Oí cómo la linterna golpeaba contra el piso. Yo me golpeé muy fuerte.

Aterricé sobre mi costado. El dolor invadió todo mi cuerpo y veía todo rojo. Era una luz roja cada vez más brillante, hasta que tuve que cerrar los ojos. Pienso que la fuerza del porrazo me hizo perder el sentido por un momento.

Cuando abrí los ojos todo era una mancha gris amarilla. Me dolía todo el costado, mi codo derecho vibraba de dolor.

Traté de mover el codo, pareció funcionar bien.

Me senté, la niebla empezó a levantarse lentamente, como un telón.

¿Dónde estaba?

Un olor agridulce invadió mis fosas nasales. Era un olor a descomposición, a polvo antiguo, a muerte.

La linterna había aterrizado a mi lado en el suelo de concreto. Seguí su haz de luz con mi mirada, hacia la pared.

Y me quedé sin aliento.

La luz se detuvo en una mano. En una mano humana.

¿O qué era?

La mano estaba unida a un brazo, el brazo colgaba rígidamente de un cuerpo erguido.

Con mi mano temblorosa, agarré la linterna y traté de mantener la luz sobre la figura.

Me di cuenta de que era una momia. Erguida sobre sus pies, cerca de la pared del fondo.

Sin ojos, sin boca, la cara vendada parecía mirarme fijamente, tensa y lista, como si estuviera esperando a que yo hiciera el primer movimiento.