POSTSCRIPTUM

Nadie puede predecir el futuro. En un mundo de filosofías, condiciones físicas y propósitos disparatados, las permutas posibles son infinitas; pocas hipótesis proyectadas más allá de una década a partir de hoy van a ser correctas, ni siquiera por casualidad. Así, pues, esta novela no puede ser considerada profética; no se ofrece como un aviso de mal agüero. Su propósito es simplemente destacar varias posibilidades que merecen urgente reflexión por si alguna de ellas viniera a darse de una forma u otra.

1. Población. Es un problema actual en muchas áreas y puede ser pronto un problema en todas, con especial relieve en aquéllas donde las tierras de labor son escasas. Las predicciones demográficas sugieren un retardo en el índice de natalidad, pero dichas predicciones se basan en evaluaciones de posibles/probables tendencias que en realidad no son susceptibles de evaluación. Es de prever que la población del planeta se duplique entre la tercera y cuarta próximas décadas.

2. Alimentos. ¿Cómo alimentaremos un planeta con una población doble que la presente? Sabemos que hacerlo es posible en términos de producción de alimentos, y sin embargo ya aproximadamente la mitad de la población está hoy subalimentada y buena parte de ella sufre auténtica hambre. ¿Por qué?

3. Empleo. Las predicciones a largo plazo sobre los resultados de la automatización son cautelosas y conservadoras y se limitan a muy pocos años. Algunos factores no pueden ser estimados: la codicia empresarial, las presiones de la competencia y la habilidad de promocionar las tecnologías del Tercer Mundo para socavar una productividad orientada hacia el proyecto y no hacia la utilidad.

4. Finanzas. En esta novela se ha situado el colapso del sistema monetario en la quinta década del nuevo siglo. Algunos pensadores han vaticinado como crucial la segunda década. ¿Razón? Falta de mercados causada por el desempleo, tras previas pesadillas de recesión, bancarrota de los gobiernos y colapso del mercado de excedentes del Tercer Mundo.

Ninguna de estas cosas ocurrirá necesariamente. Todas pueden ocurrir si ignoramos la advertencia de Sir Macfarlane Burnett de que «debemos planificar a cinco años vista y a veinte años y a cien años». En el mundo actual, ningún país es capaz de hacer esto porque ningún gobierno puede, dada la naturaleza de sus orígenes, planificar más allá de la duración de su mandato. Todos los gobiernos se afanan en preservar y continuar su poder. Poco más hacen. Los proyectos a veinte años vista no proporcionan votos, y no digamos a cien años.

Otras dos materias de suma importancia deben ser consideradas por los futurólogos de hoy:

Guerra nuclear. Mi opinión, si algo vale, es que éste es un acontecimiento inverosímil. Quienes podrían desencadenarlo conocen el coste; no quedaría nadie para saquear a los vencidos. El fanatismo no debe ser descartado como impulso posible y demencial, pero respecto a éste sólo podemos refugiarnos en el optimismo.

El Efecto Invernadero. Es improbable que tengamos información concreta sobre la extensión de este fenómeno antes de que termine el siglo. Podría tratarse de unos cambios climáticos graduales y comparativamente suaves (aunque no por ello deban ignorarse), o podría ser un desastre global que golpease de forma violenta y repentina.

Únicamente podemos estar seguros de que en el curso de las próximas dos o tres generaciones tendrán lugar enormes cambios, todos ellos causados por nosotros mismos y para los cuales no estaremos preparados. ¿Cómo podríamos estarlo? Hablamos de dejar a nuestros hijos un mundo mejor, pero prácticamente no hacemos más que enfrascarnos en nuestros problemas cotidianos y esperar que las catástrofes a largo plazo no se produzcan nunca.

Tarde o temprano, alguna de ellas se producirá. Las torres del olvido trata del posible coste de la autocomplacencia.

Que duerman ustedes bien.