«¡Una momia!» —pensé

Mi cuerpo entero se convulsionaba de terror.

Los escorpiones golpeaban y arañaban mis pies.

Las manos que me agarraban me levantaron con fuerza.

Las antiguas manos vendadas.

No podía respirar, no podía pensar.

Finalmente conseguí volverme un poco.

—¡Sari! —grité.

Me dio otro tirón. Ambos tropezamos cuando retrocedíamos para protegemos de las tenazas que avanzaban hacia nosotros.

—¿Sari…? ¿Cómo…?

Nos movimos juntos ahora, avanzando hacia el centro de la vasta cámara.

A salvo. A salvo del asqueroso nido de esos horribles escorpiones.

—Salvé tu vida —susurró—. Son asquerosos escorpiones.

—No me digas —dije débilmente. Todavía los sentía repugnantes, deslizándose por mis tobillos, entre mis piernas y su crujido bajo mis zapatos.

Creo que nunca olvidaré ese crujido.

—¿Qué estás haciendo aquí abajo? —gritó Sari con impaciencia, regañándome como a un niño—. Papá y yo te hemos buscado por todas partes.

La empujé al centro de la cámara, aún más lejos de los escorpiones.

—¿Cómo llegaste aquí? —le grité, esforzándome por normalizar mi respiración, por detener los latidos de mi pecho.

Ella señaló con la linterna un túnel que yo no había visto.

—Estaba buscándote. Papá y yo nos separamos, ¿puedes creerlo? Él se detuvo a hablar con un trabajador y yo no me di cuenta. Cuando me volví él se había ido. Luego vi la luz que se movía por estos lados. Pensé que era papá.

—¿Tú también te perdiste? —le pregunté, enjugándome las gotas de sudor frío que corrían por mi frente.

Yo no estoy perdida, tú estás perdido —insistió—. ¿Cómo puedes hacer esto, Gabe? Papá y yo estábamos de verdad aterrados.

¿Por qué no me esperaron? —pregunté disgustado—. Los llamé y ustedes habían desaparecido

—No te oímos —replicó moviendo la cabeza.

Yo estaba de verdad feliz de verla. Pero odiaba su manera de mirarme como si fuera una especie de idiota sin remedio.

—Supongo que nos distrajimos con la discusión, pensamos que ibas detrás de nosotros. Cuando volvimos a ver ya no estabas —suspiró y movió la cabeza.

—¡Qué día!

—¡Qué día! —grité chillonamente.

—Gabe, ¿por qué hiciste eso? —preguntó—. Sabías que debíamos permanecer juntos.

—¡Eh! No fue culpa mía —insistí disgustado.

—Papá está como loco —dijo Sari, dirigiendo la luz hacia mi cara.

Levanté el brazo para protegerme los ojos.

—Retira esa luz. Se le quitará cuando vea lo que he descubierto. ¡Mira! Dirigí mi linterna hacia una momia al lado del pozo de brea, luego a otra en el piso y luego a la tala de sarcófagos contra la pared.

—¡Oh! —dijo Sari en silencio. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa.

—Sí, ¡oh! —dije, empezando a sentirme un poco más normal—. La cámara está llena de momias. Y hay todo tipo de herramientas y telas y todo lo que se necesita para hacer una momia. Todo en perfecto estado, como si no lo hubieran tocado en miles de años.

No podía esconder mi emoción.

—Yo lo descubrí todo —añadí.

Esta debe ser la cámara donde preparaban las momias para el funeral —dijo Sari, observando las momias una a una—. Pero ¿por qué están algunas así, de pie?

Me encogí de hombros: —No sé.

Ella avanzó para admirar las montañas de lino blanco doblado. —¡Esto es sorprendente, Gabe!

—Notable —asentí—. Y si no me hubiera detenido a amarrarme el zapato nunca lo habría descubierto.

—Te vas a volver famoso —dijo Sari, con una sonrisa que se le desparramaba por toda la cara—. Gracias a mí por haberte salvado la vida.

—Sari… —empecé.

Pero ella caminaba a través del salón para admirar de cerca una de las momias en posición vertical.

—Espera a que papá vea esto —dijo Sari. De pronto parecía tan exaltada como yo.

—Tenemos que llamarlo —dijo con viveza. Volví a mirar el nido de escorpiones y sentí como un escalofrío que me recorría la columna.

—La gente era muy pequeña en aquella época —dijo, sosteniendo la lámpara muy cerca de la cara cubierta de la momia—. Mira, yo soy más alta que ésta.

—Sari, usa tu beeper —le dije con impaciencia, caminando hacia ella.

—¡Mira! Hay insectos reptando en la cara de una momia —dijo, retrocediendo y bajando la linterna.

Hizo un gesto de desagrado:

—¡Qué asco!

—Vamos, usa tu beeper. Llama al tío Ben —le dije. Busqué su beeper pero ella me lo arrebató.

—De acuerdo. ¿Por qué no usaste el tuyo? —me miró con suspicacia—. Se te olvidó, ¿verdad, Gabe? —dijo en tono acusador.

—Claro que no —repliqué tajante—. El mío se rompió al caer aquí.

Hizo un gesto y sacó el beeper de la presilla de su cinturón. La iluminé con mi linterna mientras ella oprimía el botón. Presionó dos veces, para estar segura, y luego lo volvió a enganchar en su jean.

Permanecimos con los brazos cruzados esperando que tío Ben siguiera las señales de radio y nos encontrara.

—No debe tardar —dijo Sari, con los ojos puestos en la boca del túnel—. No estaba lejos de mí.

Así, unos segundos después oímos los sonidos de alguien que se aproximaba por el túnel.

—¡Tío Ben! —lo llamé con emoción—, ¡mira lo que encontré!

Sari y yo empezamos a correr hacia el túnel. Nuestras luces se movían en zigzag hacia la entrada baja.

—Papá, no lo vas a creer… —empezó Sari.

Se detuvo cuando la figura salió de la oscuridad, y se irguió.

Ambos quedamos boquiabiertos de horror, cuando nuestras luces iluminaron su cara bigotuda.

—¡Es Ahmed! —gritó, agarrándome del brazo.