¿Una momia? La luz iluminó su cara sin facciones. No podía mantener quieta mi mano. Todo mi cuerpo temblaba.
Me quedé helado, incapaz de levantarme del duro piso, boquiabierto ante la aterradora figura. De repente me di cuenta de que estaba jadeando muy fuerte.
Para tratar de calmarme respiré profundamente el aire putrefacto y lo retuve.
La momia parecía mirarme.
Permanecía rígida, con los brazos colgando.
«¿Por qué está así, de pie?», me pregunté, tomando aire nuevamente.
Los antiguos egipcios no dejaban sus momias en esta posición.
Cuando me di cuenta de que no se movía para atacarme, empecé a sentirme un poco más tranquilo.
—Tranquilo, Gabe, tranquilo —dije en voz alta, tratando de no mover la luz de la linterna, que tenía agarrada fuertemente.
Tosí. El aire era tan repugnante, tan viejo…
Quejándome del dolor en mi costado, me puse de pie y empecé a iluminar delante y detrás de la silenciosa momia.
Me encontraba en una habitación de techo muy alto, mucho más grande que la cámara en que los trabajadores de tío Ben estaban cavando.
Y mucho más atiborrada.
—¡Ohh! —articulé un suave grito, cuando la pálida luz de la linterna reveló una escena impresionante. Oscuras figuras vendadas aparecieron a mi alrededor.
¡La vasta habitación estaba atestada de momias!
En la luz inestable, sus sombras parecían avanzar hacia mí.
Retrocedí temblando, moví la luz lentamente sobre la horrenda y extraña escena.
La luz mostraba brazos vendados, torsos, piernas y caras cubiertas.
¡Había tantas!
Unas momias estaban apoyadas contra la pared, otras yacían sobre lajas, con los brazos cruzados sobre el pecho. Otras en poses extrañas, en cuclillas o de pie, con los brazos hacia adelante, como los monstruos de Frankenstein.
Contra una pared se sucedía una fila de sarcófagos con las tapas levantadas. Me volví para seguir el haz de luz y descubrí que había caído en el centro de la habitación.
Detrás de mí había un sorprendente arsenal. Herramientas extrañas que nunca antes había visto. Enormes montañas de tela. Gigantes vasijas y jarras de barro.
—Tranquilo, Gabe, tranquilo.
—¡Humm! —respira lentamente.
Me acerqué, titubeante, unos pasos más, tratando de mantener firme mi linterna. Unos pocos pasos más.
Caminé hasta una de las montañas de tela. Era lino, al parecer el material que usaban para envolver las momias.
Reuniendo todo mi valor examiné algunas herramientas. No toqué ninguna, sólo las miré a la luz vacilante de la linterna.
Herramientas para hacer momias. Antiguas herramientas para hacer momias.
Me alejé unos pasos. Regresé hacia la multitud de figuras inmóviles.
Mi luz atravesó la habitación y vino a dar sobre una oscura área cuadrada en el piso. Curioso, me acerqué a un par de momias que yacían con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¡Oh!, tranquilo, Gabe.
Mis zapatos se arrastraban ruidosamente sobre el piso mientras avanzaba inseguro a través de la vasta habitación.
El cuadrado oscuro que había en el centro era casi del tamaño de una piscina. Me agaché al borde para examinarlo más de cerca.
La superficie era suave y pegajosa como brea. ¿Era esto un antiguo pozo de brea? ¿Era ésta la brea que se usó para hacer las momias que rondaban amenazadoramente por toda la habitación?
De pronto sentí un escalofrío que me heló el cuerpo.
¿Cómo podía estar blando este pozo de brea después de cuatro mil años?
¿Por qué las momias, el lino, las herramientas, estaban tan bien conservados?
¿Y por qué estas momias estaban abandonadas así, dispersas y en tan extrañas posiciones?
Me di cuenta de que había hecho un descubrimiento increíble. Al caer a través del piso había encontrado una cámara escondida, una cámara donde se «hacían» momias. Había encontrado todas las herramientas y materiales usados hace cuatro mil años para hacer momias.
Una vez más el olor agridulce invadió mi nariz; contuve la respiración para evitar las náuseas. Era el olor de cuerpos que tenían cuatro mil años, un olor que había estado encerrado en esta antigua cámara escondida… hasta ahora.
Observando las torcidas sombras de las figuras que me miraban desde su horroroso vacío, busqué mi beeper.
«Tío Ben, tienes que venir rápidamente» pensé.
«No quiero estar más tiempo solo aquí abajo». «¡Tienes que venir ahora!».
Solté el beeper de mi cinturón y lo acerqué a la luz.
Todo lo que tenía que hacer era oprimir el botón, y tío Ben y Sari vendrían corriendo.
Pasé mi mano sobre el botón y grité alarmado. El beeper estaba arruinado, roto, descuajeringado.
El botón estaba atorado.
Seguramente aterricé sobre él cuando caí. Estaba inservible.
Yo estaba completamente solo allí abajo.
Solo con las antiguas momias sin rostro que me miraban, silenciosamente, a través de las profundas y oscuras sombras.