EL RELATO DE LA CAZADORA DE SOMBRAS
Clary estaba sentada en el peldaño superior del Salón de los Acuerdos, contemplando la plaza del Ángel. La luna había salido un poco antes y resultaba apenas visible por encima de los tejados de las casas. Las torres de los demonios reflejaban sobre el suelo su luz de un blanco plateado. La oscuridad ocultaba tan bien las cicatrices y magulladuras de la ciudad, que tenía un aspecto apacible bajo el cielo nocturno… si uno no miraba arriba hacia la Colina del Gard y el contorno en ruinas de la ciudadela. Algunos guardas patrullaban la plaza a sus pies, y aparecían y desaparecían a medida que entraban y salían de la zona iluminada por las farolas de luz mágica, ignorando deliberadamente la presencia de Clary.
Unos pocos escalones por debajo de ella, Simon paseaba de un lado a otro; sus pisadas resultaban totalmente silenciosas. Tenía las manos en los bolsillos, y cuando daba la vuelta al final de la escalinata para volver a iniciar la marcha hacia el extremo donde estaba ella, la luz de la luna brillaba en su tez pálida como si fuese una superficie reflectante.
—Deja de dar vueltas —le dijo ella—. Me pones nerviosa.
—Lo siento.
—Es como si llevásemos aquí fuera desde hace una eternidad. —Clary aguzó el oído, pero no pudo oír más que el amortiguado murmullo de voces que llegaban de las cerradas puertas dobles del Salón—. ¿Oyes lo que dicen dentro?
Simon entrecerró los ojos; pareció concentrarse profundamente.
—Un poco —dijo tras una pausa.
—Ojalá estuviésemos ahí dentro —dijo Clary, golpeando los tacones con irritación contra los peldaños.
Luke le había pedido que aguardara al otro lado de las puertas mientras la Clave deliberaba; había querido enviar a Amatis fuera con ella, pero Simon había insistido en ir en su lugar, argumentando que sería mejor tener a Amatis dentro para apoyar a Clary.
—Ojalá pudiese participar en la reunión.
—No —dijo Simon—. Mejor no.
La joven sabía por qué Luke le había pedido que aguardase fuera. Podía imaginar lo que estaban diciendo sobre ella allí dentro. «Mentirosa. Bicho raro. Idiota. Loca. Estúpida. Monstruo. La hija de Valentine». Tal vez estaba mejor fuera del Salón, pero la tensión de anticipar la decisión de la Clave resultaba casi dolorosa.
—A lo mejor puedo escalar uno de ésos —dijo Simon, observando los gruesos pilares blancos que sostenían el tejado inclinado del Salón.
Había runas talladas en ellos en dibujos que se solapaban, pero aparte de eso no había asideros visibles.
—Así estaría menos nervioso.
—Vamos, Simon —dijo Clary—. Eres un vampiro, no Spiderman.
La única respuesta de Simon fue trotar suavemente escalones arriba hasta la base de un pilar. Lo contempló pensativamente por un momento antes de colocar las manos en él y empezar a trepar. Clary le contempló boquiabierta, mientas las yemas de sus dedos y los pies encontraban asideros imposibles en la piedra llena de aristas.
—¡Eres Spiderman! —exclamó.
Simon echó una ojeada abajo desde su posición a medio camino de la parte superior del pilar.
—Eso te convierte en Mary Jace. Es pelirroja —dijo; echó una ojeada sobre la ciudad y entrecerró los ojos—. Creí que podría ver la Puerta Norte desde aquí, pero no estoy lo bastante alto.
Clary sabía por qué quería ver la puerta. Habían despachado mensajeros hacia allí para pedir a los subterráneos que aguardaran mientras la Clave deliberaba, y Clary sólo podía esperar que estuviesen dispuestos a hacerlo. Y si era así, ¿cómo estaban las cosas allí fuera? Clary se imaginó a la multitud esperando, dando vueltas, haciéndose preguntas…
Las puertas dobles del Salón se abrieron ligeramente. Una figura delgada se deslizó por la abertura, cerró la puerta, y se acercó a Clary. Estaba en sombras, y hasta que no avanzó y estuvo más cerca de la luz mágica que iluminaba los escalones, Clary no distinguió la brillante llamarada de su melena roja y reconoció a su madre.
Jocelyn alzó la mirada con expresión desconcertada.
—Bueno, hola, Simon. Me alegro de ver que te estás… adaptando.
Simon soltó el pilar y se dejó caer, aterrizando suavemente a los pies de la columna. Parecía un tanto avergonzado.
—Hola, señora Fray.
—No sé si sirve de gran cosa que me llames así ahora —dijo la madre de Clary—. Quizá deberías llamarme Jocelyn a secas. —Vaciló—. Sabes, con lo extraña que es… esta… situación, me reconforta verte aquí con Clary. Ni siquiera recuerdo la última vez que estuvisteis separados.
Simon se mostró sumamente turbado.
—Me alegro de verla, también.
—Gracias, Simon. —Jocelyn dirigió una rápida mirada a su hija—. Bien, Clary, ¿habría algún inconveniente en que conversáramos un momento? ¿A solas?
Clary permaneció sentada totalmente inmóvil durante un momento, con la mirada fija en su madre. Le resultaba difícil no sentirse como si estuviese mirando a una desconocida. Notaba un nudo en la garganta, un nudo que casi le impedía hablar. Le echó un vistazo a Simon, que aguardaba inequívocamente una señal suya que le indicara si debía quedarse o marchar. La muchacha suspiró.
—De acuerdo.
Simon dedicó a Clary un alentador gesto con los pulgares hacia arriba antes de desaparecer de vuelta al interior del Salón. Clary volvió la cabeza y miró fijamente abajo hacia la plaza, contemplado a los guardas que hacían ronda, mientras Jocelyn se acercaba y se sentaba a su lado. Una parte de Clary quería inclinarse hacia el costado y descansar su cabeza sobre el hombro de su madre. Podría incluso cerrar los ojos y fingir que todo iba bien. Pero otra parte de ella sabía que no serviría de nada; no podía mantener los ojos cerrados eternamente.
—Clary —dijo Jocelyn por fin, en voz muy baja—, lo siento mucho.
Clary se contempló las manos. Reparó en que todavía sujetaban la estela de Patrick Penhallow. Esperó que él no pensara que tenía intención de robársela.
—Jamás pensé que volvería a ver este lugar —siguió Jocelyn.
Clary dedicó una furtiva mirada de soslayo a su madre y vio que miraba hacia la ciudad, hacia las torres de los demonios, que proyectaban su pálida luz blanquecina sobre la línea del horizonte.
—Soñaba con él a veces. Incluso quería pintarlo, pintar mis recuerdos de él, pero no podía hacerlo. Pensaba que si alguna vez veías las pinturas, podrías hacer preguntas, podrías preguntarte cómo habían aparecido aquellas imágenes en mi cabeza. Me asustaba tanto que descubrieras de dónde procedía yo realmente… Quién era en realidad.
—Y ahora lo he descubierto.
—Así es —dijo Jocelyn con un dejo de nostalgia en la voz—. Y tienes motivos para odiarme.
—No te odio, mamá —dijo Clary—. Pero…
—No confías en mí —replicó ella—. No puedo culparte. Debería haberte contado la verdad. —Tocó el hombro de Clary levemente y pareció sentirse animada cuando su hija no se apartó—. Podría decirte que lo hice para protegerte, pero sé cómo debe de sonar. Estaba ahí, en el Salón, observándote, hace un rato…
—¿Estabas allí? —Clary se sobresaltó—. No te he visto.
—Estaba justo al fondo del Salón. Luke me había pedido que no fuera a la reunión, que mi presencia no haría más que alterar a todo el mundo y confundirlo todo, y probablemente tenía razón, pero deseaba tanto estar allí. Me he escabullido dentro una vez iniciada la reunión y me he ocultado entre las sombras. Pero estaba allí. Y quería decirte…
—¿Qué hice un ridículo espantoso? —preguntó Clary con amargura—. Eso ya lo sé.
—No. Quería decirte que me he sentido orgullosa de ti.
Clary se dio la vuelta para mirar a su madre.
—¿De verdad?
—Desde luego que sí. —Jocelyn asintió—. El modo en que te has plantado ante la Clave. El modo en que les has mostrado lo que podías hacer. Has hecho que te miraran y vieran a la persona que más amaban en el mundo, ¿verdad?
—Sí —dijo Clary—. ¿Cómo lo has sabido?
—Porque los he oído a todos pronunciar nombres diferentes —respondió Jocelyn con suavidad—. Pero yo seguía viéndote a ti.
—Ah. —Clary bajó la vista hacia sus pies—. Bueno, sigo sin estar segura de si me creen sobre lo de las runas. Quiero decir, espero que sí, pero…
—¿Puedo verla? —preguntó Jocelyn.
—¿Ver qué?
—La runa. La que has creado para conectar a los cazadores de sombras y subterráneos. —Vaciló—. Si no me la puedes mostrar…
—No, no pasa nada.
Con la estela, Clary trazó sobre el mármol del escalón del Salón de los Acuerdos las líneas de la runa que el ángel le había mostrado, y éstas llamearon con ardientes líneas doradas mientras dibujaba. Era una runa poderosa, un mapa de líneas curvas que se sobreponían a una matriz de líneas rectas. Simple y compleja al mismo tiempo. Clary comprendió entonces por qué le había parecido de algún modo incompleta cuando la había visualizado antes: necesitaba una runa equivalente para hacerla funcionar. Una gemela. Una compañera.
—Alianza —dijo, retirando la estela—. Así es como la llamo.
Jocelyn observó en silencio mientras la runa llameaba y se desvanecía, dejando tenues líneas negras sobre la piedra.
—Cuando era joven —dijo por fin—, luché con tanta energía para unir a subterráneos y cazadores de sombras, para proteger los Acuerdos. Pensaba que perseguía una especie de sueño… algo que la mayoría de los cazadores de sombras apenas podían imaginar. Y ahora tú lo has hecho posible. —Pestañeó con energía—. Me he dado cuenta de algo observándote en el Salón. ¿Sabes?, todos estos años he intentado protegerte ocultándote. Por eso odiaba que fueses a esa discoteca, al Pandemónium. Sabía que era un lugar donde los subterráneos y los mundanos se mezclaban… y que eso significaba que habría cazadores de sombras allí. Imaginaba que era algo que llevabas en la sangre lo que te arrastraba a aquel lugar, algo que reconocía en mundo de las sombras incluso sin tu Visión. Pensaba que estarías a salvo si conseguía ocultarte ese mundo. Jamás se me ocurrió intentar protegerte ayudándote a ser fuerte y pelear. —Parecía triste—. Pero de algún modo conseguiste ser fuerte igualmente. Lo bastante fuerte para que te cuente la verdad, si todavía quieres escucharla.
—No lo sé. —Clary pensó en las imágenes que el ángel le había mostrado, en lo terribles que habían sido—. Sé que estaba enfadada contigo por mentirme. Pero no estoy segura de querer averiguar más cosas horribles.
—Hablé con Luke. Él pensó que deberías saber lo que tengo que contarte. Toda la historia. Al completo. Cosas que jamás he contando a nadie, que nunca le he contado ni siquiera a él. No puedo prometerte que la verdad sea agradable. Pero es la verdad.
«La Ley es dura, pero es la Ley». Le debía a Jace averiguar la verdad tanto como se lo debía a sí misma. Clary cerró con más fuerza la mano sobre la estela y sus nudillos se tornaron blancos.
—Quiero saberlo todo.
—Todo… —Jocelyn inspiró profundamente—. Ni siquiera sé por dónde empezar.
—¿Qué tal comenzar por cómo pudiste casarte con Valentine? Cómo pudiste casarte con un hombre así, convertirlo en mi padre… Es un monstruo.
—No; es un hombre. No es un buen hombre. Pero si quieres saber por qué me casé con él, fue porque le amaba.
—No puedes haberle amado —dijo Clary—. Nadie podría.
—Tenía tu edad cuando me enamoré de él —respondió Jocelyn—. Pensé que era perfecto: brillante, listo, maravilloso, divertido, encantador. Ya sé que me miras como si hubiese perdido el juicio. Tú sólo conoces a Valentine tal y como es ahora. No puedes imaginar cómo era entonces. Cuando íbamos juntos a la escuela, todo el mundo le quería. Parecía desprender luz, en cierto modo, como si hubiese alguna parte especial y brillante iluminada del universo a la que sólo él tuviese acceso y que, si teníamos suerte, podría compartir con nosotros, aunque sólo fuese un poco. Todas las chicas le querían, y yo pensaba que no tenía la menor posibilidad. No había nada de especial en mí. Yo ni siquiera era demasiado popular; Luke era uno de mis mejores amigos, y yo pasaba la mayor parte del tiempo con él. Pero con todo, de algún modo, Valentine me eligió.
«Asqueroso», quiso decir Clary. Pero se contuvo. Quizá era la nostalgia en la voz de su madre, mezclada con el pesar. Quizás era lo que había dicho sobre que Valentine desprendía luz. Clary había pensando lo mismo de Jace en una ocasión, y luego se había sentido estúpida por hacerlo. Pero a lo mejor todo el que se enamora siente lo mismo.
—De acuerdo —dijo—, lo entiendo. Pero tú tenías dieciséis años entonces. Eso no significa que tuvieses que casarte con él más tarde.
—Yo tenía dieciocho años cuando nos casamos. Él, diecinueve —repuso Jocelyn con total naturalidad.
—Ah, Dios mío —exclamó Clary, horrorizada—. Tú me matarías si yo quisiera casarme a los dieciocho.
—No lo dudes —convino ella—. Pero los cazadores de sombras tienden a casarse antes que los mundanos. Su…, nuestra… vida tiene una duración más corta; muchos fallecen de muerte violenta. Tendemos a hacerlo todo más pronto debido a eso. Aún así, es cierto, yo era joven para casarme. Pero, con todo, mi familia se sintió feliz por mí… Incluso Luke se sintió feliz por mí. Todo el mundo pensaba que Valentine era un chico maravilloso. Y lo era, ¿sabes?, sólo era un chico, entonces. La única persona que me dijo alguna vez que no debía casarme con él fue Madeleine. Habíamos sido amigas en la escuela, pero cuando le conté que estaba prometida, dijo que Valentine era egoísta y odioso, que su encanto ocultaba una terrible amoralidad. Yo me dije que estaba celosa.
—¿Lo estaba?
—No —dijo Jocelyn—; me decía la verdad. Pero no quise escucharla. —Bajó los ojos hacia sus manos.
—Te arrepentiste, ¿no? —repuso Clary—. Después de casarte con él, te arrepentiste de haberlo hecho, ¿verdad?
—Clary —dijo Jocelyn, y parecía cansada—. Éramos felices. Al menos durante los primeros años. Fuimos a vivir a la casa solariega de mis padres, donde yo había crecido; Valentine no quería permanecer en la ciudad, y quería además que el resto del Círculo evitara Alacante y los ojos fisgones de la Clave. Los Wayland vivían en la casa que estaba situada a menos de dos kilómetros de las nuestra, y había otros en las proximidades: Los Lightwood, los Penhallow. Era como estar en el centro del mundo, con toda esa actividad girando a nuestro alrededor, toda esa pasión; y yo estaba en medio de todo ello, junto a Valentine. Jamás me hizo sentir rechazada o sin importancia. No, yo era una parte clave del Círculo. Yo era uno de los pocos en cuyas opiniones confiaba. Me decía una y otra vez que sin mí no podría hacer nada de todo ello. Que sin mí, él no sería nada.
—¿En serio? —Clary no podía imaginar a Valentine diciendo nada como eso, nada que le hiciera sonar… vulnerable.
—Sí, lo decía, pero no era cierto. Valentine jamás habría podido ser un cero a la izquierda. Había nacido para ser un líder, para ser el centro de una revolución. Más y más conversos acudían a él. Eran atraídos por su pasión y la brillantez de sus ideas. Raras veces mencionaba siquiera a los subterráneos en aquellos primeros tiempos. Todo giraba en torno a la Clave, a cambiar leyes que eran antiguas y rígidas y erróneas. Valentine decía que debería haber más cazadores de sombras, para combatir a los demonios, más Institutos, que debíamos preocuparnos menos de ocultarnos y más de proteger al mundo de la raza demoníaca. Que deberíamos andar con la cabeza bien alta por el mundo. Su visión era seductora: un mundo lleno de cazadores de sombras, en el que los demonios huían asustados y los mundanos, en lugar de creer que no existíamos, nos daban las gracias por lo que hacíamos por ellos. Éramos jóvenes; pensábamos que era importante que nos dieran las gracias. No sabíamos nada. —Jocelyn inspiró profundamente, como si estuviera a punto de sumergirse bajo las aguas—. Entonces me quedé embarazada.
Clary sintió una helada picazón en el cogote y de improviso —no podría describir el motivo— ya no estuvo segura de querer que su madre le contara la verdad, ya no estuvo segura de querer oír, otra vez, como Valentine había convertido a Jace en un monstruo.
—Mamá…
Jocelyn sacudió la cabeza ciegamente.
—Me preguntaste por qué nunca te conté que tenías un hermano. Éste es el motivo. —Tomó aire entrecortadamente—. ¡Me sentí tan feliz cuando lo descubrí! Y Valentine; él siempre había querido ser padre, dijo. Adiestrar a su hijo para que fuese un guerrero tal y como su padre lo había adiestrado a él. «O a tu hija», le decía yo, y él sonreía y decía que una hija podía ser una guerrera igual que un chico, y que se sentiría feliz con cualquiera de las dos cosas. Yo pensaba que todo era perfecto.
»Y entonces a Luke le mordió un hombre lobo. Te contarán que existe una posibilidad entre dos de que un mordisco te transmita la licantropía. Yo creo que lo más probable es que sean tres de cada cuatro. Raras veces he visto a nadie escapar de la enfermedad, y Luke no fue una excepción. En la siguiente luna llena efectuó el Cambio. Estaba allí, en nuestra puerta, por la mañana, cubierto de sangre, con las ropas hechas jirones. Quise reconfortarle, pero Valentine me apartó a un lado. “Jocelyn —dijo—, el bebé”. Como si Luke estuviese a punto de caer sobre mí y arrancarme al bebé del vientre. Era Luke, pero Valentine me apartó y lo arrastró escalera abajo hacia el interior del bosque. Cuando regresó, mucho más tarde, venía solo. Corrí hasta él, pero me dijo que Luke se había matado en un acto de desesperación por haber contraído la licantropía. Que estaba… muerto.
El dolor en la voz de Jocelyn era crudo y áspero, pensó Clary, incluso ahora, que sabía que Luke no había muerto entonces. Pero Clary recordó su desesperación cuando había sostenido a Simon en sus brazos mientras éste se moría sobre los escalones del Instituto. Hay algunos sentimientos que uno jamás olvida.
—Pero Valentine le dio un cuchillo a Luke —dijo Clary con un hilo de voz—, le pidió que se matase e hizo que el esposo de Amatis se divorciase de ella sólo porque su hermano se había convertido en un hombre lobo.
—Yo no lo sabía —dijo Jocelyn—. Después de lo de Luke, fue como si hubiese caído en un pozo negro. Pasé meses en mi dormitorio, durmiendo todo el tiempo, comiendo sólo por el bebé. Los mundanos dirían que tuve una depresión, pero los cazadores de sombras carecemos de esa clase de término. Valentine creyó que tenía un embarazo complicado. Le dijo a todo el mundo que estaba enferma. Sí, estaba enferma; no podía dormir. No dejaba de pensar que oía ruidos extraños, gritos durante la noche. Valentine me daba pociones para dormir, pero sólo me provocaban pesadillas. Terribles sueños en los que Valentine me inmovilizaba e intentaba clavarme un cuchillo, o en los que yo me ahogaba con veneno. Por la mañana estaba agotada, y dormía durante todo el día. No tenía ni idea de qué sucedía en el exterior, ni idea de qué había obligado a Stephen a divorciarse de Amatis y a casarse con Céline. Yo estaba aturdida. Y entonces… —Jocelyn entrelazó las manos sobre el regazo; le temblaban violentamente—. Y entonces tuve al bebé.
Se quedó callada durante tanto tiempo que Clary se preguntó si volvería a hablar. Jocelyn miraba sin ver en dirección a las torres de los demonios, tamborileando nerviosamente con los dedos sobre las rodillas. Por fin dijo:
—Mi madre estaba conmigo cuando nació el bebé. Tú jamás conociste a tu abuela. Era una mujer muy buena. Te habría gustado, creo. Me entregó a mi hijo, y al principio sólo supe que encajaba a la perfección en mis brazos, que la manta que lo envolvía era suave, y que era muy pequeño y delicado, con tan sólo un mechón de pelo rubio en lo alto de la cabeza… Y entonces abrió los ojos.
La voz de Jocelyn carecía de inflexión, era casi monótona; con todo, Clary descubrió que tiritaba, temiendo lo que su madre pudiera decir a continuación. «No —quería pedirle—. No me lo digas». Pero Jocelyn siguió hablando, las palabras brotaban de ella igual que un veneno helado.
—El horror me inundó. Fue como verse bañado en ácido; mi piel pareció consumirse y desprenderse de los huesos, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no dejar caer al bebé y empezar a chillar. Dicen que toda madre conoce a su hijo instintivamente. Supongo que lo opuesto también es verdad. Cada nervio de mi cuerpo chillaba que aquel no era mi bebé, que era algo horrible y antinatural, tan inhumano como un parásito. ¿Cómo podía no darse cuenta mi madre? Ella me sonreía como si nada malo sucediera.
»“Se llama Jonathan”, dijo una voz desde la puerta. Alcé los ojos y vi a Valentine contemplando la escena con una expresión complacida. El bebé volvió a abrir los ojos, como si reconociera el sonido de su nombre. Tenía los ojos negros, negros como la noche, insondables como túneles excavados en su cráneo. No había nada de humano en ellos.
Hubo un largo silencio. Clary permanecía paralizada, mirando fijamente a su madre, horrorizada. «Está hablando de Jace —pensó—. De Jace cuando era un bebé. ¿Cómo puede uno sentir eso hacia un bebé?».
—Mamá —susurró—. A lo mejor… a lo mejor estabas en estado de shock o algo. O a lo mejor estabas enferma…
—Eso fue lo que Valentine me dijo —repuso Jocelyn sin la menor emoción—. Que estaba enferma. Valentine adoraba a Jonathan. No podía comprender qué era lo que me sucedía. Y yo sabía que él tenía razón. Yo era un monstruo, una madre que no soportaba a su propio hijo. Pensé en matarme. Podría haberlo hecho también…, pero entonces recibí un mensaje, entregado mediante una carta de fuego, de Ragnor Fell. Era un brujo que siempre había sido amigo de mi familia; era a quién recurríamos cuando necesitábamos un hechizo curativo, esa clase de cosas. Había averiguado que Luke se había convertido en líder de una manada de seres lobo en el bosque de Brocelind, junto a la frontera oriental. Quemé la nota en cuanto la recibí. Sabía que Valentine no podía saberlo jamás. Pero hasta que no fui al campamento de seres lobo y vi a Luke no supe con seguridad que Valentine me había mentido sobre el suicidio de Luke. Fue entonces cuando empecé a odiarle verdaderamente.
—Pero Luke dijo que tú sabías que había algo en Valentine que no era como debía ser…, que tú sabías que estaba haciendo algo terrible. Dijo que tú lo sabías incluso antes de que él sufriera el Cambio.
Por un momento, Jocelyn no respondió.
—¿Sabes?, a Luke no deberían haberle mordido. No debería haber sucedido. Era una patrulla rutinaria por los bosques, había salido con Valentine…, no debería haber sucedido.
—Mamá…
—Luke dice que yo le conté que tenía miedo de Valentine incluso antes de su Cambio. Dice que le conté que podía oír gritos a través de las paredes de la casa, que yo sospechaba algo, que temía algo. Y Luke…, el confiado Luke…, le preguntó a Valentine sobre ello justo al día siguiente. Ésa noche Valentine se llevó a Luke de caza, y le mordieron. Creo…, creo que Valentine me hizo olvidar lo que había visto, lo que fuese que me asustaba. Me hizo creer que se trataba de pesadillas. Y creo que se aseguró de que a Luke le mordieran esa noche. Creo que quería deshacerse de Luke de modo que nadie pudiese recordarme que sentía miedo de mi esposo. Pero no me di cuenta de eso, no inmediatamente. Luke y yo nos vimos por un espacio de tiempo tan breve aquel día, y yo deseaba con tanto ahínco contarle lo de Jonathan… Pero no podía, no podía. Jonathan era mi hijo. Con todo, ver a Luke, tan sólo el hecho de verle, me hizo más fuerte. Fui a casa diciéndome que haría un nuevo esfuerzo con Jonathan, que aprendería a amarle. Me obligaría a amarle.
»Aquélla noche me despertó el sonido de un bebé que lloraba. Me senté muy tiesa en la cama, sola en el dormitorio. Valentine estaba fuera en una reunión del Círculo, así que no tenía a nadie con quien compartir mi asombro. Jonathan, sabes, jamás lloraba… Nunca hacía el menor ruido. Su silencio era una de las cosas que más me alteraba de él. Corrí por el pasillo hasta su habitación, pero dormía silenciosamente. A pesar de todo, podía oír llorar a un bebé, estaba segura de ello. Corrí escalera abajo, siguiendo el sonido del llanto. Parecía provenir del interior de la bodega, pero la puerta estaba cerrada con llave porque la bodega no se usaba nunca. Sin embargo, yo había crecido en la casa. Sabía dónde ocultaba mi padre una llave…
Jocelyn no miraba a Clary mientras hablaba; parecía inmersa en la historia, en sus recuerdos.
—¿Nunca te conté la historia de la esposa de Barba Azul, verdad, cuando eras pequeña? El esposo dijo a su esposa que nunca mirase en la habitación cerrada, y ella miró, y encontró los restos de todas las esposas que él había asesinado antes de casarse con ella, exhibidas como mariposas en una vitrina de cristal. Yo no tenía ni idea cuando giré la llave en la cerradura de lo que encontraría dentro. Si tuviese que hacerlo otra vez, ¿sería capaz de obligarme a abrir la puerta, de usar mi luz mágica para que me guiara en la oscuridad? No lo sé, Clary. No lo sé.
»El olor… ah, el olor allí abajo, como a sangre y muerte y putrefacción. Valentine había excavado un lugar bajo el suelo, en lo que en una ocasión había sido una bodega. No era un niño a quien había oído llorar, después de todo. Había celdas allí abajo, con cosas encerradas en ellas. Criaturas demoníacas, atadas con cadenas de electro, se retorcían, aleteaban y gorgoteaban en sus celdas, pero había más, mucho más; cuerpos de subterráneos, en diferentes estados de muerte y agonía. Había hombres lobo cuyos cuerpos estaban medio disueltos en polvo de plata; vampiros sumergidos cabeza abajo en agua bendita hasta que la carne se les desprendía de los huesos; hadas a las que habían perforado la piel con hierro frío.
»Incluso ahora no pienso en él como un torturador. En realidad, no. Parecía perseguir un fin casi científico. Había libros de notas junto a la puerta de cada celda, anotaciones minuciosas de sus experimentos, de cuánto tiempo había tardado cada criatura en morir. Había un vampiro al que había quemado la piel una y otra vez para ver si existía un punto más allá del cual la pobre criatura ya no pudiera regenerarse. Era duro leer sus anotaciones sin desmayarse o vomitar. No sé cómo lo conseguí, pero no hice ninguna de las dos cosas.
»Había una página consagrada a experimentos que había realizado consigo mismo. Había leído en alguna parte que la sangre de los demonios podía actuar como amplificador de los poderes de los que nacen de forma innata los cazadores de sombras. Lo había probado inyectándose la sangre, sin conseguir nada. Nada había sucedido aparte de náuseas. Al final llegó a la conclusión de que era demasiado mayor para que la sangre le afectara, que se le tenía que administrar a un niño para que tuviera todo su efecto… preferiblemente a uno que no hubiese nacido aún.
»En la página contigua a aquella en la que constaban tales conclusiones había escrito una serie de notas con un encabezamiento que reconocí. Mi nombre. Jocelyn Morgenstern.
»Recuerdo el modo en que me temblaban los dedos mientras pasaba las páginas y las palabras se grababan a fuego en mi cerebro. “Jocelyn ha vuelto a beber la mezcla esta noche. No hay cambios visibles en ella, pero una vez más es el niño lo que me interesa… Con infusiones regulares de icor demoníacos como las que le he estado suministrando, el niño puede ser capaz de cualquier proeza… Anoche oí latir el corazón del niño, con más fuerza que cualquier corazón humano, con un sonido como el de una campana poderosa, anunciando el principio de una nueva generación de cazadores de sombras, la sangre de ángeles y demonios mezclada para producir poderes más allá de ninguno que se haya podido imaginar anteriormente… El poder de los subterráneos ya no será el más grande en esta tierra…”.
»Había más, mucho más. Arañé las páginas, los dedos me temblaban, la mente rememoraba a toda velocidad, recordando los preparados que Valentine me había dado para beber cada noche, las pesadillas sobre ser apuñalada, asfixiada, envenenada. Pero no era a mí a quién había estado envenenando. Era a Jonathan. Era a Jonathan a quien había convertido en una especie de criatura medio demonio. Y entonces, Clary…, entonces fue cuando comprendí lo que Valentine era en realidad.
Clary soltó un aliento que no era consciente de haber estado conteniendo. Era horrible —¡tan horrible!— y sin embargo todo encajaba con la visión que Ithuriel le había mostrado. No estaba segura de a quién compadecía más, a su madre o a Jonathan. Jonathan —no podía pensar en él como Jace, no con su madre allí, no con la historia tan fresca en la mente— condenado a no ser del todo humano por un padre a quién le había importado más asesinar subterráneos de lo que le había importado su propia familia.
—Pero… no huiste entonces, ¿verdad? —preguntó Clary, con una voz débil a sus propios oídos—. Te quedaste…
—Por dos motivos —dijo Jocelyn—. Uno fue el Levantamiento. Lo que encontré en la bodega aquella noche fue como una bofetada. Me despertó de mi sufrimiento y me hizo ver lo que sucedía a mí alrededor. Una vez que comprendí lo que Valentine planeaba —la matanza sistemática de subterráneos—, supe que no podía dejar que sucediera. Empecé a reunirme en secreto con Luke. No podía contarle lo que Valentine nos había hecho a mí y a nuestro hijo. Sabía que eso no haría más que enfurecerlo, que no dejaría de intentar ir tras Valentine y darle muerte, y que sólo conseguiría morir en el intento. Y tampoco podía permitir que nadie más supiese lo que se le había hecho a Jonathan. A pesar de todo, seguía siendo mi hijo. Pero sí le conté a Luke los horrores que había visto en la bodega, mi convicción de que Valentine estaba perdiendo el juicio, que enloquecía paulatinamente. Juntos planeamos frustrar el Levantamiento. Me sentía compelida a hacerlo, Clary. Era una especie de expiación, el único modo de que podía hacerme sentir como si hubiese pagado por el pecado de haberme unido al Círculo, de haber confiado en Valentine. De haberle amado.
—¿Y él no lo supo? Valentine, quiero decir. ¿No se figuró lo que estabas haciendo?
Jocelyn negó con la cabeza.
—Cuando la gente te quiere, confía en ti. Además, en casa intentaba fingir que todo era normal. Me comportaba como si mi repugnancia inicial por Jonathan hubiese desaparecido. Lo llevaba a casa de Maryse Lightwood, le dejaba jugar con su hijo pequeño, Alec. A veces Céline Herondale se unía a nosotros; ella estaba embarazada por entonces. «Tu esposo es tan amable», me decía. «Está tan preocupado por Stephen y por mí. Me da pociones y preparados para la salud de mi bebé; son fabulosos».
—¡Ah! —dijo Clary—. ¡Ah, Dios mío!
—Eso fue lo que yo pensé —repuso Jocelyn en tono sombrío—. Quería decirle que no confiase en Valentine ni aceptara nada de lo que le diese, pero no podía. Su esposo era el amigo más íntimo de Valentine, y ella me habría delatado a él inmediatamente. Mantuve la boca cerrada. Y entonces…
—Ella se mató —dijo Clary, recordando la historia—. Pero… ¿se debió a lo que Valentine le hizo?
Jocelyn negó con la cabeza.
—Sinceramente, no lo creo. A Stephen lo mataron en una incursión, y ella se cortó las muñecas cuando se enteró de la noticia. Estaba embarazada de ocho meses. Se desangró… —Hizo una pausa—. Fue Hodge quien encontró el cuerpo. Y lo cierto es que Valentine sí pareció consternado por sus muertes. Desapareció durante casi todo un día después de eso, y regresó a casa con cara de sueño y tambaleante. Y sin embargo, en cierto modo, yo me sentía casi agradecida por su desconsuelo. Al menos significaba que no prestaba atención a lo que yo hacía. Cada día temía más y más que Valentine descubriera la conspiración e intentase sacarme la verdad a base de tortura: ¿quién estaba en nuestra alianza secreta?, ¿cuánto había traicionado yo de sus planes? Me preguntaba cómo soportaría yo la tortura, si podría resistirla. Temía terriblemente que no podría. Finalmente decidí tomar medidas para asegurarme de que esto no sucedería jamás. Fui a ver a Fell con mis temores y él creó una poción para mí…
—La poción procedente del Libro de lo Blanco —indicó Clary, comprendiendo—. Así que la querías para eso. Y el antídoto… ¿cómo fue a parar a la biblioteca de los Wayland?
—Lo oculté allí una noche durante una fiesta —respondió Jocelyn con un asomo de sonrisa—. No se lo quería decir a Luke; sabía que no le gustaría la idea de la poción, pero todas las demás personas que conocían estaban en el Círculo. Envié un mensaje a Ragnor, pero se marchaba de Idris y no quería decir cuándo regresaría. Dijo que siempre se le podía contactar con un mensaje…, pero ¿quién lo enviaría? Finalmente, comprendí que existía una persona a quién sí podía decírselo, una persona que odiaba a Valentine lo bastante para no delatarme jamás a él. Envié una carta a Madeleine explicándole lo que planeaba hacer y que el único modo de revivirme era encontrar a Ragnor Fell. Jamás recibí una respuesta de ella, pero tenía que creer que lo había leído y que lo comprendía. Era todo a cuanto podía aferrarme.
—Dos razones —dijo Clary—. Has dicho que había dos razones por las que te quedaste. Una era el Levantamiento. ¿Cuál era la otra?
Los ojos de Jocelyn estaban cansado, pero luminosos y muy abiertos.
—Clary —respondió—, ¿no lo adivinas? La segunda razón es que volvía a estar embarazada. Embarazada de ti.
—Ah —dijo la chica con un hilo de voz.
Recordó a Luke diciendo: «Volvía a estar embarazada, y hacía semanas que lo sabía».
—Pero ¿eso no hizo que quisieras huir aún más?
—Sí —dijo Jocelyn—. Pero sabía que no podía. De haber huido de Valentine, él habría movido cielo e infierno para conseguir recuperarme. Me habría seguido al fin del mundo porque yo le pertenecía y jamás me dejaría marchar. Y a lo mejor le habría permitido ir tras de mí, y arriesgarme, pero jamás le habría dejado ir tras de ti. —Se apartó los cabellos del rostro cansado—. Existía sólo un modo de que pudiera asegurarme de que jamás lo hiciera. Y era que muriese.
Clary miró a su madre sorprendida. Jocelyn seguía pareciendo cansada, pero su rostro brillaba con una luz ardiente.
—Pensaba que lo matarían durante el Levantamiento —dijo—. Por alguna razón, yo jamás habría podido matarle. No habría podido obligarme a hacerlo. Pero nunca pensé que sobreviviría a la batalla. Y más tarde, cuando la casa ardió, quise creer que estaba muerto. Me dije una y otra vez que él y Jonathan habían muerto quemados en el incendio. Pero sabía… —Su voz se apagó—. Por eso hice lo que hice. Pensé que era el único modo de protegerte: quitarte tus recuerdos, convertirte en tan mundana como pude. Ocultarte en el mundo de los mundanos. Fue estúpido, me doy cuenta ahora, estúpido y equivocado. Y lo siento, Clary. Sólo espero que puedas perdonarme…, si no ahora, en el futuro.
—Mamá.
Clary se aclaró la garganta. Se había sentido como si estuviese a punto de llorar durante la mayor parte de los últimos diez minutos.
—Está bien. Es sólo… hay una cosa que no entiendo. —Enredó los dedos en el tejido del abrigo—. Quiero decir, conocía ya algo de lo que Valentine le hizo a Jace… quiero decir, a Jonathan. Pero por el modo en que describes a Jonathan es como si fuese un monstruo. Y mamá, Jace no es así. No se parece en nada a eso. Si le conocieses… Si pudieras simplemente verle…
—Clary. —Jocelyn alargó la mano y tomó la de Clary en la suya—. Hay más cosas que tengo que contarte. No te he ocultado nada más ni hay más mentiras. Pero hay cosas que nunca supe, cosas que acabo de descubrir. Y pueden ser muy duras de oír.
«¿Peores que las que ya me has contado?», pensó la muchacha, y se mordió el labio y asintió.
—Sigue adelante y cuéntamelas. Prefiero saberlas.
—Cuando Dorothea me dijo que se había visto a Valentine en la ciudad, supe que estaba allí por mí… por la Copa. Quise huir, pero no conseguía tener el valor para decirte el motivo. No te culpo en absoluto por huir de mí aquella noche espantosa, Clary. Me alegré de que no estuvieses allí cuando tu padre…, cuando Valentine y sus demonios irrumpieron en nuestro apartamento. Sólo tuve tiempo para tragarme la poción; pude oírlos derribando la puerta… —Dejó de hablar, tensa—. Esperé que Valentine me dejara allí creyéndome muerta, pero no lo hizo. Me llevó a Renwick con él. Intentó varios métodos para despertarme, pero nada funcionó. Yo estaba en una especie de estado de sueño; era medio consciente de su presencia allí, pero no podía moverme ni responderle. Dudo que pensara que podía oírle o comprenderle. Y con todo se sentaba junto a mi cama mientras yo dormía y me hablaba.
—¿Te hablaba? ¿Sobre qué?
—Sobre nuestro pasado. Nuestro matrimonio. Cómo me había amado y yo le había traicionado. Cómo no había amado a nadie desde entonces. Creo que lo decía en serio, además. Yo siempre había sido una persona con la que había hablado sobre las dudas que tenía, la culpa que sentía, y en los años desde que lo había abandonado no creo que hubiese habido nunca nadie más. Creo que era incapaz de no hablarme, incluso aunque sabía que no debía. Creo que simplemente quería hablar con alguien. Uno habría pensando que lo que le preocupaba sería lo que les había hecho a aquellas pobres personas, convirtiéndolas en repudiados, y lo que planeaba hacer a la Clave. Pero no era así. De lo que quería hablar era sobre Jonathan.
—¿Qué tenía que decir sobre él?
Jocelyn apretó los labios.
—Quería decirme que lamentaba lo que le había hecho a Jonathan antes de que naciera, porque sabía que casi me había destruido a mí. Había sabido que yo había estado a punto de suicidarme por ello, aunque no sabía que yo también estaba desconsolada por lo que había descubierto de él. De algún modo, había conseguido sangre de ángel. Es una sustancia casi legendaria para los cazadores de sombras. Se supone que beberla te proporciona una fuerza increíble. Valentine la había probado en sí mismo y había descubierto que le daba no tan sólo una energía mayor sino una sensación de euforia y felicidad cada vez que se la inyectaba en la sangre. Así que tomó un poco, la deshidrató convirtiéndola en polvo, y la mezcló con mi comida, esperando que me ayudaría en mi desesperación.
«Yo sé de dónde sacó la sangre de ángel», se dijo Clary, pensando en Ithuriel con intensa tristeza.
—¿Crees que funcionó?
—Me pregunto si ése fue el motivo de que repentinamente encontrase el norte y la capacidad para seguir adelante y ayudar a Luke a frustrar el Levantamiento. Resultaría irónico si fuese así, teniendo en cuenta por qué lo hizo Valentine, para empezar. Pero lo que él no sabía era que mientras lo hacía, yo estaba embarazada de ti. Así que si a mí podía haberme afectado ligeramente, a ti te afectó sin duda mucho más. Creo que es el motivo de que puedas hacer lo que haces con las runas.
—Y tal vez —dijo Clary—, el motivo de que tú puedas hacer cosas como atrapar la imagen de la Copa Mortal en una carta del tarot. Y el motivo de que Valentine pueda hacer cosas como liberar de la maldición a Hodge…
—Valentine ha pasado años experimentando sobre sí mismo de muchas maneras —repuso Jocelyn—. Ahora es lo más parecido que un ser humano, que un cazador de sombras, puede llegar a ser a un brujo. Pero nada de lo que pueda hacerse así mismo tendría la clase de efecto profundo en él que pudo tener en ti o en Jonathan, porque vosotros erais pequeños. No estoy segura de que nadie haya hecho nunca lo que Valentine hizo; al menos, a un bebé antes de que naciese.
—Así que Jace… Jonathan… y yo en realidad fuimos experimentos los dos.
—Tú lo fuiste involuntariamente. Con Jonathan, Valentine quería crear alguna especie de súper guerrero, más fuerte, veloz y mejor que otros cazadores de sombras. En Renwick, Valentine me contó que Jonathan era realmente todas esas cosas. Pero que también era cruel y amoral y extrañamente vacío. Jonathan era leal a Valentine, pero supongo que éste se dio cuenta en algún momento durante el proceso de que al intentar crear a un niño que era superior a otros, había creado a un hijo que jamás podría amarle.
Clary pensó en Jace, en la expresión que había tenido en Renwick, en el modo en que había aferrado aquel pedazo de Portal roto con tanta fuerza que los dedos le habían sangrando.
—No —dijo—. No y no. Jace no es así. Él sí quiere a Valentine. No debería, pero lo hace. Y no está vacío. Es todo lo contrario a lo que dices.
Las manos de Jocelyn se retorcieron en su regazo. Estaban recubiertas de finas cicatrices blancas, las delicadas cicatrices blancas que todos los cazadores de sombras lucían, el recuero de las Marcas que había desaparecido. Pero, en realidad, Clary nunca antes había visto las cicatrices de su madre. La magia de Magnus siempre se las había hecho olvidar. Había una, en el interior de la muñeca, que tenía una forma muy parecida a una estrella…
Su madre habló entonces, y cualquier otro pensamiento huyó de su mente.
—No estoy hablando de Jace.
—Pero… —empezó Clary.
Todo se ralentizó, como si soñara. «A lo mejor estoy soñando —pensó—. A lo mejor mi madre no ha despertado y todo esto es un sueño».
—Jace —continuó Clary— es el hijo de Valentine. Quiero decir, ¿qué otra persona podría ser?
Jocelyn miró a su hija directamente a los ojos.
—La noche que Céline Herondale murió estaba embarazada de ocho meses. Valentine le había estado dando pociones, polvos; probaba en ella lo que había estado probando en sí mismo, con la sangre de ángel, con la esperanza de que el hijo de Stephen sería tan fuerte y poderoso como sospechaba que sería Jonathan, pero sin las peores cualidades de éste. No podía soportar que su experimento se desperdiciase, así que con la ayuda de Hodge le abrió el vientre a Céline y sacó al bebé. Ella llevaba muerta muy poco tiempo…
Clary emitió un sonido como si fuese a vomitar.
—Eso no es posible.
Jocelyn siguió adelante como si su hija no hubiese hablado.
—Valentine cogió a la criatura e hizo que Hodge la llevara a su propio hogar de infancia, en un valle no lejos del lago Lyn. Por eso estuvo ausente toda la noche. Hodge se ocupó del bebé hasta el Levantamiento. Tras eso, puesto que Valentine fingía ser Michael Wayland, se trasladó a la casa de los Wayland y lo crio como si fuese el hijo de Michael Wayland.
—Entonces —susurró Clary—, ¿Jace no es mi hermano?
Sintió como su madre le oprimía la mano… un apretón compasivo.
—No, Clary. No lo es.
La visión de la muchacha se oscureció. Podía sentir el corazón latiendo violentamente en golpes separados y nítidos. «Mi madre me compadece —pensó vagamente—. Cree que para mí es una mala noticia». Las manos le temblaban.
—Entonces ¿de quién eran los huesos del incendio? Luke dijo que eran los huesos de un niño…
Jocelyn meneó la cabeza.
—Ésos eran los huesos de Michael Wayland, y los huesos de su hijo. Valentine los mató a los dos y quemó los cuerpos. Quería que la Clave creyese que tanto él como si hijo estaban muertos.
—Entonces Jonathan…
—Está vivo —dijo Jocelyn, mientras el dolor pasaba como un relámpago por su cara—. Eso me contó Valentine en Renwick. Valentine crio a Jace en la casa solariega de los Wayland, y a Jonathan en la casa cerca del lago. Se las apañó para dividir su tiempo entre los dos viajando de una casa a la otra, en ocasiones dejando solo a uno de los dos durante largos periodos de tiempo. Parece ser que Jace jamás conoció la existencia de Jonathan, aunque Jonathan puede que sí supiera de Jace. Jamás se vieron, a pesar de que probablemente vivieran sólo a unos kilómetros uno del otro.
—¿Y Jace no lleva sangre de demonio en su interior? ¿No está maldito?
—¿Maldito? —Jocelyn parecía sorprendida—. No, no tiene sangre de demonio. Clary, Valentine experimento en Jace cuando era un bebé con la misma sangre que usó en mí y en ti. Sangre de ángel. Jace no está maldito. Más bien todo lo contrario. Todos los cazadores de sombras tienen algo de la sangre del Ángel en ellos, pero vosotros dos tenéis un poco más.
La mente de Clary estaba llena de confusión. Intentó imaginarse a Valentine criando a dos hijos al mismo tiempo, uno en parte demonio, el otro en parte ángel. Un chico que era oscuridad, y uno que era luz. Amando a ambos, quizás, tanto como era capaz de amar nada. Jace no había sabido nunca de la existencia de Jonathan, pero ¿qué había sabido el otro muchacho sobre él? Su parte complementaria, su opuesto. ¿Habría odiado pensar que existía? ¿Habría ansiado conocerlo? ¿Habría sentido indiferencia? Ambos habían estado tan solo. Y uno de ellos era su hermano… su auténtico hermano de sangre.
—¿Crees que él sigue siendo igual? Jonathan, quiero decir, ¿crees que podría haberse vuelto… mejor?
—No lo creo —respondió Jocelyn con suavidad.
—Pero ¿qué hace que estés tan segura? —Clary se volvió para mirar a su madre, repentinamente ansiosa—. Me refiero a que a lo mejor ha cambiado. Han pasado años. Quizás…
—Valentine me contó que había pasado años enseñando a Jonathan cómo resultar agradable, incluso encantador. Quería utilizarlo como espía, no puedes ser un espía si aterras a todo el que se cruza en tu camino. Jonathan incluso aprendió una cierta facultad para proyectar glamoures sutiles, para convencer a la gente de que era simpático y digno de confianza. —Jocelyn suspiró—. Te cuento esto para que no te sientas mal por haberte dejado engañar. Clary, tú has conocido a Jonathan. Sólo que él no te dijo nunca su nombre autentico porque se hacía pasar por otra persona: Sebastian Verlac.
Clary se quedó mirando a su madre con asombro. «Pero él es el primo de los Penhallow», insistió parte de su mente, aunque desde luego Sebastian no había sido nunca quien afirmaba ser; todo lo que había dicho había sido una mentira. Pensó en el modo en que se había sentido ella la primera vez que le había visto, como si reconociera a alguien que había conocido de toda su vida, alguien tan íntimamente familiar para ella como su propio ser. Jamás se había sentido así con respecto a Jace.
—¿Sebastian es mi hermano?
El rostro de huesos menudos de Jocelyn estaba contraído, las manos apretadas una con otra. Las puntas de los dedos estaban blancas, como si las estuviera presionando con demasiada fuerza entre sí.
—Hoy hablé con Luke durante mucho rato sobre todo lo que ha sucedido en Alacante desde que llegasteis. Me contó lo de las torres de los demonios, y sus sospecha de que Sebastian había destruido las salvaguardas aunque no tenía ni idea de cómo. Me di cuenta entonces de quién era realmente Sebastian.
—¿Por qué mintió sobre ser Sebastian Verlac y porque es un espía de Valentine?
—Por esas dos cosas, sí —dijo Jocelyn—, pero en realidad no lo supe hasta que Luke me dijo que le habías contado que Sebastian se teñía el cabello. Y podría equivocarme, pero un muchacho sólo un poco mayor que tú, de cabellos rubios y ojos oscuros, sin padres aparentes, totalmente leal a Valentine…, no pude evitar pensar que debía de ser Jonathan. Además, Valentine siempre estaba intentando encontrar un modo de derribar las salvaguardas, siempre convencido de que existía una manera de hacerlo. Experimentar en Jonathan con sangre de demonio…, dijo que era un modo de hacerlo más fuerte, un guerrero mejor, pero hay algo más…
—¿A qué te refieres? —Clary la miró atónita.
—Fue cómo eliminó las salvaguardas —dijo su madre—. No puedes traer a un demonio a Alacante, pero necesitas sangre de demonio para derribar las salvaguardas. Jonathan tiene sangre de demonio; está en sus venas. Y ser un cazador de sombras le garantiza la entrada a la ciudad siempre que quiera entrar, pase lo que pase. Usó su propia sangre para suprimir las salvaguardas, estoy segura de ellos.
Clary pensó en Sebastian de pie frente a ella en la hierba cerca de las ruinas de la casa de los Fairchild. El modo en que el viento le había azotado los oscuros cabellos sobre el rostro. El modo en que le había sujetado las muñecas, clavándole las uñas en la carne. El modo en que había dicho que era imposible que Valentine hubiese querido nunca a Jace. Ella había pensado que se debía a que odiaba a Valentine. Pero no era así. Sebastian había estado… celoso.
Pensó en el sombrío príncipe de sus dibujos, el que se había parecido tanto a Sebastian. Había desechado el parecido como una coincidencia, una broma de su imaginación, pero ahora se preguntó si era el vínculo de la sangre que compartían lo que la había impulsado a dar al desdichado héroes de su historia el rostro de su hermano. Intentó visualizar otra vez al príncipe, pero la imagen pareció hacerse añicos y disolverse ante sus ojos, igual que cenizas arrastradas por el viento. Únicamente podía ver al Sebastian presente, con la luz roja de la ciudad en llamas reflejada en los ojos.
—Jace —dijo—. Alguien tiene que decírselo. Debe saber la verdad.
Sus pensamientos dieron tumbos sobre sí mismos, atropelladamente; si Jace hubiese sabido que no tenía sangre de demonio, a lo mejor no habría ido tras Valentine. Si hubiese sabido que no era el hermano de Clary…
—Pero pensaba que nadie sabía dónde estaba… —repuso Jocelyn, con una mezcla de lástima y perplejidad.
Antes de que Clary pudiese responder, las puertas dobles del Salón se abrieron de par en par, derramando luz sobre la arcada sostenida con pilares y los escalones situados debajo de ésta. El sordo rugido de voces, que ya no quedaba amortiguado, se elevó a la vez que Luke cruzaba las puertas. Parecía exhausto, pero había una ligereza en él que no había estado allí antes. Parecía casi aliviado.
Jocelyn se puso en pie.
—Luke. ¿Qué sucede?
Él dio unos pocos pasos hacia ellas, luego se detuvo entre la entrada y la escalinata.
—Jocelyn —dijo—, lamento interrumpiros.
—No pasa nada, Luke.
Incluso sumida en su aturdimiento, Clary pensó: «¿Por qué no dejan de llamarse por su sus nombres de ese modo?». Había una especie de embarazo entre ellos, una turbación que no estaba ahí antes.
—¿Ocurre algo?
Él negó con la cabeza.
—No. Para variar, algo marcha bien. —Sonrió a Clary, y no había ni rastro de embarazo en su sonrisa: parecía complacido con la muchacha, e incluso orgulloso—. Lo hiciste, Clary —dijo—. La Clave ha accedido a permitir que les pongas la Marca. No va a haber rendición.