5

De camino a la ciudad fue practicando con el revólver contra los postes de la cerca de Machray, deteniendo a Brownie para afirmar el cañón sobre la muñeca izquierda y apuntar con un ojo guiñado. Las más de las veces no acertaba. Escalofríos de adrenalina, como alternancias de entusiasmo y desesperación, recorrían todo su ser. En su estancia en las Bad Lands parecía haber una pauta inflexible, desde la caza de animales, pasando por el rostro destrozado de Conroy, hasta Boutelle. Era una maldición para él, había dicho Tanner; nunca estar seguro. Pero él sí lo estaba.

Cuando llegó a Pyramid Flat se dirigió primero a la casa de la señora Benbow. Le indicaron cuál era la habitación de Mary, un cubículo diminuto, sofocante, de techo bajo, en el desván. El mobiliario se componía de un camastro, una cómoda con un espejo, y una mecedora baja. Sobre la cómoda había varios libros y una cesta de costura, y Mary estaba de pie frente al mueble, de espaldas a él y el rostro visible en el espejo.

Le dijo que los Reguladores habían asesinado a Chally. Le sorprendió que la noticia no pareciera afectarla.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella, volviéndose hacia él.

—Hemos matado a dos.

Le contó la batalla en la cabaña de los Crowe.

¡Bien! —exclamó—. ¡Ah, qué bien! —Luego añadió—: ¿Es que no vas a sentarte? Mi madre ha venido a verme. Tampoco se sentó, como si tuviera miedo de ensuciarse.

—Hay algo que debo decirte. Yo estuve entre los hombres que lincharon a Matty Gruby.

Se le quedó mirando con una especie de sonrisa curiosa, sin cambiar de expresión mientras él trataba de explicárselo. Cuando hubo terminado, ella le dijo en tono forzado, de maestra de escuela:

—Creo que lo lamentas de verdad, Andrew. Pienso que has recibido tu castigo, en tu propia mente, pero está bien que me lo hayas dicho al fin. Eso explica ciertos aspectos de comportamiento… Pero ya lo sabía, entiéndelo. Aquí las chicas se enteran de esas cosas, que los hombres consideran secretas.

Él aspiró su perfume más bien empalagoso. Tenía el rostro empapado de sudor en aquella tórrida habitación. Ella se volvió otra vez hacia la cómoda y con la mano buena cogió algo de la cesta de costura.

—¡Fíjate! —exclamó.

Colocó la mano derecha sobre un dedal que había dejado en la cómoda y, como manipulando un dispositivo mecánico, empezó a bajarla hacia el pequeño objeto de plata. Andrew contuvo el aliento mientras el céreo pulgar y el índice iban acercándose poco a poco. Entonces apartó el apoyo de la mano izquierda y en un movimiento de pinza los dedos se elevaron con el dedal. El sudor destellaba en su breve y curvo labio superior. Sonrió con aire de triunfo.

—¿No es maravilloso?

—Sí que lo es.

Ella seguía con la mano derecha en alto. Andrew vio que le costaba trabajo. Ayudándose con la izquierda, la bajó hasta el tablero de la cómoda para dejar el dedal, que empezó a rodar de manera excéntrica hasta caer al suelo. Se agachó a recogerlo. Luego, apoyándose contra la cómoda, se volvió de nuevo hacia él con los pechos resaltando bajo el tejido de la blusa.

—Quieren que me vaya —explicó—. Mi padre quiere me vaya de aquí. Ahora que estoy manchada. —Soltó una risita—. «Manchada» es la palabra que empleó mi madre. Van a darme dinero para que me marche. ¡Si hubiera sabido antes lo que una joven tiene que hacer para liberarse de este horrible lugar!

—Te dije que estaba dispuesto a darte dinero para que te marcharas.

Ella apartó bruscamente la cabeza.

—Podría ganar un montón de dinero aquí, si quisiera. Las chicas lisiadas están muy solicitadas, si son jóvenes y bonitas. Pero sobre todo si están lisiadas. ¿No es extraño?

Él dijo que en su opinión no seguiría lisiada mucho tiempo, y ella se echó a reír.

—¿Sabes que hay una chica en esta casa que te considera un caballero de lo más misterioso y fascinante? La dibujaste una vez y no le exigiste nada más. ¡Se siente a la vez excitada y ofendida! No le he dicho que hiciste lo mismo conmigo una vez. Mi madre me dijo que una chica siempre sabe cómo hacer que un hombre se declare —prosiguió—. Así que pensé que si te dejaba dibujarme como a Maizie, entonces no tendrías más remedio que seducirme. Como eres un caballero, tendrías que haberte casado conmigo. ¡Y una vez que te tuviera en mis garras te habría obligado a sacarme de las Bad Lands! Pero…

Él no la dejó terminar, balbuciendo que, aun de haber tenido tales intenciones, para él había resultado una situación embarazosa. Su padre, que tenía confianza en él, era amigo suyo, y su madre…

—Ah, pero no te la tiene —objetó Mary.

—¿A qué te refieres?

—Cree que me sedujiste. Te echa la culpa de que yo esté aquí. Eso me ha dicho mi madre.

La miró con un odio tan consciente que le hizo sentirse débil, sin fuerza de voluntad.

—Le he dicho que no has sido tú —prosiguió Mary—. Le dije que iba a encontrarme con Lord Machray cuando salía a cabalgar sola en aquellos días.

—Pero eso no es cierto.

—No —convino Mary, sonriendo—. Pero va a causar mucho sufrimiento.

Le preguntó si las chicas de la casa se habían enterado de quién era el cabecilla de los Reguladores.

—Jake Boutelle —contestó ella—. Pero creía que todo el mundo lo sabía.

* * *

Había unos cuantos hombres apoyados en la barra del salón, Ash Tanner entre ellos, inclinado sobre un vaso de whisky. Con gesto perentorio Tanner hizo señas a Andrew para que se dirigiese a una mesa vacía, hacia donde se encaminó dando bandazos con una botella de whisky en una mano y el vaso en la otra, para derrumbarse estruendosamente en una silla. El camarero llevó un vaso a Andrew, y Tanner se lo llenó con mano trémula.

—No le gustaba que bebiera whisky —dijo Tanner, concentrado en servirle, la mandíbula con su musgosa barba blanca proyectada hacia delante—. No soportaba que me sentara tan mal a la tripa.

Andrew observó las franjas horizontales de luz que entraban por las puertas del salón. Su enfundado revólver golpeó contra el lado de la silla.

—Mi mujer —empezó a decir Tanner, como si él no lo hubiera entendido. Y luego continuó—: Ha muerto.

Los ojos de Andrew se volvieron sobresaltados hacia el sombrío y viejo rostro.

—¿Cómo…?

—Cogió un pequeño cuchillo que tenía y se las abrió —explicó Tanner, pasándose un nudoso pulgar por el interior de la muñeca.

—¡Qué horror!

El rostro del otro se contrajo, como mordiendo sobre un diente que le doliera. Sus ojos tenían un cerco escarlata.

—Era una zorra —afirmó—. Tuve que darme cuenta de que nadie se casaría con un viejo salvo una puta. Cuando yo estaba fuera se metía en el barracón y se cepillaba a quien quisiera. ¡Ah, de eso no hay duda! Todas son unas putas.

—Siento oírle hablar así.

—¡Las guapas son las peores! —exclamó Tanner, fulminándolo con la mirada. Un espasmo disolvió sus facciones, un acceso de dolor tan violento que Andrew casi jadeó al verlo, pero tan breve, una vez que hubo pasado, que al final no sabía si había visto algo o no. Tanner le dijo—: Bébase el whisky.

Bebió. Tenía un gusto muy amargo. Observó las puertas. A espaldas de Tanner se sentaban cuatro ferroviarios, y en otra había dos rancheros que recordó haber visto en la reunión en casa de Machray.

—Era una joven muy bonita —dijo a Tanner.

—Ponía mucho empeño en la ortografía, pero no hacía grandes avances.

Tanner se sirvió más whisky, derramando la bebida y maldiciendo entre dientes. Se abrieron las puertas.

Entró Boutelle. Pasó despacio frente a la barra con su característico balanceo al andar, las manos apoyadas en la canana mientras su afilado y moreno rostro se volvía a mirar a todos los presentes, saludándolos uno por uno.

Al ponerse en pie, Andrew sintió que el corazón se le subía a la garganta, cortándole la respiración. Tanner también se había levantado.

—¡Jake!

—¡Vaya!, buenas tardes, Ash —respondió Boutelle, deteniéndose para mecerse sobre los tacones de las botas—. Buenas tardes, Livingston.

Antes de que Andrew pudiera hablar, Tanner, en tono suavemente recriminatorio, dijo:

—Maldito seas, Jake Boutelle. Has convertido en mierda y corrupción todo lo que yo he hecho en la vida.

—Me parece que no entiendo lo que quieres decir, Ash —repuso Boutelle.

Pasó un insoportable momento de silencio mientras los dos hombres se miraban fijamente, Tanner balanceándose sobre las piernas. Entonces, con tal rapidez que Andrew fue incapaz de detectar el movimiento hasta que hubo concluido, Tanner desenfundó el revólver. El salón estalló. El gesto de Boutelle pareció mucho más deliberado. Disparó dos veces. Tanner se tambaleó hacia atrás, derribando la mesa. Cayó pesadamente al suelo. Boutelle avanzó y disparó dos veces más. El estruendo sacudió la sala.

Andrew se quedó paralizado mientras Boutelle se detenía a menos de un metro delante de él, la cabeza baja, mirando al muerto, que yacía de espaldas con las piernas abiertas. Sentía el revólver como un bulto de plomo en la cadera, y se dio cuenta de que había alzado las manos para protegerse el pecho.

Boutelle lo miró con ojos centelleantes.

¿Quería usted algo? —murmuró.

No respondió. La sangre de Tanner parecía negra a la tenue luz.

—¿Qué bicho te ha picado, viejo? —dijo Boutelle, de pie frente al cadáver. Con un movimiento brusco de la muñeca, abrió el cilindro del revólver y sacó los casquillos vacíos, que resonaron en el suelo. Luego lo rellenó con munición de la canana. No volvió a mirar a Andrew.

Los ferroviarios estaban de espaldas a la pared del fondo, la línea de cabezas pulcramente escalonada por estatura. Los rancheros se aferraban rígidamente a la mesa. El camarero, que se había refugiado detrás de la barra, se incorporó. Andrew tuvo que hacer un esfuerzo para bajar las manos a los costados.

Con los rasgos contraídos en un ceño delicado, Boutelle se volvió al camarero.

—Ya lo has visto, Jens. Empezó a dispararme y yo no le había hecho nada.

—Pues claro que lo he visto, Jake.

Boutelle se giró hacia el otro lado.

—¿Matt? ¿Chuck?

Los rancheros dijeron al unísono que habían sido testigos, y hubo un coro de asentimiento por parte de los empleados del ferrocarril. Boutelle hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Empezaron a entrar hombres por las puertas de lamas, calladamente al principio, preguntando en susurros por lo ocurrido, pero luego fueron pasando cada vez en mayor número hasta que el local se llenó de gente y de ruido.

Andrew no se había movido de donde estaba, pero al fin salió abriéndose paso a empujones. Boutelle, apoyado en la barra, le echó una mirada cuando pasó frente a él, ni siquiera con desdén. A su espalda se había congregado un gentío en torno al viejo Ash Tanner, muerto en el suelo del salón.

* * *

Maizie estaba en pie frente a él, alzándose despacio las enaguas para revelar unos muslos pálidos y carnosos con un triángulo de vellón castaño entre medias. Con los brillantes labios sonriéndole posesivamente, se sentó desnuda en la cama, los brazos cruzados sobre los pechos, observándolo mientras él se quitaba la ropa. Esta vez no había ido a dibujarla, y ella parecía comprender muy bien lo que necesitaba, que era la recuperación de aquella parte de sí mismo que casi había perdido en su resolución y su fracaso. Le dio unas palmaditas en la región lumbar con ambas manos y, con cálido aliento, le musitó al oído alabanzas por sus esfuerzos, diciéndole que era alguien especial, extraño pero muy querido para ella, y que llevaba mucho tiempo esperándolo.