Completamente solo.
Con horror miré el beeper destrozado.
La linterna tembló en mis manos.
De repente todas las cosas parecían moverse hacia mí. Las paredes, el techo, la oscuridad.
Las momias.
—¡Huyyy!
Retrocedí un paso, luego otro.
Tenía la linterna tan fuertemente agarrada, que la mano me dolía.
La luz jugaba sobre las figuras sin rostro.
No se estaban moviendo.
Claro que no se estaban moviendo.
Retrocedí otro paso. El olor agridulce parecía más fuerte y penetrante. Contuve la respiración, pero el olor estaba en mis fosas nasales, en mi boca. Podía saborearlo, saborear la decadencia, el aroma de muerte de cuatro mil años.
Tiré el beeper al piso, y retrocedí otro paso sin quitar la vista de las momias.
¿Qué iba a hacer?
El olor me estaba dando náuseas. Tenía que salir de allí, llamar a tío Ben.
Otro paso atrás.
—¡Auxilio!, traté de gritar, pero mi voz sonó débil, ahogada por el pesado y asqueroso aire.
—¡Auxilio! ¿Alguien puede oírme? —grité un poco más alto.
Me puse la linterna bajo el brazo y las manos alrededor de la boca a manera de un megáfono.
—¿Alguien puede oírme? —chillé.
Esperé, desesperado, una respuesta.
Silencio.
¿Dónde estaban Sari y tío Ben? ¿Por qué no podían oírme? ¿Por qué no me buscaban?
—¡Auxilio! ¡Alguien! ¡Ayúdenme, por favor!
Chillé tan alto como pude, orientando la cabeza hacia el agujero del techo, el agujero por donde había caído.
—¿Puede oírme alguien? —grité.
Sentía que el pánico me apretaba el pecho y me agarrotaba las piernas.
El pánico se apoderó de mí, paralizándome poco a poco.
—¡Ayúdenme! ¡Alguien que me ayude! ¡Por favor!
Di otro paso atrás.
Entonces, algo crujió bajo mi zapato.
Lancé un alarido y me tropecé con algo.
Pero, fuera lo que fuera, se había deslizado lejos.
Exhalé un largo suspiro de alivio.
Y entonces sentí que algo rozaba mis tobillos Grité y la linterna se me soltó la mano, golpeó ruidosamente el piso.
Y la luz se apagó.
Nuevamente, algo me arañaba silenciosamente.
Algo duro.
Escuché que arañaban el piso y algo agarró mi talón.
Lancé fuertes puntapiés, pero sólo golpeaba el aire.
—¡Auxilio!
Había un montón de criaturas en el piso.
¿Pero qué eran?
De nuevo algo golpeaba mis tobillos; yo daba patadas como un salvaje.
Frenético, me agaché para agarrar la linterna en la oscuridad.
Toqué algo duro y tibio.
—¡Oh, no!
Sacudí la mano y di un alarido.
En la oscuridad, buscando la linterna, tuve la sensación de que el piso entero terna vida. El piso se movía en olas, retorciéndose, meneándose bajo mis pies.
Finalmente encontré la linterna. La agarre con mano temblorosa, me puse de pie y luché por encenderla.
Cuando retrocedía, algo se deslizó contra mi pierna.
Era duro y espinoso.
Oía ruidos, chasquidos, golpes, criaturas que se estrellaban unas con otras.
Jadeando fuertemente, con el corazón como de plomo y el cuerpo entero presa del terror, saltaba tratando de alejarme, mientras movía torpemente la linterna.
Algo crujió bajo mi zapato. Me alejé con la sensación de que algo se había deslizado entre mis piernas.
Finalmente logré encender la luz.
Mi corazón golpeaba cuando posé la luz amarilla de la linterna en el piso y vi las criaturas que se arrastraban y se golpeaban.
¡Eran escorpiones!
Yo había tropezado con su asqueroso nido.
—¡Ay! ¡Auxilio!
No reconocí mi débil y aterrada voz cuando grité. Ni siquiera me di cuenta de que había gritado.
La luz enfocó a las escurridizas criaturas con las colas levantadas como listas para el ataque, golpeando silenciosamente con sus tenazas mientras se movían, arrastrándose unas sobre otras, deslizándose sobre mis tobillos.
—¡Alguien! ¡Ayúdenme!
Brinqué cuando un par de tenazas se agarraron de mi jean, mientras otro escorpión golpeaba la parte posterior de mi zapato.
Desesperado por escapar de las ponzoñosas criaturas, me tropecé.
—¡No!, ¡por favor, no!
No podía salvarme.
Empecé a caerme.
Mis manos buscaban un sostén, pero no encontraban nada.
Iba a caer justamente en medio del nido.
—¡Nooo!
Lancé un grito frenético mientras me caía.
De pronto sentí dos manos que me agarraron de los hombros.