coolCap20

GUARDAMOS silencio un buen rato, paladeando las bebidas. Por fin terminé la mía, empujé la copa hacia el centro de la mesa y dije:

─Señores, he pasado una noche deliciosa y he tenido un gran placer…

─Siéntese ─ordenó Jurado.

Maranilla sonrió con afabilidad.

─Vamos, vamos, mi querido señor Lam, habrá usted de reconocer que no resulta muy halagüeño que se le juzgue a uno tan poco desprovisto de talento.

─Me temo que no comprendo ─dije.

─Después de todo ─prosiguió Maranilla─ el accidente de la mina fue muy oportuno… para cierta gente.

─¿Bien? ─inquirí.

─Y, en vista de sus comentarios, mal podíamos llevar nuestra estupidez hasta el punto de dejarle marchar antes de que nos hubiese dado una explicación más completa.

─Permítanme que lo piense. Quiero hablar con mi socia.

─Y, antes de que volvamos a verle ─murmuró Jurado, como si sólo hubiese estado discutiendo una excursión en aeroplano a la capital─, pudiera sucederle a usted algo.

Comprendí que no iban a dejarme marchar. Me volví a sentar y les conté toda la historia.

─Debió decírnoslo antes ─anunció Maranilla cuando hube terminado.

─Es que le entró tal pánico ante la idea de hacer uso de un intérprete y… Bueno, ustedes dos eran los únicos intérpretes a mano. Por consiguiente colegí que… ─ reí─. Equívoca posición la mía, ¿no es cierto?

─Bastante ─asintió Maranilla, con sequedad.

─Después de todo ─agregó, en son de reproche─, habiéndole hecho extensas todas las que podríamos llamar cortesías profesionales, muy pocas muestras de nobleza ha dado al suprimir pruebas testifícales.

─¡Qué rayos! ─dije─. ¡No eran pruebas! No de lo que a ustedes les interesaba, por lo menos.

─¿Cómo lo sabe?

─Deduje que no lo eran.

Maranilla sacudió la cabeza y apartó la silla de la mesa.

─Bueno, haré lo que pueda, pero estas cosas no son siempre fáciles. Su socia debió exigir que se le devolviera el papel o por lo menos, que se depositara legalmente con las autoridades competentes y que se lo entregara un recibo.

─Usted ha visto a mi socia. Ya puede imaginarse que no se estuvo quieta con los brazos cruzados, dejándose atropellar. Sin duda exigió todo lo exigible y algo más, pero los agentes no entendían el inglés. No cuando necesitaba ella algo. Sólo sabían lo suficiente para decirle lo que deseaban.

─Cuando uno viaja por un país de habla española ─dijo Maranilla─, es bueno tener conocimientos del español. Y, no teniéndolos, ir acompañado de un intérprete.

─Eso lo comprendo perfectamente.

Y agregué:

─…ahora. Y, sin embargo, tengo la idea de que, si hubiera habido un intérprete, Murindo no hubiese llegado a decirme lo que me dijo.

─Y ¿no tiene usted idea de lo que se trataba?

─No.

─¿No recuerda ninguna de las palabras?

─Recuerdo la palabra «madre».

Me dijeron su significado.

─¿Recuerda alguna más?

Negué con la cabeza, pero en seguida añadí:

─Aguarde: sí que recuerdo otra palabra, «cre˗a».

─¿«Cre˗ah»?

─Eso, si no me equivoco el acento recaía sobre la primera silaba. Recuerdo haberla escrito.

Cría. Ésa es la palabra ─dijo Jurado─. Y significa una camada de animales.

─Claro está ─dije─, que lo escribí todo fonéticamente. No puedo estar seguro de que oyera bien el vocablo pero recuerdo que escribí: cre˗ah.

Jurado y Maranilla se miraron. De pronto, el semblante de este último se iluminó.

─Aguarde ─dijo─, ¿iba alguna otra palabra en ese «cre˗ah»? ¿Sería, quizá, parte de una expresión? ¿Sería esa expresión ama de cría?

─Justo ─exclamé─. Ahora que lo dice lo recuerdo. Sí que fue ama de cría.

Jurado fruncía el entrecejo ahora, lo fruncía pensativo.

Miré a Maranilla y fue éste quien me dio la aclaración.

Ama de cría ─dijo─, es la que amamanta a un niño.

─Bien lejano ello ─dijo Jurado, para sí─, del contrabando de esmeraldas.

─Quizá, señores, cuando investiguen el accidente, querrán ustedes investigar a Felipe Murindo y, en particular, sus contactos y relaciones.

─¿Por qué? ─me preguntó Maranilla.

─Se me antoja extraño que se le nombre gerente de una mina a un hombre que no sabe leer ni escribir. Este Murindo era incapaz de leer incluso las palabras españolas impresas en un diccionario anglo˗español. El gerente de la mina tiene que haber tomado parte en las actividades de contrabando. Ha de haber sido él quien sacara las piedras y se las entregase a Cameron. Por consiguiente, debió ser él quien hiciese el descubrimiento inicial.

─¿Por qué dice usted eso? ─inquirió Maranilla.

─Porque el hombre que hiciera el descubrimiento inicial no es fácil que abandonara el puesto y, desde luego no hubiese podido despedírsele. Por lo tanto, a mí se me antoja extraño que los dos fideicomisarios que contrataban al hombre para un puesto de tanta responsabilidad… dos fideicomisarios, por añadidura, que por fuerza iban a hallarse ausentes meses seguidos y que desearían, no obstante sobre lo que sucedía en la mina… escogieran a un hombre que no sabía leer ni escribir.

─Hay mucha lógica en lo que usted dice, señor ─contestó Maranilla─. La situación se hace más extraña…

Bruscamente. Ramón Jurado hizo un chasquido con los dedos, traición involuntaria de triunfo y emoción por parte de un hombre al que acaba de ocurrírsele una idea concreta.

Maranilla apenas le miró. Sólo hubo una vacilación imperceptible antes de que cambiara repentinamente de asunto y continuara hablando. Dijo, casi en el mismo tono:

─Su incorporación se agradece, señor Lam. Se encuentra en libertad para marchar cuando así lo desee. Y, si tiene usted cita con su socia, no hay razón alguna para que nosotros le entretengamos.

Ambos se pusieron en pie y me estrecharon, cortésmente, la mano.

Les dejé y me dirigí al hotel.

Al caminar hacia allí en la cálida noche, no pude menos de decirme que hubiese dado mucho por saber por qué había hecho aquel chasquido Jurado con los dedos.