir la entrada en la ciudad a cualquier infractor de la ley. Si dicho individuo no cumple la orden de expulsión, incurrirá en pena de muerte; es decir, deberá enfrentarse a los famosos revólveres de Blaisedell, y eso, según esperamos todos, infundirá miedo en el corazón del más valiente. Estamos muy satisfechos de nosotros mismos, hasta el momento, y también de nuestro comisario.
Tal como Buck Slavin hizo notar, la mala reputación de Warlock ha entorpecido durante mucho tiempo el progreso del comercio y la población. Si Blaisedell logra implantar el orden público, confiamos en que ambas cosas se incrementen, porque el pacífico y el tímido tienden a rehuir la violencia que, como es notorio, ha imperado en la ciudad. Así, con una afluencia de ciudadanos de más fina especie, podrá conseguirse, con el tiempo, que los mejores elementos de la población tengan más peso que los violentos e irresponsables, la paz se refuerce por sí sola, y florezca el comercio. En provecho de los miembros del Comité de Ciudadanos.
Pero hay dudas. Me preocupa la idea de si nosotros, los miembros del comité, nos damos plena cuenta de la responsabilidad que hemos contraído. Hemos contratado a un pistolero cuya única recomendación es una cierta notoriedad. Somos responsables de ese hombre de quien, en realidad, nada sabemos. Supongo que nuestras atribuladas conciencias se tranquilizan con la idea de que hemos asumido una autoridad improvisada para superar una situación provisional, y sólo de manera transitoria.
La cuestión de nuestro estatuto jurídico permanece en suspenso. ¿Pertenecemos al condado de Bright’s, o a otro nuevo y aún no delimitado? ¿Qué nos impide ser legalmente una ciudad antes de que esta situación se resuelva? ¿Hay en ello algo más que la mera indiferencia y senilidad del general Peach? ¿Existe, como insinúa Buck Slavin en sus momentos más sombríos, cierta sensación oficial de que no merece la pena preocuparse de Warlock, ya que pronto desaparecerá con el agotamiento de la riqueza de su subsuelo, o con el cierre gradual de sus minas a medida que siga descendiendo el precio de la plata en el mercado, o de que se inunden los pozos y no puedan explotarse?[12]
Por modestos y provisionales que puedan ser nuestros esfuerzos, quizá demuestren que en un anárquico estado de cosas es posible establecer una especie de sociedad ordenada. Consideramos que, en el fondo, nos encontramos dentro de la República, separados de ella únicamente por un gobierno territorial increíblemente inepto y perezoso, de manera que es preciso respetar las formas. ¿O es que éstas están tan arraigadas en la mente de los hombres que sólo podemos ver las cosas desde su punto de vista? La general y pasiva aceptación de las multas del juez Holloway (que van a parar a su bolsillo, como es bien sabido), y el cumplimiento de sus sentencias en nuestra pequeña cárcel o la imposición de tareas comunitarias no retribuidas, así parecen indicarlo.
Sea como fuere, creo que el Comité de Ciudadanos ha estado muy acertado al contratar a Blaisedell. El comisario podría haber comenzado su misión en Warlock actuando contra facinerosos de poca monta. En lugar de eso, esperó (incurriendo en algunas críticas iniciales por su inacción), e hizo su jugada contra McQuown en persona. A mi entender, la manera en que llevó la situación con McQuown, Burne y los demás en el Glass Slipper fue magistral. Podría haber derramado sangre, pero, con buen criterio, decidió evitarlo. Dicen que, al marcharse, Curley Burne saludó a Clay Blaisedell en homenaje a su hombría y contención.
Desde entonces no hemos vuelto a ver a McQuown, ni a ninguno de sus hombres. No ha habido más derramamientos de sangre desde la llegada de Blaisedell. El comisario se ha visto obligado a intimidar a unos cuantos recalcitrantes y ha conducido a algunos vaqueros y mineros borrachos a la cárcel, pero la muerte violenta ha desaparecido, de momento, de nuestro entorno.
Blaisedell es un hombre que impone con su figura, su leonina cabeza, un erguido y poderoso porte y ojos de asombrosa penetración. Parece íntegro y sin malicia, muy serio, pero lo he visto reír y bromear como un chiquillo en el Glass Slipper, con su amigo Morgan. Se rumorea que Blaisedell tiene intereses en esa sala de juego. Pasa en ella mucho tiempo, en compañía de Morgan y, en varias ocasiones se le ha visto jugar alguna partida de faraón. Por lo que hemos observado hasta el momento, Blaisedell no parece tener grandes vicios; no es dado a ir con prostitutas, ni a embriagarse, ni a blasfemar. Creo que, dada su posición, debe ser un hombre francamente sencillo, porque ¿acaso la capacidad de actuar con una violencia sin excesos, o el hecho de que en sus manos esté la vida de algunos hombres, no requiere una sencillez casi asombrosa? ¿O es que, en el fondo, no es más que un comerciante igual que yo, que vende su mercancía como yo la mía, y es consciente, como yo, de que cuanto mejor sea el género más caro debe ser, y que el precio varía conforme a la necesidad? Veo que en mi pensamiento busco el medio de reducir a ese hombre a mis circunstancias, o quizá deba decir a mi nivel.
27 noviembre de 1880
Unos bromistas han rellenado de cemento el interior del nuevo piano del French Palace. El piano, que Taliaferro había traído incurriendo seguramente en un gasto enorme, ha quedado inutilizado, y se desconoce la identidad de los culpables. Ha sido una broma mezquina y cruel, en esa vena vulgar del humor de la frontera del que ya he visto demasiadas muestras. He ofrecido mis simpatías a Taliaferro, que se ha limitado a fulminarme con la mirada. Supongo que sospecha que como se lo he mencionado, el culpable puedo ser yo.
Ha habido también otra oleada de rumores sobre la presencia de apaches en los Dinosaurios, de que Espirato ha vuelto de México y está reorganizando de nuevo su banda, primer paso para emprender el sendero de la guerra. No se les da mucho crédito, puesto que hace ya varios años que no se oye hablar de Espirato. La opinión más extendida es que ha muerto y que el grueso de sus guerreros ha regresado secretamente a la reserva de Granito.
A consecuencia de tales rumores, sin embargo, hemos tenido el placer de volver a ver al general Peach, siempre sensible a cualquier noticia de su viejo adversario. Pasó por Warlock el domingo pasado con un escuadrón de Caballería, mientras otro recorría la zona más alejada del valle. Fue una conmoción verlo, porque ha engordado increíblemente, y, ante su aspecto, resulta fácil pensar que la paresia le ha devorado el cerebro. No obstante, sigue habiendo algo heroico en su persona. Es como si se contemplara una estatua ecuestre del Cid o de George Washington envueltos en la capa de las grandes hazañas, a los sones de una bulliciosa marcha militar. A lo largo de toda su carrera ese hombre ha sido capaz de dar a un amargo e injustificable fracaso la apariencia de una emocionante victoria. Recorrió Main Street a la cabeza de su escuadrón como en un desfile del Cuatro de Julio, con su enorme sombrero, su barba blanca al viento, sus extraños y pálidos ojos siempre mirando al frente mientras saludaba a derecha e izquierda con el asta de la flecha recubierta de cuero que, supuestamente, a punto estuvo de poner fin a sus días en la batalla de Bloody Fork. Lo vimos recién llegado de su breve paseo por los confines del territorio, y nos vino a la memoria que tenía un harén de mujeres apaches y mexicanas en el cual había engendrado (presuntamente) una casta de mestizos bastardos lo bastante numerosa para incrementar en un generoso porcentaje la población de la comarca; que, en su senilidad, se mea en los pantalones como una criatura, y que el coronel Whiteside debe guiarle la mano cuando escribe su nombre; y sin embargo, pese a lo mal que siempre nos ha tratado, no pudimos contener los aplausos a su paso.
Corren rumores de que el precio de la plata va a seguir bajando y hay malestar entre los mineros, que temen una reducción de jornales. Sobre todo los de la Medusa. Hace unas semanas, en el derrumbamiento de una galería en esa desafortunada mina, perecieron en el acto dos mineros y un tercero resultó con horribles contusiones; el médico dice que ese hombre, Cassady, no murió aquella misma noche sólo porque pensaba que la señorita Jessie se llevaría un disgusto, aferrándose así a la vida hasta principios de esta semana, cuando finalmente exhaló su último aliento. Los mineros de la Medusa están indignados por esas muertes, y creo que se empieza a hablar de nuevo del sindicato de mineros. Aseguran que se suministra un número insuficiente de pilares de entibación. MacDonald lo niega acaloradamente y añade que se les paga un dineral y que están muy mimados. El precio de la madera está, desde luego, por las nubes. Árboles de ese tamaño sólo se dan en los montes más septentrionales de la sierra de Bucksaw, el aserradero de Bowen es pequeño, la energía hidráulica para hacerlo funcionar es, con frecuencia, insuficiente, y a menudo se producen averías.
Esta vez existe una corriente de apoyo a los mineros mayor que de costumbre, debido al gran número de muertos y mutilados que se ha producido este año a consecuencia de accidentes en la mina. El médico, hombre rara vez dado a accesos de cólera, está completamente fuera de sí. Como le he dicho, sin embargo, esos individuos ganan jornales de cuatro dólares con cincuenta al día, y son libres de marcharse a otra parte y buscarse otro trabajo, si así lo desean.
14 diciembre de 1880
Una muerte sonada ha sido la del pequeño profesor, de cuyas interpretaciones al piano en el Glass Slipper ha disfrutado todo Warlock. El pobrecillo, según parece, iba con unas copas de más, y cayó sin conocimiento en medio de la calle, donde los cascos de un caballo o las ruedas de una carreta le destrozaron el cráneo; no lo encontraron hasta la mañana siguiente. Su trágico fallecimiento nos ha entristecido a todos, que Dios lo acoja en su seno.
28 diciembre de 1880
La Navidad ha llegado y ha pasado, y ya tenemos casi encima el Año Nuevo. La racha de frío ha concluido y en esta tranquila estación hay paz, si bien la buena voluntad quizá no sea mayor de la habitual. En el escaparate de la tienda he instalado un nacimiento, con María y José inclinándose sobre el Niño en el pesebre, acompañados de reyes y pastores. Resulta sorprendente ver cómo la gente se para a mirarlo. Creo que no se sienten cautivados por la antigua historia; no les interesa la estrella de Belén, ni los pastores ni los reyes. El Niño los fascina, una figurilla horrorosa, de tamaño desproporcionado con respecto a las demás piezas, de yeso sonrosado, con una pigmentación más intensa en las mejillas. No es que no haya niños aquí, puesto que los mineros los engendran con sus «esposas» mexicanas en un número nada despreciable. Pero en su condición de ilegítimos, no son niños propiamente dichos; ni sonrosados, porque para empezar son mestizos de color canela, que pronto adquieren un tinte oscuro debido a la falta de frecuentes aplicaciones de agua y jabón. Lo más importante, a mi entender, es que el Niño está rodeado de su familia. Porque aquí no hay verdaderas familias y, lamentablemente, pocas mujeres decentes. Tenemos meretrices en cantidad (más atentas a mi nacimiento que los hombres), y algunas rancheras que vemos de vez en cuando, carentes de formas y cubiertas con tocas atadas a la barbilla para preservarse del sol y las miradas groseras. En la ciudad, además de la señorita Jessie, están la señora Maples y la señora Sturges; la primera, según se dice, es dos veces más hombre que su marido, Dick Maples, y más dura que la suela de una bota; la otra, una anciana, voluminosa y, a juzgar por su aspecto, prostituta reformada.
La emperatriz reinante es Myra Burbage, a quien hace la corte, los domingos, una gran procesión de los más influyentes jóvenes solteros de Warlock, que acuden cabalgando al valle para irritación de Matt Burbage. Los hombres acaban siendo esclavos de las mujeres por obra de la astuta naturaleza, que concibió la lujuria como medio de continuar nuestra especie; nos esclavizamos también por una trampa de nuestra propia invención, mediante la cual deseamos permanecer, por decirlo así, en uno de esos rígidos y petulantes retratos de fotógrafo, como marido y mujer rodeados de nuestra prole, formando esa sociedad orgullosa, independiente y proteccionista: la familia.
Se ha celebrado una fiesta navideña en el General Peach, a la que todos fuimos invitados para tomar una copa de alegría navideña, previo pago de dos dólares por dicho privilegio al fondo de mineros. Myra Burbage anduvo repartiendo sus favores entre sus admiradores, y, maravilla de maravillas, vimos a la señorita Jessie muy interesada y entretenida conversando con el comisario. Estaba preciosa con la cara sonrojada por el ajetreo de sus tareas; ¿o era otro el motivo por el que se le habían subido los colores? Habrá muchas conjeturas sobre este punto, estoy seguro. Ya se ha visto al comisario y la señorita Jessie, antes de esto, paseando juntos en calesa, y a partir de ahora, sin duda, nos fijaremos aún más en sus actividades.
2 enero de 1881
Supongo que debimos pensar que si la infección había cuajado aquí, bien podría brotar en cualquier otra parte. Se ha producido un gran número de incursiones de cuatreros en la parte baja del valle, y asaltos a la diligencia en los caminos de San Pablo y Welltown; tantos, en realidad, que Buck Slavin ha ordenado a los conductores que no se resistan a los asaltantes, y se ha negado a transportar mercancías de valor, además de recomendar a los pasajeros que no lleven ninguna consigo. Anteayer asaltaron la diligencia de Welltown. Unos echan la culpa a McQuown, mientras otros aseguran que ese personaje se ha limitado a aflojar un poco las riendas a los más belicosos de San Pablo, quienes, en consecuencia, andan por ahí completamente desenfrenados.
Los salteadores de caminos no son asunto de Blaisedell, a menos que ataquen una diligencia dentro del territorio de Warlock. Schroeder, sin embargo, está dando señales de vida. Ahora hay otro ayudante con él. Creo que una de las condiciones que le puso al sheriff Keller para asumir el cargo, fue la de que nombrara a otro ayudante. Se trata de John Gannon, hermano mayor de Billy Gannon y en otro tiempo jinete del mismo McQuown. Como ayudante, parece una extraña elección por parte de Schroeder (persona honrada a pesar de su hasta el momento excesiva timidez), pero en la fachada de la cárcel ya llevaba bastante tiempo clavado un anuncio en el que se pedía otro ayudante, y sin duda Gannon ha sido el único en ofrecerse. Se ha hablado bastante sobre esa cuestión, y algunos sospechan maliciosamente que Gannon ha venido por orden de McQuown para socavar la autoridad en Warlock organizando alguna trama en contra de Blaisedell.
Gannon y Schroeder colaboraron en la captura de un merodeador de caminos hace diez o doce días, cuando intentó asaltar con otro la diligencia de Bright’s City. La diligencia, a pesar del tiroteo, consiguió escapar y llegar rápidamente a la ciudad, donde Schroeder organizó de inmediato una partida, incluyendo a Gannon y a varios amigos de Schroeder que estaban pasando el rato en la cárcel. La partida perdió la pista de uno de los bandidos, Pero capturó al otro, un tal Nat Earnshaw. Schroeder condujo seguidamente a Earnshaw a Bright’s City para que lo juzgaran, y allí permanece, a la espera de juicio. Schroeder se ha visto colmado de alabanzas por su rápida intervención y su valor; porque Earnshaw, aunque no pertenece realmente a la cuadrilla de McQuown, es habitante de San Pablo, cuatrero y malhechor de cierta reputación.
Posiblemente el triunfo de Schroeder se ha desmesurado un poco debido a que Blaisedell ha tenido un fallo de cierto calado. Wax, uno de los crupieres de Taliaferro, resultó muerto a tiros en el callejón trasero del Lucky Dollar, y su asesino sigue en libertad. Podría haber sido cualquiera, porque la víctima era un pistolero, infame y despótico. No se lamenta mucho su muerte. Ciertas insinuaciones apuntan, sin embargo, a que Morgan puede ser el asesino, movido por alguna subterránea pero creciente pendencia entre el Lucky Dollar y el Glass Slipper, cuyas dos puertas traseras se abren al mismo callejón fatal. Morgan se ha granjeado aquí un gran número de enemigos. Es un hombre que se comporta de la manera más desagradable, brusca y desconsiderada, y tiene una forma de mirar a las personas que manifiesta abiertamente un desmedido desprecio hacia el prójimo.
10 enero de 1881
Ha ocurrido un acontecimiento social, una boda, y nos hemos dado un atracón de ponche y tarta nupcial, y, por qué no decirlo, de envidia también. Ralph Egan[13] ha contraído matrimonio con Myra Burbage, y la feliz pareja ya ha embarcado en un tren que los conducirá de Welltown a San Francisco, en un viaje de luna de miel a expensas de Matt, pues la novia albergaba la más viva ilusión de ver el mar antes de instalarse en Warlock.
Me sorprende cuántos de nosotros hemos comprendido el cambio inherente a este acontecimiento, el primero que hemos tenido de esta naturaleza. La civilización va entrando discretamente en Warlock.
La novia estaba verdaderamente muy atractiva, en particular, sin duda, para los pretendientes fallidos, Jos Kennon, Pike Skinner y Ben Hutchinson. Otros muchos se han quedado en el camino, incluyendo a Chet Haggin, pero los citados fueron los que galoparon codo con codo hasta la línea de meta junto a Ralph, el vencedor, a ojos de la preciosa juez.
Curley Burne hizo acto de presencia, tan agradable, divertido y simpático como siempre; con él, los gemelos Haggin, el bromista Wash y el silencioso Chet: parecidos como dos gotas de agua, se les suele distinguir por el lado en donde llevan el revólver, Wash a la izquierda porque es zurdo y su hermano a la derecha. El comportamiento de los tres fue ejemplar, y en particular Curley hizo lo posible por congraciarse con todos y cada uno de los asistentes. Resulta difícil pensar mal de ese muchacho. Como dice Blaikie, que tiene algo de filósofo, McQuown es como una moneda cuya cara es Curley Burne, y, la cruz, la diabólica fisonomía de Jack Cade. La actitud de cualquiera hacia McQuown depende del lado de la moneda que haya visto.
Matt Burbage, fijando en mí su centelleante mirada, me dio conversación; al fin y al cabo yo era el invitado de honor. Me habló no sólo de los peligros que había superado, sino también de aquellos que lo acechaban por doquier. Ha perdido mucho ganado, según dice, pero no se inclina a atribuir la responsabilidad a McQuown. Alega que McQuown nunca ha robado a sus vecinos, y que se ha enterado de que ha traído recientemente de México cerca de un millar de cabezas, que pondrá a engordar y conducirá después a la reserva de Granito para venderlas. Ha visto a McQuown hace muy poco. Cree —esto me lo dijo en un murmullo de lo más discreto— que Benner, Calhoun y posiblemente Friendly, han sido responsables de una buena parte de los asaltos a la diligencia.
Matt está preocupado por los colonos que se asientan legalmente en el valle, entre ellos una buena proporción de forajidos redomados. San Pablo, según dice, ha crecido, y ahora es un lugar más duro, peligroso e insufrible que nunca. De momento tiene la intención de realizar todas sus compras en Warlock, lo que para mí constituye una buena noticia, aunque a Matt le suponga un viaje más largo. Creo que añora la pasada tranquilidad (fue uno de los primeros en establecerse en las márgenes del río San Pablo), cuando sólo había que preocuparse de los apaches. Le han dicho que Bright’s City está a punto de lanzar sobre nosotros una legión de recaudadores de impuestos; por otra parte, lamenta la carencia de agentes de la ley para perseguir su ganado perdido. A algunos no nos gusta tanto la libertad como la seguridad, pero el coste de la seguridad nos da qué pensar.
La señorita Jessie fue la madrina de boda, y después tocó el armonio, que pese a jadear y sonar como una carraca, emitió, gracias a su buen hacer, las más agradables melodías. Tenía una potente y dulce voz de soprano y era maravilloso oír cómo interpretaba sus canciones favoritas, tales como Llevaba una guirnalda de rosas, Días de ausencia y Hace mucho, mucho tiempo. Todos juntos entonamos con ganas Acampamos esta noche y Una vida sobre las olas del mar, etcétera.
Es raro verla sin Blaisedell estos días. (Me imagino que Matt no quiso ofender a su vecino McQuown, invitando al comisario.) La boda de Myra Burbage fue un acontecimiento emotivo para una población de solteros, pues Ralph es un joven que goza de la simpatía general y su consorte ha sido desde hace mucho la reina del valle. Pero no son nada comparados con la señorita Jessie y el comisario, que forman una pareja tan romántica como Tristán e Isolda.
El Ángel de Warlock es una mujer fascinante, no bella, desde luego, aunque cuenta con una profusión de tirabuzones castaños y unos ojos preciosos. Llegó a Warlock en la primera época de expansión, unos seis meses después que yo. Vino precedida por un abogado, que compró la antigua casa de huéspedes Quimby al lisiado buscador de oro que era dueño de aquel local desagradable y bullanguero. El abogado se quedó hasta restaurarlo, convirtiéndolo en una casa de huéspedes decente, repintada y rebautizada en honor del gobernador, tras lo cual apareció la señorita Jessie entre un clamor de conjeturas. Se ganó rápidamente nuestros corazones, tanto por su delicado comportamiento y aparente desamparo, como por su intervención durante la epidemia tifoidea del verano, cuando convirtió una parte de su establecimiento en hospital, que desde entonces ha mantenido como tal, a costa de lo que deben de ser unos ingresos regulares y nada despreciables que recibe de alguna parte, pues es evidente que, con el dinero que le pagan sus huéspedes, no puede mantener la pensión General Peach.
El médico, que es quien mejor la conoce, dice que es de San Luis, y que su padre era un hombre adinerado que cayó enfermo y estuvo a su cuidado hasta que murió, un hecho que ocurrió poco antes de su llegada a Warlock. Ésa es toda la información que facilita el médico, y quizá sea todo lo que sepa. Aparte de eso, yo sólo puedo ofrecer mis propias conjeturas.
Yo deduciría, por ejemplo, que empezó a cuidar de su padre de forma intensiva antes de cumplir los veinte años, atendiéndolo con plena dedicación. Sus vestidos y ademanes juveniles, que al principio consideré afectados, ahora parecen indicarme que en esa edad se mantuvo al margen de los contactos sociales habituales entre los círculos femeninos, para entregarse tan de lleno a sus deberes hacia su padre, que muchos de sus hábitos en el vestir, en la forma de hablar, etcétera, siguen siendo los de una muchachita.
Bajo su capa de dulzura se oculta una gran firmeza de carácter. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en las reuniones del Comité de Ciudadanos, en las que acostumbra a tener encontronazos con MacDonald, hombre testarudo y descortés, sobre cuestiones relacionadas con los mineros. Aunque a veces puede revestirse de una actitud remilgada que casi resulta impertinente. Prosigamos con mis deducciones sobre ella, sin embargo: posee una férrea voluntad, es enteramente franca, sensible y soñadora. Creo que vino a Warlock con objeto de ser alguien. Posiblemente viniese, también, porque esto es la Frontera, término que tiene resonancias novelescas para quienes no residen aquí. Imagino que ha sido una persona insignificante en su ambiente y su ciudad de origen. Si eso es cierto, al venir a Warlock ha logrado plenamente su objetivo. No hay duda de que es un ser excepcional, toda una personalidad. Y su talla moral, entre nosotros, es inmensa.
Mantiene una reputación intachable, lo cual, en sí mismo, es un hecho asombroso en este lugar donde el repugnante chismorreo constituye el pasatiempo favorito, y las habladurías son malintencionadas y omnipresentes. En realidad, pienso que una de las formas más rápidas de suicidarse en Warlock sería la de poner su buen nombre en entredicho. Vive con una gruesa sirvienta mexicana, en una casa rebosante de la más tosca especie de ignorantes, ordinarios y deshonrosos individuos, con la única salvedad del médico, que ocupa una de sus habitaciones en calidad de carabina, supongo. Anda por calles que se estremecen de silbidos cuando una vieja bruja como la señora Sturges transita por ellas, y en donde las mujeres del Row se ven casi asaltadas físicamente si se atreven a pasear por allí; pero a ella siempre la saludan de la forma más correcta y caballeresca. Es capaz de cuidar a mineros que, en su dolor, murmuran atroces obscenidades, pero que normalmente se sienten cohibidos en su presencia por miedo a proferir alguna leve incorrección que pueda ofender sus oídos. Es todo un milagro sin ser, en modo alguno, milagrosa.
Pero también es, ahora que lo pienso, un personaje solitario que suscita cierta lástima, y me complacen las atenciones que Blaisedell tiene para con ella, así como el modo en que ella las recibe.
En fechas recientes, el comisario ha fijado su residencia en el General Peach, toma el té con la señorita Jessie por la tarde, y, según cuenta el doctor, se somete amablemente a recitados de poesía. En general, el galanteo de Blaisedell para con la joven es adecuado, y creo que a pocos les sentará mal. Este idilio resulta ennoblecedor para esta ciudad malpensante y putañera, un ejemplo para las mentes limitadas de que el enlace del hombre y la mujer es algo más que un infecto y sudoroso momento en la cama por el que hay que pagar.
15 enero de 1881
Blaisedell ha expulsado a un hombre de la ciudad. Sabíamos que alguna vez tenía que llegar, y yo lo estaba temiendo. Porque si echa a alguien, y al desterrado se le ocurre volver, lo hará bajo sentencia de muerte. Y si ésta se ejecuta, ¿no seremos nosotros, los del Comité de Ciudadanos, que hemos contratado a Blaisedell y ordenado la expulsión, sus verdugos? De manera que he aguardado con temor que esto sucediera, y esperado aún con más recelo por si el edicto se cumplía. Según se informa, sin embargo, Earnshaw se ha marchado del territorio.
Un jurado de hombres presuntamente buenos y honrados ha declarado absuelto a Earnshaw en Bright’s City. Supongo que no existe razón alguna para maldecir a los miembros del jurado, que estaban obligados a atenerse a las pruebas; y diez testigos del valle fueron a caballo para jurar que habían visto en San Pablo a Nat Earnshaw el día en que el fiscal afirmaba que había intentado asaltar la diligencia de Bright’s City, y que había sido erróneamente apresado por la partida cuando, con la mayor inocencia, se dirigía a Warlock. No explicaron por qué intentó huir de la partida con su cómplice, cuyo nombre no se mencionó.
Lamentablemente, ninguno de los ocupantes de la diligencia pudo identificar a Earnshaw, pues los dos bandidos iban enmascarados, y los únicos testigos de la acusación eran Schroeder y los hombres que formaban la partida, cuyo testimonio de haber seguido las huellas del caballo de Earnshaw desde el lugar del asalto a la diligencia hasta el punto de captura fue tomado en menor consideración que el de los pistoleros de San Pablo, cuya amenazadora actitud fue, sin duda, más efectiva que los argumentos de los testigos.
El Comité de Ciudadanos se reunió para tratar sobre la cuestión de Earnshaw, y debatió su destierro con una considerable falta de resolución. Blaisedell intervino diciendo que si alguna vez teníamos intención de expulsar a alguien, Earnshaw nos brindaba una buena ocasión para empezar. A raíz de lo cual depositamos nuestra conciencia en las capacitadas manos del comisario. No hubo desacuerdo, aunque la señorita Jessie no estaba presente, ni el juez Holloway, quien, estoy seguro, habría condenado a voz en grito la ilegalidad de nuestra medida. Por fortuna, el juez se había emborrachado hasta perder el sentido, y no volvimos a saber de él en unos cuantos días.
Habríamos tenido noticias suyas, no me cabe duda, en caso de que Blaisedell se hubiera visto obligado a despachar a Earnshaw. El juez puede ser tan irritante como los diversos profetas judíos de furiosa mirada lo eran para sus gobernantes. Pero, gracias a Dios, el día fatal en que al mirarnos unos a otros tratemos de quitar importancia a la muerte de algún tozudo individuo, pensando que la responsabilidad fue exclusivamente suya, se ha postergado un poco más.