coolCap26

LA voz de Bertha destilaba mantequilla fundida y melaza como una torta dominguera.

─Donald, querido ─dijo─, échale una mirada. Está todo preparado.

Abrió, con un gesto triunfal, la puerta que llevaba el nombre:

DONALD LAM - DESPACHO PARTICULAR

Era un juego de dos habitaciones. En la exterior, pequeña, pero bien iluminada. Elsie Brand aporreaba su máquina. Detrás de ella, la puerta de otro despacho se veía abierta. Y, por ella contemplé unos muebles de aspecto regio, sillones profundos y mullidos, una mesa de nogal pulimentado, alfombras de a palmo.

─¿Qué tal, te gusta? ─inquirió Bertha con cierta aprensión.

Me acerqué a la máquina de escribir y le pregunté a Elsie:

─¿Qué estás haciendo?

Dijo Bertha:

─La mecanógrafa nueva no es muy rápida. Hubo un poco más de trabajo del que podía ella hacer y yo…

Arranqué las hojas de papel del rodillo de la máquina de Elsie y se las entregué a Bertha.

─Si la muchacha de tu despacho no es capaz de hacer el trabajo ─la dije─, alquila otra chica que la ayude. Elsie Brand no hace más trabajo que el mío.

Bertha respiró profundamente.

─Bueno, Donald ─contestó con voz que parecía un arrullo.

Elsie me miró con una sonrisa.

─Ya sé que intentas ser buena persona, Donald ─dijo─; pero he trabajado toda mi vida. He estado sentada aquí día tras día, ocho horas seguidas, dándole, al teclado, si no tengo algo que hacer, me…

La interrumpí.

─Harás lo que hacen otras secretarias. Cómprate una revista de cine, métela en el cajón de la mesa, abre el cajón y ponte a leer. Cuando se presente un cliente, cierra el cajón y procura parecer tan comercial como una máquina de calcular. En cuanto el cliente entre en el otro despacho abre el cajón y ponte a leer otra vez.

─Donald, bien sabes que no sería yo capaz de hacer eso.

─Lo que sé es que no puedes estar aporreando esa máquina sin cesar día tras día sin desquiciarte los nervios. He visto a demasiadas muchachas hacerse polvo, convertirse en simples máquinas. Tú ya has hecho tu parte de esa clase de trabajo. De ahora en adelante, vas a darte mejor vida.

Elsie miró a Bertha. Esta sonreía, benigna.

─Donald ─me dijo mi socia─ aún no he tenido tiempo de decirte lo ocurrido. Pasemos a tu despacho particular para que oigas la noticia.

─Ya es bastante particular esto. ¿Qué pasa?

─Tuviste razón de principio a fin en lo del asesinato de Cameron. La chica de Grafton está completamente aturdida y llena de agradecimiento. Y Frank Sellers te tiene por un angelito caído del cielo.

─¿Qué sucedió? ─inquirí.

─Shirley Bruce ha confesado por fin.

─¿Andaba metida en ello la madre?

─La madre no sabía una palabra. Harry Sharples tenía profundas sospechas, pero no estaba dispuesto a hablar. Murindo habló demasiado. Se le fue la lengua con Cameron creyendo que éste estaba enterado ya, y Cameron se escandalizó. Una cosa era hacer contrabando de esmeraldas, y otra hacer una substitución de herederas. Cameron volvió aquí e inició una investigación. Dio con el paradero de la madre de Murindo después de mucho trabajo. Supo por ella lo bastante para estar seguro de lo ocurrido. Llamó a Juanita e intentó hacerle confesar la verdad. Ella se asustó, pero mintió. Cameron tenía pruebas suficientes ya, sin embargo, para seguir adelante. Llamó a Shirley. Le dijo que se había acabado el momio. Luego cometió la imprudencia de volverle la espalda para telefonear a Hockley.

─Y supongo ─dije yo─, que Hockley, sabiendo que algo sucedía, pero sin saber qué, creyó que se trataba de una malversación por parte de los fideicomisarios y decidió ir a Sudamérica a investigar por su cuenta.

─Justo.

─¿Y Sharples?

─Sharples, al parecer, sospechaba lo ocurrido aunque no había tomado parte en ello. Marchó a Colombia nada más que porque Hockley marchaba. Quería asegurarse de que Hockley no se entrevistara con gente que pudiera concatenar los sucesos y deducir la verdad. Para eso me necesitaba a mí allí… para ayudarle con Hockley. Además, deseaba recoger las esmeraldas recién sacadas de la mina y empezar a tapar las cosas.

─¿Por qué me encargó Sharples que investigara aquella pieza antigua? ─pregunté.

─Porque agentes secretos del Gobierno colombiano empezaban a olerse la tostada y se habían puesto a vigilar a Jarratt. Conque Jarratt, Sharples y Cameron decidieron intentar convencer a todo el mundo de lo que el pinjante que tenía Nuttall era, en verdad, un legado. Los agentes secretos de Colombia habían descubierto ya la pieza en el establecimiento de Nuttall.

»Sharples decidió ponerte a ti a trabajar en el asunto. Lo tenía arreglado ya para que descubrieras una pista que te condujera a Jarratt, luego a Cameron, y luego a Shirley Bruce. Por entonces, cuando te hubiesen dejado convencido de que se trataba de un auténtico pinjante antiguo, la historia se haría llegar a Nuttall por mediación nuestra. Nuttall, por su parte, y obrando de toda buena fe, se la contaría a los agentes secretos que intentaban averiguar dónde se estaba desequilibrando levemente el mercado de esmeraldas. Había visto el pinjante e interrogado a Nuttall. Por eso intentó Nuttall sonsacar a Sharples.

»Cuando Cameron murió asesinado, Sharples se asustó. Creyó que le habían matado los agentes colombianos. Después de todo, se hallaba en juego un monopolio del Gobierno y Sharples no sabía hasta dónde estaría dispuesto a llegar el Gobierno en cuestión. Se dejó dominar por el pánico.

»Jarratt decidió que las cosas habían llegado a un punto en que le convenía desligarse de todo y quitarse de encima compromisos. El pinjante se lo había comprado a Phyllis Fabens, en efecto aun cuando es cierto que tuvo que repasar los libros para encontrar su nombre y señas. Habiéndose cometido un asesinato, resultaba mucho más cómodo que el pinjante resultara proceder de la Fabens y no de Shirley.

─Así, pues, ¿Shirley pensaba decir que aquél no era su pinjante después de todo?

─Supongo que sí. Pero es posible que no estuviese ella muy enterada de lo que estaba haciendo Jarratt. A Jarratt, lo único que le interesaba era salvarse él la pelleja.

─Y, ¿Sharples no sabía que Shirley había ido a ver a Cameron?

─No creo que Sharples sospechara nunca que Shirley Bruce era la asesina. Era como masilla entre sus dedos… incapaz de ver más que por sus ojos.

─¿El veneno? ─inquirí.

─Shirley fue a visitar a Hockley a su taller. Le dio dos mil dólares para granjearse su amistad y su confianza. No adelantó gran cosa con él, pero vio el tarro de sulfato con la etiqueta de «VENENO», y obró por impulso. Consiguió meter un trozo de papel en la máquina de escribir del despacho y poner el nombre y las señas de Dona Grafton. Luego destapó el tarro y vertió parte del contenido en su bolso. A continuación, envenenó los dulces. Al principio, no tenía ningún plan determinado evidentemente, pero el veneno le pareció una buena idea. Cuando Cameron llamó a Juanita, Shirley, obrando por su cuenta, le mandó los dulces a Dona. Ésta había hecho testamento, legándole todo cuanto tuviera o pudiese tener a Juanita. Conque Shirley pensó en quitar a Dona del paso. Si por cualquier casualidad la policía descubría algo, todos los indicios señalarían a Robert Hockley. Fue una ironía del destino que le tocase el sulfato a Juanita. Como veneno, no podía haber escogido uno más estúpido. Pero Shirley tenía demasiado poca inteligencia para pensar en eso. Se dejó influenciar por la etiqueta del tarro.

─La explosión de dinamita en Sudamérica sería obra de Sharples, ¿no?

─No. Había otro hombre metido en el negocio de las esmeraldas allá en Colombia: el ayudante de Murindo, que fue quien cargó con el verdadero trabajo de sacar las esmeraldas de la mina. Al parecer, la única persona que podía relacionarle con el asunto de las esmeraldas era Murindo. Conque, cuando se presentó la policía, decidió eliminar a Murindo y deshacerse así de toda prueba contra él.

»¿Verdad que es maravilloso, Donald? Nos has conseguido una participación en un asunto de importancia. La chica Grafton nos va a pagar un tanto por ciento. Sharples va a tener que rendir cuentas de todo el dinero que obtuvo de la venta de las esmeraldas. Después de todo, salieron de la mina y son parte del fideicomiso. Claro que Colombia confiscaría las esmeraldas, pero Cameron y Sharples han convertido muchas de ellas en dinero. Mi abogado me dice que, sin duda alguna, se le permitirá al fideicomiso que nos dé una recompensa liberal por todo lo que hemos hecho. ¡Donald, astuto diablillo!, ¿qué haría Bertha sin ti?

─Bueno; pues, mientras Sellers se siente agradecido, aprovecha la ocasión para decirle que más vale que asegure bien las cosas porque, o mucho me equivoco, o nos vamos a ver negros para conseguir que le acusen a Shirley de otra cosa que no sea homicidio.

─¡Quiá! La tienen bien cogida. La condenarán como asesina.

─Eso es lo que él se cree ahora ─la dije─. Pero, para cuando comparezca ante el tribunal, le sonría al jurado, cruce las piernas, y le cuente cómo Cameron, que siempre había sido para ella como un padre, se convirtió de pronto en una bestia enloquecida por los apetitos sexuales, y la encerró en su despacho…

─Pero, Donald, ¡no conseguirá convencer con esa explicación! ¡Cameron estaba telefoneando en el momento de hallar la muerte!

─¿Quieres apostar sencillo contra sencillo a que sólo la condenan por homicidio? ─la pregunté.

La mirada de Bertha se encontró con la mía. Luego vacilaron sus ojos.

─No ─respondió─, sencillo contra sencillo no.

La mecanógrafa nueva llamó, tímidamente, a la puerta. Elsie se levantó de su asiento y fue a abrir. La mecanógrafa la dio un paquete largo y plano.

─Ha llegado esto para el señor Lam por mensajero especial ─dijo.

─Parece un cristal de ventana ─dijo Bertha─. ¿Qué diablos es, Elsie?

Elsie me miró. Yo moví afirmativamente la cabeza. Arrancó la cubierta de papel.

Era el lienzo de una muchacha esbelta, bien formada, de pie junto a la borda de un barco, mirando por encima del agua, revueltas las blancas falditas por el aire en torno a una bien modelada pierna. La muchacha tenía la cabeza echada hacia atrás, y los ojos, clavados en la lejanía, miraban por encima del mar, más arriba del horizonte, escudriñando el porvenir con la nostálgica mirada de la juventud.

Había una tarjeta. Elsie me la entregó. Vi el mensaje en letra femenina y firme y perfectamente legible:

«Donald, este cuadro le gustó. Su socia me dice que va a abrir un nuevo despacho para su uso particular. Me gustaría que colgara en él esta estampa. Con ella van todo mi cariño y toda mi gratitud. Suya siempre, Dona».