DONDE HAY PESAR
Clary despertó, dando boqueadas, de un sueño de ángeles que sangraban con las sábanas enroscadas a su alrededor en una tirante espiral. La habitación de invitados de Amatis estaba totalmente a oscuras y resultaba muy bochornosa, igual que estar encerrado en un ataúd. Alargó el brazo y descorrió de un tirón las cortinas. La luz del día entró a borbotones. Frunció el ceño y volvió a cerrarlas.
Los cazadores de sombras quemaban a sus muertos, y, desde el ataque de los demonios, el cielo al oeste de la ciudad había estado teñido de humo. Contemplarlo a través de la ventana hizo que Clary se sintiese mareada, así que mantuvo las cortinas cerradas. En la oscuridad de la habitación cerró los ojos, intentando recordar su sueño. Había habido ángeles en él, y la imagen de la runa que Ithuriel le había mostrado centelleaba una y otra vez contra la pared interior de sus párpados como la intermitente señal de un semáforo indicando que se podía cruzar. Era una runa sencilla, tan sencilla como un nudo, pero por mucho que se concentraba, no conseguía leerla, no lograba averiguar qué significaba. Todo lo que sabía era que le resultaba de algún modo incompleta, como si quienquiera que hubiese creado el dibujo no lo hubiese terminado del todo.
«Éstos no son los primeros sueños que te he mostrado», había dicho Ithuriel. Pensó en sus otros sueños: Simon con cruces marcadas a fuego en las manos, Jace con alas, lagos de hielo resquebrajándose que brillaban como el cristal de un espejo. ¿Se los había enviado también el ángel?
Se incorporó con un suspiro. Los sueños podían ser malos, pero las imágenes que desfilaban por su cerebro una vez despierta no eran mucho mejores. Isabelle, llorando en el suelo del Salón de los Acuerdos, tirando con tal fuerza del negro pelo entrelazado en sus dedos que a Clary le preocupó que pudiera arrancarlo. Maryse chillándole a Jia Penhallow que el chico que había acogido en su casa, su sobrino, era el causante de aquello, y que si él estaba tan íntimamente aliado con Valentine, ¿qué decía eso de ellos? Alec intentando tranquilizar a su madre, pidiéndole a Jace que lo ayudara, pero Jace se había limitado a permanecer allí quieto mientras el sol se alzaba sobre Alacante y resplandecía a través del techo del Salón.
—Ha amanecido —había dicho Luke, con su aspecto más cansado del que Clary le había visto nunca—. Es hora de traer aquí los cuerpos.
Y había enviado al exterior patrullas para que recogieran a los cazadores de sombras y a los licántropos muertos que yacían en las calles y los llevaran a la plaza situada fuera del Salón, la plaza que Clary había cruzado con Sebastian cuando había comentado que el Salón parecía una iglesia. Le había parecido entonces un lugar bonito, bordeado con jardineras y tiendas pintadas de brillantes colores. Y ahora estaba lleno de cadáveres.
Incluido Max. Pensar en el niño que con tanta seriedad había hablado con ella sobre manga le provocó un nudo en el estómago. Le había prometido que lo llevaría a una librería de cómics, pero eso ya no sucedería. «Le habría comprado libros —pensó—. Todos los libros que hubiera querido». Aunque eso ya no importaba.
«No pienses en ello». Volvió a patear las sábanas hacia atrás y se levantó. Tras una rápida ducha se puso los vaqueros y el jersey que había llevado el día de su llegada desde Nueva York. Apretó su rostro contra la tela antes de ponerse el jersey, esperando captar el olor de Brooklyn, o el olor del detergente de la lavandería —algo que le recordara a su hogar— pero lo habían lavado y olía a jabón de limón. Con un nuevo suspiro, marchó escalera abajo.
En la casa sólo estaba Simon, sentado en el sofá de la salita. Las ventanas abiertas detrás de él dejaban entrar la luz del día a raudales. Clary se dijo que su amigo se había convertido en algo parecido a un gato, que siempre buscaba espacios bañados por el sol en los que enroscarse. Sin embargo, no importaba cuánto sol recibiese ya que su piel seguía teniendo el mismo blanco marfileño.
Clary cogió una manzana del cuenco que había sobre la mesa y se dejó caer junto a él, doblando las piernas bajo el cuerpo.
—¿Has podido dormir?
—Un poco. —La miró—. Debería ser yo quien preguntara. Eres tú la que tiene sombras bajo los ojos. ¿Más pesadillas?
Ella se encogió de hombros.
—Otra vez lo mismo. Muerte, destrucción, ángeles perversos.
—O sea: igualito a la vida real, entonces.
—Sí, pero al menos, cuando despierto, finaliza. —Dio un mordisco a la manzana—. Déjame adivinar. Luke y Amatis están en el Salón de los Acuerdos, celebrando otra reunión.
—Sí. Creo que están celebrando la reunión en la que se juntan y deciden qué otras reuniones tienen que llevar a cabo. —Simon se puso a juguetear con el fleco que bordeaba un cojín—. ¿Has recibido noticias de Magnus?
—No.
Clary intentaba no pensar en el hecho de que habían pasado tres días desde que había visto a Magnus, y que éste no había enviado aún ningún mensaje; o que no había nada que le impidiese al brujo coger el Libro de lo Blanco y desaparecer en el éter, sin que se volviera a saber nada de él. Se preguntó por qué había creído alguna vez que era una buena idea confiar en alguien que empleaba tanto perfilador de ojos.
Tocó suavemente a Simon en la muñeca.
—¿Y tú? ¿Qué hay de ti? ¿Sigues sintiéndote bien aquí?
Había intentado que Simon se marchara a casa en cuanto finalizó la batalla; a casa, que era un lugar seguro. Pero él había mostrado una curiosa resistencia a ello. Por la razón que fuese, parecía querer quedarse. Ella esperaba que no se debiera a que pensase que tenía que cuidar de ella; había estado a punto de tomar la iniciativa y decirle que no necesitaba su protección, pero no lo había hecho porque en parte no podía soportar verle marchar. Así que se quedó, y Clary se sentía secreta y culpablemente complacida.
—¿Estás consiguiendo… ya sabes… lo que necesitas?
—¿Te refieres a sangre? Claro, Maia me trae botellas cada día. Pero no me preguntes de dónde las saca.
La primera mañana que Simon había pasado en la casa de Amatis, un licántropo sonriente había aparecido en la puerta con un gato vivo para él.
—Sangre —dijo. Con un fuerte acento en la voz—. Para ti. ¡Fresca!
Simon le había dado las gracias al hombre lobo, había esperado a que marchase y luego había dejado marchar al gato, que tenía un color levemente verdoso en el rostro.
—Bueno, pues tendrás que obtener tu sangre de algún modo —comentó Luke, con expresión divertida.
—Tengo un gato en casa —respondió Simon—. Ni hablar.
—Se lo diré a Maia —prometió Luke, y desde entonces la sangre había llegado en discretas botellas de leche.
Clary no tenía ni idea de cómo se las apañaba Maia y, al igual que Simon, tampoco quería preguntar. No había visto a la chica lobo desde la noche de la batalla, pues los licántropos permanecían acampados en alguna parte del cercano bosque y tan sólo Luke seguía en la ciudad.
—¿Qué sucede? —Simon echó la cabeza hacia atrás, mirándola por entre las pestañas—. Parece como si quisieras preguntarme algo.
Había varias cosas que Clary quería preguntarle, pero decidió apostar por una de las opciones más seguras.
—Hodge —dijo, y vaciló—, cuando estabas en la celda…, ¿realmente no sabías que era él?
—No podía verle. Tan sólo oírle a través de la pared. Charlamos una barbaridad.
—¿Y te cayó bien? Quiero decir… ¿era agradable?
—¿Agradable? No lo sé. Torturado, triste, inteligente, compasivo en momentos fugaces… Sí, me caía bien. Creo que yo le recordaba a sí mismo, en cierto modo.
—¡No digas eso! —Clary se sentó muy tiesa, soltando casi la manzana—. Tú no eres en absoluto como era Hodge.
—¿No crees que soy torturado e inteligente?
—Hodge era malvado. Tú no —dijo Clary con decisión—. Eso es todo.
—La gente no nace buena o mala —repuso Simon con un suspiro—. Quizá nace con tendencias hacia un lado u otro, pero es el modo en que vives tu vida lo que importa. Y la gente a la que conoces. Valentine era amigo de Hodge, y no creo que Hodge en realidad tuviese a nadie más en su vida para que le cuestionase o le hiciese ser una persona mejor. Si yo hubiese tenido esa vida, no sé cómo habría acabado siendo. Pero no la tuve. Tengo a mi familia. Y te tengo a ti.
Clary le sonrió, pero sus palabras resonaron dolorosamente en sus oídos. «La gente no nace buena o mala». Siempre había pensando que eso era cierto, pero en las imágenes que el ángel le había mostrado había oído a su madre llamar a su propio hijo malvado, «monstruo». Deseó poder hablar a Simon sobre aquello, contarle todo lo que el ángel le había mostrado, pero no podía. Habría significado contarle lo que había descubierto sobre Jace y eso no podría hacerlo. Era el secreto de Jace y debía ser él quien lo explicase si quería, no ella. Simon le había preguntado en un ocasión qué había querido decir Jace cuando había hablado con Hodge, por qué se había llamado a sí mismo monstruo, pero ella se había limitado a responder que era difícil comprender lo que Jace quería decir con cualquier cosa de las que decía en el mejor de los casos. No estaba segura de que Simon la hubiese creído, pero él no había vuelto a preguntarle.
Un fuerte golpe en la puerta le ahorró tener que decir nada. Contrariada, Clary dejó el corazón de la manzana que se acababa de comer sobre la mesa.
—Iré yo.
La puerta abierta dejó entrar una oleada de aire frío y limpio. Aline Penhallow estaba en los peldaños de la entrada, vestida con una chaqueta de seda rosa oscuro y casi hacía juego con los círculos que tenía bajo los ojos.
—Necesito hablar contigo —le dijo sin preámbulos.
Sorprendida, Clary sólo pudo asentir y mantener la puerta abierta.
—De acuerdo. Entra.
—Gracias.
Aline pasó junto a ella con brusquedad y entró en la sala. Se quedó paralizada al ver a Simon sentado en el sofá, con la boca entreabierta por el asombro.
—¿No es ese…?
—¿El vampiro? —Simon sonrió ampliamente.
La leve pero inhumana agudeza de sus incisivos resultaba apenas visible sobre el labio inferior cuando sonreía de aquel modo. Clary deseó que no lo hiciera.
Aline se volvió hacia Clary.
—¿Puedo hablar contigo a solas?
—No —dijo Clary, y se sentó en el sofá junto a Simon—. Cualquier cosa que tengas que decir, nos la puedes decir a los dos.
Aline se mordió el labio.
—Bien. Mirad, hay algo que quiero contarles a Alec, Jace e Isabelle, pero no tengo ni idea de dónde encontrarlos precisamente ahora.
Clary suspiró.
—Movieron unos cuantos hilos y se instalaron en una casa vacía. La familia que vivía allí se marchó al campo.
Aline asintió. Gran cantidad de gente había abandonado Idris desde los ataques. La mayoría se había quedado —más de los que Clary habría esperado—, pero bastantes otros había recogido sus cosas y se habían marchado, dejando sus casas vacías.
—Están perfectamente, si es eso lo que quieres saber. Mira, yo tampoco les he visto desde la batalla. Podría enviarles un mensaje a través de Luke si quieres…
—No sé. —Aline se mordisqueaba el labio inferior—. Mis padres tuvieron que contarle a la tía de Sebastian en París lo que él había hecho. Se disgustó mucho.
—Pues como cualquiera si su sobrino resultara ser un cerebro diabólico —comentó Simon.
Aline le lanzó una mirada sombría.
—Contestó que eso no se correspondía en absoluto con su manera de ser, que debía de haber algún error. Así que me envió algunas fotos suyas. —Aline introdujo la mano en el bolsillo y sacó varias fotografías ligeramente dobladas, que le entregó a Clary—. Mira.
Clary miró. Las fotografías mostraban a un muchacho de cabellos oscuros que reía, apuesto en cierto modo, con una sonrisa pícara y una nariz ligeramente demasiado grande. Parecía la clase de chico con el que sería divertido salir por ahí. Además, no se parecía en nada a Sebastian.
—¿Éste es tu primo?
—Ése es Sebastian Verlac. Lo que significa…
—Que el chico que estaba aquí, que decía llamarse Sebastian, es alguien totalmente distinto. —Clary se dedicó a pensar en las fotos con creciente agitación.
—He pensando que… —Aline volvía a mordisquearse el labio—. Pensé que si los Lightwood sabían que Sebastian, o quien quiera que fuese ese chico, no era realmente nuestro primo, a lo mejor me perdonarían. Nos perdonarían.
—Estoy segura de que lo harán. —Clary intentó que su voz sonase todo lo amable que pudo—. Pero esto es mucho más importante que eso. La Clave querrá saber que Sebastian no era simplemente un muchacho cazador de sombras mal aconsejado. Valentine lo envió aquí deliberadamente a espiar.
—Lo cierto es que fue muy convincente —dijo Aline—. Conocía cosas que sólo mi familia conoce. Sabía cosas de nuestra infancia…
—Eso hace que uno se pregunte qué le sucedió al auténtico Sebastian —indicó Simon—. A tu primo. Parece que abandonó París, en dirección a Idris, y nunca llegó aquí. Así pues, ¿qué le sucedió durante el camino?
Clary fue quien respondió.
—Lo que le sucedió fue Valentine. Debe de haberlo planeado todo y sabía dónde estaría Sebastian y cómo interceptarlo durante el camino. Y si hizo eso con Sebastian…
—Entonces puede haber otros —dijo Aline—. Deberías decírselo a la Clave. Decídselo a Lucian Graymark. —Captó la mirada sorprendida de Clary—. La gente le escucha. Eso dicen mis padres.
—A lo mejor deberías venir al Salón con nosotros —sugirió Simon—. Contárselo tú misma.
Aline sacudió la cabeza.
—No puedo enfrentarme a los Lightwood. En especial a Isabelle. Ella me salvó la vida, y yo… yo huí. No pude impedirlo, porque huí.
—Estabas conmocionada. No fue culpa tuya.
Aline no pareció convencida.
—Y ahora su hermano… —Se interrumpió, volviéndose a morder el labio—. De todos modos, Clary, hay algo que quería decirte.
—¿A mí? —Clary se sintió perpleja.
—Sí. —Aline inspiró profundamente—. Mira, cuando nos pescaste a mí y a Jace, no era nada. Yo le besé. Fue… un experimento. Y en realidad no funcionó.
Clary se ruborizó muchísimo. «¿Por qué me cuenta esto?».
—Oye, está bien. Es asunto de Jace, no mío.
—Bueno, en ese momento me pareció que te alterabas. —Una sonrisita apareció en las comisuras de los labios de Aline—. Y creo saber el motivo.
Clary tragó saliva para eliminar el sabor ácido que notaba en la boca.
—¿Lo sabes?
—Mira, tu hermano tiene mucho éxito. Todo el mundo lo sabe; ha salido con una barbaridad de chicas. Te preocupa que si tonteaba conmigo se metiera en problemas. Al fin y al cabo, nuestras familias son… Eran… amigas. No necesitas preocuparte, ¿vale? No es mi tipo.
—No creo que haya oído nunca a una chica decir eso antes —repuso Simon—. Pensaba que Jace era la clase de chico que encaja con el tipo de todo el mundo.
—También yo lo pensaba —dijo Aline despacio—; por eso le besé. Intentaba descubrir si cualquier chico es mi tipo.
«Ella besó a Jace —pensó Clary—. Él no la besó. Ella le besó». Se encontró con los ojos de Simon por encima de la cabeza de Aline. Simon parecía divertido.
—Bien, ¿qué has decidido?
—Aún no estoy segura. —Aline se encogió de hombros—. Pero, oye, al menos no tienes que preocuparte por Jace.
«Ojalá».
—Siempre tengo que preocuparme por él.
El espacio en el interior del Salón de los Acuerdos había sido reconfigurado rápidamente desde la noche de la batalla. Desaparecido el Gard, servía como sala para el Consejo, lugar de reunión para gente que buscaba miembros desaparecidos de su familia o lugar donde enterarse de las últimas noticias. La fuente central estaba seca, y a ambos lados de ella se habían colocado largos bancos en hileras de cara a un estrado elevado en el extremo de la estancia. Mientras algunos nefilim estaban sentados en los bancos en lo que parecía una sesión del Consejo, en los pasillos y bajo las arcadas que bordeaba la enorme habitación, docenas de otros cazadores de sombras daban vueltas con ansiedad. El Salón ya no parecía un lugar en el que cualquiera querría bailar. Había una atmósfera peculiar en el aire, una mezcla de tensión y anticipación.
Pese a la reunión de la Clave en el centro, por todas partes se sucedían conversaciones susurradas. Clary captó fragmentos de charlas mientras Simon y ella cruzaban la habitación: las torres de los demonios volvían a funcionar. Las salvaguardas volvían a ocupar su lugar, aunque más débiles que antes. Se habían avistado demonios en las colinas al sur de la ciudad. Las casas de campo estaban abandonas, nuevas familiar habían abandonado la ciudad, y algunas habían abandonado la Clave por completo.
En la plataforma elevada, rodeado de mapas de la ciudad colgados, estaba el Cónsul, con el ceño fruncido como un guardaespaldas junto a un hombre bajo y regordete vestido de gris. El hombre regordete gesticulaba furibundo mientras hablaba, pero nadie parecía estar prestándole atención.
—Ah, mierda, ése es el Inquisidor —masculló Simon al oído de Clary, señalándolo—. Aldertree.
—Y ahí está Luke —dijo Clary, distinguiéndolo entre la multitud.
Luke estaba cerca de la fuente seca, absorto en su conversación con un hombre que llevaba un equipo de combate muy dañado y un vendaje cubriéndole la mitad izquierda de la cara. Clary buscó a Amatis con la mirada y la descubrió sentada en silencio en el extremo de un banco, tan lejos de los otros cazadores de sombras como podía colocarse. La mujer descubrió a Clary, mostró una expresión sobresaltada y empezó a ponerse en pie.
Luke vio a Clary, puso mala cara y habló con el hombre del vendaje en voz baja, excusándose. Cruzó la estancia hacia donde estaban ella y Simon de pie junto a uno de los pilares, con el ceño más y más fruncido a medida que se aproximaba.
—¿Qué hacéis aquí? Ya sabéis que la Clave no admite a niños en sus reuniones, y en cuanto a ti… —Miró furibundo a Simon—. Probablemente no sea la mejor idea que te muestres ante el Inquisidor, incluso aunque no haya absolutamente nada que él pueda hace al respecto. —Una sonrisa le crispó la comisura del labio—. Al menos sin hacer peligrar cualquier alianza que la Clave pudiera querer establecer con subterráneos en el futuro.
—Eso es cierto. —Simon agitó los dedos en un saludo al Inquisidor, que Aldertree ignoró.
—Simon, para. Estamos aquí por un motivo. —Clary le tendió las fotografías de Sebastian a Luke—. Éste es Sebastian Verlac. El auténtico Sebastian Verlac.
La expresión de Luke se ensombreció. Pasó las fotos una tras otra sin decir nada mientras Clary le repetía lo que Aline le había contado. Simon, entretanto, permanecía en pie nervioso, mirando de forma fulminante a Aldertree, quien se esforzaba por ignorarlo.
—¿Y se parece mucho el auténtico Sebastian a su impostor? —preguntó por fin Luke.
—En realidad no —respondió Clary—. El falso Sebastian era más alto. Y creo que probablemente era rubio, porque definitivamente se teñía el pelo. Nadie tiene el pelo tan negro.
«Y el tinte manchó mis dedos cuando lo toqué», pensó, aunque se guardó el pensamiento para sí.
—De todos modos, Aline quería que os las mostrásemos a ti y a los Lightwood. Pensó que a lo mejor si sabían que él no era en realidad un pariente de los Penhallow, entonces…
—No le ha hablado a sus padres de esto, ¿verdad? —Luke señaló las fotos.
—Me parece que aún no —dijo Clary—. Creo que vino directamente a mí. Quería que te lo contase. Dijo que la gente te escucha.
—Quizás algunos sí. —Luke volvió a echarle un vistazo al hombre del rostro vendado—. Precisamente estaba hablando con Patrick Penhallow en estos momentos. Valentine fue un buen amigo suyo en el pasado y podría haber mantenido vigilada a la familia de un modo y otro en los años transcurridos desde entonces. —Devolvió las fotos a Clary—. Por desgracia, los Lightwood no van a formar parte del Consejo hoy. Ésta mañana fue el funeral de Max. —Al ver la expresión en el rostro de Clary, añadió—: Fue una ceremonia muy íntima, Clary. Sólo la familia.
«Pero yo soy la familia de Jace», dijo una vocecita en tono de protesta dentro de su cabeza. Sin embargo en seguida surgió otra más potente que la sorprendió con su amargura. «Y él te dijo que estar cerca de ti era como desangrarse lentamente hasta morir. ¿Realmente crees que necesita sentir eso en el funeral de Max?».
—Entonces puedes decírselo esta noche, tal vez —dijo Clary—. Quiero decir… que creo que serán buenas noticias. Quienquiera que sea Sebastian en realidad, no está emparentado con sus amigos.
—Serían mejores noticias si supiésemos dónde está —masculló Luke—. O qué otros espías tiene Valentine aquí. Han debido ser varios de ellos los implicados en la desactivación de las salvaguardas. Sólo pudo hacerse desde el interior de la ciudad.
—Hodge dijo que Valentine había descubierto cómo hacerlo —indicó Simon—. Dijo que hacía falta sangre de demonios para desactivar las salvaguardas, aunque no existía ningún modo de hacer entrar sangre de demonios en la ciudad. Pero dijo que Valentine había encontrado un modo.
—Alguien pintó una runa con sangre de demonios en la cúspide de una de las torres —dijo Luke con un suspiro—, así que está claro que Hodge tenía razón. Por desgracia, la Clave siempre ha confiado demasiado en sus salvaguardas. Pero incluso el rompecabezas más ingenioso tiene una solución.
—A mí me parece la clase de ingenio que consigue que te pateen el trasero cuando juegas —dijo Simon—. En cuanto proteges tu fortaleza con un Hechizo de invisibilidad Total, alguien aparece y descubre cómo hacer trizas el lugar.
—Simon —intervino Clary—, cállate.
—No va tan desencaminado —repuso Luke—. Lo que no sabemos es cómo consiguieron introducir sangre de demonio en la ciudad sin disparar las salvaguardas primero. —Se encogió de hombros—. Aunque es el menor de nuestros problemas en este momento. Las salvaguardas vuelven a funcionar, pero ya sabemos que no son infalibles. Valentine podría regresar en cualquier momento con una fuerza aún mayor, y dudo que pudiésemos rechazarlo. No hay suficientes nefilim, y los que hay aquí están totalmente desmoralizados.
—Pero ¿qué hay de los subterráneos? —preguntó Clary—. Dijiste al Cónsul que la Clave tiene que pelear junto con los subterráneos.
—Puedo decirle eso a Malachi y a Aldertree hasta quedarme sin resuello, pero eso no significa que vayan a escucharme —dijo Luke con voz cansina—. La única razón por la que dejan que me quede es porque la Clave votó mantenerme aquí como consejero. Y únicamente hicieron eso porque a unos cuantos de ellos les salvó la vida mi manada. Pero eso no significa que quieran más subterráneos en Idris…
Alguien chilló.
Amatis estaba de pie, con la mano sobre la boca y la mirada fija en la parte delantera del Salón. Había un hombre de pie en la entrada, enmarcado por el resplandor de la luz del sol del exterior. No era más que una silueta, hasta que dio un paso al frente, al interior del Salón, y Clary pudo ver su rostro.
Valentine.
Por algún motivo, lo primero que la muchacha advirtió fue que no llevaba ni barba ni bigote. Ello lo hacía parecer más joven, más parecido al muchacho enojado de los recuerdos que Ithuriel le había mostrado. En lugar de un traje de combate, vestía un traje oscuro de raya diplomática de elegante corte y una corbata. Iba desarmado. Podría haber pasado por cualquiera de los hombres que recorrían las calles de Manhattan. Podría haber pasado por el padre de cualquiera.
No miró en dirección a Clary, ni dio muestras de advertir su presencia en absoluto. Tenía los ojos puestos en Luke mientras avanzaba por el estrecho pasillo entre los bancos.
«¿Cómo puede entrar aquí de este modo sin armas?», se preguntó Clary, y su pregunta obtuvo respuesta al cabo de un instante: el Inquisidor Aldertree emitió un ruido parecido al de un oso herido; se desasió de Malachi, que intentaba retenerlo, descendió del estrado con pasos tambaleantes y se arrojó sobre Valentine.
Pasó a través de su cuerpo igual que un cuchillo abriéndose paso a través del papel. Valentine se volvió para contemplar a Aldertree con una expresión de anodino interés mientras el Inquisidor se tambaleaba, chocaba con un pilar y caía, desgarbadamente, de bruces contra el suelo. El Cónsul, siguiéndolo, se inclinó para ayudarlo a ponerse en pie; había una expresión de repugnancia apenas disimulada en su rostro mientras lo hacía, y Clary se preguntó si la repugnancia iba dirigida a Valentine o a Aldertree por actuar tan estúpidamente.
Otro tenue murmullo se propagó por la estancia. El Inquisidor chirriaba y forcejeaba como una rata en una trampa; Malachi lo sujetaba firmemente por los brazos mientras Valentine se adentraba en la habitación sin dedicar otra mirada a ninguno de los dos. Los cazadores de sombras que habían estado agrupados alrededor de los bancos retrocedieron, como las aguas del mar Rojo abriéndose para Moisés, dejando una senda despejada hasta el centro de la sala. Clary sintió un escalofrío cuando se aproximó a donde estaba ella con Luke y Simon. «Es sólo una proyección —se dijo—. No está aquí en realidad. No puede hacerte daño».
A su lado, Simon se estremeció. Clary le cogió la mano justo cuando Valentine se detenía en los peldaños del estrado y se volvía parar mirarla directamente. Sus ojos la escudriñaron una vez, con indiferencia, como para tomarle la medida; pasaron completamente por encima de Simon, y fueron a posarse en Luke.
—Lucian —dijo.
Luke le devolvió la mirada, fija y uniforme, sin decir nada. Era la primera vez que estaban juntos en la misma habitación desde Renwick, se dijo Clary, y entonces Luke estaba medio muerto tras la lucha y cubierto de sangre. Era más fácil ahora advertir tanto las diferencias como las similitudes entre los dos hombres: Luke, con su desastrada camisa de franela y vaqueros, y Valentine, con su hermoso traje de aspecto caro; Luke, con barba de un día y canas en el cabello, y Valentine, con un aspecto muy parecido al que tenía a los veinticinco años… sólo que más frío, en cierto modo, y más duro, como si el paso de los años lo hubieran convertido en piedra poco a poco.
—He oído que la Clave te ha hecho formar parte del Consejo —dijo Valentine—. Sería muy propio de una Clave diluida por la corrupción y la alcahuetería verse infiltrada por mestizos degenerados.
Su voz era plácida, casi jovial; hasta tal punto que era difícil percibir el veneno de sus palabras, o creer realmente que las decía en serio. Su mirada se volvió de nuevo hacia Clary.
—Clarissa —dijo—, aquí con el vampiro, ya veo. Cuando las cosas se hayan arreglado un poco, debemos discutir en serio tu elección de mascotas.
Un gruñido sordo brotó de la garganta de Simon. Clary lo agarró la mano, con fuerza…, tan fuerte que habría habido una época en que él se habría desasido violentamente debido al dolor. Ahora no parecía sentirlo.
—No —susurró ella—. Claro que no.
Valentine ya había apartado la atención de ellos. Ascendió los peldaños al estrado y se dio la vuelta para mirar a todos los allí reunidos.
—Tantos rostros familiares —comentó—. Patrick. Malachi. Amatis.
Amatis permanecía rígida; los ojos le ardían de odio.
El Inquisidor seguía forcejeando sujeto por Malachi. La mirada de Valentine se movió, medio divertida.
—Incluso tú, Aldertree. He oído que fuiste indirectamente responsable de la muerte de mi viejo amigo Hodge Starkweather. Fue una lástima.
Luke consiguió hablar por fin.
—Lo admites, entonces —dijo—. Tú eliminaste las salvaguardas. Tú enviaste a los demonios.
—En efecto —respondió Valentine—. Y puedo enviar más. Seguramente la Clave…, incluso la Clave, tan estúpidos como son…, debe de haberlo imaginado. Tú sí lo sospechabas, ¿verdad, Lucian?
Los ojos de Luke tenían un severo tono azul.
—Sí. Pero yo te conozco, Valentine. ¿Has venido a negociar o a refocilarte?
—Ninguna de las dos cosas. —Valentine contempló a la silenciosa muchedumbre—. No tengo necesidad de negociar —dijo, y aunque su tono era tranquilo, la voz se propagó como si estuviera amplificada—. Y no deseo refocilarme. No disfruto causando la muerte de cazadores de sombras; ya quedan demasiado pocos, en un mundo que nos necesita desesperadamente. Pero así es como le gusta a la Clave, ¿verdad? Es otra de sus reglas disparatadas, las reglas que usan para oprimir a los cazadores de sombras corrientes. Hice lo que hice porque tenía que hacerlo. Hice lo que hice porque era el único modo de conseguir que la Clave escuchara. No murieron cazadores de sombra debido a mí; murieron porque la Clave me ignoró. —Trabó la mirada con Aldertree a través de la multitud; el rostro del Inquisidor estaba lívido y se crispaba espasmódicamente—. Muchos de vosotros pertenecisteis una vez a mi Círculo —siguió Valentine lentamente—. Os hablo a vosotros ahora, y a aquellos que conocían el Círculo pero se mantuvieron al margen. ¿Recordáis lo que predije hace quince años? ¿Qué a menos que actuásemos contra los Acuerdos, la ciudad de Alacante, nuestra preciosa capital, sería invadida por multitudes babeantes de mestizos, con las razas degeneradas pisoteando todo lo que nos es tan querido? Escoria medio humana atreviéndose a liderarnos. Así pues, mis amigos, mis enemigos, mis hermanos en el Ángel, os pregunto: ¿me creéis ahora? —Su voz se alzó hasta transformarse en un grito—: ¿ME CREÉIS AHORA?
Barrió la habitación con la mirada como si esperase una respuesta. No hubo ninguna… únicamente una multitud de rostros que le miraban fijamente.
—Valentine. —La voz de Luke, aunque queda, rompió el silencio—. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? Los Acuerdos que tanto temías no convirtieron a los subterráneos en iguales a los nefilim. Ni aseguraron a los medio humanos un lugar en el Consejo. Los viejos odios seguían allí. Deberías haber confiado en ellos, pero no lo hiciste…, no podías…, y ahora nos has dado la única cosa que podía unirnos a todos. —Sus ojos buscaron los de Valentine—. Un enemigo común.
Un rubor recorrió la palidez del rostro de Valentine.
—Yo no soy un enemigo. No soy enemigo de los nefilim. Tú sí. Eres tú quién intenta engatusarlos para conducirlos a una lucha imposible. ¿Crees que esos demonios que visteis son todos los que tengo? Eran una mínima parte de los que puedo convocar.
—También nosotros somos más —dijo Luke—. Más nefilim y más subterráneos.
—Subterráneos —se burló Valentine—. Saldrán corriendo a la primera señal de auténtico peligro. Los nefilim nacen para ser guerreros, para proteger al mundo, pero el mundo odia a los de tu especie. Existe un motivo por el que la plata pura os quema y la luz del día abrasa a los Hijos de la Noche.
—A mi no me abrasa —dijo Simon con una voz dura y clara, a pesar de la mano de Clary que lo sujetaba—. Aquí estoy, de pie a la luz del sol…
Pero Valentine se limitó a reír.
—Te he visto atragantarte con el nombre de Dios, vampiro —dijo—. En cuanto a por qué puedes permanecer bajo la luz del sol… —Se interrumpió y sonrió burlón—. Eres una anomalía, tal vez. Un fenómeno. Pero sigues siendo un monstruo.
«Un monstruo. —Clary pensó en Valentine en el barco, en lo que había dicho allí—: “Tu madre me dijo que yo había convertido a su primer hijo en un monstruo. Me abandonó antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo”».
«Jace». Pensar en él le produjo un dolor agudo. «Después de lo que Valentine hizo, va y se queda ahí parado hablando de monstruos…».
—El único monstruo que hay en este Salón —dijo, muy a su pesar y también a pesar de su decisión de permanecer callada— eres tú. Vi a Ithuriel —siguió cuando él volvió la cabeza para mirarla sorprendido—. Lo sé todo…
—Lo dudo —replicó Valentine—; si fuera así, mantendrías la boca cerrada. Por el bien de tu hermano, y por el tuyo.
«¡No menciones a Jace!», quiso gritarle, pero otra voz surgió para interrumpir la suya, una fría e inesperada voz femenina, valiente y llena de amargura.
—¿Y qué hay de mi hermano?
Amatis fue a colocarse a los pies del estrado, alzando los ojos hacia Valentine. Luke dio un respingo de sorpresa y sacudió la cabeza en dirección a ella, pero Amatis le ignoró.
Valentine arrugó la frente.
—¿Qué pasa con Lucian?
Clary percibió que la pregunta de Amatis lo había desconcertado, o tal vez era simplemente que Amatis estaba allí, preguntando, enfrentándose a él. Valentine la había despreciado años atrás por débil, como alguien con pocas probabilidades de desafiarle. A Valentine no le gustaba que la gente le sorprendiese.
—Me dijiste que ya no era mi hermano —dijo Amatis—. Te llevaste a Stephen de mi lado. Destruiste mi familia. Dices que no eres enemigo de los nefilim, pero nos enfrentas a unos contra otros, familia contra familia, destrozando nuestras vidas sin escrúpulos. Dices que odias a la Clave, pero eres tú quién los convirtió en lo que son ahora: mezquinos y paranoicos. Los nefilim acostumbrábamos a confiar los unos en los otros. Fuiste tú quien lo cambió. Jamás te perdonaré por ello. —La voz le tembló—. Ni por hacer que tratara a Lucian como si ya no fuese mí hermano. No te perdonaré tampoco por eso. Ni me perdonaré a mi misma por escucharte.
—Amatis…
Luke dio un paso al frente, pero su hermana alzó una mano para detenerlo. Brillaban lágrimas en sus ojos, pero mantenía la espalda erguida y su voz era firme y decidida.
—Hubo un tiempo en el que todos estábamos dispuestos a escucharte, Valentine —dijo—. Y todos tenemos eso clavado en nuestras conciencias. Pero ya no. Ése tiempo acabó. ¿Hay alguien aquí que no esté de acuerdo conmigo?
Clary irguió con energía la cabeza y miró a los cazadores de sombras allí congregados: le parecieron el tosco esbozo de una multitud con manchones blancos por caras. Vio a Patrick Penhallow, con la mandíbula erguida, y al Inquisidor, que temblaba como un frágil árbol ante un fuerte viento. Y a Malachi, cuyo rostro oscuro y refinado resultaba extrañamente ilegible.
Nadie dijo una palabra.
Si Clary había esperado que Valentine se enfureciera ante tal falta de respuesta por parte de los nefilim a los que había esperado liderar, se vio decepcionada. Aparte de una ligera crispación en el músculo de la mandíbula, se mostró inexpresivo. Como si hubiese esperado esa respuesta. Como si hubiese planeado que fuese así.
—Muy bien —dijo—. Si no queréis atender a razones, tendréis que hacerlo por la fuerza. Ya os he mostrado que puedo desactivar las salvaguardas que rodean vuestra ciudad. Veo que las habéis vuelto a colocar, pero eso no tiene importancia; volveré a inutilizarlas sin problemas. O accedéis a mis exigencias u os enfrentaréis a todos los demonios que la Espada Mortal pueda invocar. Les diré que no le perdonen la vida ni a uno solo de vosotros, hombre, mujer o niño. Vosotros elegís.
Un murmullo recorrió la habitación; Luke le miraba atónito.
—¿Destruirías deliberadamente a los tuyos, Valentine?
—En ocasiones hay que sacrificar selectivamente a las plantas enfermas para proteger todo el jardín —dijo Valentine—. Y si todas, sin excepción, están enfermas… —Se volvió para contemplar a la horrorizada multitud—. Vosotros elegís —prosiguió—. Tengo la Copa Mortal. Si debo hacerlo, empezaré desde el principio con un nuevo mundo de cazadores de sombras, creados y adiestrados por mí. Pero os puedo dar esta oportunidad. Si la Clave me cede todos los poderes del Consejo a mí y acepta mi inequívoca soberanía y gobierno, me contendré. Todos los cazadores de sombras efectuarán un juramento de obediencia y aceptarán una runa de lealtad permanente que los ligue a mí. Éstos son mis términos.
Se produjo el silencio. Amatis tenía la mano sobre la boca; el resto de la sala dio vueltas ante los ojos de Clary en una arremolinada masa borrosa. «No pueden rendirse a él —pensó—. No pueden». Pero ¿qué elección tenían? ¿Qué elección tuvo nunca ninguno de ellos? «Valentine los tiene atrapados —pensó sin ánimo—, tan indudablemente como Jace y yo estamos atrapados por aquello en lo que nos convirtió. Estamos todos encadenados a él por nuestra propia sangre».
Transcurrió sólo un momento, aunque a Clary le pareció como una hora, antes de que una voz débil se abriera paso entre el silencio: la voz aguda y trémula del Inquisidor.
—¿Soberanía y Gobierno? —chilló—. ¿Tu gobierno?
—Aldertree…
El Cónsul se movió para detenerlo, pero el Inquisidor fue demasiado rápido. Se liberó con una violenta torsión y corrió en dirección al estrado. Decía algo a gritos, las mismas palabras una y otra vez, como si hubiese perdido totalmente el juicio, con los ojos prácticamente en blanco. Apartó a Amatis de un empujón y ascendió tambaleante los peldaños para colocarse ante Valentine.
—Yo soy el Inquisidor, ¿entiendes?, ¡el Inquisidor! —chilló—. ¡Soy parte de la Clave! ¡El Consejo! ¡Yo hago las normas, no tú! ¡Yo gobierno, no tú! No voy a permitir que te salgas con la tuya, canalla advenedizo, amante de los demonios…
Con una expresión muy parecida al aburrimiento, Valentine alargó una mano, casi como si quisiera tocar al Inquisidor en el hombro. Pero Valentine no podía tocar nada —era simplemente una proyección— y entonces Clary lanzó un grito ahogado cuando la mano de Valentine pasó a través de la piel, huesos y carne del Inquisidor, desapareciendo en su tórax. Hubo un segundo —únicamente un segundo— durante el cual todo el Salón pareció contemplar boquiabierto el brazo izquierdo de Valentine, enterrado en algún modo hasta la muñeca, increíblemente, en el pecho de Aldertree. Entonces Valentine movió violenta y bruscamente la muñeca hacia la izquierda… efectuando una torsión, como si girara un obstinado pomo oxidado.
El Inquisidor profirió un único grito y se desplomó como una piedra.
Valentine retiró la mano. La cara lana del traje que llevaba estaba pegajosa de sangre hasta la mitad del antebrazo. Bajó la mano ensangrentada, contempló a la horrorizada multitud y posó por fin su mirada en Luke.
—Os daré hasta mañana a medianoche para que consideréis mis condiciones. En ese momento traeré a mi ejército, con todos sus efectivos, a la llanura Brocelind. Si para entonces no he recibido aún un mensaje de rendición de la Clave, marcharé con mi ejército hasta Alacante, y esta vez no dejaremos nada con vida. Tenéis ese tiempo para considerar mis condiciones. Usadlo sabiamente.
Y dicho eso, desapareció.