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Todo cuanto necesitamos es una ciudad junto al agua, un mes de enero, un día de nieve húmeda, una estación de trenes. De todos los colores, el gris es el mejor; un sol oculto que reserva su calor para la otra cara de la Tierra y para las historias que allí se escriben. Trece andenes, unos más concurridos que otros. Y ahora, la varilla de zahorí, propia de nuestro oficio, indica una dirección más clara, nos conduce hacia un grupo de viajeros que no se conocen entre sí, figurantes, extras. Hoy éstos no interpretan ningún papel, aunque de eso no se puede estar nunca del todo seguro, pues, a fin de cuentas, nosotros no somos los únicos que se dedican a esto. Puede que sean personajes de otra narración. El del abrigo marrón, no; la chica con el niño pequeño, no; aquellos tres soldados, tampoco; el hombre del extravagante sombrero es demasiado mayor, eso complicaría la cosa. Pero hay que darse prisa, el tren ya tendría que haber llegado. Anda, sí, ahora lo veo, el tipo ése con pinta de bávaro, ese que acaba de abrir su periódico, el Bildzeitung, ése es el que necesitamos. Sí, es él: el cabello revuelto y algo escaso; los ojos lacrimosos del frío. No, el de ahí detrás no, ése no nos serviría de nada. No estás mirando en la dirección correcta. Es ese tipo de ahí, el que ya ha consultado su reloj un par de veces. Está claro que es él. Zapatos de ante ingleses, ligeramente descoloridos, pantalones de algodón color caqui indefinido, abrigo gris de paño, pañuelo rojo, de cachemira, eso sí. Su indumentaria juega con los contrastes, tanto en los colores como en la antigüedad de las prendas. Tiene un aire de artista, de capitán fuera de servicio, y a la vez de un tipo de esos que, en una ciudad burguesa como Laren, acude a ver el partido de hockey de su hija. Las diferentes prendas intentan anularse entre sí, como si el portador de las mismas dudara de su propia identidad y tratase de superar su inseguridad mediante el rojo provocativo de su pañuelo. Acerquémonos a él, pues. Es posible que ciertas mujeres se sientan atraídas por semejante individuo, aunque es obvio que no se encuentra en el mejor momento de su vida. Vuelve la cabeza para comprobar si viene alguien; mejor que se olvide. El tren acaba de pasar Haarlem, así que ya es hora de comenzar la historia. No es tarea sencilla entremezclar vidas distintas, aunque sólo sea por unos instantes. Existen, como en la química, elementos que se atraen y otros que se repelen. Las vidas requieren un largo proceso de preparación, qué le vamos a hacer. Sí, señor, lo mismo que los guisos. Bueno, en eso llevas razón, no hay ningún cocinero por aquí, a no ser que consideremos cocinera a la propia vida; sí, ¿por qué no? Comoquiera que sea, la química que se requiere no es sencilla. El tiempo de cocción requerido es en unos casos más largo que en otros, los fogones se hallan en diferentes lugares del mundo, el resultado es incierto. No quisiera abusar de este símil, pero si me permiten sostener un instante más esa absurda abstracción, yo diría que la vida como cocinera es un verdadero desastre. La mayoría de las veces causa sufrimiento a la gente, y algunas veces, aunque no muchas, se beneficia de ello la literatura. Ya veremos.