Dos manos alcanzaron las mías y rápidamente me agarraron de las muñecas.
—¡Sostente! —gritó Sari.
Ella había detenido mi caída justo para permitirme volver a agarrar los lados de la escalera.
—¡Oh! —Traté de pronunciar alguna palabra pero eso fue lo único que pude decir. Me aferré al lazo como a mi vida y esperé a que mi corazón se tranquilizara. Cerré los ojos y me quedé quieto. Apretaba el lazo tan fuerte que las manos me dolían.
—Te salvé la vida —dijo Sari, asomándose por el agujero.
Abrí los ojos y la miré fijamente.
—Gracias —le dije sinceramente.
—No hay de qué —replicó y soltó la risa, de alivio, supongo.
¿Por qué yo no podía salvar su vida?, me preguntaba amargamente. ¿Por qué no puedo ser alguna vez el héroe?
—¿Qué sucedió, Gabe? —preguntó el tío Ben desde abajo. El eco de su voz retumbó sonoramente a través de la cámara. El amplio círculo de luz de su linterna danzaba sobre la pared de granito.
—La cuerda me cortó las manos —le expliqué—, no me lo esperaba.
—Tómate tu tiempo —dijo pacientemente—. Un paso por travesaño, ¿recuerdas?
—Baja las manos, no las deslices —advirtió Sari, asomada en el hueco de arriba.
—OK, OK —dije, empezando a respirar normalmente.
Tomé aire y lo retuve. Luego, lentamente y con cuidado, bajé a lo largo a la escalera.
Un momento después, nos encontrábamos los tres en el piso del túnel sosteniendo nuestras linternas, siguiendo con los ojos los círculos de luz.
—Por aquí —dijo tío Ben en voz baja, y nos guió hacia la derecha, caminando lentamente, agachándose a causa del techo bajo.
Nuestros zapatos hacían crujir el piso de arena. Vi un túnel a la derecha, y luego otro a la izquierda.
—Estamos respirando aire de cuatro mil años —dijo Ben, orientando su linterna hacia el piso, adelante.
—A eso huele —le susurré a Sari, quien sonrió.
El aire olía realmente a viejo, pesado y mohoso, como un desván.
El túnel se hizo un poco más amplio curvándose hacia la derecha.
Vamos cada vez más profundamente bajo tierra —dijo Ben—. ¿No sienten como si bajaran una colina?
Sari y yo asentimos.
Papá y yo exploramos uno de los túneles de al lado —me dijo Sari—. Encontramos el sarcófago de una momia en una cámara pequeñita. Era linda y estaba en perfectas condiciones.
—¿Había una momia adentro? —pregunté con vehemencia. Me moría por ver una momia. El museo de mi ciudad tiene solamente una. Me pasaría la vida observándola detalladamente.
—No. Estaba vacía —replicó Sari.
—¿Por qué las momias no teman ninguna afición? —preguntó tío Ben, deteniéndose de pronto.
—No sé —contesté.
—¡Porque estaban demasiado enredadas en su trabajo! —exclamó Ben, riéndose de su propio chiste. Sari y yo solamente pudimos esbozar una débil sonrisa.
—No lo animes —me dijo Sari lo suficientemente alto para que su papá la oyera. Se sabe miles de chistes sobre momias y todos son igualmente malos.
—Espera un segundo —dije, y me agaché a amarrarme el zapato que se había desatado nuevamente.
El túnel hacía una curva y luego se dividía en dos. El tío Ben nos condujo por el de la izquierda, que era tan angosto que tuvimos que avanzar de lado y con la cabeza gacha, hasta que llegamos a una cámara grande, de techo muy alto. Me enderecé, aliviado de no tener que seguir encorvado. Observé detenidamente toda la habitación.
Mi vista se detuvo en un grupo de personas que cavaban con palas en la pared del fondo, en la que habían clavado unas linternas muy brillantes, que estaban conectadas a un generador portátil.
Nos acercamos y tío Ben nos presentó. Eran cuatro trabajadores, dos hombres y dos mujeres.
Otro hombre permanecía alejado, con un porta papeles en la mano. Era un egipcio, vestido de blanco, con un pañuelo rojo amarrado al cuello. Su cabello era negro y liso, peinado hacia atrás en una cola de caballo. Nos observó a Sari y a mí, pero no se acercó. Parecía estar examinándonos.
—Ahmed, usted conoció ayer a mi hija. Éste es Gabe, mi sobrino —le dijo tío Ben.
Ahmed inclinó la cabeza, pero no sonrió ni dijo nada.
—Ahmed es de la universidad —me explicó tío Ben en voz baja—, solicitó permiso para observamos y yo acepté. Es tranquilo, pero no permitan que comience a hablarles de antiguas maldiciones. Es el que insiste en advertirme que estoy en peligro de muerte.
Ahmed asintió con la cabeza pero no pronunció palabra. Me miró detenidamente.
«Es un tipo misterioso», pensé.
Me hubiera gustado que me contara cosas acerca de antiguas maldiciones; me encanta ese tipo de historias.
Tío Ben se volvió hacia sus trabajadores. —¿Algún progreso hoy?— preguntó.
—Creemos que nos estamos acercando de verdad —replicó un joven pelirrojo, vestido con unos jeans gastados y una camisa azul de trabajo, y luego añadió—: Es una corazonada.
Ben frunció el ceño.
—Gracias por el palpito —le respondió. Todos los trabajadores se rieron, me imagino que les gustaban los chistes de mi tío.
—Podríamos estar yendo en una dirección equivocada —les dijo el tío Ben a los trabajadores, rascándose la incipiente calva. El túnel puede estar por allí— dijo señalando la pared de la derecha.
—No, yo pienso que estamos muy cerca, Ben —dijo una mujer joven que tenía la cara sucia de polvo—. Ven a ver, quiero mostrarte algo.
Lo condujo a una gran pila de piedras y escombros. Mi tío dirigió la luz hacia el sitio que ella señalaba. Luego se acercó para examinar lo que le mostraba.
—Es muy interesante, Christy —dijo Ben, frotándose la barbilla. Luego iniciaron una larga discusión.
Un momento después otros trabajadores entraron en la cámara arrastrando palas y picos. Uno de ellos llevaba una especie de equipo electrónico en una caja metálica aplanada. Parecía una computadora portátil.
Yo quería preguntarle a Ben qué era eso, pero todavía estaba en el rincón, hablando con Christy, la trabajadora.
Sari y yo permanecíamos a la entrada del túnel.
—Creo que se olvidó de nosotros —dijo Sari tristemente.
Asentí, dirigiendo mi linterna hacia el alto techo resquebrajado.
—Cuando está con los trabajadores, se olvida de todo lo demás —dijo suspirando.
—No puedo creer que estemos realmente dentro de una pirámide —exclamé.
Sari sonrió. Pateó el piso con sus zapatillas. —¡Mira!, polvo antiguo —dijo.
—Sí —yo también le di un puntapié al polvo arenoso—. Me pregunto quién fue el último en caminar por aquí. Tal vez una sacerdotisa egipcia, o un faraón. Quizás estuvieron parados en este mismo sitio.
—Vamos a explorar —dijo Sari de pronto.
—¿Qué?
Sus ojos oscuros lanzaron un destello, tenía una expresión diabólica en la cara.
Vamos, Gabey, vamos a examinar un túnel o algo así.
—No me llames Gabey —le dije—. Tú sabes que detesto eso.
—Lo siento —se disculpó riendo—. ¿Vienes?
No podemos —insistí, mirando al tío Ben, que en ese momento tenía una especie de discusión con el trabajador que llevaba el aparato parecido a un computadora—. Tu papá dijo que permaneciéramos juntos. Dijo que…
—Estará ocupado durante horas —dijo Sari, observándolo—. Ni siquiera se dará cuenta de que nos fuimos. De verdad.
—Pero Sari… —dije.
—Además —continuó, agarrándome de los hombros y llevándome hacia la puerta de la cámara—, no nos quiere dando vueltas a su alrededor, lo único que haríamos sería estorbar.
—Sari…
—Ayer estuve explorando —dijo, empujándome con ambas manos—. No iremos lejos, y no te perderás, pues todos los túneles conducen a esta cámara. De verdad.
—Creo que no deberíamos… —dije, con la mirada puesta en tío Ben. Estaba agachado, de rodillas, cavando junto a la pared con una especie de pica—. ¡Déjame! —le dije—, de verdad yo…
—Entonces dijo algo que yo sabía que iba a decir, lo dice siempre que quiere hacer su voluntad.
—¡Eres un gallina!
—No —insistí—. Tu papá dijo…
—¡Gallina!, ¡gallina!, ¡gallina! —Y empezó a cacarear. Era realmente ofensiva.
—¡Basta, Sari! —Traté de parecer duro y amenazador.
—¿Eres un gallina, Gabey? —repitió burlonamente, como si hubiera obtenido alguna victoria.
—¿Ah, Gabey?
—¡No me llames más así! —insistí.
Ella se quedó observándome. Hice un gesto de disgusto.
—OK, OK. Vamos a explorar —le dije. ¿Qué más podía hacer?
—Pero no vayamos lejos —añadí.
—No te preocupes —dijo burlonamente—, no nos vamos a perdernos. Sólo te voy a mostrar algunos de los túneles que exploré ayer. Uno de ellos tiene la figura de un extraño animal grabada en la pared. Creo que es un gato. No estoy segura.
—¿De verdad? —grité entusiasmado—. Yo he visto fotos de grabados en relieve, pero nunca…
—Puede ser un gato —dijo Sari—. O quizás una persona con cabeza de animal. Es realmente fantástico.
—¿Dónde está? —pregunté.
—Sígueme.
Dirigimos una última mirada al tío Ben, que estaba en cuatro patas, agarrando algo en la pared de piedra.
Luego seguí a Sari fuera de la cámara.
Nos escurrimos a través de un túnel angosto y luego volteamos y seguimos por uno más ancho, hacia la derecha. Yo iba unos pasos detrás de ella.
—¿Estás segura de que podremos regresar? —pregunté en voz baja para que no pudiera acusarme de estar asustado.
—No te preocupes —respondió—. Dirige tu linterna hacia el piso. Hay una cámara pequeña al final de este túnel; es muy bonita.
Continuamos por el túnel hasta donde daba una vuelta a la derecha y se abría en dos entradas bajas. Sari tomó la de la izquierda.
El aire se tomó un poco más tibio. Había un olor pesado, como si alguien hubiera estado fumando allí.
Este túnel era más ancho que los otros. Sari empezó a caminar más rápido, alejándose de mí.
—¡Hey, espera! —grité.
Miré al suelo: mi zapato estaba otra vez desamarrado. Dejando escapar una queja, me agaché para anudarlo.
—¡Hey, Sari, espera!
No parecía oírme.
Podía ver la luz de su linterna a la distancia, internándose en el túnel.
Luego desapareció súbitamente.
«¿Se habría apagado su linterna? No, probablemente el túnel tenía una curva» —decidí. «Sólo está fuera de mi vista».
—¡Hey! ¡Sari, espera, espera! —llamé escrutando el oscuro túnel delante de mí.
—¿Sari?
¿Por qué no me respondía?