10

Alice Springs. «Han transcurrido sólo un par de semanas, pero para mí el tiempo pasado es siempre tiempo presente», dice Almut. El Central Business District, ubicado entre Wills Terrace y Stuart Terrace, constituye un enrejado de ocho calles que van a parar a un río que no es un río. Lo que en el mapa se denomina Todd River es un cajón de arena de color ocre en el que se alzan unos pocos árboles resecos y sedientos. El arco de los puentes lo cruza en vano. En medio de un campo de césped chamuscado, un par de aborígenes, una hoguera, un poco de humo, figuras yacentes, sueño. Llegué a Anzac Hill sola, en coche. Almut no quiso acompañarme. En la antigua oficina de telégrafos hay expuestas fotografías de pioneros y camellos. Hasta aquí llegó la línea telegráfica: luego la tendieron hasta Darwin y de ahí a Java, para así hacer la conexión con Europa en 1872. También pueden verse fotos de una convención de aborígenes, un corroboree, que tuvo lugar en 1905. «Trescientas generaciones de aranda, cinco generaciones de blancos», ha escrito alguien al lado, y así es, al parecer. Observo detenidamente los intrigantes dibujos blancos sobre los negros cuerpos de cuatro individuos con las manos a la espalda. Los colores han perdido su belleza decorativa. La antigua técnica fotográfica ha reducido el paisaje a una línea de luz reflectante. Y ahí están esos hombres, con unos cuerpos que son todo un lenguaje de signos: guirnaldas de puntos blancos, serpientes, formas laberínticas, enigmas. En ese instante, ya perdido en el tiempo, ellos encarnan un significado que yo no soy capaz de desentrañar. Desde lejos diviso las reducidas dimensiones de Alice Springs. La ciudad es realmente muy poca cosa, algo así como el planeta Tierra en nuestra galaxia, un suspiro, apenas una coma. Se ve la forma de enrejado de sus escasas calles, se ve dónde se detienen las vías del tren que provienen del sur y que, por ahora, no tienen viso de continuar hacia el norte tropical. Ahora bien, detrás de ese pequeño espacio habitado aguarda la inmensidad: la llanura, las montañas, la línea recta de la carretera que se pierde en la lejanía, la carretera que tomaremos hacia Darwin. ¿Que qué recuerdo de esa carretera? La extrema aridez, los road trains, esos enormes camiones de dos o tres remolques capaces de arrojar un búfalo a la cuneta como si de un perro se tratara. La imagen violenta de un ciervo yaciendo en medio de un charco de sangre. En cierto momento nos desviamos de la Stuart Highway envueltos en una nube de polvo rojo. La tierra estaba dura y agrietada, unas sacudidas tremendas nos arrojaron hacia el otro lado de la carretera; luego, arena suelta y resbaladiza. Los ríos que se ven en el mapa están secos. El aire está infestado de pequeños mosquitos malignos. Trato de imaginarme cómo discurrieron antaño los ríos por este vacío infinito, pero no puedo.