Mulder se imaginaba que debía de parecer un tonto corriendo bajo la lluvia con una mano sobre la frente para protegerse del granizo. Cruzó una calle a toda velocidad y se detuvo bruscamente cuando una camioneta estuvo a punto de arrollarlo. Se hizo a un lado, cayó sobre un coche aparcado junto a la acera, se levantó y reanudó la carrera.
Aunque había dejado de granizar, seguía lloviendo. Al poco rato, se vio obligado a reducir la velocidad. Le dolía el costado terriblemente y apenas podía respirar.
—Aguante, Elly —masculló entre dientes—. Aguante un poco más.
Cuando llegó al siguiente cruce, se detuvo y se apoyó en un árbol para recuperar la respiración. «Una manzana más», se dijo mientras tragaba saliva. Antes de iniciar una pronunciada subida se arrodilló en la hierba húmeda, agradecido de poder tomarse un breve respiro. Pero no había más remedio que correr tan deprisa como el dolor de sus costillas le permitiera.
El viento arrecio y una cortina de agua le cegó. Sin dejar de correr, se apartó de la cara el flequillo mojado. Estaba seguro de que Scully llegaría antes que él, pero le reconfortaba sentirse útil y haber dejado atrás aquel monumental atasco.
Se sentía tan agotado que le pareció que tardaba horas en alcanzar la siguiente esquina. De repente, se detuvo y frunció el entrecejo. Se había perdido. Haces de niebla procedentes de las bocas de las alcantarillas se deslizaban por la húmeda calzada, como si fueran fantasmas. Mulder estaba desorientado; no sabía que camino debía tomar.
Afortunadamente, a través de la lluvia distinguió el campo de béisbol, el banco preferido de Elly y su bloque de apartamentos al otro lado de la calle. Sus labios se abrieron en una sonrisa mientras se aproximaba.
Apuró el paso cuando se dio cuenta de que el coche patrulla había desaparecido y las luces del apartamento estaban apagadas. Al llegar a la puerta principal, se llevó la mano al costado izquierdo y saco su revolver. ¿Por donde debía entrar, por la puerta principal o por la puerta trasera? ¿Era mejor esperar a Scully?
Mientras reflexionaba, un coche se detuvo frente a la casa y tocó la bocina insistentemente. Volvió la cabeza y vio a Scully, que salía a toda prisa del Cadillac rosa.
«Justo a tiempo, como de costumbre», se dijo satisfecho mientras hacia una señal a su compañera para que se reuniera con él. Ambos subieron las escaleras del porche y se dispusieron a abrir la puerta. El viento silbaba sobre sus cabezas y las tuberías de desagüe gruñían amenazadoramente. Mulder intento calmar su respiración mientras acercaba el oído a la puerta pero la lluvia le impedía oír nada.
Intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Cerró los ojos, tomó aire, empujó con fuerza e irrumpió en la casa. El comedor estaba en penumbra y la lluvia dibujaba inquietantes sombras en la pared. Un bastón con mango de nácar estaba en el suelo junto al sofá. La cocina y la habitación estaban a oscuras.
Mulder decidió empezar por la cocina. Se arrimó a la pared y recorrió silenciosamente el estrecho pasillo. Las sombras reflejadas en la pared revelaban que no había nadie sentado frente a la mesa o junto a la ventana. El agua resbalaba de su cabello y se deslizaba por su espalda produciéndole escalofríos. Apuntó al techo, contó hasta tres, empujo la puerta de la cocina con el pie y entró en la cocina dispuesto a vaciar el cargador de su revolver. Estaba vacía.
Regresó al comedor justo en el momento en que Scully hacia su aparición por la puerta trasera y le indicaba con un gesto que no había encontrado rastro de Elly ni del duende en el exterior de la casa.
Mulder indicó por señas a su compañera que debían dirigirse a la habitación. Scully asintió y se arrimo a la pared dispuesta a cubrir a Mulder, quien se situó al otro lado del pasillo. La puerta de la habitación estaba abierta de par en par pero la oscuridad les impedía ver nada. Scully le apremio con un gesto de cabeza y Mulder irrumpió en la habitación.
—¡Mierda! —masculló cuando comprobó que estaba vacía.
Habían llegado demasiado tarde. Elly Lang había desaparecido.
Rosemary tomó su bolsa de viaje, se aliso las arrugas del abrigo y volvió la cabeza.
—Eres un autentico idiota, Joseph —susurró, sacudiendo la cabeza y abriendo la puerta de su apartamento.
—Quizá se haya escondido —dijo Scully sin mucha convicción.
—Quizá se haya escondido —repitió Mulder con menos convicción.
Ambos se afanaron en registrar la casa de arriba abajo pero todo lo que encontraron fue polvo y latas de pintura de color naranja.
Mulder, de pie en medio de la habitación, se golpeaba la pierna nerviosamente con su revolver.
«¡Piensa, Mulder! —se decía—. ¡Piensa!».
—No hay manera de averiguar si se ha ido por su propia voluntad o se la han llevado a la fuerza. No creo que…
La puerta principal se abrió de par en par y ambos se echaron a tierra, revolver en mano.
—¡Hola, chicos! —dijo alegremente una voz familiar—. ¿Dónde estáis? ¡Soy yo!
—¡Hank, mereces que te estrangulemos! —masculló Mulder, poniéndose en pie y guardando su arma—. ¿Eres idiota o qué? ¿Es que no te han enseñado nada en la academia?
—Lo siento —balbuceó Webber—. Yo… yo vi el coche aparcado ahí fuera y… bueno, pensé… ¡Oh, Dios! —exclamó dejándose caer sobre una silla—. ¿Se dan cuenta de que podían haberme matado? Tiene razón, soy un perfecto idiota.
«Me rindo —se dijo Scully sacudiendo la cabeza—. Este chico es un perfecto inútil».
—Hank —dijo, golpeándole ligeramente con el pie—, ¿dónde está Andrews?
—¿Cómo dice? —preguntó confundido—. ¿Andrews? Hace un momento estaba…
—Estoy aquí —anunció Andrews, entrando por la puerta principal y apoyando su revolver en la sien de Mulder.
—¿Cuánto me cobra por llevarme al aeropuerto? —pregunto Rosemary al taxista.
—¿A que aeropuerto?
—Al de Filadelfia.
—¿Con este tiempo, señorita? ¿Esta loca o qué?
—Pagaré lo que sea —insistió ella, sacando su monedero—. Le ofrezco el doble. Y el viaje de vuelta.
—No lo se, señorita… —titubeó el taxista—. He oído que han cortado algunas carreteras y…
—Usted elige —dijo Rosemary sacando su pistola—. Tiene dos opciones: ganar un montón de dinero o morir como una rata.
Andrews se situó a la derecha de Mulder y apoyo la espalda en la pared.
—¡Y yo que te tenía por una mujer inteligente…! —dijo Mulder.
—¿Y para qué quiero ser más inteligente? —replicó ella, encogiéndose de hombros—. Voy a matarle; no hace falta tener grandes conocimientos para apretar un simple gatillo.
—Somos uno contra tres —intervino Scully.
—¡Oh, Dios mío, creo que voy a vomitar! —gimió Webber.
—Cierra la boca, Webber —replicó Andrews—. Por el amor de Dios, ¿cómo llegaste al FBI?
Mulder miraba de reojo la mesita sobre la que Andrews les había obligado a dejar los revólveres. No tenía ninguna posibilidad de acercarse sin acabar con una bala en la cabeza. Scully, sentada en el sofá, tampoco podía hacer nada.
—Escucha, Licia —dijo Mulder—, estamos muy preocupados por Elly.
Webber se inclinó, se llevó una mano al estomago y empezó a emitir extraños ruidos.
—¿Y a mi que me importa esa vieja loca? Y si creen que van a ganar tiempo entreteniéndome hasta que alguien venga a rescatarlos, quítense la idea de la cabeza. Yo también veo películas. No soy idiota.
Mulder sonrió irónicamente ante este último comentario mientras dirigía furiosas miradas a Webber. Sus gemidos no le permitían concentrarse y, por su culpa, Andrews empezaba a perder la paciencia.
—¡Claro! —exclamó, chasqueando los dedos—. ¡Tú trabajas para Douglas! Apuesto a que ni tú ni nuestro todopoderoso jefe pertenecéis al FBI. ¿Quién está detrás de todo esto?
—Lo siento, Mulder, ha llegado su hora.
—Creo que voy… a morir —gimió Webber, arrodillándose en el suelo.
Andrews indicó a Scully que podía acercarse para atender a Webber y se despidió de Mulder con una sonrisa cínica. Mulder se arrojo al suelo justo antes de escuchar un disparo y rodó hacia la izquierda, protegiéndose la cabeza y el costado con los brazos.
Oyó el grito desgarrado de Andrews y el ruido producido por su cuerpo al caer pesadamente.
—Buen disparo —dijo Scully.
—Ha faltado muy poco —susurro Webber con voz temblorosa mientras se dejaba caer sobre una silla sin atreverse a soltar su revolver—. No puedo creerlo; he estado a punto de fallar.
Mulder se puso en pie sintiendo una mezcla de enfado y alivio. No dijo nada, guardó su arma y se acercó al cuerpo sin vida de Andrews. El disparo había entrado por el ojo derecho.
—Luego contestaras a un par de preguntas, Hank —gruñó—. De momento, quédate aquí y, por favor, por una vez, haz lo que te digo.
Webber asintió sin fuerzas para discutir. Estaba muy pálido y le temblaban las manos.
—Mulder, está en el parque —exclamó Scully, que miraba por la ventana.
Elly Lang, sentada en su banco preferido, se refugiaba debajo de su enorme paraguas negro. Seguramente no se había movido de allí en toda la tarde. Era un idiota. ¿Cómo no se le había ocurrido buscarla en el parque?
—Elly, ¿se encuentra bien? —dijo Mulder suavemente cuando llegó junto a ella.
Ella asintió mientras sus manos temblaban sin fuerzas para sostener el paraguas.
—Todo saldrá bien, Elly, ya lo vera —la tranquilizó Mulder sentándose junto a ella y apoyando una mano sobre la rodilla de la anciana.
—Mulder —replicó el duende apartando el paraguas—, te dije que te cubrieras las espaldas.