Dirigiendo la luz hacia el piso, metí la cabeza entre los hombros y empecé a correr a lo largo del túnel. Cuando éste hizo una curva brusca hacia la derecha, el piso empezó a descender; el aire se volvió caliente y empezó a oler a moho. Era difícil respirar.

—¡Tío Ben! —llamé—, ¡tío Ben!

«Seguramente deben estar detrás de la próxima curva del túnel», me decía. No me había demorado mucho amarrándome el zapato. No podían haber llegado tan lejos.

Me pareció oír un ruido, me detuve y escuché.

Silencio total.

¿Estaba empezando a oír cosas?

De repente tuve una idea: «¿Era ésta otra de sus bromas? ¿Tío Ben y Sari estarían escondidos esperando a ver qué hacía? ¿Era ésta otra de sus tretas para asustarme?».

Podía ser. Tío Ben lo sabía, no podía dejar de hacer bromas. Había reído como una hiena cuando Sari le contó cómo se había escondido en el sarcófago y me había dado un susto que valía por diez años de mi vida.

«¿Estarían escondidos los dos en sarcófagos, esperando que me tropezara con ellos?».

Mi corazón empezó a golpear en el pecho. A pesar del calor del túnel sentí frío en todo el cuerpo.

«No», decidí, «no es una broma».

Tío Ben estaba demasiado serio, demasiado preocupado por sus trabajadores y por lo que le habíamos contado sobre Ahmed para tener ánimo de hacer bromas.

Empecé a caminar por el túnel otra vez. Al trotar, mi mano rozó el beeper en mi cintura.

«¿Debería llamar?».

«No» —decidí.

Esto sólo daría risa a Sari; estaría ansiosa de contarle a todo el mundo que yo había llamado por el beeper pidiendo auxilio a los dos minutos de entrar en la pirámide.

Pasé por la siguiente curva. Las paredes del túnel parecían cerrarse sobre mí a medida que el túnel se estrechaba.

—¿Sari? ¿Tío Ben?

Ningún eco. Quizás el túnel era demasiado estrecho para producirlo.

El piso era ahora más duro, menos arenoso. Bajo la opaca luz amarilla vi que las paredes de granito estaban llenas de grietas irregulares.

Parecían oscuros relámpagos que bajaban del techo.

—¡Hey! ¿Dónde están, chicos? —grité.

Me detuve en el lugar donde el túnel se abría en dos ramas.

De repente me di cuenta de lo asustado que estaba.

¿Cómo desaparecieron? ¡Ya tenían que haberse dado cuenta de que yo no estaba con ellos!

Miré hacia las dos entradas, iluminando el primer túnel, luego el otro.

¿Por cuál habían entrado?

¿Por cuál?

Mi corazón latía fuertemente; corrí por el túnel de la izquierda y grité sus nombres.

No hubo respuesta.

Retrocedí rápidamente; mi linterna iluminaba alocadamente el piso, y avancé por el túnel de la derecha.

Éste era más amplio y alto, y se curvaba suavemente hacia la derecha.

Un laberinto de túneles. Así describía tío Ben la pirámide.

Quizás miles de túneles, me había dicho. Miles.

Seguí avanzando, esforzándome.

«Sigue avanzando, Gabe».

«Están adelante, tienen que estar».

Avancé unos pasos y los llamé.

Escuché algo.

¿Voces?

Me detuve. Todo estaba en silencio ahora. El silencio era tal que podía escuchar mi corazón latiendo.

Otra vez el ruido.

Escuché con atención, conteniendo la respiración.

Era un chirrido; un suave chirrido, no era una voz humana, un insecto quizás o una rata.

—¿Tío Ben? ¿Sari?

Silencio.

Avancé unos pasos dentro del túnel. Y otros más.

Decidí que sería mejor olvidar mi orgullo y llamarlos por el beeper.

¿Y qué si Sari se burlaba de mí?

Estaba demasiado aterrado como para preocuparme por eso.

«Si los llamo por el beeper, en pocos segundos me encontrarán».

Pero cuando estaba a punto de oprimir el beeper me sorprendí un fuerte ruido.

El chirrido de insecto se convirtió en un suave crujido.

Me detuve a escuchar, el terror me subía por la garganta.

El suave crujido se hizo más fuerte. Era un ruido como cuando uno quiebra una galleta en dos.

Sólo que más fuerte, más fuerte.

Más fuerte debajo de mis pies.

Miré al suelo.

Iluminé mis zapatos.

Me tomó largo tiempo darme cuenta de lo que estaba pasando.

El piso del antiguo túnel se estaba abriendo bajo mis pies.

El crujido se hizo más fuerte y parecía venir de todos lados, rodeándome. Cuando me di cuenta de lo que sucedía era demasiado tarde.

Sentí como si me estuvieran tirando hacia abajo, como si me estuviera atrayendo una fuerza poderosa.

El piso se desplomó bajo mis pies y empecé a caer.

Bajaba y bajaba por un interminable agujero oscuro.

Abrí la boca para gritar, pero no me salió sonido alguno.

Mis manos se extendieron para agarrarse de…

¡Nada!

Cerré los ojos y caí.

Abajo, abajo, hacia la envolvente oscuridad.