11

Grises nubarrones se adueñaron del cielo de Marville mientras un viento helado advertía a sus habitantes que la lluvia que había caído no era nada en comparación con la que vendría.

Una inquieta Dana recorría un estrecho sendero sin que al parecer la proximidad del bosque le importara demasiado. Cuando la tormenta estallo hizo una mueca y miro al cielo amenazador.

Tal como habían planeado, habían comido los cuatro juntos, pero nada de lo que habían oído les había sorprendido o impresionado: Webber y Andrews habían sido incapaces de averiguar algo que el informe no hubiera recogido. Nadie había visto ni oído nada. La mayoría de los tenderos que conocían a Grady no habían dicho precisamente lindezas sobre él. Un par de personas habían reconocido a Ulman en la fotografía que se les mostró pero no habían aportado más información. Perfecto. Los milagros no existían. Nadie había hablado de duendes.

Hawks les había explicado que, desde hacia un par de meses, unos cuantos chiquillos y un par de adultos aseguraban haber visto… algo deslizándose por las calles de la ciudad. Lo llamaban duende porque todo el inundo conocía las fantasías de Elly Lang.

—Pero eso no significa nada —había insistido Hawks—. La mitad de estas historias son inventadas.

A las dos de la tarde el cielo estaba tan oscuro que parecía de noche. Mulder decidió visitar la escena del asesinato del cabo Ulman antes de que empezara a llover de nuevo. Andrews se había ofrecido a regresar al motel para entrevistar a su dueña. Quizá supiera si Ulman utilizaba aquel lugar regularmente para sus escapadas de fin de semana. Quizá había provocado las iras de algún marido. Hawks había ido con ella.

—No deje que se meta en problemas —había pedido Mulder al jefe de policía.

A Scully no le había parecido una buena idea. Webber había dicho que Andrews, lejos de abandonar su arrogante actitud, había hecho las entrevistas «algo difíciles». Excepto cuando los entrevistados eran hombres, por supuesto.

Webber se encontraba ahora a 45 metros de distancia, con las manos en los bolsillos, ocupando el lugar de la testigo parecía muy disgustado mientras el frío viento jugueteaba con su cabello y su abrigo.

Mulder estaba inclinado sobre el tronco del que habían surgido el brazo y el arma homicida. Encontrarlo había sido muy fácil: todavía conservaba parte de la cinta de color amarillo que la policía había utilizado para delimitar la escena del crimen.

Scully levanto la vista parecía que el cielo quería desplomarse sobre sus cabezas. Nada se movía, excepto las hojas y las ramas de los árboles. Una fuerte ráfaga de viento hizo que el coche se tambaleara.

Miro sobre su hombro y sacudió la cabeza. El cabo había estado bebiendo y por alguna razón desconocida se había desviado de su camino, había ido a parar a aquella zanja… y había sido asesinado.

Mulder hizo una seña a Hank para que se acercara.

—¿Lo ves? —pregunto Scully.

El sendero partía de la autopista, rodeaba el fuerte y regresaba a la autopista un kilómetro más adelante. Era posible que Grady hubiera sido una victima escogida al azar, pero estaba segura de que Ulman había tenido algo más que mala suerte.

El asesino lo había seguido hasta aquel lugar.

—Iban tras él.

—Estoy de acuerdo —convino Mulder.

—¿Esta hueco eso? —pregunto Webber, que llegaba junto a ellos en ese momento.

—¿Hablas del árbol? —replico Scully frunciendo el entrecejo.

—Si. Aquella mujer dijo que había visto…

Scully lo tomo del brazo y lo obligo a darse la vuelta hacia el punto del que acababa de venir.

—No había ni luces ni luna. Todo lo que pudo ver a esa distancia fue la linterna de Ulman.

Se detuvo.

—De acuerdo —reconoció—. De acuerdo. Pero ¿qué hacia aquí a esas horas?

Mulder no contesto. Gruño y volvió a concentrarse en el árbol.

—Bien —continuo Scully, siguiendo a Mulder con la mirada mientras éste rodeaba el árbol de nuevo—, podría ser la cómplice del asesino.

Tal como esperaba, Webber no estuvo de acuerdo.

—Eso querría decir que ambos sabían que Ulman estaría aquí exactamente a esa hora. Pero hemos quedado en que no lo sabían, ¿no?

—Si, así es.

—Entonces, ¿qué? ¿Más mala suerte?

—Eso parece —replico Scully—. Yo no me fiaría demasiado del testimonio de una mujer borracha y drogada.

—¿Cuándo vamos a hablar con ella?

—Más tarde —replico Scully encogiéndose de hombros—. O quizá mañana. No lo sé. De todas maneras, según Hawks, no está en condiciones de dar muchas explicaciones.

—Pues vaya mierda —se lamento Webber—. ¿Puedo hacerle una pregunta, agente Scully? —Adelante.

—¿Estos casos son siempre tan… retorcidos? Quiero decir…

A pesar de su mal humor, Scully no pudo evitar sonreír.

—A veces si —contesto.

—¡Pues sí que estamos bien!

—¿Qué ocurre?

Mulder había golpeado con los nudillos un tronco caído y arrancado un trozo de corteza. Scully sabía que veía algo más que un simple árbol.

—Esa anciana de la que me ha hablado… —susurro Webber.

—La señora Lang —contesto Scully sin mirarlo—. ¿Qué pasa con ella?

—Ella dijo… Bueno, usted ha dicho que estuvo hablando de esas extrañas criaturas, los duendes.

—Los duendes no existen, Hank —replico Scully, dirigiéndole una mirada amenazadora.

Pero intuía los pensamientos del muchacho: Mulder y ella se ocupaban de los expedientes X y eso significaba que les habían asignado aquel caso porque contenía algún elemento sobrenatural. Poco importaba que, una vez examinado cuidadosamente, el supuesto fenómeno paranormal tuviera una explicación perfectamente lógica. Poco importaba que lo extraordinario resultara ser de lo más ordinario. Webber había mencionado los duendes y Scully hubiera jurado que empezaba a creer las historias de Elly Lang.

Mulder se había enganchado la gabardina en un arbusto, había dado un brusco tirón y se había despojado de ella.

Un extraño grito los sobresaltó y les hizo levantar la vista. Dos cuervos volaron perezosamente, desafiando el fuerte viento.

—Este sitio es algo tétrico, ¿no cree, agente Scully? —pregunto Webber mientras un escalofrío le recorría la espalda.

Scully estuvo de acuerdo. Casi había anochecido donde ellos se encontraban, pero a treinta metros de distancia la oscuridad era absoluta.

Hundió las manos en los bolsillos y llamo a Mulder. Allí no iban a encontrar nada; había pasado demasiado tiempo.

Mulder no la oía.

«Los duendes —pensó Scully empezando a alarmarse—. Oh, no, Mulder, por favor».

—Yo iré a buscarlo —se ofreció Hank antes de que pudiera detenerlo.

No había dado tres pasos cuando sonó el primer disparo.

Scully le ordeno ponerse a cubierto mientras corría a refugiarse tras el coche, revolver en mano.

El segundo disparo rozo el pie de Hank, quien grito, se echo al suelo e intento llegar junto a Scully.

Mientras tanto, ella había asomado la cabeza cautelosamente en un vano intento por localizar a su agresor. Tenía que estar escondido en el bosque. Disparo a ciegas y una ráfaga que barrio la carretera le contesto, obligándola a refugiarse de nuevo tras el coche. Hank consiguió llegar junto a ella y se dejo caer a su lado.

—¿Estas bien?

Hank asintió, hizo una mueca y asintió de nuevo había sangre en su zapato.

—Me he clavado una piedra en el tobillo al caer —explico al advertir su preocupada mirada—. No es nada. Creo que sobreviviré —añadió con una sonrisa.

Saltaba a la vista que estaba asustado pero la emoción reflejada en su rostro disimulaba su miedo.

Otra ráfaga de disparos, esta vez dirigida hacia Mulder, rompió el silencio. Scully se puso en pie y disparo mientras Hank la cubría. Nada. No se veía nada.

Sin duda, era un arma automática, quizá algo más pequeña que un Uzi. podía ser un M-16. En esos momentos, no era lo más importante. Las balas atravesaron los cristales de la ventanilla trasera y se incrustaron en el maletero.

—¡Mulder! ¿Me oyes?

Silencio absoluto. Hank le tiro de la manga para que dejara de disparar.

—Cuidado con ese deposito de gas —indico.

Contaron hasta tres y corrieron hacia el espeso bosque con la intención de encontrar a Mulder. Scully se adentro en el estrecho sendero protegiéndose detrás de los árboles.

—¡Allí está! —exclamo Webber, disparando hacia la zanja.

Scully no veía nada pero, de repente, se froto los ojos atónita. Una sombra se deslizaba por entre las hojas de los árboles. Quizá era una persona vestida de negro que no se movió hasta que Hank disparo. Luego se desvaneció.

Miró a su izquierda y contuvo la respiración.

—¡Hank, lo he encontrado! ¡Le han dado!

El primer disparo le había cogido por sorpresa. Se había arrojado al suelo al oír el segundo y había desenfundado su arma al oír los disparos de Scully y Webber. No conseguía averiguar de donde procedían. El roble, el abedul y los arbustos lo cegaban. Quiso moverse a la izquierda, pero tuvo que volver a echarse al suelo cuando una ráfaga de disparos levanto un montón de hojas secas y ramitas a sus pies.

Se protegió la cabeza con un brazo y espero hasta que el tiroteo se traslado a la carretera. Dejo que su instinto le guiara a través del bosque en busca del mínimo movimiento y efectuó un disparo de vez en cuando, con la esperanza de proteger a Scully y Webber.

Oyó ruido de cristales rotos y la voz de Scully llamándole.

Se refugio junto a un pino, pero una nueva ráfaga de disparos dirigida a la posición que acababa de abandonar le obligo a cambiar de escondite.

Afortunadamente, quienquiera que fuera no se había dado cuenta de su maniobra mientras el tiroteo se desarrollaba en la carretera decidió utilizar aquellos preciosos segundos para buscar a su agresor. Gruño suavemente al descubrir una figura oscura junto a un árbol. No podía distinguir si era un hombre o una mujer pero, aunque se encontraba demasiado lejos, pudo ver que iba vestida de negro de pies a cabeza y no se parecía en nada a un duende.

El viento soplaba cada vez con más fuerza. Se adentro en la espesura del bosque, rezando porque el rumor de las hojas mecidas por el viento acallara el ruido de sus pisadas. Si conseguía acercarse lo suficiente podría disparar.

Oyó gritar a Scully, la respuesta de Hank y el miedo de ambos reflejado en sus voces.

La figura oscura retrocedió unos metros sin dejar de disparar.

Mulder maldijo entre dientes y se agacho intentando no perder el equilibrio había demasiadas sombras; demasiado movimiento.

Tenía que llegar hasta ella antes de que se diera a la fuga.

Encontró un pequeño claro, se abrazo a un tronco e intento recuperar la respiración hasta que cesó el fuego.

El silencio había desaparecido. El viento hablaba en voz baja al bosque y arremolinaba las hojas muertas alrededor del claro.

Tendría que atravesarlo. Rodearlo le llevaría demasiado tiempo. Tomo aire, se desprendió del tronco y echo a correr sin levantar el dedo del gatillo de su arma. Cuando ya había recorrido más de la mitad descubrió que la misteriosa figura había desaparecido.

«Mierda», se dijo. Se enderezo y desconcertado escudriño el viento.

Algo se movió detrás de él. Antes de que pudiera darse la vuelta, recibió un golpe seco en la sien que le hizo caer de rodillas. El revolver se le escurrió de los dedos. Adelanto el brazo derecho y toco algo suave, pero el fuerte golpe le había nublado la vista. Cuando creyó ver algo desconcertante, un segundo golpe, esta vez en la espalda, le hizo perder el equilibrio y caer sobre su hombro.

Una risita casi inhumana junto a su oído.

—Cúbrete las espaldas, Mulder.

Y un peso enorme sobre sus costillas.