Retrocedí un paso, luego otro. Sin darme cuenta, había levantado mi amuleto, tratando de alejar al intruso.

Cuando la luz iluminó a la momia, miré fijamente sus profundos ojos oscuros. Y los reconocí.

—¡Tío Ben! —grité.

Furioso, le lancé el amuleto, que golpeó su pecho vendado y rebotó.

Mi tío se apoyó contra la pared, riéndose con esa risa estruendosa tan suya.

Entonces vi a Sari asomándose por la puerta. También se estaba riendo.

Los dos estaban muertos de la risa, pero mi corazón latía tan fuerte que parecía que se me iba a salir del pecho.

—¡Eso no fue divertido! —chillé disgustado, sosteniendo mis puños a los lados del cuerpo.

Tomé aire, tratando de que mi respiración volviera a la normalidad.

—Te dije que se asustaría —dijo Sari, entrando en la habitación con un gesto de superioridad en su cara.

El tío Ben se reía tanto que le corrían las lágrimas por las vendas. Era un hombre alto y corpulento, y su risa sacudió toda la habitación.

—¿No estabas asustado, verdad Gabe?

—Yo sabía que eras tú —dije, pero mi corazón aún latía como un juguete al que le habían dado demasiada cuerda.

—Te reconocí enseguida.

—Sí parecías asustado —insistió Sari.

—No quería arruinarles la broma —repliqué, preguntándome si se notaba lo aterrorizado que estaba.

—¡Si hubieras visto la expresión de tu cara! —gritó tío Ben, y empezó a reírse de nuevo.

—Le dije a papá que no lo hiciera —dijo Sari, dejándose caer en el diván.

Me sorprende que la gente del hotel lo dejara subir vestido de esa manera.

—Tío Ben se agachó, recogió la mano de momia y la observó detenidamente. —Estás acostumbrado a mis bromas, ¿verdad, Gabe?

—Sí —dije, evitando su mirada.

Me reprochaba en secreto por haber caído en su estúpido juego. Yo caía siempre en sus bromas tontas. Siempre. Y ahora estaba San, sentada en el sofá, burlándose de mí. Estaba tan asustado que me había acobardado.

Tío Ben retiró algunas vendas de su cara, avanzó y, sosteniendo el amuleto, preguntó:

—¿Dónde conseguiste esto?

—En una venta de garage —dije.

Empecé a preguntarle si era de verdad, pero él me rodeó con un estrecho abrazo de oso. Las gasas cayeron sobre mis mejillas.

—Qué gusto verte, Gabe —dijo suavemente—. Estás más alto.

—Casi tan alto como yo —dijo Sari.

El tío Ben le dijo:

—Ayúdame a quitarme estas cosas.

—Me gusta cómo te ves —dijo Sari.

—Ven acá —insistió tío Ben.

Sari se levantó, arreglándose el cabello negro que caía sobre sus hombros. Avanzó hacia su padre y empezó a sacarle las vendas.

—Me he dejado llevar por esto de las momias, Gabe —dijo tío Ben, descansando su brazo sobre mi hombro mientras Sari trabajaba—. Pero es que estoy tan emocionado con lo que está pasando en la pirámide…

—¿Qué está pasando? —pregunté.

—Papá descubrió una nueva cámara funeraria —interrumpió Sari, sin darle oportunidad de contármelo él mismo—. Está explorando sitios de la pirámide que no habían sido descubiertos por miles de años.

—¿De verdad? ¡Es extraordinario!

Tío Ben ahogó la risa: —Espera a que lo veas.

—¿Verlo? No Sabía exactamente qué quería decir.

—¿Quieres decir que me llevarás dentro de la pirámide?

Mi voz era tan alta que hasta a mí me asustó. Pero no me importó, no podía creer en mi buena suerte. Entraría en la Gran Pirámide, a una sección que no había sido descubierta.

No tengo otra opción —dijo secamente tío Ben—. ¿Qué otra cosa voy a hacer con ustedes dos?

—¿Hay momias allá? —pregunté—. ¿Veremos momias de verdad?

—¿Por qué, tienes miedo? —dijo Sari en son de broma.

La ignoré.

—¿Hay tesoros adentro, tío Ben? ¿Reliquias egipcias? ¿Murales?

—Hablaremos de eso durante la comida —dijo quitándose las últimas vendas. Debajo llevaba una camisa deportiva y un pantalón ancho—. Vamos, me muero de hambre.

—A ver quién llega primero abajo —dijo Sari, y me empujó a un lado para adelantarse. Cenamos en el restaurante del primer piso. Había palmeras pintadas en las paredes y palmeras en miniatura sembradas en grandes macetas alrededor del restaurante. Enormes ventiladores de madera giraban lentamente sobre nosotros.

Los tres nos sentamos en un salón privado; Sari y yo frente a tío Ben. Analizamos la larga lista del menú, que estaba escrito en árabe e inglés.

—Escucha esto, Gabe —dijo Sari con una sonrisa de suficiencia, y empezó a leer las palabras árabes en voz alta.

¡Qué presumida!

El mesero vestido de blanco trajo una canastilla con pan árabe y una taza con algo verde para remojarlo. Yo pedí un club sandwich y papas fritas. Sari ordenó una hamburguesa. Más tarde, mientras comíamos, tío Ben nos explicó un poco lo que había descubierto en la pirámide.

—Tal vez sepas —dijo, partiendo un trozo de pan árabe— que la pirámide fue construida hacia el año 2500 antes de Cristo, durante el reinado del faraón Khufu.

—Salud —dijo Sari. Otro chiste flojo.

Su padre sonrió entre dientes y yo le hice una mueca.

—Era la estructura más grande de su época —dijo tío Ben—. ¿Sabes cuánto mide la base de la pirámide?

Sari meneó la cabeza.

—No, ¿cuánto? —preguntó.

—Yo sí sé —dije burlón—. 50 mil metros cuadrados.

—¡Huy, correcto! —exclamó tío Ben, notoriamente impresionado.

Sari me lanzó una mirada sorprendida. Al fin, ¡un punto!, pensé feliz, mostrándole la lengua.

Y otro para la guía de papá.

La pirámide fue construida como un lugar para la sepultura real —continuó el tío Ben con expresión seria—. El faraón la mandó a construir muy grande, de manera que la cámara mortuoria quedara escondida. A los egipcios les preocupaban los ladrones de tumbas. Sabían que la gente trataría de penetrar en ellas y robar las valiosas joyas y los tesoros enterrados con sus dueños. Por eso construyeron docenas de túneles y cámaras adentro, un confuso laberinto para evitar que los ladrones pudieran encontrar la verdadera cámara mortuoria.

—Pásame la salsa de tomate, por favor —interrumpió Sari. Se la pasé.

—Sari ya oyó esto antes —dijo el tío Ben, mientras mojaba el pan árabe en la salsa oscura del plato—. De todas maneras, nosotros los arqueólogos, pensábamos que habíamos descubierto todos los túneles y cámaras de esta pirámide. Pero hace unos días, mis trabajadores y yo descubrimos un túnel que no aparece en ningún plano. Un túnel inexplorado que puede conducirnos a la auténtica cámara mortuoria del mismísimo Khufu.

—¡Extraordinario! —exclamé—. ¿Y Sari y yo estaremos cuando la descubras?

Tío Ben sonrió: —No lo sé, Gabe. Eso puede tomarnos años de cuidadosa exploración. Pero mañana los llevaré al túnel. Entonces podrán contar a sus amigos que estuvieron dentro de la antigua pirámide de Khufu.

—Yo ya estuve allí —se jactó Sari, mirándome—. Es muy oscuro, puedes asustarte.

—¿Asustarme, yo? No, para nada.

Los tres pasamos la noche en la habitación de mis padres en el hotel. Tardé varias horas en dormirme. Supongo que estaba emocionado con la idea de ir a la pirámide. Imaginaba que encontrábamos momias y arcas llenas de joyas y tesoros.

El tío Ben nos despertó temprano a la mañana siguiente y fuimos en auto hasta la pirámide, en las afueras de Al-Jizah. El aire ya estaba caliente y pegajoso. El sol parecía colgar cerca de la arena, sobre el desierto, como un globo anaranjado.

—Allá está —dijo Sari, señalando por la ventana. Vi entonces la Gran Pirámide, levantándose sobre la arena amarilla como una especie de espejismo.

El tío Ben mostró un permiso especial a los guardias de uniforme azul, y continuamos por un estrecho camino que se internaba en la arena, detrás de la pirámide. Estacionamos junto a otros vehículos y camionetas, bajo la sombra gris azulada de la pirámide. Cuando bajé, mi pecho palpitaba de la emoción. Miré las enormes piedras gastadas de la Gran Pirámide.

«Esto tiene más de cuatro mil años» pensé.

«¡Estoy a punto de entrar en un lugar que fue construido hace más de cuatro mil años!».

—Tienes un cordón desamarrado —dijo Sari señalándolo.

Ella sí sabía cómo lograr que un chico se inclinara.

Me arrodillé en la arena para amarrármelo. No sé por qué el izquierdo siempre se desamarra, aun cuando le hago doble nudo.

Mis trabajadores ya están adentro —nos dijo tío Ben—. Ahora permanezcamos juntos, ¿OK? No se alejen. Los túneles son realmente como un laberinto y es muy fácil perderse.

—No te preocupes —dije con una voz temblorosa, que revelaba lo nervioso y entusiasmado que estaba.

—No te preocupes. No lo perderé de vista, papá —dijo Sari.

Sari era apenas unos meses mayor que yo. ¿Por qué terna que actuar como si fuera mi niñera o algo así? Tío Ben nos entregó a los dos unas linternas.

—Sujétenselas a los jeans cuando entremos —nos dijo. Luego me miró fijamente—. ¿Tú crees en maldiciones, como las de los antiguos egipcios y eso?

Yo no sabía qué responder, por eso sólo negué con la cabeza.

—Bueno —replicó tío Ben, burlonamente.

—Porque uno de mis trabajadores se queja de que hemos violado un antiguo mandato al entrar en este nuevo túnel y dice que con eso hemos reactivado una maldición.

—No estamos asustados —dijo Sari, empujándolo suavemente hacia la entrada—. Entremos, papá.

Segundos después avanzábamos por una pequeña abertura en la piedra. Agachándome, los seguí a través del túnel estrecho que descendía en una suave pendiente.

Tío Ben nos guiaba, iluminando el piso con una lámpara halógena de luz brillante. El suelo de la pirámide era blando y arenoso. El aire estaba fresco y húmedo.

—Las paredes son de granito —dijo el tío Ben, deteniéndose para frotar con la mano el techo bajo—. Todos estos túneles fueron hechos con piedra caliza.

La temperatura bajó de repente. El aire se sentía aún más húmedo. Al instante comprendí por qué el tío Ben nos había hecho poner ropa abrigada.

—Si tienes miedo, podemos regresar —dijo Sari.

—Estoy bien —repliqué rápidamente.

El túnel terminó abruptamente. Una pared de color amarillo pálido se levantaba ante nosotros. La linterna de Ben alumbró un pequeño agujero oscuro, en el piso.

—Bajemos —dijo Ben, quejándose mientras se arrodillaba.

Se volvió hacia mí.

—Lamento que no haya escaleras para bajar al nuevo túnel. Mis trabajadores instalaron una escala de cuerda. Tómense su tiempo, bajen lentamente, peldaño por peldaño, y todo irá bien.

—No hay problema —dije, pero mi voz se quebró.

—No mires hacia abajo —aconsejó Sari—, puedes marearte, y caer.

—Gracias por darme ánimo —le dije, y la hice a un lado.

—Yo bajo primero —dije. Estaba realmente cansado de su actitud de superioridad. Entonces decidí mostrarle quien era valiente y quien no.

—No, déjame ir primero —dijo el tío Ben, levantando la mano para detenerme—. Después alumbraré la escalera y los ayudaré a bajar.

Con otro gemido pasó con dificultad por el hueco. El tío es tan grande que casi no pasa.

Lentamente empezó a bajar por la escalera de cuerda.

Sari y yo nos asomamos al hueco y lo vimos bajar. La escalera se balanceaba bajo su peso a medida que bajaba lenta y cuidadosamente.

—Es un largo trecho hacia abajo —dije suavemente.

Sari no respondió. A contraluz pude ver su expresión de preocupación. Estaba mordiéndose el labio inferior cuando su papá llegó al piso del túnel. También estaba nerviosa.

Eso me alegró muchísimo.

—OK, ya estoy abajo. Sigues tú, Gabe —dijo tío Ben.

Di la vuelta y puse mis pies en la escalera de cuerda. Miré burlonamente a Sari.

—Nos vemos.

Bajé mis manos hacia los lados de la escalera, y al deslizarme grité:

—¡Ay!

La cuerda no era suave, sino áspera, y me cortó las manos. El dolor de las heridas me obligó a levantarlas y antes de darme cuenta iba cayendo.