Huellas fósiles
Washington, D. C.: era Cenozoica. Período Cuaternario.
Época Holoceno. Edad Moderna. 2045 d. C.
Celebraron la autopsia de documentos en una sala de reuniones que tenía el mismo aspecto que cualquier otra sala de conferencias que hubiera visto Molly Gerhard.
A la gente de Griffin les habían cedido espacio para oficinas en el edificio Herbert Hoover en la avenida de la Constitución. Era una fila de despachos inadecuados robados al Departamento de Comercio por funcionarios del Departamento de Defensa deseosos de mantener a Griffin a mano desde el Pentágono y desde donde se organizaban los viajes en el tiempo. La Oficina de Exportaciones sólo les permitía usar la sala de reuniones ocasionalmente y con muchas quejas. Pero tenía una llamativa pizarra blanca japonesa nueva y una mesa de reuniones, y eso era todo lo que necesitaban.
—No te hagas ilusiones —dijo Tom Navarro—. Lo que tenemos es muy flojo.
—Yo creo que es más sólido de lo que crees —contestó ella—. ¿Qué te apuestas a que lo vendemos?
Extendió los papeles en estricto orden cronológico en la mesa, con el certificado de nacimiento de Robo Boy en la esquina superior izquierda y su informe en la inferior derecha.
Se acordó de una losa fósil que Leyster, cuando estaba de buen humor, le había enseñado una vez. Contenía marcas dejadas por un pterosaurio chapoteando en el barro de un lago poco profundo. Al no ser una experta, a ella no le parecían más que unos arañazos cualesquiera. Sin embargo, Leyster quiso mostrarle cómo trabajaban los paleontólogos antes de los viajes en el tiempo para demostrar cuánto podía saberse a partir de las pistas más pequeñas. Por eso le había mostrado dónde estaban aquellos lugares sumergiéndose en las aguas poco profundas donde los pterosaurios habían arrastrado las patas contra el fondo del lago dejando diminutas muescas paralelas y alguna que otra marca con la forma de la punta de una garra. Aquí había una huella de pata trasera completa y allí varias huellas de pata delantera. Las marcas de picadura eran las huellas de los picos golpeando en el barro para buscar invertebrados. Le había enseñado los pterosaurios, no más grandes que patos, salpicando en el agua y desapareciendo de repente para sumergirse a por comida, discutiendo cordialmente entre ellos por el espacio. Había tardado una hora, pero en ese tiempo había recreado un mundo.
Pero ésta ya era su especialidad, algo en lo que ella era tan hábil como Leyster y sus colegas en lo suyo. Ella sabía cómo seguir el curso de una vida y distinguir las cosas importantes ocultas en los papeles dejados tras uno. A otra persona podían no parecerle más que arañazos en el barro. Para ella eran el rastro fósil de una emoción humana.
Griffin entró en la sala de reuniones con Jimmy Boyle y Amy Cho detrás. De algún modo, y a pesar de que le sujetó la puerta a Amy Cho, les hizo parecer su séquito. Solícito, ayudó a Amy a sentarse en una silla. Él no se sentó, ni tampoco Boyle.
—Muy bien —dijo—. Impresióname.
Molly empezó por el certificado de nacimiento.
—Raymond Lawrence Bois. Nacido a las 9.17 horas del 14 de febrero de 2019 en el hospital Akron City en Akron, Ohio. Padre: Charles Raymond Bois. Madre: Lucinda Williams Bois, apellido de soltera Finley.
Dio un golpecito en la pizarra, a un lado dibujó una línea cronológica y con el puntero colocó la fecha en un extremo:
14-02-19
—Se crió en un chalet antiguo construido en dos niveles en Franklin Township. Tuvo la típica niñez de los suburbios. Usando el cortacéspedes, socio de la piscina local —prosiguió Molly.
Luego expuso una serie de registros escolares, empezando por la escuela primaria Turkeyfoot. Según leía cada dato, colocaba las fechas en la cronología. Allí se escondían los misteriosos orígenes de su personalidad, y si no habían dejado rastros, no podía hacerse nada. Tendría que continuar con datos aleatorios.
—Miren sus notas. Era un niño muy inteligente.
—¿Algún problema de comportamiento? —preguntó Griffin.
—Alguno. Nada fuera de lo común. Aquí tenemos su segundo año en el instituto Firestone, de golpe entra en la adolescencia y sus notas caen en picado. Deja sus clases avanzadas y todas las actividades extraescolares. Esto continúa hasta el último año, en que finalmente se da cuenta de que necesita subir su media para entrar en la universidad; le da el pánico y vuelve a mejorar sus notas.
»En otoño de 2036 ingresa en la Universidad Estatal de Illinois. Lógico, Illinois.
—Así que finalmente sentó la cabeza, ¿no?
—En su primer semestre le avisaron de que le echarían si las notas no mejoraban; no lo logró. Al final de su primer año corría el riesgo de suspenderlo todo, así que se trasladó a la Universidad de Akron.
—¿Suelen aceptar malos estudiantes?
—Su madre era química en el Instituto de Ciencia de Polímeros de esa universidad. Parece que movió algunos hilos.
—Ah.
—Sus notas siguieron sin ser brillantes. La policía del campus le detuvo un par de veces borracho, una vez por orinar en público y otra por tocarle un pecho a una chica de manera ofensiva.
Apuntó ambas fechas en la cronología. Una línea continua de números ordenados cruzaba la pizarra.
—Ninguna de las veces hubo denuncia.
»Creo que nos hacemos una idea del tipo de chico que era. Débil. Sin dirección. No había nada en particular que quisiera conseguir o llegar a ser. Estaba equipado mentalmente pero le faltaba tener un objetivo que le hiciera superarse. El único motivo por el que no dejó la universidad era que sus padres pagaban la factura y que allí llevaba una existencia cómoda. En cualquier caso, estaba claro que jamás iba a conseguir el título. Iba cuesta abajo y sin frenos.
»Miren esto.
Proyectó el expediente académico en la pizarra para que todos lo vieran y marcó con un círculo los datos relevantes.
—De pronto consigue salir de su decadencia. ¡Miren qué notas! ¡Un sobresaliente en francés! Nunca sabré cómo lo hizo tras unos inicios tan desastrosos. Seguramente casi no dormía. ¿De dónde sacaba la disciplina para lograrlo?
Puso la fecha de sus exámenes finales en la pizarra, pero dejó un espacio en blanco en medio donde insertó un gran signo de interrogación rojo.
—No hay muchas cosas que puedan dar la vuelta a la vida de uno de esa manera. Una temporada en el ejército. El matrimonio. O volverse religioso.
—Encontró a Jesús —dijo cálidamente Amy Cho. Se estiró en su asiento y dio un golpe con el bastón para dar énfasis a sus palabras—. ¡Descubrió el consuelo y la fuerza de Dios!
—Podemos estar seguros de ello. Puede que nunca sepamos qué provocó esa conversión. Pero sabemos que ocurrió porque, mientras hincaba los codos para subir sus notas, se involucró con el grupo religioso del campus durante unas seis semanas. Después lo dejó de golpe.
Amy Cho se apoyó con las dos manos en la mesa y se quedó mirando las notas como si fueran una reliquia sagrada.
—¡Eran demasiado moderados para él! Liberales y Unitarios, todos ellos son café descafeinado. ¡Había sentido el fuego sagrado! ¡Necesitaba sacrificarse! Le ofrecían rezos en grupo y una campaña de reciclaje. Él buscaba una causa que le consumiera. Una que aceptara todo cuanto él tuviera y le pidiera más.
Nadie dudaba que ella sabía de lo que hablaba.
—Ese verano trabajó en una fábrica de muebles. Nunca faltó, nunca llegó tarde. En sus horas libres parece que escribió unos pocos artículos para revistas electrónicas creacionistas. La mayoría fueron borrados pero encontramos que otro grupo creacionista los pirateó en su página web. En ellos, calculaba cuánta agua habría hecho falta para cubrir la Tierra durante el Diluvio y presentaba varias especulaciones sobre adónde podría haber ido el agua sobrante. Difería de la mayoría de los artículos del mismo tipo en que respetaba rigurosamente la ciencia conocida. Al final, admitió que ninguna de sus especulaciones podía explicar la discrepancia de las cifras y concluía que Dios debía de haber utilizado un milagro.
»Tercer año. Su especialización en literatura inglesa pasó a ser en geología.
—¿Cómo de involucrado estaba entonces con los círculos creacionistas?
—Todavía esperaba usar sus propios medios para desprestigiar a la ciencia. Era un activista pero todavía no se había unido al Rancho. Lo sabemos porque en ese momento muere su padre.
Añadió la fecha a la pizarra:
14-02-39
—No asistió a su funeral.
—No hay pruebas de que asistiera —corrigió Tom.
—No hay pruebas de que asistiera al funeral. Si el Rancho le hubiera estado preparando en esa época, habría asistido. Hubiera tenido cuidado de firmar el libro de condolencias.
—Todavía era un peregrino —dijo Amy Cho. Se quedó mirando los papeles como si pudiera leer en ellos cosas que nadie más veía—. Pasó de la ciencia creacionista al creacionismo puro. Le sedujo la Ira de Gedeón. Son buenos convenciendo, pero están infestados de informadores, todo el mundo lo sabe. Así que siguió buscando. Finalmente descubrió la Hermandad de los Nacidos Tres Veces y reconocieron su potencial.
—¿Tienes documentos que lo prueben? —preguntó Griffin.
—No, por supuesto que no. Por culpa de la separación de Iglesia y Estado. Las organizaciones religiosas no tienen que registrar en ningún sitio la lista de sus miembros. Estos puñeteros fundamentalistas no aprecian lo poco regulados que están.
—Entonces, esta parte de tu presentación es pura especulación.
—Pues… sí. Pero… —rápidamente sacó el siguiente juego de papeles— aquí, en su último año de universidad, notarán que envió el cheque para pagar la matrícula desde un apartamento cerca del campus, en vez de desde la casa de su madre.
—¿Lo que significa…?
—Ella le echó. Cuando era un fracaso, ya era muy difícil tratarle. ¡Imaginen con la ardiente rectitud de un recién convertido! Pero la pregunta interesante es ésta: ¿de dónde salió aquel dinero? De mamá, no. El cheque era de su propia cuenta bancaria. Es imposible que hubiera ganado lo bastante para pagarla durante el verano. En ese sentido, no hay ninguna prueba de que trabajara durante el verano. —Puso un signo de interrogación rojo en la cronología para resaltar ese verano—. ¿Dónde estuvo?
—¿Y bien?
—Conocemos un grupo particularmente bien financiado, ¿verdad? —dijo Amy Cho—. Muchos hombres viejos y ricos que esperan salvarse por los pelos. Lobos capitalistas desesperados por sentar la cabeza entre los corderos antes de que sea demasiado tarde. Al Rancho del Santo Redentor no le falta dinero.
—¿Eso es todo? —preguntó Griffin—. ¿Sospechas, insinuaciones y una falta total de evidencia material?
—Sigue una pauta fija, ¡señor! —Molly colocó el resto de las fechas y entonces las difuminó para que la cronología quedara dominada por la serie de signos de interrogación rojos—. En la vida de este chico hay un hueco donde encaja el Rancho. Cada verano, cada día de fiesta, desaparece de los registros. ¿Sabe lo difícil que es eso? No usa ninguna tarjeta de crédito. No paga con cheques. ¿Dónde está?
—Está en un retiro —contestó excitada Amy Cho—. Acaba de pasar nueve meses en la tripa de la Academia del Gran Satanás, su alma está en constante peligro mortal ante el humanismo y racionalismo científico. Lo primero que querrán hacer es rezar para agradecer que haya regresado a salvo. Tirarán la casa por la ventana. Después, ayuno y purificación. Imagínate qué sucio se debe sentir el pobre chico, haciéndose pasar por uno de los lacayos del diablo. Después, ya limpio y descansado…
—Unos cuantos chavales le sacarán de juerga cristiana —añadió Jimmy Boyle—. Le pegarán una paliza a uno o dos camellos, a algunos maricas, tal vez a algún abortista al que tuvieran echado el ojo. Sólo para mantenerle en forma.
—Asumo que eso tampoco está documentado —dijo Griffin.
—Es lo que yo haría si le estuviera entrenando. Es lo que haría cualquiera.
Ya les tenía convencidos, a todos menos a Griffin. Por desgracia, estaba llegando al final de su exposición. Ésta era la parte más delicada. No se le había permitido investigar en profundidad su postreclutamiento ni ninguna parte de esa historia con mucho detalle.
Trazó una raya gruesa sobre la cronología.
—En este punto es reclutado. Difícilmente podíamos haberlo evitado. Le habían preparado cuidadosamente. Tenía las habilidades que más buscaban. Parecía un candidato muy atractivo.
»¿Y qué fue de él? Casi inmediatamente después se esfumó. Desempeñó el trabajo estratigráfico que se esperaba de él competentemente pero sin impresionar. Pidió el traslado a la estación Carnaval para llevar el registro de animales durante un tiempo. Pidió el traslado a la estación Bohemia para ocuparse de la colonia de aves. Pidió el traslado a la estación Mjolnir y se pasó unos meses preparando los esqueletos para ser expuestos. Todo trabajos tediosos. Pidió el traslado a la estación Origen y preparó muestras de tejidos. Aún más tedioso. Pidió el traslado a la estación Sundance y se ocupó del mantenimiento de los barcos. Pidió el traslado a la estación Supervivencia y ahora lleva el almacén, guarda el material y tiene acceso completo al embudo del tiempo.
—Eso son muchos traslados y mucho potencial perdido. Pero en menos de dos años, tiempo personal, le ha valido para llegar exactamente donde quiere estar.
Era el momento de la gran conclusión. Molly respiró hondo.
—Señor, solicitamos…
Griffin levantó una mano para detenerla.
—No es suficiente —dijo—. No hay juez en ninguna parte al que pueda llevar esto y obtener una orden judicial.
—No estoy pidiendo una orden judicial sino un permiso para llevar a cabo una investigación en serio. Déjeme hacer algunas preguntas. Haga que el FBI le ponga un busca en uno de esos veranos para ver adónde va exactamente. Sabemos que es nuestro topo. Sólo le estoy pidiendo que me deje demostrarlo.
—Me temo que eso no se puede hacer.
—¿Por qué no?
—Porque no es la forma en que se hizo. ¿Jimmy? Cuando quiera.
Mientras Molly amontonaba sus papeles, Jimmy Boyle colocó una carpeta negra frente al sitio de cada uno. Después, casi como si fuera un ritual, ayudó a Amy Cho a volver a sentarse.
Todos abrieron las carpetas.
Griffin cogió el puntero de Molly y borró toda la pizarra. Trazó una nueva cronología.
—Éstos son dos años y tres meses de la vida de Robo Boy, desde su perspectiva. Durante este tiempo va saltando por el Mesozoico pero vamos a ignorarlo. Aquí, a la izquierda, empezamos con cuando es reclutado para incorporarse a nuestro feliz grupito de bromistas. A la derecha, al final del período que vamos a examinar y mientras él trabajaba en la estación Colina, está la fecha en la que se envió el hombre de ópalo, Tubal-caín o quienquiera que fuese. ¿De acuerdo? Robo Boy nunca lo recogió. Hicimos que le vigilaran pero ni se acercó. Algo le espantó.
»Aquí, justo antes de ser trasladado a la estación Colina, estamos preparándole una segunda prueba. Le hemos tendido una trampa con Salley y Leyster. Les va a dejar aislados en el Maastrichtiense. Vamos a investigar. Una vez más no habrá pruebas físicas para demostrar su falta. Pero tres meses después, cuando traigamos de vuelta a la expedición, podemos usar su testimonio para condenarle.
—Un momento —dijo Tom—. ¿Por qué ponerle la segunda prueba justo después de la primera? No me extraña que Robo Boy se espantara.
—Ya sabíamos que la primera prueba no había funcionado —replicó Griffin malhumorado—. Así que le ponemos la segunda prueba tan pronto como ha sido posible para minimizar el tiempo a su disposición. Queremos quitárnoslo de encima lo antes posible, ¿recuerda?
Molly ojeó el material de la carpeta, echando un vistazo a los títulos y subtítulos, leyendo los destacados. La última página era una lista de bajas.
Levantó la vista.
—¿Cinco muertes?
—Terrible —dijo Griffin—. Pero inevitable.
—Cinco muertes. ¿Inevitable?
—Todos conocían los riesgos. —Griffin pasó la página de su carpeta—. Tom, Molly, su misión en esta operación será…
Se levantó tan de golpe que la silla se volcó tras ella.
—No acepté este trabajo para llegar a esto. Me niego a participar.
—Según nuestros archivos, realizará su parte como se le indica. —Dio impacientes golpecitos a la carpeta—. Así que por favor ahórrenos exhibiciones de histrionismo.
La cara de Jimmy Boyle era como una piedra. Amy Cho parecía alarmada. Tom Navarro había levantado las manos y negaba con la cabeza. Cálmate, quería decir. Discute con cuidado. Nunca hagas nada irrevocable cuando estás enfadada.
Ella les ignoró a todos.
—No me intimida y tampoco me convence. Toda esa mierda de tengo-los-archivos-y-sé-el-futuro no me convence. No voy a tragarme su sucio plan. Voy a pasar por encima de usted. Y si eso no funciona, me despediré para que sus archivos estén mal. De uno u otro modo, estarán mal.
Griffin puso una cara de aburrimiento muy elaborada y movió los dedos hacia la puerta.
—Vaya. Vea para lo que le sirve.
Salió furiosa de la habitación.
Atravesó corriendo el pasillo hacia la oficina de el Viejo. Normalmente, la puerta estaba cerrada y la oficina oscura. Pero en su primer día allí, el Viejo le había prometido que la puerta estaría abierta «siempre que quieras verme».
La puerta estaba abierta.
Entró.
El Viejo levantó la vista de su trabajo. Era extraño cuánto se parecía a Griffin al tiempo que daba la impresión de ser una persona completamente distinta. Más solitario, de una manera un tanto cruel. Más profundamente asustado.
Con las puntas de los dedos de una mano acariciaba suavemente el cráneo que tenía sobre la mesa. Involuntariamente, recordó el rumor medio chistoso de que era un trofeo de un odiado enemigo al que había derrotado de algún modo.
—Entra —dijo—. Cierra la puerta y siéntate. Te estaba esperando.
Obedeció.
Era como entrar en la guarida de un ogro. La luz del sol estaba bloqueada por gruesas cortinas. Los grandes muebles de madera estaban cubiertos de recuerdos y fotos enmarcadas. Tenía incluso un cráneo de un quetzalcoatlus de pie en una esquina. Era como si morara en su propio lóbulo occipital.
—Señor, yo…
Levantó una mano.
—Sé por qué estás aquí. No creas que soy tan estúpido… —Contuvo un bostezo—. Al menos confía en mí un poco. Esperas que la edad me haya dulcificado. Pero si no ha sido así estás dispuesta a despedirte.
»Simplemente no es tan fácil. Tu Griffin tomó las decisiones que tomó porque yo se lo dije. Le gustó igual de poco que a ti. Pero entendió la necesidad.
A Molly se le cayó el alma a los pies. Se sentía orgullosa de poder leer en profundidad a una persona mirándola a la cara, pero ese hombre era ilegible. Podía ser un santo o un demonio. No podía saberlo. Mirarle a los ojos era como mirar una carretera sin iluminación a media noche. Era imposible saber lo que podía haber allí. Esos ojos habían visto cosas que ella no podía imaginar.
Respiró profundamente.
—Entonces me temo que debo anunciarle mi renuncia. Efectiva inmediatamente.
—Deja que te enseñe algo.
El Viejo sacó una hoja de papel de un cajón.
—Esto es una copia, por supuesto. Acabo de volver de la ceremonia en que se te presentaba el original. —Lo deslizó por la mesa hacia ella.
Era una mención de honor. La fecha estaba borrada, igual que la mayor parte del texto. Pero su nombre, en letras góticas negras, aparecía en la parte superior y quedaban algunas frases. «Por su excepcional valor» era una de ellas.
—No puedo contarte lo que hiciste, lo que vas a hacer, y no puedo decirte cuándo lo vas a hacer. Pero gracias a tus acciones futuras hay veinte personas vivas. Te metiste en el mundo de la seguridad porque querías mejorar las cosas, ¿verdad? Bueno, acabo de ver a una anciana besarte la mano y darte las gracias por haberle salvado la vida a su hijo. Te daba vergüenza pero a la vez estabas encantada. Me dijiste que ese instante justificaba toda tu vida.
—No le creo.
—Por supuesto que sí. —Le cogió el papel de las manos y lo devolvió al cajón—. Simplemente no tienes idea de lo que podría decirte para mantenerte con nosotros.
—No, no puedo.
La miro con un brillo extraño en los ojos. Le gusta esto, pensó Molly. La corrupción era el placer final de hombres como él. Su misión original se había perdido. Ahora sólo quería escapar de su presencia antes de que se las arreglara para hacerla morder con él el barro de la complicidad y la culpabilidad. Simplemente quería salir limpia de aquella habitación.
—¿Te has preguntado alguna vez —preguntó el Viejo— de dónde salieron los viajes en el tiempo?
Contestó con cuidado.
—Claro que sí.
—Richard Leyster me dijo en una ocasión que era imposible que la tecnología necesaria fuera de origen humano. Nadie puede construir una máquina del tiempo con la física actual, dijo, ni con cualquier desarrollo imaginable de ésta. No será factible durante al menos un millón de años.
»Como solía pasarle, su estimación era correcta pero se quedó corta. De hecho, los viajes en el tiempo no serán inventados hasta dentro de otros cuarenta y nueve coma seis millones de años.
—¿Señor? —Ella no entendía aquellas palabras. No podía descifrarlas.
—Lo que te estoy contando es un secreto de Estado: los viajes en el tiempo no son un invento humano. Son un regalo de los inalterables. Y los inalterables no son humanos.
—¿Y… qué son?
—Si alguna vez necesitas saberlo, se te contará. Lo importante es que la tecnología nos ha sido prestada. Como suele pasar con regalos así, hay algunos flecos. Uno de los cuales es que no se nos permite interferir con la causalidad.
—¿Por qué? —preguntó Molly.
—No lo sé. Algunos físicos dicen que si un evento concreto se deshace, todo el tiempo y la existencia empezaría a desintegrarse. No sólo el futuro sino también el pasado, así que estaríamos desestabilizando toda la existencia, de alfa a omega, del Big Bang al invierno nuclear. Otros físicos me dicen, por supuesto, que eso no es así. ¿La verdad? La verdad es que los inalterables no quieren que lo hagamos.
»Nos han dicho que si alguna vez violamos sus instrucciones, volverán al instante anterior a darnos los viajes en el tiempo y retirarán la oferta. ¡Piénsalo! Todo lo que hemos hecho y para lo que hemos trabajado en todos estos años se convertiría en nada. Nuestras vidas, nuestras experiencias se disolverían en círculos viciosos temporales y fútiles. El proyecto nunca hubiera existido.
»En fin. Ya conoces a esa gente, los paleontólogos. Si les dijeras que el precio de viajar en el tiempo son cinco muertes, ¿qué crees que contestarían? ¿Pensarían que es un precio demasiado elevado?
La cara de él se desdibujó ante sus ojos. Los cerró apretando fuerte durante un instante. Cuando los volvió a abrir, sintió ganas de levantarse y alejarse de él. Había una fotografía en la pared. Había sido tomada en la inauguración de la zona de dinosaurios del Zoo Nacional y mostraba a Griffin y al entonces portavoz de la cámara muy colocaditos tirando de los extremos del hueso del esternón de un T. rex. Miró las poses tiesas, las sonrisitas falsas.
—No formaré parte de ello. No me puede hacer responsable de esas muertes.
—Ya lo es.
Agitó la cabeza.
—¿Qué?
—¿Recuerdas la semana que pasaste en la estación Supervivencia? Tom te dijo que te aseguraras de que Robo Boy oyera que Leyster y Salley se encargarían de la primera expedición Base. A Tom se lo había indicado Jimmy, que actuaba en respuesta a una memoria que Griffin debe de estar escribiendo ahora mismo. Ya has desempeñado tu papel.
El Viejo abrió las manos.
—¿Puedes volver y deshacer todo lo que hiciste y dijiste entonces? Bueno, de todos modos, yo no puedo deshacer esas cinco muertes.
—¡Renuncio igualmente! ¡Me niego a que se me utilice así!
—Entonces morirán veinte personas. —Griffin sonrió con tristeza y extendió las manos—. Esto no es una amenaza. Más adelante en tu vida, resultarás ser la persona indicada en el sitio indicado en el momento indicado. Renuncia ahora y no estarás allí. Veinte personas morirán. Porque tú renunciaste.
Molly cerró los ojos con fuerza, sujetándose las lágrimas.
—Es usted un hombre malo, muy malo.
Hizo un ruido simpático y ambiguo que pudo haber sido una risita.
—Ya lo sé, querida. Créeme, ya lo sé.