Babs Radnor había escogido una suave iluminación para su restaurante, que combinaba a las mil maravillas con la penumbra permanente en que parecía sumido Marville. Había dos clientes acodados en la barra leyendo el periódico y, en el último reservado, una familia compuesta por los padres y sus cuatro hijos que jugaban a representar películas, acompañando cada explicación con toda clase de ruidos. Un empleado barría el brillante suelo encerado y, en el aparcamiento, el conductor de un camión parecía tener problemas para salir de allí, lo que había provocado una pequeña retención y la ira de algunos conductores.
—¡Adoro este pueblo! —exclamo Mulder en tono sarcástico, acomodándose junto a la ventana.
Ya no le dolía la cabeza, pero las costillas no le daban tregua. Se revolvió inquieto pero un agudo pinchazo le obligó a permanecer quieto. Hank, sentado frente a él, se dispuso a dar cuenta de un grueso bistec acompañado de todos los extras que encontró en el menú del restaurante. Scully y Andrews se decidieron por una ensalada, y Mulder, aunque se moría por unos crepes, se obligo a pedir un bocadillo.
El camión consiguió salir del aparcamiento. Uno de los niños del reservado termino de escenificar una película, provocando una cerrada ovación de su familia.
—¿Sabéis que decía W. C. Fields sobre los niños? —gruñó Mulder.
—¿Quién es W. C. Fields? —pregunto Licia.
—No me digas que me hago viejo porque no es verdad —dijo Mulder ante la expresión furibunda de Scully.
—Come —ordenó ella secamente—. Tenemos mucho trabajo.
Terminaron de cenar en silencio y, cuando retiraron los platos, Scully extendió sus notas sobre la mesa, mientras los ruidosos vecinos abandonaban el restaurante. Los otros dos clientes pagaron y se marcharon.
—Pierce murió un sábado por la noche —empezó Scully, clavando su bolígrafo en un folio—. Al igual que el cabo Ulman, y lo mismo ocurrió con el resto de las victimas hasta anoche. —Hizo una pausa y Mulder le dirigió una mirada de gratitud por haber tenido la delicadeza de no pronunciar el nombre de su amigo muerto—. Me atrevería a asegurar que el doctor Tymons también ha sido asesinado —añadió antes de poner a sus compañeros al corriente de lo que ella y Mulder habían descubierto en los sótanos del hospital Walson—. Parece que alguien ha decidido dar por finalizada esta fase del proyecto.
—De momento —puntualizó Mulder.
—De acuerdo —convino Scully—. De momento. Desgraciadamente, no disponemos de mucho tiempo. El asesino siempre utiliza la misma técnica: un único; corte muy profundo en el sitio adecuado es suficiente; para causar la muerte a su victima. Sin embargo, esto no parece obra de un asesino profesional. Todas las muertes son demasiado violentas y, curiosamente, el asesino siempre ataca de frente, nunca de espaldas. Debe ser un autentico psicópata —suspiro, sacudiendo la cabeza—. Con toda seguridad, se trata de un hombre muy fuerte. Aunque también podría ser una mujer —se apresuró a añadir cuando Mulder hizo ademán de empezar a protestar—. Hoy día muchas mujeres se han incorporado al ejército y siguen el mismo programa de entrenamiento que sus compañeros.
—Lo cual significa que nuestra lista de sospechosos se reduce a unas ocho o nueve mil personas, ¿me equivoco? —comento Andrews con sorna.
—Me temo que sí te equivocas —replicó Mulder, fijando la mirada en el cuaderno de notas de Scully.
—Creo que la muerte de Pierce fue pura casualidad —empezó, clavando su bolígrafo en un papel—; seguramente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sin embargo, es obvio que existe una clara relación entre las otras victimas. El cabo Ulman trabajaba en el fuerte, aunque eso no significa que estuviera al corriente de las actividades del mayor; Carl murió mientras investigaba sobre los duendes, y Tymons era el máximo responsable del proyecto. También estoy de acuerdo con Mulder —añadió. Escribió el nombre de Tonero y lo rodeo con un círculo—. El experimento ha fracasado y alguien tiene prisa por deshacerse de las pruebas. Por si acaso, tenemos a alguien vigilando a Elly Lang día y noche. Y también tenemos el motivo que ha llevado a nuestro hombre a asesinar a tres personas a sangre fría: ocultar el fracaso del proyecto y eliminar cualquier prueba comprometedora. Tal como suena.
—Pero si Tymons está muerto —intervino Webber—, ¿quién se va a hacer cargo del proyecto?
—La doctora Elkhart —replico Scully, garabateando su nombre junto al del mayor—. Desde luego, tengo que reconocer que es una excelente actriz; nada de lo que hemos dicho esta mañana parece haberle afectado en absoluto. El mayor, en cambio, estaba desconcertado. Supongo que si ha podido salvar parte de la información, pronto estará lista para reanudar sus investigaciones.
—Es posible que lleve semanas o incluso meses planeándolo —intervino Andrews—. Quizá el experimento haya sido un éxito rotundo y quiera llevarse todas las medallas.
—Quizá, no, Licia. Estoy casi segura de que es así —replicó Scully.
—¡Entonces es ella! —exclamó un entusiasmado Webber.
—¿Insinúas que la doctora Elkhart es nuestro duende maligno? —inquirió Mulder.
Webber asintió, frunció el entrecejo y se llevó las manos a la cabeza con gesto abatido.
—No, no creo. ¡Pero quizá el duende actúe bajo sus órdenes! —añadió, animándose de nuevo—. Quiero decir que es quien mejor sabe quien puede interponerse en su camino hacia el éxito.
—Lo que no entiendo —dijo Scully— es por qué actúa solo durante los fines de semana.
—¿Qué quiere decir? —inquirió Andrews en tono despectivo—. ¿Qué estamos buscando a alguien que libra los sábados por la noche? Por favor, agente Scully. ¿Tiene idea de la cantidad de soldados que trabajan en Fort Dix? Y cada uno de ellos…
—¡Claro! —exclamó Mulder, sobresaltándoles—. ¡Ahora lo entiendo!
Se disculpó con un gesto pero siguió ensimismado en sus pensamientos durante unos segundos había seguido el razonamiento de Scully paso a paso y, cuanto más pensaba en ello, más seguro estaba de haber dado con la solución.
—¿Nos lo explicas o qué? —lo apremió Scully.
—Luisiana.
—Continúa —asintió ella.
—Aquel tipo desapareció en plena pista de un circo; se perdió entre la multitud y nunca le encontraron. Pero él no se movió de allí, Scully; simplemente cambio su aspecto.
—¿Cómo lo sabes?
—Creo que te alegrará saber que, por una vez, mi teoría no tiene nada que ver con misteriosas desapariciones. Estaba allí pero había cambiado de aspecto, eso es todo. La policía buscaba a un payaso que nunca encontraron.
—De acuerdo, las cosas no siempre son lo que parecen. ¿Y qué más?
—Tenemos fantasmas y duendes, Scully. Fantasmas y duendes.
—Agente Mulder, no entiendo nada —protestó Andrews.
—Quiero decir que nuestro número de sospechosos se ha reducido considerablemente.
Rosemary soportó estoicamente la rabieta del mayor y, cuando no pudo más, se puso en pie y musitó:
—Joseph…
—¡Serán…! ¿Has visto el tono con que me hablaban? ¿Quién se han creído que son?
—Joseph…
—Ya es suficiente. ¡No aguanto más! —exclamó el mayor con el rostro enrojecido por la rabia—. ¡Y encima han tenido la osadía de birlarme las llaves delante de mis propias narices! Mierda, Rosie, ¿por qué me sale todo mal? Esos cabrones hijos de puta. —Añadió apoyando las manos sobre la mesa— no van, repito, no van a interponerse en nuestro camino. Ahora mismo voy a llamar al senador y le diré…
—¡Joseph!
El mayor se volvió hacia ella con el puño en alto. Rosemary esbozo la más dulce de sus sonrisas y le hizo una seña para que se acercara. El mayor suspiró y se aproximó a ella.
—Joseph, no tienes por qué preocuparte.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no has visto…?
—No tienes por qué preocuparte —repitió ella, apoyando una mano sobre su hombro—. Hemos recuperado las copias de seguridad y estamos listos para desaparecer. Todo lo que necesitas en este momento está aquí contigo.
—Sí, pero…
Rosemary acalló sus protestas con un beso mientras recurría a todo su autocontrol para no emprenderla a bofetadas con él.
—¿Dónde están las nuevas ordenes? —inquirió.
—Aquí —contestó él abriendo un cajón.
—Perfecto —dijo ella tomando la carpeta que el mayor le tendía—. Ahora ya podemos olvidarnos del laboratorio. Pasaran semanas antes de que a alguien se le ocurra bajar a investigar. ¿Qué te parece si pedimos a ese capitán como se llame que haga una buena limpieza? Después de todo —añadió con una sonrisa—, ¿para que están los soldados?
—He dicho que lo dejemos como está —dijo el mayor en tono malhumorado—. Y tampoco quiero esperar hasta mañana por la mañana para salir de aquí.
—¿Por qué no? A mí no me importa.
—Prefiero que salgamos esta noche.
—Está bien —convino Rosemary tras reflexionar unos segundos—. Pero que no sea demasiado tarde, ¿de acuerdo? Esta noche quiero dormir bien.
—¿Y quien ha dicho que vamos a dormir? —replicó el mayor sonriendo maliciosamente.
—Tu haz lo que quieras pero yo pienso dormir —contestó ella dirigiéndose hacia la puerta—. Dormiremos bien, nos levantaremos pronto, iremos a verlos, aceptarás el traslado y luego… ya veremos.
—Está bien, está bien, Rosie —convino el mayor con una alegre carcajada—. ¿Y que vamos a hacer con…?
—No te preocupes —contestó Rosemary tomando su abrigo y disponiéndose a marcharse—. Lo tengo todo controlado. Solo necesito hacer una llamada y ya está.
Agitó la mano en señal de despedida y salió del despacho antes de que el mayor pudiera añadir nada más. Estaba segura de que Joseph haría lo que tenía que hacer; confiaba en él. Y en cuanto al viaje de aquella noche…, nunca le había importado viajar sola.
El teléfono de Elly Lang sonaba insistentemente. Mulder observaba los esfuerzos desesperados de Scully por hacerle entrar en razón y evitar que diera rienda suelta a sus fantasías. Sin embargo, como ocurría siempre que creía estar sobre la pista correcta, sus manos iban nerviosamente de las notas extendidas sobre la mesa a su bocadillo medio mordisqueado y trazaban círculos en el aire que solo él entendía.
—La doctora Elkhart es una civil —empezó, tras asegurarse de que los demás le escuchaban atentamente— y carece de autoridad sobre el personal militar de la base, excepto si cuenta con el consentimiento del mayor Tonero. Pero éste no quiere mancharse las manos, ya que eso le impediría disfrutar de una buena jubilación.
—¿Y como…? —lo interrumpió Hank boquiabierto.
—Un momento, por favor —replicó Mulder, golpeando suavemente el hombro de Scully para atraer su atención—. Nuestro duende no se enteró por casualidad donde estábamos ayer ni donde estaba Carl. Tiene que ser alguien que nos conoce y sabe dónde estamos la mayoría del tiempo.
—¡Alguien que va diciendo por ahí lo que tomamos para desayunar! —exclamó Webber.
—Exacto —convino Scully, poniéndose en pie y tomando su bolso—. He leído en la agenda de Carl que ayer por la noche tenían una cita. Será mejor que hablemos con ella antes de que…
—Hablaremos con ella —la interrumpió Mulder—, pero por otra razón.
—¿Qué razón? —inquirió Andrews—. Tiene que ser ella, todo encaja. Vive sola y entra y sale cuando le da la gana sin que nadie le pregunte nada —añadió, levantando la voz innecesariamente y tirando de Webber para que se levantara—. Ella…
Scully le indico con un gesto que se callara y dirigió una inquisitiva mirada a Mulder.
—Continúa.
Mulder se puso en pie e hizo una mueca cuando el dolor que sentía en sus costillas se hizo insoportable.
—Tranquilízate, Scully —dijo volviendo la cabeza hacia la ventana—. No va a ir a ninguna parte; hay demasiada luz.
Hizo un gesto a Webber y Andrews para que se adelantaran y sujetó a Scully por un brazo.
—No es ella, Scully —murmuró.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Luego te lo digo —contestó mientras indicaba a Webber que les cubriera y a Andrews que se quedara fuera.
—No me parece una buena idea —titubeo Scully, siguiéndolo hasta la recepción.
—Vamos, Scully, somos tres contra uno —replicó Mulder, pulsando el timbre—. ¿Qué puede salir mal?
—Te recuerdo que es una autentica psicópata —replicó Scully, deslizando su mano derecha dentro del bolso y buscando su revolver—. Además, parece muy fuerte.
Mulder pulsó el timbre por tercera vez, dio la vuelta al mostrador y apartó una pesada cortina que escondía una oscura escalera.
—Señora Radnor, ¿está usted ahí?
Mulder y Scully subieron en silencio por las escaleras y abrieron la primera puerta. Babs Radnor pedaleaba furiosamente sobre una bicicleta estática y escuchaba música a un volumen desmesurado. Dio un respingo cuando Mulder irrumpió en la habitación y abrió los ojos como platos cuando Scully la apuntó con su revolver.
—¿Qué demonios significa esto, señor Mulder? —espetó, quitándose los auriculares.
—Buenas noches, señora Radnor —empezó—. Sentimos mucho tener que molestarla…
—La muerte de Carl Barelli no parece haberle afectado mucho —intervino Scully, apoyando el revolver en la sien de la dueña del motel.
Babs Radnor intentó hablar pero no fue capaz de articular palabra, volvió la cabeza hacia Mulder y le dirigió una mirada suplicante.
—Señora Radnor, me temo que voy a tener que saltarme los preliminares e ir directamente al grano —dijo Mulder, apoyándose en el manillar de la bicicleta.
—Escuchen, éste es un negocio serio. No tienen derecho a…
—Señora Radnor, háblenos de Frankie Ulman.
—Yo… ¿Qué quieren saber?
—Si no me equivoco, usted dijo a la agente Andrews que el cabo de vez en cuando traía aquí una mujer los fines de semana.
Babs Radnor asintió y extendió una mano para coger una toalla con que secarse el sudor que perlaba su frente.
—Y también le dijo que no sabía quien era esa mujer, ¿no es así? —añadió Mulder.
—Bueno…, si.
—¿Por qué?
—Para empezar, no tuve tiempo —contestó ella con una sonrisa forzada—. La agente Andrews tenía tanta prisa que no hablamos más de cinco o diez minutos.
Mulder frunció el entrecejo mientras una desagradable sospecha cruzaba su mente pero decidió dejarlo para otro momento.
—¿Por qué mintió, señora Radnor? —inquirió con suavidad—. Usted conoce a todo el mundo y sabe perfectamente quien era la mujer que acompañaba al cabo Ulman.
Ella se cubrió la cara con la toalla y guardo silencio hasta que el impaciente carraspeo de Scully le recordó que la agente la apuntaba con una pistola.
—Señora Radnor, no tenemos tiempo que perder. Díganos de una vez quien es esa mujer.
Cuando lo hizo, Mulder se volvió hacia Scully.
—Di a Webber que coja el coche y se adelante —ordenó—. Señora Radnor, tengo que pedirle un ultimo favor.
—Usted dirá, señor Mulder —dijo ella mansamente.
—¿Me deja su coche? —preguntó esbozando la más encantadora de sus sonrisas.
—¿Cómo dice? —gritó.
—Si lo hace, tendrá la satisfacción de haber hecho algo por su país —repuso Mulder en tono solemne.
—¡Vaya! —exclamó ella impresionada—. Esto parece una película.
—Eso es —dijo Mulder ayudándola a bajar de la bicicleta y arrastrándola por un brazo—. Igual que una película.
—Pero ¿ustedes no traían dos coches? —inquirió desconfiada.
—¿No recuerda que uno de ellos acabó destrozado el primer día?
—¿Y le va a ocurrir lo mismo al mío? —preguntó inquieta mientras le tendía las llaves.
—Espero que no —replicó Mulder tomándolas y echando a correr antes de que cambiara de opinión.
—¿Y si resulta que si?
—¡El presidente le comprará uno nuevo! —gritó Mulder corriendo escaleras abajo.
—¡Es el Cadillac rosa!
«Increíble», se dijo Mulder mientras cerraba la puerta principal de un formidable portazo justo en el momento en que la tormenta estallaba violentamente.