2

Al principio Charlotte aceptó el lacónico comentario con que Pitt había despachado su nuevo caso, pues estaba muy ocupada con los preparativos de la Navidad. Había tantas cosas que hacer en la cocina: envolver con cuidado las monedas de tres peniques y meterlas dentro del pudín, preparar los dulces, hacer la mermelada para las tartas y cortar la fruta a pedacitos para los pastelillos. Y había que acabar de arreglar todavía algunos regalos y envolverlos en papel de colores. Pero lo más importante era que todo permaneciera en secreto para que fuera la sorpresa del día.

En cualquier otro momento hubiera sido más inquisitiva y bastante más insistente. En el pasado Charlotte se había involucrado en algunos de los casos más complejos y trágicos en un sentido personal de Thomas, atraída por una deliberada curiosidad o por lo luctuoso de alguno de los hechos. El asesinato del esposo de su hermana Emily había tenido lugar apenas unos meses atrás, el verano anterior, y aquel caso se había prolongado de forma interminable. La propia Emily había sido la principal sospechosa. George había tenido un breve pero intenso escarceo amoroso con Sybilla March, y Emily era la única que sabía que la relación había acabado la noche anterior a que él muriera. ¿Quién iba a estar dispuesto a creerla a ella cuando todos los indicios señalaban lo contrario? Y Emily, en sus esfuerzos por recuperar la atención de George, había sido tan indiscreta con Jack Radley que le había dado a todo el mundo la impresión, de forma deliberada, de que ella también estaba envuelta en un asunto amoroso.

Charlotte nunca había tenido tanto miedo como en aquellos días, ni había sentido la tragedia personal tan de cerca. La muerte de Sarah, la hermana mayor de ambas, había sido una gran pérdida, repentina y dura, pero impuesta desde el exterior, un suceso fortuito que podía haberle tocado a cualquiera. Pero la muerte de George era diferente. Había supuesto una quiebra interior. Todos sus presupuestos sobre la seguridad y el amor se habían visto sacudidos por un hecho simple que había hallado eco en su sensibilidad, que lo había removido todo y que todo lo había teñido de duda. ¿Qué le había faltado a Emily, qué vacío en la confianza que ella había creído tan profunda había llevado a George a buscar a otra mujer con aquella pasión? La reconciliación posterior había sido tan breve, tan delicada y privada, que no había tenido tiempo de madurar y nadie más había sabido de ella. Y a la mañana siguiente George estaba muerto.

No había habido muestras de condolencia ni atenciones por parte de amigos afligidos como cuando Sarah había muerto. Más bien había habido recelo, odio incluso. Se sacaron a relucir viejas rencillas y errores, que se añadieron al miedo de que la culpa se extendiera y salpicase a todos y que los secretos y debilidades de otras personas quedasen al descubierto —como de hecho así sucedió.

Habían pasado seis meses y Emily se había repuesto del golpe. Había recuperado la aceptación social. En realidad, la gente se había desvivido por aliviar su sentimiento de culpa por haber sido recelosos y por la cobardía ante el juicio de los demás que habían demostrado en su momento. De todos modos, la buena sociedad seguía exigiendo que las viudas llevasen el luto bien visible, especialmente las que pertenecían a familias tan antiguas y distinguidas con títulos de nobleza como los Ashworth. El hecho de que Emily aún no hubiera cumplido los treinta no la excusaba de ningún modo de la obligación de quedarse en casa, no recibir más que visitas de parientes y llevar el luto más riguroso. No debía prestarse a acontecimiento social alguno que pudiera parecer frívolo o divertido, y debía mantener en todo momento una actitud grave.

Ella empezaba a encontrarlo casi insoportable. Para empezar, tan pronto se descubrió al asesino de George y el caso quedó cerrado, Emily se había llevado consigo a Edward al campo, para estar sola y tener tiempo de ayudarle a entender la muerte de su padre y la nueva posición en que él se encontraba. Con la llegada del otoño había vuelto a la ciudad, pero todas las fiestas, óperas, bailes y recepciones le estaban vedados. Los amigos que se acercaban a visitarla se mostraban serios hasta la exasperación y ninguno se atrevía a contar chismes o hablar de modas o de la última representación teatral, o de quién flirteaba con quién, pues consideraban tales temas demasiado banales como para importunar con ellos su duelo. El tiempo pasado por Emily sentada en casa escribiendo cartas, tocando el piano o bordando interminables labores de costura, había sido vivido como una persistente rozadura en la piel, con la fuerza de un descontento irritante.

Naturalmente Charlotte había invitado a Emily a que llevara a Edward a pasar la Navidad con ellos, ya que para él la compañía de otros niños sería el mejor regalo.

Pero ¿y después de Navidad? ¡Emily tendría que regresar a la casa de los Ashworth en la ciudad, sola y aburrida hasta la saciedad!

Y a decir verdad, por mucho que amara su hogar y a sus hijos, seis meses ininterrumpidos de reclusión hogareña empezaban a pesar también en Charlotte. Le había preguntado a Pitt acerca de su nuevo caso por algo más que mero interés de esposa: en la pregunta había también un deseo de aventura.

A la noche siguiente, Charlotte preparó el terreno con más atención. Esperó hasta después de la cena, cuando estaban sentados delante del fuego del salón. Los niños llevaban rato en la cama y ella cosía con todo cuidado adornos de lazo para colgarlos del árbol de Navidad.

—Thomas —comenzó con tono ligero—, si ese caso no es nada de importancia, si son meras formalidades, como dijiste, ¿crees que podrás dejarlo para después de las Navidades? —hablaba sin levantar la vista del hilo y del delicado tejido de gasa que estaba cosiendo.

—Pues… —dudó—. Creo que va a ser un poco más complicado de lo que había supuesto.

A Charlotte le costaba dominar la curiosidad.

—Oh, querido, ¿cómo es eso?

—Se trata de un robo difícil de explicar.

—Oh. —Esta vez no necesitaba fingir indiferencia. Los robos eran impersonales, la pérdida de posesiones no revestía interés alguno para ella—. ¿Y qué es lo que han robado?

—Dos miniaturas, un jarrón, un pisapapeles y un libro que era una primera edición —contestó él.

—¿Y qué dificultad hay en explicar eso? —Levantó la vista y vio que él sonreía—. ¿Thomas? —Al instante supo que había algo más, un elemento de misterio o de emoción disimulada.

—El hijo de la casa fue asesinado al sorprender al ladrón. —Sus ojos no se apartaban de los de ella, escrutadores. Le divertía la curiosidad de su mujer y sus esfuerzos por disimularla, aunque también sentía gran respeto por su capacidad de percepción—. Y nunca se recuperó ninguno de los artículos robados —concluyó.

—¿De verdad? —Sin darse cuenta dejó caer la labor—. ¡Thomas!

Él se arrellanó en la butaca, cruzó las piernas buscando mayor comodidad y le contó lo que sabía, sin olvidar la advertencia de Ballarat acerca de la discreción y las reputaciones que estaban en juego, ni la información extraviada por el Foreign Office.

—¿Extraviada? —repitió con escepticismo—. Querrás decir robada…

—No lo sé. Y supongo que nunca lo sabré. Si se llevaron información, debieron copiarla antes, no creo que la sustrajeran. Si Robert York tenía documentos en su casa, tal vez fuera eso lo que buscaba el ladrón, lo que querría decir que se habría llevado los otros objetos para encubrir el hecho principal. Lo más probable es que no tuvieran nada que ver con el motivo del robo.

Ella recogió la labor del suelo y la dejó sobre la mesita que tenía al lado para no perder la aguja.

—Pero, en nombre de Dios, ¿qué es lo que el Foreign Office espera de ti? —le instó—. Si se trata de un espía, ¿no es absolutamente primordial que lo atrapen, aparte de que haya matado al pobre Robert York?

—No me sorprendería que ya lo hubieran atrapado —dijo él apesadumbrado—. Y que el Foreign Office guardara silencio sobre ello. Lo que quieren en realidad de nosotros es que verifiquemos su buen hacer, que certifiquemos que la información extraviada está enterrada para siempre. No sería bueno para nuestra reputación mundial que este tipo de cosas saliera a la luz pública. Pero también es posible que nunca llegara a extraviarse nada.

—¿Tú lo crees? —le retó ella.

—No. Pero pudo haber negligencia más que engaño.

—¿Qué vas a hacer con el asesinato de Robert York? Alguien le mató.

—Seguir la investigación del robo tan lejos como pueda —dijo él con un ligero encogimiento de hombros.

—¿Cómo está la viuda? —Charlotte insistía. Podía haber algo interesante para contarle a Emily.

—No lo sé. No he encontrado aún ninguna excusa para ir a verla sin levantar sospechas, que es lo último que desea el Foreign Office. Eso levantaría de inmediato todo tipo de preguntas desagradables. Últimamente no te oigo hablar de Jack Radley. ¿Todavía mantiene Emily la relación con él?

Aquello era un tema más próximo al corazón de Charlotte, por lo que estaba dispuesta a canjearlo por aquel misterio tan poco prometedor. Jack Radley había empezado como una diversión, alguien con quien Emily había flirteado para demostrarle a George que ella podía ser tan encantadora, segura de sí misma y graciosa como su rival. A medida que se habían precipitado los acontecimientos, él se había convertido en uno de los principales sospechosos del caso. Pero Jack demostró ser un amigo generoso, mucho menos superficial y egoísta de lo que su reputación había llevado a Emily a creer. No tenía dinero ni un gran porvenir. Era inevitable pensar, por muy poco elegante que pudiera parecer, que frecuentaba a Emily por la fortuna que ésta había heredado a la muerte de George. Su éxito con las mujeres era de sobra conocido. Su vanidad podía haberle llevado a matar a George, para cortejar luego a Emily y casarse con ella.

Después se demostró su absoluta inocencia de cualquier crimen, pero seguía estando lejos de lo que la buena sociedad hubiera deseado para Emily llegado el momento oportuno. ¡La madre de las dos hermanas se hubiera horrorizado, no cabía duda!

Nada de esto preocupaba demasiado a Charlotte: cualquier cosa que pensara la gente, ¡seguro que no sería peor de lo que habían pensado de Charlotte por haberse casado con un policía! Jack Radley era un hombre sin dinero, pero era un caballero de los pies a la cabeza. Los policías, en cambio, apenas si estaban por encima de los alguaciles y los exterminadores de ratas. Pero ¿era Jack Radley capaz de amar? Imaginar que todo el mundo lo es si se tropieza con el compañero adecuado es un error muy romántico en el que es muy fácil caer. Pero no por eso deja de ser un error. Mucha gente no desea más que lo convencional: compartir un hogar, alcanzar una posición social, tener niños y una familia extensa. No quieren compartir sus pensamientos ni su tiempo libre, y sobre todo no desean revelar su yo interior, donde se guardan los sueños, donde se les podría conocer y por tanto herir. No les gusta asumir riesgos. En el fondo no hay generosidad de alma, sólo seguridad. No quieren aventurarse a dar, si ello puede acarrear un alto coste. A pesar de su encanto o de su ingenio, de su afabilidad y sus maneras amistosas, si Jack Radley era una de esas personas, al final sólo le reportaría a Emily dolor. Y Charlotte estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos para prevenir tal cosa.

—¿Charlotte? —Pitt interrumpió sus pensamientos de forma un tanto brusca. La respuesta que esperaba a su pregunta también le incumbía a él. Sentía un gran afecto por Emily y comprendía muy bien el daño que podía sufrir si los miedos inexpresados de Charlotte estaban justificados.

—Creo que sí —dijo ella—. No hemos hablado mucho de él últimamente, hemos estado muy ocupadas con los preparativos de la Navidad. Va a traer un ganso y pudines.

Él se hundió un poco más en la butaca y estiró los pies hacia el fuego.

—Creo que si quieres jugar a los detectives —la miró entrecerrando los ojos—, sería mucho mejor que maduraras tu opinión sobre Jack Radley, en lugar de pensar tanto en la señora York.

Ella no replicó. Lo que había dicho su marido era sin duda verdad, y aunque la había pronunciado con amabilidad, la frase tenía algo de exhortativo. Detrás de su postura repanchigada y de su ligereza al hablar, Pitt estaba preocupado.

No obstante, Charlotte estaba dispuesta a compaginar las dos cosas. No se le ocurría una manera más eficaz de pasar con Emily el tiempo suficiente para madurar una opinión, como Thomas había dicho, que animándola a jugar a los detectives en un nuevo caso. En época navideña, cualquier intento de conversación o de establecer juicios era poco menos que imposible, pero después, si Charlotte iba a visitar a Emily a su casa, donde podría ver a Jack Radley, se encontraría en una posición desde la que le sería posible formarse una opinión más válida sobre él sin mostrar demasiado a las claras sus intenciones.

Estaba preparada, y el plan listo, cuando Emily llegó a la mañana siguiente un poco después de las once. Entró derecha en la cocina en un torbellino de baratea[*] negra orlada con piel de zorro negra hasta la barbilla y con el hermoso cabello recogido bajo un majestuoso sombrero negro. Por un momento Charlotte sintió envidia; aquel caro abrigo le daba un aspecto tan indescriptiblemente elegante. Pero enseguida recordó la razón por la que su hermana vestía de negro y se avergonzó. Emily estaba pálida, aparte de las marcas coloreadas que el gélido viento le había hecho salir en las mejillas, y bajo los ojos habían aparecido manchas grises que le daban a la piel un aspecto sin tersura. Charlotte no necesitaba que nadie le dijera que su hermana estaba falta de descanso y de sueño. El aburrimiento no es en modo alguno la peor de las aflicciones, pero también tiene su forma propia de consumir a la persona. La Navidad se pasaría pronto, ¿y qué iba a hacer luego Emily?

—Tomarás una taza de té —le ofreció Charlotte, mientras se volvía hacia la gran cocina económica sin esperar respuesta—. ¿Has estado alguna vez en Hanover Close?

Emily se quitó el abrigo y se sentó a la mesa de la cocina, con los codos apoyados en la desgastada madera. El vestido que llevaba debajo del abrigo era igual de elegante, aunque había zonas que no acababa de rellenarlas como antes.

—No, pero sé dónde cae. ¿Por qué? —La respuesta y la pregunta eran de mera cortesía.

Charlotte fue directa al meollo.

—Ha habido un asesinato.

—¿En Hanover Close? —Esta vez captó por completo la atención de Emily—. Santo cielo. Ese lugar es terriblemente exclusivista. Eso es para la gente de mejor gusto… y de más dinero. ¿Quién es el muerto?

—Robert York. Trabajaba para el Foreign Office… hasta que murió, quiero decir.

—¿Cómo le mataron? No he leído nada de ese asunto. —Por regla general, una mujer de la posición social de Emily no leía ningún tipo de periódicos, aparte, por ejemplo de las páginas de sociedad y del Boletín de la Corte. Pero a diferencia del padre de ellas, George había sido muy indulgente cuando se trataba de aquel tipo de asuntos, y su indulgencia llegaba hasta donde podía hablarse del tema sin ofender a nadie. Como era natural, desde la muerte de George ella hacía lo que deseaba.

Charlotte vertió el agua del cazo a la tetera, luego lo dejó sobre la mesa junto con una jarrita de crema de leche y dos de sus mejores tazas.

—Hace tres años que pasó —dijo con la mayor indiferencia posible—. Acaban de pedirle a Thomas que reabra el caso, porque la viuda va a casarse de nuevo con alguien que también pertenece al Foreign Office.

Emily se sentía mucho mejor.

—¿Está comprometida? Tampoco he leído nada sobre eso, y siempre leo las páginas de sociedad. Es la única manera por la que puedo enterarme de algo. Ya nadie me cuenta nada, es como si el tema de las relaciones hombre-mujer fuera algo que nadie debiera recordarme. —Apretó el puño.

Charlotte se dio cuenta del gesto.

—¡De eso se trata! —dijo—. Le han pedido a Thomas que investigue, para comprobar si ella es la persona adecuada para casarse con alguien tan importante como lo será el señor Danver cuando le promocionen.

—¿Es que puede no serlo? —preguntó Emily—. Por favor, sirve el té, estoy más seca que el desierto del Sahara, y ya ha tenido tiempo suficiente de reposar. ¿Tiene mala reputación? Me gustaría poder oír más cosas, ¡pero estoy más aislada que si fuera una leprosa! La mitad de la gente con la que solía relacionarme están violentos cuando me ven, y la otra mitad se pasan todo el rato sentados a mi alrededor y hablando con solemnidad en susurros, como si yo también me estuviera muriendo. —Aspiró con brusquedad, mientras buscaba un pañuelo en el bolso de malla. Lo que había provocado tal necesidad no era tanto un sentimiento de autocompasión como el repentino calor de la cocina, después del frío aire del carruaje.

Charlotte sacudió la cabeza.

—No, al menos por lo que he oído, pero el crimen parece no tener explicación. —Sirvió el té y empujó la taza de Emily hacia ésta, junto con un pedazo de tarta de jengibre recién hecha, que fue aceptado de buena gana—. Es un caso bastante extraño. —Y le contó a Emily todo lo que Pitt le había explicado a ella.

—Es muy extraño —convino Emily por fin—. Me pregunto si tendría un amante, lo que podría haber motivado una pelea. Supongo que es eso en realidad lo que quiere el Foreign Office que descubra Thomas, pero tienen miedo de decirlo por si pudiera llegar a oídos de Danver, que se pondría furioso. Aparte de que le perjudicaría terriblemente, desde luego; su paz mental se vería sacudida por culpa de una calumnia como ésa.

—¡Ella nunca lo haría! —dijo Charlotte con vehemencia—. Si resultara no ser cierto, podría suponer la injusticia más espantosa. Lo que no sé es cómo hará Thomas para llevar a cabo los interrogatorios. Es difícil imaginarse a un policía haciendo preguntas a los integrantes de su círculo social.

Emily sonrió.

—Mi querida Charlotte, no es necesario que insistas tanto sobre ello. Te muestras muy poco sutil, ¡incluso para ser tú! Por supuesto que lo averiguaremos. En los últimos seis meses no hemos hecho otra cosa que preparar pasteles, coser y bordar, y estoy a punto de ponerme a gritar. Probaremos la impecable reputación de Veronica York o la arruinaremos por completo. ¿Por dónde empezamos?

Charlotte había previsto las dificultades. Emily no era capaz de desenvolverse en sociedad como lo hacía cuando vivía George; y Charlotte, como mujer de policía, no tenía dinero para vestirse adecuadamente ni amigos a los que visitar. Sólo contaban con la tía abuela de George, Vespasia, que lo comprendería y las ayudaría, pero tenía más de ochenta años y desde la muerte de George había tomado parte menos activa que antes en los asuntos mundanos. Estaba consagrada a la defensa de un buen número de causas y creía que la batalla contra la pobreza y la injusticia podía emprenderse por medio de la reforma de las leyes. En aquellos momentos estaba comprometida en una lucha por la mejora de las condiciones de trabajo en las fábricas que empleaban a niños, especialmente aquellos que tenían menos de diez años.

Charlotte se sirvió más té.

—¿Ves todavía a Jack Radley? —preguntó, tratando de que la voz sonara neutra, como si la cuestión tuviera que ver únicamente con el problema de Veronica York.

Emily se acercó la tarta de jengibre.

—Viene a visitarme de vez en cuando. ¿Crees que puede estar implicado él también? —Cortó un trozo de tarta y le dio un ávido bocado.

—Tal vez pudiera ayudarnos a… a concertar una cita —sugirió Charlotte.

—Ayudarnos, no. —Emily hizo una mueca de reproche—. Ayudarte. —Se sirvió más té, que derramó, por lo que soltó un juramento, una palabra que había oído decirle a George en las caballerizas. Charlotte sabía que aquella reacción no tenía nada que ver con el líquido derramado en el platillo. Emily estaba frustrada por la prisión que suponía el duelo y, sobre todo, por la soledad.

—Ya sé que esta vez tendré que hacerlo yo. Pero tú tendrás que instruirme. Reuniré toda la información que pueda y juntas desentrañaremos su significado.

No era como estar presente ella misma y poder captar los matices de cada tono de voz, la expresión que cruza huidiza un rostro, las miradas entre los contertulios, pero Emily sabía que la idea de Charlotte era lo mejor que podía esperar, y se sentía agradecida por ello. Hubiera sido más propio de una dama esperar a que Jack Radley viniera por sí mismo a visitarla. No imaginaba lo poco que hubiera tenido que esperar. Le había confesado la admiración que despertaba en él hacía ya seis meses y, desde entonces hasta el momento presente, la había visitado en muchas ocasiones. Ella no dudaba de la profundidad de la estima de aquel hombre, sino de la calidad de la misma. ¿La cortejaba por ella misma, o bien porque era la viuda de George, con la posición social de George y con el dinero de George? Ella disfrutaba de su compañía tanto como había disfrutado siempre de la de cualquiera, lo que era una concesión bastante sorprendente, considerando sus recelos. Pero ¿cuál es la distancia entre gustar y amar?

Cuando se casó con George, éste era el partido deseado de la temporada. Emily tenía plena conciencia de las faltas de él; las había considerado parte del contrato y las había aceptado graciosamente. Él por su parte había demostrado ser todo lo que ella había esperado y nunca había criticado ninguna de las imperfecciones de su mujer. Lo que había comenzado como un entendimiento perfecto, se había ido convirtiendo en algo más cálido. La primera impresión que ella había tenido de él había sido la de que éste era el apuesto e impulsivo lord George Ashworth, el marido ideal. Sus sentimientos hacia George habían madurado en un amor solícito y leal, a medida que había empezado a ver en él la realidad de un hombre de amplia mundología en el deporte y las finanzas, encantador en sociedad y de un natural sincero, sin la menor suspicacia. Ella siempre había demostrado la sabiduría suficiente como para ocultar el hecho de ser probablemente más inteligente que él y también más valerosa. Aunque también ella había sido menos tolerante y generosa en sus juicios. Él tenía el genio vivo, pero se le pasaba como una ráfaga de viento; había pasado por alto las manías de su propia clase e ignorado las debilidades de las otras. Ella no era capaz de esto. La injusticia la enfurecía, ahora más que cuando era joven. A medida que pasaba el tiempo, cada vez se parecía más a Charlotte, que siempre había sido terca, pronta al enojo y una luchadora porfiada frente a todo lo que ella consideraba equivocado, aun incluso en el caso en que tal consideración fuera apresurada y demasiado franca. Emily había sido más sensible… al menos hasta ahora.

Ahora estaba sentada escribiéndole una carta a Jack Radley en la que le invitaba a visitarla tan pronto pudiese y, cuando la acabó, despachó a un criado con ella. La respuesta de él fue satisfactoriamente rápida. Jack Radley llegó a primeras horas del anochecer, en el momento en que, durante tiempos más felices, ella se vestía para una cena de gala, o para ir al baile, o al teatro. En aquel momento estaba sentada junto al fuego leyendo El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, publicada el año anterior. Casi se alegró de que la interrumpieran; la historia era más tétrica y mucho más horripilante de lo que había supuesto, y podía ver ya los elementos de la tragedia. Le había puesto una cubierta de papel marrón, por si los sirvientes se escandalizaban. Jack Radley entró a continuación de que la camarera le anunciara. Iba vestido de manera informal, pero no había duda de que su sastre era su principal acreedor. El corte de los pantalones era inmaculado, la chaqueta le caía a la perfección. No obstante, en lo que ella se fijó fue en su sonrisa y en aquellos singulares ojos, llenos de preocupación.

—Emily, ¿estás bien? —preguntó—. Tu nota parecía urgente. ¿Ha pasado algo?

Ella se sintió un poco ridícula.

—Lo siento. No se trata de ninguna emergencia y me encuentro perfectamente, gracias. Pero, aparte de que me aburro bastante, Charlotte ha descubierto un misterio. —No había lugar para la mentira: él se parecía demasiado a ella como para engañarle.

Su rostro se relajó en una sonrisa y se sentó en la silla frente a ella.

—¿Un misterio?

Ella trató de fingir indiferencia, pues se había dado cuenta de que él podía imaginar que ella había ideado una excusa para hacerle venir.

—Un antiguo asesinato —se apresuró a continuar— que puede esconder un escándalo, en cuyo caso una mujer inocente podría buscarse la ruina y no se podría casar con el hombre al que ama.

Él parecía perplejo.

—Pero ¿qué puedes hacer tú? ¿Y cómo puedo yo ayudar?

—Por lo que se refiere a los hechos, la policía puede descubrir muchas cosas, desde luego. Pero ellos no pueden emitir el tipo de juicios que nosotros sí podemos, pero todo ha de llevarse en la mayor discreción. —Se sentía emocionada al ver que había conseguido interesar a su interlocutor—. Además, nadie hablaría delante de la policía como lo haría con nosotros, ni tampoco la policía entendería los significados ocultos si les hablaran con frases ambiguas.

—Pero ¿cómo lo haremos para situarnos en una posición desde donde observar a esas personas? —dijo él con gravedad—. Todavía no me has dicho quiénes son… Pero, aparte de eso, tú no puedes volver a introducirte en sociedad hasta dentro de un tiempo. —Su rostro se puso tenso y, por un desagradable momento, ella temió ver lástima en sus ojos. Podía aceptar la lástima de cualquier otra persona, pero viniendo de Jack escocía de manera asombrosa, como una abrasión en la piel.

—¡Ya sé que no puedo! —dijo ella, y se arrepintió de la aspereza de su voz, aunque ya era tarde para volverse atrás—. Pero Charlotte sí puede, y luego podemos discutirlo juntos. Es decir, podrá si tú estás dispuesto a ayudarla.

Él sonrió con cierta tristeza.

—Soy muy bueno destrozando amistades. ¿Quiénes son?

Ella levantó la vista hasta su rostro, tratando de interpretarlo. Las pestañas seguían ensombreciéndole las mejillas del modo que ella recordaba. ¿Cuántas mujeres habrían pensado exactamente lo mismo? En verdad que aquello era de lo más ridículo. Charlotte tenía razón: ¡necesitaba ocupar la mente con algo antes de que se le atrofiase!

—El hombre asesinado era Robert York —dijo precipitadamente—. La viuda es la señora Veronica York, de Hanover Close. —Guardó silencio con una amplia sonrisa.

—No hay la menor dificultad —dijo él con tono confidencial—. La conozco de haberla tratado. De hecho… —Vaciló, como si no estuviera seguro de cuán indiscreto podía ser.

Sintió una punzada de celos totalmente inapropiada. Sabía que aquello era una soberana estupidez. Ella era muy consciente de la reputación de aquel hombre. Y de todos modos, ella era una mujer que nunca había abrigado vanas ilusiones. Sabía muy bien que los hombres se sienten obligados a unas normas muy diferentes de las que esperan encontrar en las mujeres. Lo único que había que hacer era no actuar nunca de un modo tan flagrante que los demás no puedan fingir ignorancia; las sospechas que pudieran tener los demás eran irrelevantes. Todas las personas realistas lo saben. Una ceguera sensata es el único modo de preservar la paz mental. Pero había una norma ante la que Emily sentía una creciente impaciencia, por mucho que supiera que sus sentimientos fueran una estupidez, además de totalmente impracticables.

—¿Quedaste lo suficientemente bien con ella como para reanudar el trato? —dijo Emily con tono seco.

El rostro de él se ensombreció.

—¡Desde luego!

Ella bajó la mirada, pues no deseaba que él adivinara emoción alguna en su rostro, y menos nada tan poco atractivo como la verdad.

—Entonces ¿lo harás? ¿Con Charlotte? Como tú has dicho, sería imposible para mí.

—Por supuesto —dijo con lentitud, y ella supo que la estaba mirando—. Pero ¿Pitt lo aprobará? Además, es difícil que pueda presentarla como la mujer de un policía. Tendremos que pensar algo mejor.

—Thomas no tiene por qué saberlo. Ella puede venir aquí, coger uno de mis vestidos y presentarse como… —buscó en su imaginación— como una prima tuya del campo. Una prima cercana, de modo que no parezca en absoluto impropio que vayas con ella sin acompañante femenina.

—¿Y ella estará de acuerdo? —En su voz se apreciaba ya cierto interés, y no la incredulidad que hubiera sentido ante otra persona. Tal vez se acordaba de Cardington Crescent.

—Oh, sí —dijo Emily con impetuosa determinación—. Seguro que estará de acuerdo.

Dos días después, elegantemente vestida con uno de los vestidos de invierno de Emily adaptado de la temporada anterior —pues aquel invierno sólo había comprado ropa negra—, Charlotte se encontraba en un distinguido carruaje que avanzaba veloz por Park Lane en dirección a Hanover Close, con Jack Radley sentado a su lado. Nada más dejar a Emily, Jack había pasado por casa de los York, donde había dejado su tarjeta y había preguntado si podía presentarles a su prima Elisabeth Barnaby, que estaba recién llegada del campo después de haber cuidado de su tía durante la larga y penosa enfermedad de ésta, de la que por fin se había recuperado por misericordia. Ahora la señorita Barnaby necesitaba un poco de distracción y por esta razón Jack había pensado en una vieja amistad con la esperanza de presentarla en sociedad.

La respuesta había sido breve, pero perfectamente educada, lo suficiente como para dar pie a una visita. Charlotte se ciñó más la manta de viaje alrededor de las rodillas. El vehículo era muy frío y fuera arreciaba la lluvia. El agua racheada se precipitaba sobre la calzada, corría bajo las ruedas y salía despedida hacia las cunetas. La tapicería de piel del carruaje se notaba húmeda al tacto, hasta la madera de los marcos de las ventanillas estaba mojada. El vestido de Emily era magnífico, pues su doncella le había ensanchado la pechera y le había alargado los puños un par de centímetros, todo ello muy adecuado para una joven que acaba de llegar del campo: aunque nadie diría que era de segunda mano, tampoco parecía que fuera de la última moda, que era más propio de alguien que no necesitara ser introducido en sociedad. Pero Charlotte seguía teniendo frío.

El carruaje se detuvo. Echó una rápida mirada a Jack Radley y tragó saliva, mientras sentía una súbita aprensión. Lo que estaba haciendo era una verdadera imprudencia. Pitt se pondría furioso si se enteraba y la posibilidad de que la descubrieran era innegable. Era muy fácil cometer una tontería o incurrir en un desliz al hablar. Podía tener la desgracia de encontrarse con alguien que la conociera de antes de su matrimonio, cuando todavía frecuentaba aquellos ambientes.

Se abrió la portezuela y Jack le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Ella salió con un estremecimiento al recibir las frías ráfagas de lluvia. No se sentía precisamente aliviada por la inminencia de la visita, pero difícilmente podía quedarse en el carruaje y decir que había cambiado de opinión. Contrapuso su sentido de la prudencia y el previsible enojo de Thomas a la emoción que había sentido mientras discutía el plan con Emily. Aún no sabía a qué atenerse cuando la camarera abrió la puerta principal y Jack le entregó una tarjeta de visita grabada con su nombre, debajo del cual había sido añadido a mano: «y la señorita Elisabeth Barnaby». Así que ya era tarde; la suerte estaba echada. Charlotte compuso su sonrisa más encantadora y entró en la casa.

La camarera tenía una tez blanquecina y el cabello oscuro. Era muy descarada, con los ojos grandes y la cintura de avispa. Pero a las camareras solían escogerlas por su aspecto. Una bella camarera era distintivo de alto estatus y buen gusto.

Charlotte apenas tuvo tiempo de examinar el vestíbulo, salvo para ver que era espacioso. La escalinata era amplia y elegante, con las barandillas bellamente talladas y una araña iluminada que relucía en aquella oscura tarde de invierno.

Fueron conducidos al salón. No tuvieron tiempo de mirar el mobiliario o las pinturas. La atención de Charlotte la acapararon las dos mujeres sentadas una frente a otra en los acolchados y abotonados sofás. La más joven, que debía ser Veronica York, era alta y tal vez un poco demasiado delgada para la moda al uso, aunque se apreciaba una intensa feminidad en las delicadas líneas de los hombros y el cuello. Llevaba el negro pelo liso recogido, mostrando unos rasgos finos y una frente adorable, unas mejillas ligeramente hundidas y una boca que llamaba la atención por su sensualidad.

La mujer mayor tenía el cabello castaño claro, espeso y ensortijado. Los rizos eran tan apretados que no había utensilio de peluquería en el mundo que hubiera podido crearlos, tan sólo la naturaleza. Parecía de talla bastante más baja que la otra mujer. Aunque era de constitución más fuerte, seguía apareciendo extremadamente gentil con su vestido bordado a la última moda. Sus facciones eran regulares y bien se veía que había sido una belleza en lo mejor de su edad. Y esa época no estaba tan lejana, pues las arrugas delatoras en su piel blanca y rosada eran pocas y se concentraban alrededor de la boca, más que en las comisuras de los ojos. Era un rostro que irradiaba fortaleza. Aquélla era sin duda Loretta York, la madre del hombre asesinado, de quien Thomas había dicho que se había comportado con tanta dignidad la noche en que sucedió la tragedia.

Les dio la bienvenida como señora de la casa, inclinando la cabeza hacia Jack y ofreciéndole la mano.

—Buenas tardes, señor Radley, qué amable por su parte el venir a vernos, en compañía además de su prima. —Se volvió hacia Charlotte con ojos escrutadores—. ¿Señorita Barnaby?

Charlotte adoptó la expresión más inocente e hizo una reverencia. Se suponía que debía ser tímida y mostrar constante agradecimiento, pues trataba de integrarse en la buena sociedad de Londres y, como mujer soltera en edad crítica, encontrar un marido.

—¿Cómo está usted, señora York? Es usted muy gentil al recibirnos.

—Espero que se encuentre tan bien como denota su aspecto, señora. —La galantería le salía a Jack de forma automática. Era la moneda de cambio habitual: gran parte de su vida adulta la había vivido a cuenta de su encanto—. Viéndola se le olvida a uno que afuera es invierno y que han pasado varios años desde la última vez que nos vimos.

—Veo que sus modales no han cambiado —dijo ella con una ligera aspereza, aunque se apreciaba un rubor de placer en sus mejillas. Podía protestar, podía rechazar el cumplido como un convencionalismo, pero de hecho seguía gustándole—. Por supuesto ya conoce a mi nuera —dijo, mientras señalaba a la joven mujer por medio de una simple mirada en dirección hacia ella.

Jack se inclinó de nuevo, de forma muy discreta pero con la cortesía necesaria.

—Desde luego. Me sentí muy apenado al enterarme de su pérdida. Espero que el futuro le depare alguna alegría.

—Gracias. —Una imperceptible sonrisa alteró los labios de Veronica York.

Charlotte se dio cuenta de que había una antigua simpatía entre ambos que había vuelto a despertar sin ningún esfuerzo. Por un instante acudió a su mente la imagen de Emily, pero la rechazó al momento. Eso era otro problema que habría que tratar a su debido tiempo.

Veronica había dejado de mirar a Jack y examinaba a Charlotte; al igual que Loretta, valoraba el corte de su vestido, lo anticuado del mismo, el precio. A Charlotte le satisfacía el hecho de que fuera fiel reflejo de su nuevo estatus: era el vestido de una mujer del campo apartada de la buena sociedad por el cumplimiento de obligaciones piadosas, pero de buena familia y medios más que suficientes.

—Espero que Londres resulte de su agrado, señorita Barnaby —dijo Veronica con cortesía—. Encontrará muchas cosas con que divertirse, pero tendrá que tener cuidado, por supuesto, porque aquí hay también compañías que no son de desear, y es bastante fácil verse una en lugares desagradables si no se es sensata en la elección.

Charlotte aprovechó la ocasión. Sonrió con timidez.

—Es muy amable por su parte, señora York. Me sentiré segura siguiendo sus consejos. La reputación de una mujer puede arruinarse muy fácilmente.

—Así es —convino Loretta—. Siéntese, se lo ruego, señorita Barnaby.

Charlotte le dio las gracias y se sentó con cautela en una silla de respaldo rígido, al tiempo que se componía la falda. Por un momento recordó con desagradable claridad la época anterior a su matrimonio en que tan a menudo se veía en situaciones como aquélla. Su madre la acompañaba a los espectáculos indicados, donde la mostraba bajo su aspecto más favorable con la esperanza de atraer a un buen partido y acordar una boda ventajosa. Siempre acababa expresando con demasiada vehemencia una opinión sobre algo, o riendo de forma inapropiada, o mostrándose al mismo tiempo demasiado deseosa de agradar pero sin éxito (muchas veces a propósito). Luego se había creído enamorada del marido de su hermana mayor y la idea de casarse con otro le había parecido inimaginable. ¡Qué lejano e infantil le parecía todo aquello! No obstante tenía muy presente el recuerdo de los buenos e implacables modales, del seguimiento de la moda, y todo ello dirigido a la consecución de marido.

—¿Había estado alguna vez en Londres, Miss Barnaby? —le estaba preguntando la señora York madre, mientras sus fríos ojos grises evaluaban la bella figura de Charlotte y se fijaban en los diminutos agujeros de las agujas por donde su corpiño había sido ensanchado. Por una vez a Charlotte no le importó. Aquello formaba parte del papel que estaba representando. Y no podía olvidar observarlo todo con detalle para tener algo de que informar a Emily.

—Oh sí, pero siempre muy poco tiempo, pues debía atender a mi tía enferma. Felizmente se ha recuperado y ahora estoy libre para volver a emprender mi vida. Aunque tengo el sentimiento de que he perdido mucho tiempo. Me imagino que deben haber pasado muchas cosas mientras yo he estado fuera.

—Sin duda —dijo la señora York con una leve sonrisa—. Aunque año tras año se repiten poco más o menos los mismos acontecimientos. Lo único que cambia son los nombres de las personas.

—Oh, yo pienso que las personas son también muy diferentes —indicó Veronica—. Y el teatro lo es, sin duda.

La señora York le lanzó una mirada que Charlotte advirtió con interés: crítica pero muda; no había cortesía ninguna en ella.

—Entiendes muy poco de teatro —señaló—. Apenas habías ido hasta este año. —Se volvió hacia Charlotte—. Mi nuera enviudó recientemente. Como es natural, ha estado de duelo hasta hace muy poco.

Charlotte tenía decidido ya fingir una completa ignorancia sobre el asunto de Hanover Close y todo lo que tuviera algo que ver con él. Adoptó una expresión instantánea de simpatía.

—Cuánto lo lamento. Le ruego acepte mi más profundo pesar. No hubiera venido a importunarla de haberlo sabido. —Se volvió hacia Jack, quien desvió la mirada con estudiado pudor.

—Fue hace tres años —dijo Veronica en medio de un incómodo silencio. No miraba a la cara de su madre política, sino hacia abajo, hacia el rico brocado color vino de su propia falda. Elevó la vista hacia Charlotte—. Nosotras también estamos emprendiendo de nuevo nuestras vidas.

la emprendes de nuevo. —El tono de la señora York era inequívoco y daba a entender que aquella distinción era una cuestión delicada. Estaba cargada de emoción, pero, por mucho que lo intentó, Charlotte no pudo definirla. ¿Le estaba recordando a la joven mujer que la pérdida de un hijo era algo insustituible, algo más profundo que la pérdida de un marido, puesto que Veronica planeaba volver a casarse? En su rostro no parecía que hubiera tan sólo el reconocimiento del dolor de su nuera; tal vez hubiera envidia, o tal vez algo tan vulnerable como la autocompasión. La blancura de sus pequeñas y fuertes manos destacaba en su regazo y sus ojos eran brillantes y escrutadores. Si una idea tal no hubiera estado tan fuera de lugar, rayando lo ridículo, Charlotte hubiera podido pensar en algún tipo de advertencia. Pero eso sólo era una errónea observación sin fundamento.

Los carnosos labios de Veronica se curvaron en una leve sonrisa. Era evidente que había entendido el significado de la réplica.

—La verdad, señor Radley, es que debe usted felicitarme —dijo mirándole a él—. Voy a volver a casarme.

Charlotte se dijo que Veronica York y Jack Radley habían tenido una relación más que de simple amistad, al menos por parte de ella.

Jack sonrió como si aquella noticia fuera una agradable sorpresa para él.

—Espero que tenga mucha suerte y que se vea colmada de bendiciones.

—Así lo deseo yo también —añadió Charlotte—. Espero que la tristeza quede completamente relegada al pasado.

—Tiene usted algo de romántica, señorita Barnaby —observó la señora York con las cejas arqueadas. Lo dijo casi sonriente, pero había en ella una frialdad palpable, algo muy duro en su profundo interior que estaba por resolver. Tal vez fuera una vieja herida que no tenía nada que ver con aquel asunto. Uno nunca sabe cuáles son las penas o las desilusiones que anidan en las vidas de las demás personas, cuáles son sus esperanzas perdidas. Charlotte debía poner su empeño en conocer al honorable Piers York, pues tal encuentro podría explicar muchas cosas que ahora sólo podía suponer. Le dedicó su más radiante sonrisa.

—Oh, desde luego. Aun si la realidad no siempre es como uno desearía, yo espero lo mejor. —¿Era éste el tipo de ingenuidad adecuada, o estaba exagerando el papel? No podía quedarse allí sentada la escasa media hora que estaba socialmente aceptada y luego irse sin haberse enterado de nada interesante. Pasaría algún tiempo antes de que pudiera volver de visita.

—Yo también —la tranquilizó Veronica—. Y es muy amable por su parte. El señor Danver es un hombre excelente y estoy segura de que seré muy feliz.

—¿Pinta usted, señorita Barnaby? —preguntó la anfitriona, cambiando con brusquedad de tema y sin mirar esta vez a Veronica—. Tal vez el señor Radley la acompañe a ver la exposición de invierno en la Royal Academy. Yo diría que podría interesarle.

—La pintura no se me da demasiado bien. —Dejó que lo tomaran como una muestra de modestia o como la verdad, a elegir. En realidad, como a todas las señoritas de buena familia, le habían enseñado a pintar, pero el pincel nunca había estado a la altura de su imaginación. Desde que se había casado con Pitt y había tenido dos niños, su única afición era inmiscuirse en los casos de su marido y jugar a los detectives. Para eso sí que estaba dotada, como el mismo Pitt admitía, ¡pero difícilmente podía en aquellos momentos confesar su afición!

—No pretendía que se pusiese a pintar, señorita Barnaby, simplemente que observase —replicó la señora York con un leve gesto de la mano, una irónica desautorización de la necedad que hirió a Charlotte. Pero en su papel de señorita Barnaby no le era posible desquitarse—. No se requiere talento alguno, salvo mostrarse elegante y hablar con modestia. Estoy segura de que usted puede hacer ambas cosas sin el menor esfuerzo.

—Es usted muy amable —dijo Charlotte entre dientes.

Veronica se inclinó. Era una mujer muy hermosa; en su rostro se armonizaba la fragilidad de los huesos con la fuerza de la boca y los ojos. Se comportaba de forma tan amistosa como si llevase tiempo tratando con todos los presentes. Charlotte se dio cuenta de que deseaba que Pitt la encontrase suficientemente libre de culpa como para satisfacer a la gente del Foreign Office. Al pensar en cómo debían de considerarla se encendió una chispa de ira en su interior.

—Tal vez le gustaría venir conmigo —se ofreció Veronica—. Estaría encantada de contar con su compañía. Podríamos hacer todas las observaciones que quisiéramos y hablar con toda franqueza de lo que nos gusta y de lo que no. —No miró a su madre política, sino que levantó su fino hombro a modo de gesto mínimo de exclusión.

—Estaré encantada —aceptó Charlotte—. Será un gran placer. —Se dio cuenta de que Jack carraspeaba en su silla junto a ella y que se llevaba un pañuelo a la cara para disimular su sonrisa.

—Entonces ya está acordado —dijo Veronica con firmeza—. No es una de las salidas preferidas de mamá, así que estoy segura de que estará agradecida de ahorrársela este año.

—¡Te he acompañado a muchos sitios que no eran especialmente de mi gusto! —dijo la señora York con sus fríos ojos clavados en Veronica—. Y volveré a hacerlo, no te quepa duda. Las responsabilidades familiares no es algo que caiga en desuso con el tiempo, aparte de que uno no puede escapar a ellas. Estoy segura de que estará de acuerdo conmigo, señorita Barnaby. —Se lo había dicho a Charlotte, pero era sobre Veronica sobre quien había incidido en primer lugar su mirada, para después volverse con un cambio de expresión tan ligero que apenas era definible. Charlotte tuvo el presentimiento repentino e intenso de que aquellas dos mujeres se tenían cierta antipatía, y tal vez algo más incluso.

Veronica se irguió en el sofá, mientras la tensión ascendía por su cuello, la larga línea de la garganta y su apasionada boca. No dijo nada. Charlotte supuso que hablaban de algo ajeno por completo, y, por la tirantez y la violencia soterrada que se había creado entre ambas, se veía que se entendían a la perfección.

—Desde luego —musitó Charlotte. Después de todo, se suponía que había pasado los dos últimos años cuidando de una pariente enferma. ¿Qué mayor sacrificio al deber podía imaginarse para una mujer soltera?—. La familia está ligada por los vínculos tanto del amor como de la obligación. —Casi era hora de que se marcharan. Tenía que hacer un último esfuerzo por enterarse de algo más sustancioso que la acerba impresión de infelicidad que se llevaba. Echó una rápida y discreta mirada en torno a la habitación, sin mover la cabeza. Reparó en un reloj de similor. Si había que mentir, ¿por qué no hacerlo hasta el final?—. Oh, qué reloj tan delicioso —dijo con admiración—. Mi primo tenía uno muy parecido, sólo que un poco más pequeño, me parece, y una de las figuras estaba vestida diferente. —Se estremeció para dar verosimilitud—. Desgraciadamente se lo robaron. Fue una experiencia horrorosa. —Ignoró la cara de espanto de Jack y prosiguió—. ¡Tan doloroso como la pérdida de pertenencias es la horrible sensación de que alguien ha entrado por la fuerza en tu casa y tal vez ha estado apenas a unos metros de tu habitación mientras tú seguías durmiendo! Tardaremos años en poder irnos otra vez a la cama con la sensación de tranquilidad de espíritu. —Escrutaba los rostros de las dos mujeres por el rabillo del ojo. Obtuvo su recompensa en forma de una exclamación ahogada por parte de Veronica y una rigidez repentina en el cuerpo de la señora York bajo los pliegues de sus suntuosas sedas—. Llamamos a la policía, claro está, pero no atraparon al ladrón. Y nosotros nunca recuperamos ninguno de nuestros preciados objetos.

Veronica, sentada en completo silencio, abrió la boca y acto seguido la cerró sin decir nada.

—Qué infortunio el suyo. —La anfitriona hablaba en voz bastante baja, pero con un matiz extraño, y sus palabras sonaban muy diferenciadas, cosa nada habitual en ella, como si su control sobre las mismas fuese precario—. Me temo que todo eso forma parte de la vida de hoy en día. Raras veces uno está tan a salvo como se imagina. Dé gracias, señorita Barnaby, de que sólo fueran pertenencias lo que les robaron.

Charlotte conservaba su fachada de inocencia, aunque su conciencia comenzaba a resentirse. Devolvió la mirada a la perpleja señora York. Jack había simulado ya su ignorancia del asunto, de modo que no podía ayudarla. Charlotte vio cómo se demudaba el rostro de Veronica. De nuevo pareció a punto de hablar y pensárselo mejor antes de hacerlo. Elevó los ojos a su madre política, pero antes de que sus miradas se encontraran, los apartó otra vez.

Por fin, la anciana dama fue la que rompió el pesado silencio.

—Mi hijo murió asesinado por un ladrón que entró en esta casa, señorita Barnaby. Es algo de lo que todavía nos causa una gran turbación hablar. Por eso le decía que son ustedes afortunados por haber perdido solamente bienes materiales.

—¡Oh, cuánto lo lamento! —dijo Charlotte—. Por favor, deben perdonarme por haberles traído a la memoria algo tan doloroso. Cómo he podido ser tan torpe. —Notaba un sentimiento de culpa que la consumía por dentro. No todo puede justificarse por la necesidad de descubrir un misterio, por muy intrigante o aconsejable para la salud de Emily que sea.

—Usted no podía saberlo —se apresuró a decir Veronica—. Por favor, no se sienta mal. Le prometo que no se lo tenemos en cuenta.

—Estoy segura de que su sentido común la preservará de volver a nombrar el tema —dijo la señora York con voz serena, mientras Charlotte notaba cómo se le encendían las mejillas.

Veronica se dio cuenta de su apuro y se apresuró en aliviarlo.

—¡No hacía falta decir eso, mamá! —le reprochó, y asomó de nuevo aquel matiz de antipatía que sonaba tétrico y doloroso en aquella habitación tan opulenta y confortable. No era un arrebato de ira, sino algo más amargo y lejano que salía de repente a la superficie—. Me parece que la señorita Barnaby no debe sentirse culpable por haber mencionado su propio infortunio. ¿Cómo podía saber nada de nuestras… nuestras tragedias? Uno no puede dejar de participar en las conversaciones por el hecho de que tal vez pudiera despertar un recuerdo doloroso en otra persona.

—Creo que ésa era la esencia de mi observación. —La señora York miraba fijamente a su nuera con sus brillantes ojos casi hipnóticos por la concentración—. Si la señorita Barnaby es la persona de sensibilidad por la que yo la he tomado, al haber descubierto nuestra pérdida no querrá mencionar ningún tema cercano a ello mientras esté en nuestra compañía. Creo que está lo suficientemente claro.

Veronica se volvió hacia Charlotte y le extendió la mano.

—Espero que nos visite de nuevo, señorita Barnaby, y que venga a la Academia conmigo. Mi invitación es sincera, no es un mero cumplido.

—Estaré encantada —dijo Charlotte, mientras estrechaba con calor la mano que le ofrecían—. Será un gran placer, ya lo estoy deseando. —Se puso en pie.

Era hora de marcharse; tal como había ido la conversación, no quedaba alternativa. Jack se levantó también y juntos expresaron su gratitud y sus buenos deseos, y cinco minutos después estaban en el gélido carruaje, que avanzaba bajo la lluvia dejando tras de sí el repiqueteo de los cascos del caballo y el siseo de las ruedas. Charlotte se arrebujó en la manta de viaje, pero no había nada que pudiera evitar las gélidas ráfagas de aire. ¡La próxima vez que se pusiese un vestido de Emily, cogería también una bufanda de pieles!

—¿Debo entender que irás a la Academia con Veronica? —dijo Jack pasados unos minutos.

—¡Por supuesto! ¿No te parece a ti también que hay un gran secreto entre Veronica y la señora York que la policía jamás podría descubrir? Creo que las dos saben algo acerca de la noche del robo… aunque no me atrevería a decir qué podremos desvelar nosotros.