Mulder suspiró, bajó la mirada y la fijó en la hierba húmeda. Desconcertado, volvió la cabeza hacia el apartamento de Elly, se apartó el flequillo de los ojos e hizo una disimulada señal a Scully para que se acercara. El duende, sentado en el respaldo del banco, se cubría con una gabardina negra que le llegaba hasta media pierna y dejaba al descubierto sus pies desnudos. Había escondido su corto cabello castaño oscuro bajo un gorro de lana negro y sus ojos brillaban intensamente. Había arrojado el paraguas al suelo y apoyaba su mano izquierda en la cadera. En su mano derecha sostenía un afilado machete con el que jugueteaba caprichosamente.
Mulder se estremeció al observar su brillo, Aquél era un encuentro extraño: parecían dos viejos amigos y, sin embargo, ambos sabían que uno de los dos no saldría con vida de allí.
—No seré, yo, Mulder —dijo ella, enarcando una ceja.
—¿También lees los pensamientos?
—No, pero me consta que debajo de ese abrigo usted esconde un revolver y yo tengo esto… —contestó, blandiendo su cuchillo.
La lluvia le había despojado del maquillaje y la crema blanca que cubría las palmas de sus manos, lo que permitía apreciar el color de su piel, que iba del negro al crema pasando por gris, verde pálido y algo de rojo cerca de los pies.
—¿Dónde está Elly? —preguntó Mulder.
—No tengo ni idea —replicó Maddy, encogiéndose de hombros—. Mientras intentaba forzar la puerta trasera, la vieja salio por la puerta principal y echo a correr calle abajo. ¡Nunca hubiera dicho que una vieja pudiera correr tan deprisa! Cuando me disponía a salir tras ella, ha llegado usted, justo a tiempo, como siempre. Diga a su amiga que tenga cuidado, Mulder —añadió tras una breve pausa—. Las balas son muy rápidas pero yo he venido a cumplir con mi misión. ¿Me ha entendido, agente Scully?
—Perfectamente —respondió Scully desde algún lugar detrás de Mulder.
—No hagas tonterías, Maddy —suplicó Mulder, extendiendo los brazos—. Si yo muero, tú también morirás. ¿Qué ganas con todo eso?
—A mi me queda poco tiempo —murmuró ella, recorriendo su mano con la mirada—. Ya no es como antes.
Mulder no daba crédito a sus ojos. El color de la piel de la muchacha estaba cambiando del verde al crema, excepto en los nudillos de sus manos, que permanecían negros. La situación era tan embarazosa que no sabía que decir. Algo como «queda arrestada por asesinato» le parecía totalmente inapropiado.
—Qué putada, ¿no? —añadió ella con amargura—. Quería ser famosa y estoy a punto de morir.
Cuando prorrumpió en salvajes carcajadas, Mulder advirtió la locura en el movimiento de sus manos y el brillo de sus ojos.
—¿Por qué, Maddy? —preguntó—. ¿Nadie te dijo lo peligroso que era?
—Sabía que podía ocurrir —contestó ella, jugueteando con el cuchillo—, pero ¿tiene usted idea de cuanto cobra un policía en un pueblo como éste? ¿Y se imagina cuanto me pagaba aquella zorra cada mes? —añadió—. Ella me enseñó las fotografías y me advirtió de los riesgos que corría, pero aun así…
Mulder permaneció inmóvil mientras la joven se desabrochaba la gabardina. No le sorprendió comprobar que estaba desnuda; cualquier prenda de ropa habría resultado un estorbo innecesario.
Cuando ella dio muestras de prepararse para el ataque, Mulder empezó a rezar por qué Scully hubiera conseguido llegar a una posición desde la que pudiera cubrirlo. Tenía que tomar la iniciativa; no podía quedarse quieto, esperando a que ella decidiera que había llegado su hora. Tampoco podía dejarla escapar. Sintió una gran pena por la muchacha cuando empezó a delirar y a relatarle las crueles pruebas realizadas en el laboratorio, los baños y las inyecciones y el espionaje realizado a amigos y extraños.
—Pero he sentido una sensación de poder tan agradable, Mulder… —añadió con una sonrisa que mostraba sus dientes ennegrecidos.
—Maddy —suplicó Mulder—, no lo hagas.
—No me sermonee, Mulder —replico ella con impaciencia, acariciando el machete—. Y no intente apelar a mi buena voluntad porque no me queda ni pizca. Usted no puede salvarme la vida. ¡Y usted tampoco! —añadió, levantando la voz y dirigiéndose a Scully.
—¿Y si te ofrezco vivir tranquila y dignamente tus últimos días?
—Nadie podrá detenerme —rio, apartándose un mechón de cabello de los ojos—. Ni usted, ni ella, ni nadie.
—Apuesto a que Elly ha ido directamente a la comisaría a buscar a Hawks. La policía no se va a molestar en escuchar tu historia, Maddy. Yo si.
—No hay trato —replicó ella con tozudez—. Cuando lleguen yo estaré muy lejos. ¿Olvida que soy la mujer invisible?
Mulder comprobó con disimulo que Scully se había situado a su izquierda e intentaba aproximarse a Maddy Vincent por detrás.
—Su amiguita no es muy rápida —advirtió Maddy.
—Te aseguro que es la más rápida cuando es necesario.
Maddy se puso en guardia, se estremeció cuando una ráfaga de viento helado la envolvió y la despojo de la gabardina. Mulder contuvo la respiración ante la estremecedora imagen que apareció ante sus ojos: la piel de Maddy Vincent empezaba a desprenderse de su cuerpo formando círculos de diferentes colores.
—¿Sabe una cosa? —preguntó ella con una sonrisa mientras tomaba distancia.
—¿Qué? —contestó Mulder, intentando aparentar serenidad.
—He aprendido mucho de esa maldita zorra.
—¿Ah, si? Dime, ¿qué se puede aprender de una asesina sin escrúpulos?
—Que matar produce una sensación deliciosa —contestó ella, flexionando las rodillas.
—Por favor… —suplicó Mulder por última vez.
—Adiós, Mulder —se despidió Maddy con una risita, elevándose en el aire.
No tuvo tiempo de sacar el revolver. Esquivó la embestida de Maddy Vincent con un brusco movimiento que le hizo perder el equilibrio y disparo a través del abrigo mientras caía de espaldas sobre la hierba húmeda.
Maddy cayó de rodillas y profirió un grito. Apoyó las manos en el suelo e intentó ponerse en pie.
—¡Alto! —gritó Scully, apuntándola con su revolver.
Mulder, sentado en el suelo, se sentía incapaz de moverse mientras veía a Maddy Vincent tomar el machete de nuevo e intentar avanzar hacia él.
—¡Alto o disparo! —repitió Scully.
Maddy se desplomo sobre un hombro como si alguien le hubiera pisado la espalda y grito de nuevo. Finalmente, clavo el cuchillo en el suelo y se arrastro sobre el barro.
Mulder se puso en pie y contempló atónito la sangre que manaba abundantemente de su costado. No era negra, como él había creído, sino roja. Le quito el cuchillo de la mano, lo observo con atención y lo deposito sobre el banco.
Scully se acercó a la joven, le buscó el pulso y negó con la cabeza. Se puso en pie y se meso el cabello mientras Mulder se quitaba el abrigo y cubría con él el cuerpo sin vida de la joven oficial.
Mulder permaneció con la mirada fija en él hasta que un pensamiento le hizo esbozar una sonrisa: durante unos minutos había esperado que ella, como si se tratara de un ser con extraños poderes, se recuperara y volviera a atacarlo.
Pero no lo hizo. Se quedó allí tumbada, inmóvil.
Después de contestar a las preguntas de la policía, asegurarse de que el cuerpo de Maddy Vincent fuera a parar a manos expertas que realizaran un cuidadoso examen y deshacerse de aquella desagradable sensación de frío que le calaba los huesos, Mulder advirtió que había perdido la noción del tiempo. Cuando empezó a reaccionar, eran las once de la noche y se disponían a cenar en el Royal Baron.
—No hace falta que me recuerde que toda esta mantequilla me va a matar —dijo Webber mientras se disponía a dar cuenta de su ración diaria de crepes.
—Esta bien, no diré nada —contestó Mulder.
Scully se dirigió a la barra para pedir un par de tazas de café y preguntar al cocinero que podía ofrecerles un sábado a aquellas horas. Mulder esperó hasta que ella les dio la espalda para llamar la atención de Webber.
—No protestes ni me contestes con evasivas —dijo—. Quiero saber cuantas veces has hablado con Douglas desde que llegamos aquí y que le has contado exactamente.
Webber tosió y estuvo a punto de atragantarse pero consiguió mantener la compostura.
—Solo una vez —murmuró tímidamente.
—¿Qué? ¿Así que lo has hecho?
—Pero no pude… Usted me cae bien, ¿sabe? Y, en realidad, yo no he visto nada.
—Lo siento Webber, pero tengo que decirlo: eres increíble —dijo Mulder con una sonrisa mientras volvía la cabeza hacia la ventana—. Debes saber que Douglas no es más que un hombre de paja y que probablemente habrá desaparecido cuando volvamos a Washington. Supongo que te trasladaran a otra sección.
—Me lo imaginaba. Bueno, fue divertido mientras duró.
Mulder esbozó una sonrisa. «Divertido» no le parecía el calificativo más adecuado para su ultima misión. Sospechaba que el pobre Hank no duraría mucho en el FBI.
—Por cierto, Hank, antes no he tenido tiempo de darte las gracias por haberme salvado la vida.
—No ha sido nada —respondió Webber ruborizándose.
En ese momento Scully regresó de la barra, sofocó una carcajada al ver el menú escogido por Webber y jugueteó con su servilleta mientras esperaba que le llevaran la ensalada.
—Has tenido mucha suerte con ese disparo, Mulder. Tenías todos los números para ser cortado en rodajas como un salchichón.
Lo había sabido al descubrir un enorme siete en la parte delantera de su abrigo.
—No vuelvas a hacerlo nunca más.
—Te juro que se me han quitado las ganas.
Empezaron a cenar en silencio. Un camarero se acerco e indico a Mulder que tenía una llamada.
—Han encontrado el cuerpo de Tonero con un disparo en la cabeza —anunció cuando regresó—. Estaba en el apartamento de la doctora Elkhart.
—¿Dónde está ella?
—Ha desaparecido sin dejar rastro.
—La encontrarán —intervino Webber—. Estoy seguro. Mañana tendremos a la mitad de la policía del país detrás de ella. Tranquilo, Mulder; caso cerrado.
—Supongo que tienes razón —contestó Mulder, volviéndose hacia la ventana.
—Mulder, no —murmuró Scully, apoyando una mano en su hombro.
—Estoy bien —repuso él.
Pero ambos sabían que mentía. «¿Y si no la encuentran? —se pregunto una y otra vez—. ¿Y si dentro de unos años, mientras camino tranquilamente por la calle o me dispongo a entrar en mi casa o estoy esperando el autobús, aparece por detrás de un árbol o la pared un brazo armado con un cuchillo?». Acarició el cristal con un dedo y contemplo su rostro preocupado. Los faros de un coche le cegaron y borraron su imagen por unos segundos.
«¿Y si lo consigue? —se pregunto, cerrando los ojos—. ¿Nos invadirán ejércitos enteros de sombras vivientes deslizándose a través de la oscuridad de la noche?».